El libro Canción para otra Navidad es el homenaje de Vicente Muñoz Puelles a Canción de Navidad, una de las
obras más populares y vendidas de Charles Dickens, de cuyo nacimiento se cumplieron
en 2012 dos siglos. Un ejemplar de la primera edición del libro de Dickens nos
cuenta en primera persona los avatares de su vida: desde una librería de
Londres, donde ve la luz por primera vez, va pasando de mano en mano (se
convierte, por ejemplo, en la única lectura de un náufrago en una isla) hasta
finalmente acabar en la biblioteca del propio autor inglés. Como ya hizo en La expedición de los libros, Muñoz
Puelles convierte a los libros en seres casi autónomos, con sus temores y sus
pasiones, que nos acompañan y nos divierten a lo largo de la vida. Por cierto, la primera persona que hojea
este ejemplar es una persona real, una persona de carne y hueso, es el dueño de
una fábrica donde Charles Dickens
trabajó de niño, y en él se basó para crear a Scrooge, el protagonista de Canción
de Navidad.
Me llamo Canción
de Navidad, y soy un libro.
Me
escribio Charles Dickens, a quien tuve la suerte de conocer. Así que ésta es mi
historia y también la suya. Soy perfectamente consciente de que, si Dickens no
me hubiera escrito, no existiría. Pero, si yo no existiera, tampoco él sería tan
conocido. Así que en cierto modo estamos en paz.
Al
principio era como si me encontrase dentro de una caja. No sabía nada de mí ni
del mundo exterior. Ni siquiera tenía conciencia de ser algo, y mucho menos de
que ese algo fuera un libro.
De
pronto sentí un roce y una luz me inundó. Vi una cara que se inclinaba ante mí,
cada vez más cerca, y las formas alargadas de unos dedos que me tocaban.
Nunca
olvidaré aquel rostro. La verdad es que nunca he olvidado ningunos de los
rostros que he visto.
Alguien
pasó unas hojas y todo se emborronó. Cuando las hojas dejaron de moverse, volví
a distinguir la cara y los dedos. (…)
Algo
en mí debió llamarle la atención, porque me abrió y se puso a leerme. Pasó una
página y luego otra. Poco a poco, su mirada se animó. Colocó la lámpara de
aceite en la mesilla, se echó sobre la cama y siguió leyéndome. A ratos movía
los labios, como si pronunciara las palabras.
Ha
llegado el momento de confesar que los libros sin los lectores, apenas
tendríamos sentido.
Cuando
alguien nos abre, para nosotros es como si se descorrieran unas cortinas, y
nuestras páginas se convirtiesen en ventanas. Vemos a quien nos ve.
Pero,
si además nos leen, es como si nos mirásemos en el espejo de unos ojos.
Descubrimos que no estamos hechos solo de palabras y frases, sino también de
líneas, párrafos, páginas y capítulos, y que transmitimos emociones. Observamos
como va cambiando la expresión de los rostros, cómo se vuelven serios o asoma
una sonrisa.
Sea
como fuere, el joven no puedo escapar a mi embrujo. Poco antes de que me
terminase, las campanadas de una iglesia cercana sonaron cuatro veces,
Cierto
que no soy un libro muy grueso, ni siquiera contando el pliego añadido, y la
mayoría de la gente me considera una novela más bien corta.
Tras
llegar al final, el joven se quedó dormido con una mano sobe mí, como un niño
que teme que le quiten un juguete. (…)
Vicente Muñoz Puelles, Canción para otra
Navidad
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