¡Hasta siempre, maestro!
El autor no debe interpretar. Pero puede contar por qué y cómo ha escrito.
Los llamados escritos de poética no siempre sirven para entender la obra que
los ha inspirado, pero sirven para entender cómo se resuelve ese problema
técnico que es la producción de una obra.
En su Filosofía de la Composición, Poe cuenta cómo escribió
El Cuervo. No dice cómo tenemos que leerlo, sino los problemas que tuvo para
realizar un efecto poético. Y definiría el efecto poético como la capacidad que
exhibe un texto de generar lecturas siempre diferentes, sin agotarse nunca del
todo.
El que escribe (el que pinta, el que esculpe, el que compone
música) siempre sabe lo que hace y cuánto le cuesta. Sabe que debe resolver un
problema. Los datos iniciales pueden ser oscuros, instintivos, obsesivos, mero
deseo o recuerdo. Pero después el problema se resuelve escribiendo,
interrogando la materia con que se trabaja, una materia que tiene sus propias
leyes y que al mismo tiempo lleva implícito el recuerdo de la cultura que la
impregna (el eco de la intertextualidad).
Miente el autor cuando dice que ha trabajado llevado por el rapto
de la inspiración. Genius is twenty per
cent inspiration and eighty per cent perspiration.
No recuerdo de qué famosa poesía suya Lamartine escribió que le
había salido de una tirada, en una noche de tormenta, en medio de un bosque.
Cuando murió, se encontraron los manuscritos con las correcciones y las
variantes, y se descubrió que aquella poesía era quizá la más «trabajada» de
toda la literatura francesa.
Cuando el escritor (o el artista en general) dice que ha trabajado
sin pensar en las reglas del proceso, sólo quiere decir que al trabajar no era
consciente de su conocimiento de dichas reglas. Aunque sería incapaz de
escribir la gramática de su lengua materna, el niño la habla a la perfección.
Pero el conocimiento de las reglas no es privativo del gramático: el niño las
conoce muy bien, aunque no sepa que las conoce. El gramático sólo es aquel que
sabe por qué y cómo el niño conoce la lengua.
Una cosa es contar cómo se ha escrito, y otra probar que se ha
escrito «bien». Poe decía que «una cosa es el efecto de la obra, y otra el
conocimiento del proceso».
Cuando Kandinsky o Klee nos cuentan cómo pintan, no nos
dicen si uno de ellos es mejor que el otro. Cuando Miguel Ángel nos dice que
esculpir significa eliminar lo superfluo, liberar la figura que ya está
inscrita en la piedra, no nos dice si la Piedad del Vaticano es mejor que la
Piedad Rondanini. A veces las páginas más esclarecedoras sobre los procesos
artísticos fueron obra de artistas menores, que no sabían producir grandes
efectos, pero sí reflexionar muy bien sobre sus propios procesos: Vasari,
Horatio Greenough, Aaron Copland…
Umberto Eco, Apostillas a El Nombre de la Rosa
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