Ser cocinero, cuando tienes diez años y mucha hambre el 85% del
tiempo, no es nada fácil. Yo trato de seguir las instrucciones del libro de
cocina con todas mis fuerzas, pero las cosas nunca son tan sencillas cuando te
pones manos a la obra. Me volvió a pasar con las magdalenas. Después de batir,
añadir los ingredientes y llenar los sombreritos, acabé con las gafas, la
camiseta y el pelo todo embadurnado de crema amarilla. ¡Una auténtica
asquerosidad! En esta ocasión nadie me iba a librar de que mamá me metiese directamente
en la lavadora. Llevaba semanas advirtiéndomelo:
—Román, ¡cualquier día te meto en la lavadora con ropa y todo!
Mamá es guay, pero a veces se enfada. A mí, eso de estar dando
vueltas en el tambor de la lavadora durante setenta y cinco minutos, que es lo
que dura el ciclo para manchas difíciles, no me hace mucha gracia. Un día metí
a Dodoto, mi gato, para ver cómo reaccionaba. No dejaba de maullar con cara de
susto y de golpear con las patitas delanteras contra la tapa transparente. Traté
de explicarle que el experimento era por el bien de los dos y tal vez de toda
la humanidad, y que por mucho que protestase no tenía pensado sacarlo de allí
dentro. Eché detergente y suavizante con olor a fresa, pensando en que sería
fantástico que Dodoto oliese a fresa, y le di al botón de encendido. Justo
cuando la lavadora empezó a hacer el ruido de estar cogiendo agua, apareció
mamá como por arte de magia. A veces pienso que lleva un radar incorporado
dentro de la cabeza, ¡siempre aparece cuando no debe! Se enfadó muchísimo. Se
le puso la cara de color rojo tomate frito, sacó inmediatamente a Dodoto de la
lavadora y me llamó cosas muy feas.
—¡¡¡Eres un delincuente, un inconsciente, un imprudente, un
descerebradoooo!!!
Que me llamase todas esas cosas que acaban en –ente no me importó
porque estoy acostumbrado. Pero que me dijese que soy un descerebrado me puso
triste. Porque un descerebrado es alguien que no tiene cerebro, y si no tienes
cerebro no puedes pensar, ni acordarte de las cosas felices. Como le pasa a la
vecina Manola, que se ha olvidado hasta de los nombres de sus nietos. Eso es
una tragedia realmente trágica. Por eso prometí no volver a usar a Dodoto en
mis experimentos, para no perder mi cerebro y conservar la memoria, los
recuerdos felices y no olvidar los nombres de las personas que quiero.
El resultado de la receta de las magdalenas fue regular. Me pasé
al echar la masa en los moldes, y la mitad de ellas, cuando empezaron a crecer
en el horno, salieron por fuera y se convirtieron en monstruos de varias cabezas.
Hubo otras con mejor pinta, pero quedaron algo crudas por dentro, y las tres
que se salvaron me las zampé antes de que se enfriasen y ni mamá ni papá pudieron
probar lo ricas que estaban. Ya os dije que ser cocinero, cuando tienes diez
años, no es nada fácil. A pesar de estas dificultades, yo quiero ser cocinero. O
chef, que es más profesional todavía. Por eso les he pedido a mis padres un
curso de cocina como regalo de cumpleaños, que es el 2 de noviembre, el Día de
los Difuntos, la fiesta de los muertos. Si os digo la verdad, temía que mamá y
papá no pudiesen regalarme el curso. Últimamente las cosas no van muy bien en
casa. Ellos tratan de disimular, que es hacer que parezca que todo va de
maravilla cuando no es cierto, pero yo soy muy listo y me doy cuenta de lo que
sucede en realidad. Y lo que sucede es que papá no tiene trabajo y mamá
tampoco, y así es difícil llegar a fin de mes. A ver, que llegar física y
mentalmente nosotros llegamos, como seres humanos que somos; el que no llega es
el dinero, que se acaba antes de tiempo y todo se complica. Cuando yo era
pequeño no había estos problemas. Me compraban mis cereales favoritos en el
supermercado, iba a varias actividades extraescolares como fútbol, inglés,
flauta y taekwondo, y mamá me traía libros nuevos todas las semanas. Pero desde
que soy mayor, todo eso se acabó. Ahora papá y mamá compran en el súper unos
cereales que se parecen a mis favoritos pero que no lo son. Ellos tratan de
convencerme de que son todavía mejores y yo les digo que sí para que no se
pongan serios y se les llene la cara de arrugas, pero la realidad es que no
saben igual. Ya no voy a taekwondo ni a flauta y, en lugar de comprarme libros,
mamá me ha traído un carné de la biblioteca. La vida es dura. Esa era una frase
típica que siempre decía mi abuelo. Murió el año pasado y lo echo mucho de
menos. Solía ponerse muy serio antes de decirme:
—La vida es dura, Román. Es mejor que lo sepas desde pequeño.
Imagino que cuando el abuelo decía eso se refería a todos estos
asuntos que os estoy contando. Y por eso yo tenía miedo de que, en lugar del
curso de cocina, me regalasen una revista de recetas, o algo así. Pero nada de
eso. Esta vez me había equivocado. Papá y mamá no me regalaron un curso de
cocina, me regalaron el mejor curso de cocina del mundo y del Inframundo. Y
tengo que decir que, a pesar del megasusto que me llevé en un primer momento,
ese Día de los Difuntos fui el niño más feliz de la galaxia. Pero eso merece un
capítulo entero, así que voy a despedirme por hoy y dejaros con las ganas de
saber qué pasó en el que fue el mejor día de mi vida existencial.
Ledicia
Costas, Escarlatina, La Cocinera Cadáver
PREMIO NACIONAL DE LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL
2015
Os dejos con un video donde la
autora comenta su libro y podréis ver las magníficas ilustraciones de Victor
Rivas que lo acompañan:
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