Un caluroso día de octubre de 1614 moría el señor Alonso Quijano,
conocido como don Quijote de la Mancha, asistido por su sobrina y el ama y
rodeado de sus amigos, y el mismo día, por la tarde, se le enterraba en presencia
de todo el pueblo. La novela de don Quijote había llegado a su término, pero no
así la de muchos a los que la vida increíble del ingenioso hidalgo había sacado
de su previsible anonimato. Y si don Quijote había tenido su novela, también la
tuvieron, muerto él y por haber trenzado sus vidas con la suya, Sancho Panza,
Dulcinea, el ama, la sobrina, el bachiller Sansón Carrasco y cuantos quedaron
marcados para siempre por la inagotable humanidad de quien fue tenido en su
tiempo por el mayor y más gracioso de los locos.
Hace quinientos años
empezó una historia que no ha terminado aún, porque las vidas, como las
novelas, a un tiempo que propagan bajo tierra sus raíces, multiplican sus ramas
hasta formar esta copiosa trama que llamamos vida, donde la realidad y la
ficción a menudo no quieren decir lo que parece.
Andrés Trapiello emplea los primeros capítulos en la presentación
de los personajes que rodearon a don Quijote y asistieron a su muerte. Se
resumen episodios protagonizados por don Quijote en sus tres salidas. Toda
rememoración viene avaladas por testigos que estuvieron presentes en las
citadas aventuras (Sancho, el cura y el barbero) o en la vida diaria del
hidalgo y su enloquecimiento (ama, sobrina) o por algún personaje que ha leído
ya la primera parte con las dos primeras salidas de don Quijote (Sansón
Carrasco).
Las principales novedades están en el secreto enamoramiento del
ama, que no podía encontrar correspondencia en don Quijote, en el amor de la
sobrina por el bachiller Carrasco, en que Sancho Panza aprenda a leer y en la
marcha final de todos ellos a América, dejando así abierta su novela a posibles continuaciones (El final de Sancho Panza y otras suertes, publicada
hace poco más de un mes).
Los preparativos del funeral y el entierro o las gestiones de la
herencia constituyen dos ejes sobre los que discurre la acción al tiempo que
Sansón Carrasco y Sancho Panza van cobrando consciencia de la relevancia que
adquirirá su desaparecido paisano. Buena prueba de ello lo constituye también
la lectura del primer tomo de las aventuras de Don Quijote que acaba de llegar
al pueblo, al tiempo que no hay quien dude de que acabará por publicarse una
segunda parte con el resto de las aventuras. El personaje principal de la obra
será el bachiller Sansón Carrasco, que desde el principio lamenta haberse hecho
pasar por caballero andante y haber derrotado a Don Quijote para hacerlo volver
a su pueblo. Será ésta una trama novelesca de amores y honras secretas y
perdidas que transcurrirá en paralelo a la tristeza de Sancho, quien es
desprovisto de su perfil más cómico pero adquiere un nuevo perfil:
No se apuren, señoras. Sabe bien mi señor
Sansón Carrasco que aquí se queda mi mujer y mis hijos bien provistos con
dineros nuevos y ricoteros, y si el caudal se seca y quieren encontrarme, ya
sabrán cómo hacerlo y yo les mandaré recado con la flota. Y ahora me salgo al
mundo, como hace un año me salí con don Quijote. No iba entonces tan contento como
voy ahora, porque por lo menos sé que no me zurrarán ni cocearán ni me brumarán
más las costillas. Cuando serví a don Quijote me di cuenta de que no hacen
falta muchas cosas para salir adelante, y que lo mucho, cuando se va ligero y
libre, estorba, y lo poco, satisface y contenta. Traigo algunos dineros conmigo
para pagar mí pasaje y el libro que el señor Cuesta me dio hace dos días. Un
poco de empanada para el camino y algo de vino. Y mi rucio, que puede hacerme ganar
al día veintiséis maravedíes, y con ello la mitad de mi despensa. Con eso tengo
de sobra. Y sólo pido que allá donde vamos baste nuestro nombre, ya famoso,
para que aquellos que quieran avasallar doncellas, robar a pobres, azotar a
niños, importunar a viejos, someter a viudas y hacer cualquier tuerto, sepan
que sin estar en la jurisdicción de la locura, defenderemos la fuerza de la
razón, y cuando ésta no baste, emplearemos la razón de la fuerza, que en causas
tan palmarias, no hay peligro de errar ni por qué dar más explicaciones ¿Puedo entonces,
señor bachiller, llamaros amo?
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