También este libro trata de una
historia interminable. Su temática tiene unas largas, sinuosas, y complicadas
raíces en una antigua mitología, su relato se prolonga y se diversifica en
narraciones incontables de muy diversas épocas y lugares, y, además, los mismos
lectores de la historia entran luego, sesgadamente, a formar parte de la misma.
Tal vez sea imposible, por muy hábil que sea quien escarba, descubrir del todo esas
raíces, tan enrevesadas como las de las arenarias, hundidas en el humus mítico.
El empeño, por otra parte, de intentar referir todos los cuentos y anotar todas
las reliquias de la tradición literaria artúrica supondría pretender un
amontonamiento infinito en un mamotreto impublicable. He renunciado a esas
exhaustivas tareas, y me contentaría con que este breve resumen, de afán
divulgador, pareciera una síntesis aceptable, por no omitir nada esencial, y no
diera la impresión de un esquematismo excesivo. La historia del reino del
fabuloso Arturo y sus errantes caballeros es la historia de un universo de
ficción.
He tratado de exponer en unas líneas
claras el origen del mito artúrico, situándolo en su contexto histórico, y
resumir luego la evolución del mismo en la tradición literaria europea. El
ímpetu mítico de esta literatura novelesca, las variaciones de su sentido, y el
retorno de sus personajes y símbolos fundamentales a lo largo de varios siglos
son los puntos centrales de estas páginas. Pretenden ser precisas y presentar
ante el lector no especialista una idea general de lo que significó esta
literatura lejana y fascinante.
Ni
la originalidad ni la erudición son méritos de este estudio, que es un conjunto
de apuntes de muchas y muchas lecturas. Tan sólo la ordenación de los textos en
una perspectiva amplia y de conjunto, y el afán de claridad y precisión en la
exposición pueden ser considerados, en el mejor de los casos, como virtudes de
este resumen divulgador para lectores españoles. Me parecía interesante ofrecer
esa perspectiva histórica para recomendar luego la lectura de esos textos que
yo leí con tanto placer, y por eso concluí por redactar estas páginas, que
habría preferido que hubiera escrito otro, con estilo más fluido y con mayor
amplitud.
En cierto modo me incitó también a
hacerlo la lectura de algunos trabajos recientes, publicados al amparo de una
renovada moda de lo artúrico, que enfocaban el mito de manera esotérica y con
total desconocimiento de su entorno histórico. Bajo los episodios narrados por
Malory, que vivió en el siglo XV, en la Inglaterra de la Guerra de las Dos
Rosas, y que traducía libremente novelas francesas de caballería, se pretende
encontrar ecos de mitos del neolítico, que habrían pervivido en tradiciones
orales de imprecisos ambientes culturales. En esa exégesis de lo mítico parece
volverse a los esquemas de Sir James Frazer, aunque con mucha menos inteligencia
y amenidad de lo que lo hizo Jessie L. Weston a comienzos de siglo. From Ritual
to Romance (1920, Cambridge), fue un libro sugestivo y brillante, que aún hoy
se lee con interés.
Sin embargo, los mitos y leyendas del reino de Arturo, que
encierran a veces un trasfondo mítico celta y que provienen a veces de
narraciones orales o del folktale, alcanzan su sentido, no por ese arcano
simbolismo, sino por su determinado contexto histórico y cultural. Los orígenes
del caldero mágico significan menos en la historia del Grial que su adopción, a
partir de la novela de Chrétien, en una versión cristianizada y eucarística, como
enigmático objetivo de una búsqueda, o queste, espiritual.
En nuestro estudio la tesis
fundamental, si es que conviene llamar así a lo que me parece, sencillamente,
la constatación de un hecho manifiesto, es que todo el mundo del rey Arturo y
sus caballeros y damas es un mito literario. Esto quiere decir que ha sido la literatura,
o la ficción literaria, quien ha conformado la materia mitológica a partir de unas
leyendas trasmitidas por una nebulosa tradición oral con un origen real en los siglos
V, VI, o VII de nuestra era. Pero la trayectoria literaria del mito artúrico en
los siglos XII y XIII es la que ha hecho de los personajes de la saga lo que
son en nuestra fantasía. De un remoto caudillo britano, que tal vez capitaneó
un tropel de jinetes o que dirigió una carga de galeses y bretones en alguna
batalla contra los invasores anglosajones, la literatura ha hecho un magnánimo
soberano, digno de rivalizar en esplendor con el antiguo Alejandro, o con el
franco Carlomagno. De sus compañeros en esas correrías o encuentros de guerra
ha hecho unos caballeros corteses. Y los ha rodeado de prestigiosos magos, como
Merlín o Morgana, en un mundo fantástico, poblado de aventuras y maravillas. En
la formación del mito han contribuido grandes escritores, con un nombre propio
y con una precisa intención, que responden a la ideología de cierto público y
cierto momento histórico. Geoffrey de Monmouth hizo de Arturo un gran monarca
de grandeza imperial, parecido a Enrique II Plantagenet, Wace insistió en la
opulencia de su corte refinada, Chrétien de Troyes otorgó el papel de protagonistas
a sus más distinguidos vasallos y dejó a Arturo su aura de gran señor y roi fainéant,
el ideal de los grandes señores feudales. Fue la imagen de la corte de Arturo
un espejo ejemplar de cortesía, generosidad, y justicia, entendidas según las
normas del momento. Fue una bella imagen que evolucionó sutilmente sirviendo
los intereses del público. Los clérigos que compusieron el ciclo en prosa
insistieron en el fin trágico de la caballería terrena, mundana y en exceso
orgullosa. Y en el ocaso de la caballería la imagen de este mundo ficticio
sobrevivió irónicamente en la nostalgia.
