Este libro está dedicado a las tierras y a los lugares
legendarios: tierras y lugares porque a veces se trata de auténticos
continentes, como la Atlántida, y otras veces de pueblos, castillos o (en el
caso de la Baker Street de Sherlock Holmes) viviendas.
Existen muchos diccionarios de lugares fantásticos y ficticios (el
más completo es la excelente Breve guía de lugares imaginarios de Alberto
Manguel y Gianni Guadalupi), pero aquí no vamos a ocuparnos de lugares
«inventados», porque en ese caso deberíamos incluir la casa de madame
Bovary, la madriguera de Fagin en Oliver Twist, o la fortaleza
Bastiani de El Desierto de los Tártaros. Se trata de lugares novelescos,
que algunos lectores fanáticos intentan en ocasiones identificar con escaso
éxito. Otras veces se trata de lugares novelescos inspirados en espacios
reales, donde los lectores pretenden descubrir las huellas de los libros que
han amado, del mismo modo que los lectores del Ulises cada 16 de junio
tratan de identificar la casa de Leopold Bloom en Eccles Street, en Dublín,
visitan la Torre Martello convertida hoy en un museo dedicado a Joyce,
o desean comprar en una determinada farmacia el jabón de limón adquirido por
Leopold Bloom en 1904.
Ocurre incluso que algunos lugares ficticios han sido
identificados con lugares reales, como la casa de piedra arenisca rojiza de Nero
Wolfe en Manhattan.
Pero lo que aquí nos interesa son las tierras y los lugares que,
ahora o en el pasado, han creado quimeras, utopías e ilusiones, porque mucha
gente ha creído realmente que existen o han existido en alguna parte.
Una vez dicho esto, debemos establecer todavía bastantes
distinciones. Ha habido leyendas sobre tierras que desde luego ya no existen,
pero que no hay que excluir que hayan existido en tiempos muy remotos, como por
ejemplo la Atlántida, cuyos últimos restos muchas mentes no delirantes han
tratado de identificar. Hay tierras de las que hablan numerosas leyendas y cuya
existencia (aunque sea remota) es dudosa, como Shambhala, a la que algunos
atribuyen una existencia totalmente «espiritual», y otras que son producto
indiscutible de una ficción narrativa, como Shangri-La, pero de la que
surgen a menudo imitaciones para turistas contentadizos. Hay tierras cuya existencia
solo está atestiguada por fuentes bíblicas, como el Paraíso terrenal o el país
de la reina de Saba, aunque son muchos, incluido Cristóbal Colón, quienes
creyendo en ellas se lanzaron al descubrimiento de tierras que existían en
realidad. Hay tierras cuya creación es obra de un falso documento, como la
tierra del Preste Juan, pero que incitaron a los viajeros a recorrer Asia y
África. Hay, por último, tierras que realmente existen todavía hoy, si bien
solo en forma de ruinas, pero en torno a las que se ha creado una mitología,
como Alamut, sobre la que planea la sombra legendaria de los Asesinos, o como
Glastonbury, vinculada ya al mito del Grial, o como Rennes-le-Château o
Gisors, que han adquirido un carácter legendario debido a especulaciones comerciales
muy recientes.
En resumen, las tierras y los lugares legendarios son de distinto
género y solo tienen en común una característica: tanto si dependen de leyendas
antiquísimas cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos, como si son
producto de una invención moderna, han originado flujos de creencias.
Y de la realidad de estas ilusiones es de lo que se ocupa este
libro.
Umberto Eco