Caminando entre nieblas de sombras vacías que jugaban nerviosas
entre sí, me dio la bienvenida el más frio de las vientos. Mis pies se
deslizaban desnudos en un suelo sin color, y los ecos de lo que un día fue mi
memoria rebotaron en paredes invisibles a mi alrededor.
Cómo llegué allí nunca lo supe, ni sabría jamás las razones que
impulsaron mis pasos por ese camino oculto a los ojos humanos. No guardo
recuerdo alguno de lo que hice antes o después de mi estancia en aquel lugar,
aunque las gentes y escenas que pude presenciar en mi largo viaje no huirían
jamás de mi mente, acompañándome para siempre en cada instante de mi vida.
No sé con seguridad cuándo fui consciente de dónde estaba. Sólo
fue una idea que vino sin más, un reflejo inconsciente de realidad o de locura,
que se presentó ante mí de la misma forma en que aparecen de la nada aquellos
pilares de alabastro que señalan el final de un mundo y cl principio de otro.
Y allí me encontré, ante las puertas del Reino Sin Nombre, que mil
hombres buscaran en vano al límite de la cordura. A medio camino entre la
vigilia y el sueño, a tientas entre el delirio y la realidad; ahí es donde se
abre el reino donde lo imposible es verdad.
Hoy tus pasos te han llevado hasta mi santuario, recorriendo aquel
mismo camino intangible que un día me trajo aquí. Tal vez no sepas dónde estás,
puede que ni siquiera recuerdes tu nombre. Pero no te inquieres, pues en este
mundo no importa el pasado ni el futuro, tan sólo el presente a tus pies.
¿Es esto un sueño o es realidad? No podría responderte, pues
estarnos a medias de ambos mundos y dentro de ninguno. El Reino Sin Nombre lo
llaman, el lugar donde nacen los sueños y las esperanzas vienen a morir. Es tan
solo lo que ves, y sin embarga no tiene fin.
Ante ti está el árbol más antiguo que ha existido, origen de todo
cuanto conoces. Sus ramas frondosas están cargadas de hojas frescas que se
marchitan y caen, y al instante vuelven a nacer, renovándose a sí mismas. Sus
ramas sinuosas se arrastran como
serpientes sobre el campo, y van a beber a esas aguas cristalinas que nacen
bajo ellas, y que son su fuente y su inspiración. Pero no hallarás nada más en
este lugar, sólo un horizonte interminable que se ahoga en la distancia. Y si
caminaras hacia allí, encontrarías que no hay nada más allá de sus fronteras
invisibles, sólo este árbol cuyas ramas tocan el cielo tintado de carmesí.
¿Qué tiene de especial, te preguntas? Son sus hojas llenas de
vida, meciéndose con el viento, pues en ellas se ocultan las raíces de nuestro
mundo. Es este árbol una historia sin final, y sus hojas las páginas de un
libro; cada una relata un cuento, escrito con savia y clororila. Son historias
que fueron y serán, y algunas que nunca han sido. Son mitos y leyendas, y
cuentos sin final.
Y si hoy, soñador, te han guiado hasta aquí tus pasos, es porque
también ansías algo en tu interior. ¿Es amor lo que quieres, o riqueza, o
poder? ¿Es conocimiento lo que buscas, o un lugar al que volver? Tal vea aquí
encuentres tu respuesta y, sólo tal vez, encuentres algo más de lo que has
venido a buscar.
Durante el tiempo que
permanezcas a mi lado, seré tu anfitriona y tu guía. Puedes llamarme Clover si
lo deseas, aunque ese no sea mi nombre real, pues aquí los nombres no son más
que susurros que vuelan con el viento.
Deja que te muestre la verdadera
esencia de estas hojas que dibujan sombras inquietas sobre el suelo que
pisamos. Deja que te muestre alguna de esas historias que en telaraña de fina
sangre blanca tejen entre sí, unas con otras, formando una sola historia sin
principio ni fin.
Y para ello, qué mejor que
empezar con un cuento sobre una joven que, como la hoja en la que su leyenda
está escrita, también tejió su destino en hilos blancos. ¿Quieres escucharla?
Cris Ortega,
Forgotten
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