En un lugar de
la Mancha
vivió una vez
cierto hidalgo,
amigo de
madrugar
y a leer
aficionado.
No conforme
con el mundo
que le había
deparado
la fortuna,
dio en pensar
que podría
mejorarlo.
Y, hallando en
sus viejos libros
el modelo
imaginado,
pensó hacerse
caballero
como en los
tiempos pasados.
Y aunque a la
sazón tenía
no menos de
cincuenta años,
limpió una
vieja armadura
-que alguien
llevó batallando
en alguna de
las guerras
de nuestros
antepasados-,
hizo una
celada rústica,
y de este arte
pertrechado,
con una
herrumbrosa lanza`,
un escuálido caballo
y una dama
imaginaria,
salió a buscar
por los campos
desventuras o
aventuras,
que eso no
está averiguado.
Vino a dar en
una venta,
donde un
ventero bellaco
fingió armarle
caballero,
pero lo hizo
por escarnio.
Salió el
hombre de la venta
«tan contento,
tan gallardo,
que el gozo le
reventaba
por las
cinchas del caballo».
Quiso el azar
o el destino
que encontró
al cabo de rato
un labrador
que azotaba
con su pretina
a un muchacho.
Y, viendo que
allí venía
su oficio
pintiparado
de reparar la
injusticia,
socorrer al
desgraciado
y remediar los
abusos
del poderoso
arbitrario,
libró al
«delicado infante»
del látigo
despiadado
(aunque, en
cuanto dio la vuelta
volvió a
azotarlo el villano).
Por proclamar
la belleza
ante burlones
prosaicos,
fue apaleado
por unos
mercaderes
toledanos.
Mas no se
arredró por eso;
que, a su casa
trasladado,
salió por
segunda vez
algo mejor
equipado.
Emilio
Pascual, Días de Reyes Magos
PREMIO NACIONAL LITERATURA JUVENIL 2000
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