Es probable que decepcione a algunos
lectores el que no me adentre en la floresta de los símbolos arquetípicos que
pululan en los textos artúricos. He dejado de lado todo ese aspecto de la
significación y renunciado a tal exégesis, que no niego que puede tener un interés
y un atractivo superior incluso al planteamiento histórico y filológico que
aquí, modestamente, me propongo.
Las investigaciones esotéricas y
psicológicas de mitos e historias mágicas parecen gozar de un cierto éxito de
público y prensa. A esa hermenéutica en la que se confunden todo tipo de
relatos y textos, en la que todos los símbolos son eternos, ubicuos,
trascendentes, y pardos como los gatos en la noche, he de renunciar. Por más
que en los episodios y maravillas con que se encuentran los personajes de las
aventuras caballerescas haya largo repertorio de imágenes y símbolos seductores
de la fantasía, la ensoñadora divagación sobre ellos queda al alcance del
lector. El texto guarda sus prestigios fantásticos y sus misterios, como toda
buena literatura fantástica. Pero siempre dentro de su contexto real.
Como ya señalé, no es éste un libro de investigación
erudita ni un índice exhaustivo de los elementos artúricos en la literatura
universal. Vuelvo aquí a retomar algunos temas y textos ya analizados en mi
libro Primeras novelas europeas,
(Madrid, Istmo 1974), que trataba de los comienzos del género novelesco en la
Europa occidental. Pero el enfoque es un tanto distinto, ya que en ese estudio
se ponía el acento en la aparición de un género literario, la novela, mientras
que ahora el hilo de estas reflexiones y noticias es el tema de Arturo y su mundo.
Hay ciertos temas, como el del amor cortés, o el del mito trágico de Tristán e
Isolda, p.e., o la distancia entre la épica y la novela, que están vistos con
detenimiento en el estudio sobre el género novelesco y que ahora, en estas
páginas, sólo aparecerán marginalmente.
Por lo demás, este libro es, creo, tan
sólo un preludio y una invitación a la lectura de las grandes novelas sobre el
rey Arturo y sus caballeros, una ventana sobre ese mundo fantástico de
fascinantes escenarios y magnánimas y seductoras figuras. El mito literario en
torno del «rey que fue y que será» es el fruto de una compleja colaboración
entre bardos celtas, cuenteros bretones, novelistas franceses, e ingleses y
alemanes, que crearon en la Edad Media un universo fabuloso y romántico
(«romántico» viene de «roman») de una perdurable vitalidad y una mágica
coherencia. Arturo, Ginebra, Lanzarote, Galván, Perceval, Galaad, Cay, Merlín,
Morgana, Mordred, y otros personajes de la corte de Camelot, son figuras
espléndidas e inolvidables. La tradición literaria los perfila y los prestigia
más o menos. (Gawain, Gauvain, Galván, es un personaje que se va desgastando,
desde. su abolengo céltico; Lanzarote, en cambio, es un héroe inventado por
Chrétien de Troyes que se engrandece más y más. Cabe una valoración diversa del
héroe perfecto del Grial, Galaad, según las preferencias del lector). Pero
están ahí, en el mágico escenario que la literatura medieval les ha procurado,
y nuestra imaginación los alberga a todos.
Por un extraño avatar histórico, los
ingleses consideran las leyendas artúricas como un mito nacional, mientras que
en Francia, cuyos novelistas primeros romancearon las historias, sólo los
eruditos y lectores de textos medievales andan bien informados sobre este
mundo. La tradición literaria -y el fervor británico hacia la obra de T. Malory
explica este fenómeno. He querido aludir en los últimos capítulos a esta
pervivencia literaria, de modo rápido, pero con las referencias precisas a
algún estudio reciente más amplio para que el lector español interesado en
ellas pueda ampliarlas.
Carlos García Gual
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