La editorial Nórdica ha publicado estos poemas y los acompaña de las ilustraciones originales de Edward
Gorey. Los quince poemas en castellano que integran el libro son versiones del
escritor y poeta Juan Bonilla, y se incluye los poemas de T. S. Eliot en su
versión original.
Lo curioso de
estos poemas es que en ellos se basan las letras de las canciones del musical
Cats, de Andrew Lloyd Weber, (sí, ese que este año pasado llevaron al cine)
Os dejo con algunos de estos poemas gatunos y el número correspondiente del musical:
CANCIÓN DE LOS
MELIFLUOS
Salen de noche los gatos
melifluos,
cuando sale uno luego salen
todos,
la luna meliflua fulgiendo su
brillo.
Melifluos, venid al Baile de
Melifluos.
Los gatos melifluos son blancos y
negros,
los gatos melifluos son muy
diminutos,
los gatos melifluos siempre están
contentos
y maúllan en dulces susurros.
Los gatos melifluos de rostro
agradable,
los gatos melifluos, de negra
mirada,
les gusta ensayar sus cantes y
bailes
mientras a la meliflua luna
aguardan.
Los gatos melifluos crecen
lentamente,
los gatos melifluos nunca crecen
tanto,
los gatos melifluos más bien son
rollizos
y saben bailar el hip-hop y el
tango.
Dedican el día a aseo y descanso,
se secan las patas con mucho
cuidado,
lavan sus orejas hasta que en el
cielo
asoma la luna meliflua brillando.
Los gatos melifluos son blancos y
negros,
los gatos melifluos de poco
tamaño,
los gatos melifluos, la luna en
sus ojos,
los gatos melifluos brincando en
sus zancos.
Siempre de mañana están
sosegados,
por las tardes no hacen tarea
ninguna,
reservan su terpsicórea energía
para bailar a la luz de la luna.
Los gatos melifluos son negros y
blancos,
los gatos melifluos —repito— son
chicos.
Si resulta que hay noche muy
tormentosa
en el hall se ponen a dar unos
brincos.
Pero si resulta que anda el sol
brillando,
estate seguro, no se moverán:
descansan, se guardan para por la
noche
con luna meliflua salir a bailar.
UNA GATA CHICLOSA
Me acabo de acordar
de una gata chiclosa,
Jenny, con sus
lunares, sus manchas de leopardo,
con sus rayas de
tigre, y más vaga que un bardo,
todo el día tirada,
ya sea sobre una losa,
o sobre un escalón,
sobre la alfombra,
sobre un edredón,
tirada y estirándose
tirada, no estoy de broma,
era una gata de goma…
Ahora bien, cuando se
termine el día
y la casa se amuerme,
y toda la familia ya
se duerme,
Jenny comienza
entonces su faena,
se baja al sótano y
compone una cadena
de ilícitos,
solícitos ratones
a los que trata sin
educación.
Los hace colocar en
formación
y los adiestra con
croché y canciones.
Jenny, con sus
lunares, en toda la jornada se menea.
No hay otra igual,
tirada junto a la chimenea,
o acurrucada en mi
sombrero,
o puesta al sol sin
dar ni golpe… Pero
cuando se acaba el
día
y el trajín de la
casa languidece,
entonces Jenny se
incorpora y crece.
Un respiro no tienen
los ratones
—su dieta irregular
les da razones—
y para que no pierdan
peso
ella asa y fríe sin
parar un rato:
hace pastel-ratón
—entre otros platos—,
prepara un gril con
bacon y con queso.
Jenny, con sus
lunares, qué gata tan chiclina,
hacía nudos marineros
con la cuerda de la cortina
y junto a la ventana
se estaba todo el día
sin dar ni golpe,
pero en cuanto anochecía…
y el trajín de la
casa va a acabar
Jenny se pone pronta
a trabajar.
Ha decidido que las
cucarachas
se pueden transformar
en vivarachas
exploradoras y les da
un argumento
para que no se paren
ni un momento.
Con esa tropa forma
un batallón.
Jenny ha hecho de los
bichos su legión.
Termino ya por Jenny
lanzando un triple hurra:
si las cosas
funcionan es porque ella se lo curra.
La mejor canción de este musical es sin
duda Memory,
pero no pertenece al libro que hemos comentado, sino que se inspira en el
siguiente poema de T. S. Eliot
RAPSODIA DE UNA NOCHE
DE VIENTO
Las doce.
A lo largo de los cauces de la
calle
sostenidos en síntesis lunar,
susurrando encantamientos
lunares,
se disuelven los suelos de la
memoria
y todas sus claras relaciones,
sus divisiones y precisiones,
cada farol que dejo atrás
resuena como un tambor fatalista,
y a través de los espacios de lo
oscuro
la medianoche sacude la memoria
como un loco agitando un geranio
muerto.
La una y media,
el farol rociaba,
el farol mascullaba,
el farol decía: “Observa a esa
mujer
que vacila hacia ti en la luz de
la puerta
que se abre hacia ella como una
mueca.
Ves que el borde de su vestido
está desgarrado y sucio de arena,
y ves que el rabillo del ojo
se le retuerce como un alfiler
torcido”.
La memoria arroja y deja en seco
una multitud de cosas retorcidas;
una rama retorcida en la playa,
devorada, lisa, y pulida
como si el mundo rindiera
el secreto de su esqueleto,
rígido y blanco.
Un muelle roto en el solar de una
fábrica,
óxido que se agarra a la forma
que la fuerza ha dejado
dura y enroscada y dispuesta a
dispararse.
Las dos y media.
El farol dijo:
“Observa al gato que se aplana en
el arroyo,
saca la lengua furtiva
y devora un bocado de manteca
rancia”.
Así la mano del niño, automática,
salió furtiva y se embolsó un
juguete que corría por el muelle.
No vi nada tras los ojos de ese
niño.
He visto ojos en la calle
tratando de escudriñar a través
de postigos con luz,
y un cangrejo una tarde en un
charco,
un viejo cangrejo con lapas en la
espalda,
agarró el extremo de un palo que
le tendí.
Las tres y media,
el farol espurreaba,
el farol mascullaba en lo oscuro.
El farol canturreaba:
“Observa la luna,
la lune ne garde aucune rancune,
guiña un débil ojo,
sonríe a los rincones.
Alisa el pelo de la hierba.
La luna ha perdido la memoria.
Una desvaída viruela le agrieta
la cara,
su mano retuerce una rosa de
papel,
que huele a polvo y agua de
colonia.
Está sola
con todos los viejos olores
nocturnos
que cruzan y cruzan por su
cerebro”.
Viene la reminiscencia
de secos geranios sin sol
y polvo en grietas,
olores de castañas en las calles,
y olores femeninos en cuartos de
ventanas cerradas,
y cigarrillos en pasillos
y olores de cócteles en bares.
El farol dijo:
“Las cuatro.
Aquí está el número en la puerta.
¡Memoria!
Tienes la llave,
la lamparilla extiende un círculo
en la escalera, sube.
La cama está abierta: el cepillo
de dientes cuelga en la pared,
deja los zapatos a la puerta,
duerme, prepárate para la vida.”
El último retorcimiento del
cuchillo.
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