Querido primo:
Gracias por el diario que acabo de encontrar en el buzón y he
abierto hace unos minutos. Estoy de los nervios, no puedo entretenerme en
contarte cómo van las cosas por aquí, pues esta tarde he tenido una experiencia
que me ha dejado lívida, y soy incapaz de pensar en otra cosa. Por eso tengo
que escribirte inmediatamente, aunque me sigue temblando la mano.
Se trata de esa misteriosa señora. La que viste en Sogndal,
¿recuerdas? Bueno, ¿por dónde empiezo?
Estaba en el muelle cuando llegó el transbordador de las 2. Aquí
el colegio no empieza hasta el lunes y no hay mucho más que hacer. Y allí
estaba la señora, bajándose del barco antes que los demás pasajeros. Al pasar
por delante de mí, me echó una mirada de esas que parecen decir «sé quién
eres». Aún no había leído tu carta, pero me acordé de lo que pasó en el refugio
de Flatbre, así que opté por seguirla, a distancia, claro. No sé cómo me
atreví, era como si me hubiera hipnotizado para que lo hiciera. (Ahora
comprenderás por qué me tiembla la mano.) Cuando dio la vuelta por donde la
iglesia, miró hacia atrás. Me aparté a un lado, y eso se repitió varias veces
mientras subíamos por Mundal, pero no creo que me descubriera.
¿Recuerdas el portón que hay junto a la valla de piedra? Allí giró
a la derecha en dirección a esa casa amarilla que está solitaria junto al
bosque. Yo me había escondido detrás de la valla, y ahora voy al grano: en el
instante en que ella iba a abrir la puerta de la casa, descubrí de repente que
algo salía volando de su bolso. Y, acto seguido, la señora había desaparecido.
Yo estaba tan nerviosa que no era capaz de pensar en nada. Así
debe de sentirse un delincuente la primera vez que comete un delito, pues en
menos de un segundo me encontraba en el llano, delante de la casa, más o menos
como un atracador de bancos enmascarado que, de repente, y de un salto, se sube
al mostrador gritando: «Esto es un atraco». No es que aquello fuera
precisamente un atraco, no grité, y tampoco llevaba ninguna máscara, pero me
apoderé de un pequeño sobre y volví a esconderme detrás de la valla de piedra.
Dentro del sobre había una carta, en la que ponía:
Querida Bibbi:
Llevo toda la
mañana andando por la ciudad, pero no consigo volver a encontrar esa extraña
librería de viejo. ¿Puede haber desaparecido de ayer a hoy? Lo único que sé es
que estaba en una de esas estrechas callejuelas detrás de la Piazza Navona.
Estaba
buscando una edición italiana de la famosa obra de teatro noruega Peer Gynt, y
cuando el dueño de la librería de viejo se dio cuenta de que yo era noruega, me
llevó hasta un viejo armario lleno de libros y señaló uno que se distinguía de
todos los demás tomos por el simple hecho de ser completamente nuevo.
—No sólo tengo
libros que ya están escritos —susurró con una mirada intensa.
Naturalmente,
no entendí lo que quería decir, pero entonces sacó el libro del armario, se me
acercó mucho y precisó:
—Además,
colecciono libros que antes o después serán escritos. Lo cierto es que hay
infinidad de ellos, pero no es frecuente tener uno en la mano.
Y diciendo
eso, me puso el libro en las manos. En la cubierta había una foto de unas
montañas muy altas y creo que el título decía algo sobre una «biblioteca
mágica». Pero lo importante no era ni la portada ni el título. ¡LO INCREÍBLE ES
QUE EL LIBRO SE HABÍA PUBLICADO EN OSLO EL AÑO QUE VIENE, EN 1993!
¡Estaba
publicado en algún momento del año que viene, Bibbi! El anciano subrayó además
que se trataba de una edición especial.
Me asusté
tanto que dejé inmediatamente el libro. Era como si me hubiera quemado. Ni
siquiera llegué a anotar el nombre del autor. ¿Me puedes ayudar tú, Bibbi? Si
en Noruega hubiese sólo un bibliógrafo, ésa serías tú. La cuestión no es, por
tanto, quién ha escrito un libro sobre una «biblioteca mágica», sino quién seguramente
lo está escribiendo.
Salí disparada
de la tienda diciendo que tenía que coger un tren. Al abrir la puerta de la
calle, a pesar de todo me volví y pregunté al hombre el precio de ese raro
ejemplar. Se puso furioso, deberías haberlo visto, levantó las cejas y me
ladró:
—¡Cómo se
atreve! Nadie vende a su hijo más querido. Este tomo es más valioso que el
incunable más caro...
Me pregunto si
era sordo. Hablaba un italiano poco claro, y parecía leerme en los labios
cuando le hablaba.
Perdóname por
haberte llamado tan tarde la otra noche, pero estaba completamente fuera de mí.
¡Ojalá pudiera volver a encontrar esa librería de viejo! Es como si se la
hubiese tragado la tierra.
Saludos de
Siri. Campo dei Fiori.
Eso ponía en la carta, Nils. ¿Qué te parece? De repente había
robado una misteriosa carta y la había leído a escondidas. ¿Cómo podía
deshacerme de ella?
Sé que te encanta tomarme el pelo porque siempre llevo una libreta
en el bolsillo, pero me gusta anotar ideas ingeniosas antes de que se me
olviden, y esta vez de verdad que me resultó muy útil. Copié a toda prisa la
carta, luego volví a hurtadillas a la casa amarilla y la dejé donde la había
encontrado.
No hace más de media hora que he vuelto a casa, y no puedo decir
que precisamente me haya tranquilizado al leer tu carta, pues no me gusta la
idea de que esa mujer haya patrocinado nuestro diario con diez coronas. Es como
si también se hubiera hecho dueña de nuestros pensamientos.
¿Qué voy a hacer? Creo que estamos tras la huella de algo
interesante. Al menos sabemos que se llama Bibbi. Si creemos lo que dice la
carta, también sabemos que es «bibliógrafa». ¿Pero qué demonios significa eso?
¿Y qué es un «incunable»?
Estoy a punto de echarme a llorar, de verdad, así que más vale que
deje ya de escribir: no creo que el rotulador sea resistente al agua.
Voy a bajar corriendo a Correos para enviarte el diario ahora
mismo. ¡Tienes que contestar ipso facto!
Saludos de tu asustadísima prima Berit
Jostein
Gaarder, La Biblioteca Mágica de Bibbi Bokken
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