Máscaras de distintas formas y colores se hallaban colocadas
aleatoriamente en algunas de las piedras que formaban los muros.
—Los libros son como una máscara —dijo en tono misterioso—. Hasta
que no abres su cubierta, nunca podrás desvelar su interior. Y en ocasiones te puedes
encontrar sorpresas... Ahora es el momento de que escojas una. Deja que el
corazón te guíe y que él decida por ti.
En mi mente reinaba la confusión. No entendía nada, pero sin decir
una palabra, me dispuse a observar cada una de aquellas máscaras detenidamente.
Todas eran de bronce y tenían forma de rostro humano, pero cada
una de ellas era completamente diferente(...)
Me giré para observar el muro situado tras de mí y fue entonces
cuando la divisé. No supe exactamente la razón, pero sentí que algo en mi
interior me impulsaba hacia aquella máscara. El aleteo de mis latidos vibraba
en todo mi ser conforme me aproximaba hacia ella.
Su rostro estaba semioculto por un antifaz carmesí con diminutos
rubíes alrededor de los ojos. Rodeando su óvalo facial, un gran abanico de
plumas labradas en el bronce, de un color rojo tan brillante que casi parecía
formar parte de un fuego real.
El silencio que reinaba en aquella secreta sala fue roto por las
palabras del librero.
—Veo que ya tienes clara tu elección. Introduce dos dedos en los
ojos de la máscara y todo te será revelado.
Ni siquiera me cuestioné sus enigmáticas palabras. Quería saber, quería
ver y aquel era finalmente el último paso.
Muy despacio, hice lo que me había pedido. Se oyó un ligero chasquido
y un segundo más tarde la piedra rectangular sobre la que descansaba la máscara
giró noventa grados dejando a la vista una pequeña oquedad.
—Veamos qué contiene —Monsieur Blanchard se había aproximado junto
a mí y su voz logró sobresaltarme—. Adelante, descubre lo que se encuentra en
su interior.
Por un momento pensé que aquel hueco sería como la Boca de la
Verdad en Roma y que, si metía la mano, sería puesta de nuevo a prueba.
Pero cuando mis dedos rozaron un objeto, desestimé aquella
posibilidad
Al extraerlo a la luz, me percaté de que era un libro, pero
ciertamente no se trataba de un ejemplar común. Sus cubiertas eran de cuero
negro y no aparecía ningún tipo de título o autor en su superficie.
A continuación, me dispuse a hojear sus páginas. Para mi sorpresa,
eran negras, pero podía distinguir perfectamente las palabras escritas en blanco
con una caligrafía sutil, alargada y muy bella.
Sin embargo, mi estado de asombro se acentuó todavía más al
descubrir que únicamente estaban manuscritas unas cuantas hojas. Era como si el
autor hubiera dejado de escribir repentinamente, dejando parte del libro inacabado.
—Este, al Igual que todos los que contiene esta sala, es un libro
muy especial —dijo el librero con evidente satisfacción.
—No lo dudo —contesté embelesada por el ejemplar que tenía en mis
manos—, pero ¿por qué está incompleto?
Blanchard volvió a mostrarme su media sonrisa tan característica.
—La historia que en él se relata necesita un lector para ser
concluida. La imaginación es la clave de todo. Debes ser tú quien termine este
libro. Solo en ti reside su verdadero desenlace.
Si aquello era una adivinanza, no capté su significado y parte de
mí estaba deseosa de saberlo.
—¿Qué quiere decir? ¿Tengo que escribir el final de la historia?
—Este libro desvelará tu verdadera pasión por la literatura. En él
hallarás tu valor interior y será este sentimiento el que te llevará al final
del relato que tú misma crearás. Lara, no todas las historias están escritas...
Deberás comprobarlo por tus propios medios...
Sara Andres Belenguer, Ex Libris
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