(MANIFIESTO EN FAVOR DE LA LECTURA)
Escribir un libro es inventar una isla desierta, modificar con un
punto apenas perceptible el mapa de los sentimientos, de las emociones humanas,
para desear fervientemente un naufragio, la llegada de ese Robinsón desnudo y
desarmado que somos todos los lectores cuando abrimos por primera vez un libro.
Yo he creado algunas de esas islas, pero he colonizado muchísimas
más. He nadado centenares, quizás miles de veces, hasta el barco, y he vuelto
remando, con madera, con lienzos, con comida, con armas y municiones para
defender mi casa. Y en muchos de esos viajes, un grano de trigo ha caído en la
tierra sin que yo me diera cuenta, y el sol y la lluvia lo han hecho germinar,
y ha crecido una espiga para que yo pudiera cosecharla, y molerla, y fabricar
por fin mi propio pan, un pan que me ha alimentado mucho más que las tostadas
que desayuno todos los días. Yo he aprendido muchas más cosas en los libros que
en la vida, y he sido feliz, y desgraciada, y me he reído, y he llorado, y me
he asustado, y me he emocionado, y me he enamorado, y me he desenamorado muchas
más veces, porque los libros viven, laten, palpitan con su propio corazón. La
literatura es el telar donde Penélope teje cada día con los hilos de la vida
humana el sudario que desteje cada noche paraempezar otra vez, apenas sale el
sol, desde hace miles de años.
La lectura y la escritura son dos caras de la misma moneda, una
isla desierta y su náufrago. Yo lo sé bien, porque fueron los propios libros
quienes me abocaron a escribir libros, y si antes no hubiera vivido leyendo,
nunca habría podido empezar a escribir. Cuando descubrí la extraordinaria
capacidad de la literatura para multiplicar y enriquecer mi vida, la prodigiosa
generosidad con la que desplegaba ante mis ojos una infinidad de aventuras, de
lugares, de identidades múltiples que sin embargo eran capaces de superponerse
sin conflicto alguno a mi propia identidad, para coexistir con el tiempo y el
espacio de mi vida verdadera, me enganché a los libros como otros se enganchan
al ejercicio físico, al alcohol, a la velocidad o a la música. Y si alguna vez,
aquel fervor se identificó con la necesidad de autoafirmación de todos los
adolescentes, pronto empezó a confundirse con el puro instinto de supervivencia
de los adultos.
Eso sigue siendo tan cierto que, si en este momento, alguien me
obligara a elegir entre vivir sin leer y vivir sin escribir, estoy segura de
que acabaría renunciando al oficio que he perseguido desde que era una niña que
decía que iba a ser escritora. Porque tal vez sería capaz de llegar a ser feliz
trabajando en otra cosa –una librería literaria, una papelería bien surtida de
rotuladores y lápices de todos los colores, una ferretería empapelada de
cajoncitos con tuercas y tornillos, o una huerta- pero, para mí, vivir sin leer
ya no sería vivir, sino un sucedáneo insoportable de la vida.
¿Quieren ustedes vivir? Lean.
¿Quieren vivir más años, con más intensidad, más variedad, más
alegría? Lean más.
Déjense llevar por las eternas mareas de una pasión inmortal y no
teman a las olas. Al otro lado de cualquier océano siempre hay una playa, una
isla, un mundo completo que sabrá llamarles por su nombre y un grano de trigo
que les está esperando.
Almudena
Grandes
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