Siglo XX.
Un recuerdo para no olvidar.
Siglo XX.
Un olvido aún tan presente.
El siglo de todo lo que mis ojos alcanzan a ver.
El siglo en el que todo lo que mis ojos alcanzan a ver pudo ser
destruido.
Buscando tu Luna de plata me he perdido en ti.
Permíteme buscarte siempre que queramos saber de dónde venimos.
Siglo XX.
Permíteme visitarte siempre que queramos aprender de los errores
cometidos.
Siglo XX.
Tan cercano y tan lejano.
Déjanos mirarte como quien busca el rostro perdido de un viejo amigo.
Tras
estas palabras, en el paraninfo de mi vieja facultad, se fueron apagando las
luces y la sensación de magia y espectáculo, que había atrapado a nuestros
alumnos.
Antes,
durante hora y media, el grupo Aedo nos ofreció ocho escenas de las más
representativas de nuestro teatro del siglo XX (Valle, Lorca, Mihura, Buero, Sanchis
Sinisterra, Alonso de Santos, Mayorga), con un telón de vídeos reales
de archivo y del NO-DO de fondo.
Un
escenario desnudo. Sólo las palabras, los gestos, la luz y nuestra imaginación.
No hacía falta nada más. Sólo tres actores en el escenario, recordándonos lo
que se dice del teatro griego clásico que se representaba con tres actores y
diferentes máscaras según el personaje.
Jesús
Torres y sus compañeros utilizaban la falta de luz para cambiar de
personaje antes de iniciar el nuevo fragmento; mientras tanto, uno de ellos, en
un aparte, nos introducía en la nueva corriente, en la nueva obra, sirviendo
como nexo de unión entre todas ellas la melodía de Suspiros de España.
Sorprendente
y trágico ese poema de Vicente Aleixandre para representar
el interludio de la guerra civil:
Bajo la luz de la
luna se vieron
las hediondas aves
de la muerte :
aviones, motores,
buitres oscuros cuyo plumaje encierra
la destrucción de
la carne que late,
la horrible muerte
a pedazos que palpitan
y esa voz de las
víctimas,
rota por las
gargantas, que irrumpe en la ciudad como un gemido.
Mis
alumnos quedaron atrapados desde el primer momento con la borrachera agónica de
Max
Extrella, y fueron descubriendo que muchas veces tras esa sonrisa se
ocultaba una trágica ironía: la muerte de Carmela, o ese diálogo entre
vecinos, por citar algún ejemplo.
Me sorprendió esa Comedia sin Título de Lorca,
que no conocía, pero que encierra gran
parte de las ideas vanguardistas de su autor y su afán por acercar a toda la
población el espectáculo teatral:
No he venido a recibir lecciones de moral ni
a oír cosas desagradables (...) No estamos en el teatro. Ahí dentro hay un
terrible aire de mentira, y los personajes de las comedias no dicen más que lo
que pueden decir en alta voz delante de señoritas débiles, pero se callan su
verdadera angustia. Por eso yo no quiero actores, sino hombres de carne y
mujeres de carne, y el que no quiera oír que se tape los oídos.
Un
buen espectáculo, que esperamos poder repetir
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