Había llegado unos diez minutos antes de lo acordado, pues aunque
parezca extraño, en ocasiones soy puntual y me tomo mi trabajo muy en serio.
«Pero que muy, muy en serio». No era el caso, pero bien podía haberlo sido.
Pues eso, yo puntual y el tipo nada, ya que llegó cinco minutos
más tarde de lo que habíamos acordado por teléfono; aunque no iba a ser yo el
que recriminara una acción tan noble como la de hacer esperar.
Picó abajo, en el portero automático, y mientras subía, me atusé
el cabello, plantándome luego en el quicio de la puerta para recibirle como se
merece cualquier extraño que quiere ofrecerte trabajo.
-¿Señor García?
Me tendió la mano.
-Sí, y usted es...
-De momento puede llamarme cliente: entienda que desee guardar con
celo mi anonimato, dada la importancia del caso que vengo a exponerle.
-Sí, como no. Pero pase, pase y siéntese- le ofrecí.
El tipo era alto, no muy bien vestido, con la camisa arrugada, la
barba de varios días, la espalda algo encorvada y cicatrices en las dos manos.
Realmente era feo, de esos que se los encuentra uno en un callejón oscuro a las
doce de la noche y cree que hemos sido invadidos por las hordas
judeo-marcianas.
Se sentó en su sitio y revisó con sus ojos cadavéricos todo el despacho,
centrándose en el diploma, en el teléfono y en el pentium tres.
Mientras, me senté en el sillón presidencial de cara a él:
-...Y dígame señor Cliente, ¿en qué puedo ayudarle?
-Supongo que la habitación estará libre de micrófonos y objetos
similares.
-Sí, por supuesto.
-Bien, pues entonces le expongo el caso. ¿Conoce a Cervantes?
-No he tenido el placer...
-Me refiero a su obra.
-¿El Quijote?
-Por ejemplo...
Afirmé con la cabeza.
-Pues bien, quiero que descubra que es lo que Cervantes nunca
habría escrito.
Esperé unos segundos antes de contestar para no decir ninguna
burrada, la cual sería necesaria para dar por finalizada la conversa.
-Supongo, señor Cliente, que esto que me está diciendo va en
serio... ¿Lo que nunca habría escrito?
-¡Muy en serio!
Esperé de nuevo unos segundos:
-Y también supongo que lo quiere en su mesa antes del martes.
-No, por eso no se preocupe, tiene todo el tiempo del mundo para
averiguarlo. Mire, señor García, he visto sus anuncios pegados en las farolas,
y corríjame si me equivoco, pero tiene que andar muy mal de dinero para ir colgando
por ahí esas cosas.
Dio en el clavo, pero aun así puse cara de interesante, como si no
fuese del todo cierto lo que acababa de decir.
-Tenga, aquí tiene un anticipo para sus gastos. No hace falta que
lo cuente, hay dos mil euros. Le daré el doble una vez que descubra el caso.
Dejó el dinero atado con una goma de pollo sobre la mesa.
-La verdad es, señor Cliente, que usted sabe hacer negocios. Pero
dígame, tendrá alguna pista, algo en lo que pueda basarme para las pesquisas;
algo así como la dirección del bar en el que Cervantes toma el cafelito por las
mañanas...
-Todo tendrá que averiguarlo usted solo. Recuerde que es un asunto
de suma importancia y muy confidencial. No creo necesario decirle que nadie, absolutamente
nadie puede saber nada de este tema.
-Por favor, soy todo un profesional.
-Muy bien señor García, confío en usted plenamente.
El tipo se levantó y se dirigió a la puerta.
-Cuando resuelva el asunto, ¿cómo le localizo?- pregunté.
-No se preocupe por eso, yo le encontraré a usted.
Me dio la mano, nos despedimos y me quedé solo envuelto en una
burbuja de perplejidad. «Lo que Cervantes nunca habría escrito...»
Rubén Parra y Martínez,
Lo Que Cervantes Nunca Habría Escrito
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