En una librería de Toledo, un profesor de literatura encuentra,
por casualidad, unos papeles antiguos escritos en caracteres arábigos. Se trata
de la "confesión" de Antonio de Segura, enemigo en la sombra de
Miguel de Cervantes, a quien envidia con toda su alma y persigue de manera
implacable con la intención de destruirlo. En ella Segura nos relata, desde la
cárcel, cómo conoció a Cervantes en su juventud y cómo fue herido por él en el
curso de una pelea, suceso que cambiará para siempre el destino de ambos, pues
el herido querra tomar venganza e intentara arruinar la vida de Cervantes a
través de los años.
Antonio Segura no se olvida de ningún aspecto de la vida del autor
del Quijote. Veremos su participación en la Batalla de Lepanto, su cautiverio en
Argel, cómo consiguió escapar y la nueva vida que emprendió una vez de vuelta a
España. Es de destacar la disputa con Lope de Vega, como éste se convirtió en
su máximo rival a la hora de representar Comedias en los Corrales de Madrid; por
su fracaso en el teatro, en la carcel de Sevilla introducirá un género
narrativo que había conocido en Italia: la novela. Poco falta ya para que surja
el Quijote.
Se suceden las peripecias, los misterios, las intrigas, los
conflictos y las rivalidades personales y políticas, las luchas por la
supervivencia y por hacerse un hueco en la Corte y en el mundo de las letras,
hasta componer un fabuloso recorrido por la vida del autor del Quijote. Una
novela histórica en la que no faltan la ironía y los guiños cervantinos, con
una fiel ambientación histórica y unos personajes memorables, impactante en sus
revelaciones, y llena de intriga y acción.
Vamos a ver lo que Antonio
Segura opina sobre el Quijote, tras haber robado el manúscrito de la primera
parte:
Esa tarde, toda la noche y buena parte del día siguiente las pasé leyendo
el manuscrito, a ratos, divertido; en ocasiones, conmovido y emocionado; unas
veces, con envidia; otras, con admiración; aquí, con desasosiego e inquietud;
allá, con calma y serenidad; siempre con interés, y a veces con impaciencia, a
causa de las novelas intercaladas o impertinentes, como las llamo yo.
Y es que El Ingeniosos Hidalgo Don Quijote de la Mancha, que era como en
verdad se titulaba la obra, era algo completamente nuevo, nunca hecho hasta ese
momento. Era como si la vida, con todas sus grandezas y sus miserias, hubieran
irrumpido por primera vez en un relato de ficción. Y lo mismo podría decir de
su personaje principal, que era su mayor logro, sin olvidarnos de su
inseparable compañero Sancho Panza. En cuanto a don Quijote, enseguida se me
vino a la cabeza que se trataba de un retrato del propio autor, con sus luces y
sus sombras, sus virtudes y sus defectos. Al igual que Cervantes, su héroe era
capaz de arriesgar su vida por aquello en lo que creía; y, como él, sabía aceptar
los reveses y las desgracias; por eso, nunca se rendía ni cedía ante la
derrota, como si el fracaso lo hiciera renacer.
El caso es que, conforme leía el manuscrito, me sentía cada vez más
interesado por saber cómo se iba a resolver la lucha entre los ideales del
personaje y la tozuda realidad, hasta que, de repente, descubrí con horror que
¡Cervantes aún no había terminado su libro! ¡No podía creerlo! Una y otra vez,
miré y rebusqué en las alforjas, pero en ellas no había ¡ni un solo papel más!
Y, sin embargo, estaba claro que ese no podía ser el final de la historia, pues
don Quijote se encontraba en mitad de su aventura con los cuadrilleros y una
buena parte de la hoja estaba, además, en blanco.
Luis García Jambrina
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