domingo, 24 de enero de 2021

T. S. ELIOT Y CATS


               Tras cerca de casi dos años de inactividad, la Biblioteca vuelve a abrir sus puertas.

               T. S. Eliot, poeta estadounidense e inglés, premio Nobel de Literatura, escribió durante la década de 1930 a sus ahijados varios poemas sobre gatos. Posteriormente reunió estos poemas en El libro de los gatos sensatos de la vieja zarigüeya. (Algo parecido a lo que hizo Tolkien con sus hijos en Cartas de Papá Noel).

La editorial Nórdica ha publicado estos poemas y los acompaña de las ilustraciones originales de Edward Gorey. Los quince poemas en castellano que integran el libro son versiones del escritor y poeta Juan Bonilla, y se incluye los poemas de T. S. Eliot en su versión original.

Lo curioso de estos poemas es que en ellos se basan las letras de las canciones del musical Cats, de Andrew Lloyd Weber, (sí, ese que este año pasado llevaron al cine)


Os dejo con algunos de estos poemas gatunos y el número correspondiente del musical:


CANCIÓN DE LOS MELIFLUOS

Salen de noche los gatos melifluos,

cuando sale uno luego salen todos,

la luna meliflua fulgiendo su brillo.

Melifluos, venid al Baile de Melifluos.

Los gatos melifluos son blancos y negros,

los gatos melifluos son muy diminutos,

los gatos melifluos siempre están contentos

y maúllan en dulces susurros.

Los gatos melifluos de rostro agradable,

los gatos melifluos, de negra mirada,

les gusta ensayar sus cantes y bailes

mientras a la meliflua luna aguardan.

Los gatos melifluos crecen lentamente,

los gatos melifluos nunca crecen tanto,

los gatos melifluos más bien son rollizos

y saben bailar el hip-hop y el tango.

Dedican el día a aseo y descanso,

se secan las patas con mucho cuidado,

lavan sus orejas hasta que en el cielo

asoma la luna meliflua brillando.

Los gatos melifluos son blancos y negros,

los gatos melifluos de poco tamaño,

los gatos melifluos, la luna en sus ojos,

los gatos melifluos brincando en sus zancos.

Siempre de mañana están sosegados,

por las tardes no hacen tarea ninguna,

reservan su terpsicórea energía

para bailar a la luz de la luna.

Los gatos melifluos son negros y blancos,

los gatos melifluos —repito— son chicos.

Si resulta que hay noche muy tormentosa

en el hall se ponen a dar unos brincos.

Pero si resulta que anda el sol brillando,

estate seguro, no se moverán:

descansan, se guardan para por la noche

con luna meliflua salir a bailar.


  

UNA GATA CHICLOSA

Me acabo de acordar de una gata chiclosa,

Jenny, con sus lunares, sus manchas de leopardo,

con sus rayas de tigre, y más vaga que un bardo,

todo el día tirada, ya sea sobre una losa,

o sobre un escalón,

sobre la alfombra, sobre un edredón,

tirada y estirándose tirada, no estoy de broma,

era una gata de goma…

Ahora bien, cuando se termine el día

y la casa se amuerme,

y toda la familia ya se duerme,

Jenny comienza entonces su faena,

se baja al sótano y compone una cadena

de ilícitos, solícitos ratones

a los que trata sin educación.

Los hace colocar en formación

y los adiestra con croché y canciones.

Jenny, con sus lunares, en toda la jornada se menea.

No hay otra igual, tirada junto a la chimenea,

o acurrucada en mi sombrero,

o puesta al sol sin dar ni golpe… Pero

cuando se acaba el día

y el trajín de la casa languidece,

entonces Jenny se incorpora y crece.

Un respiro no tienen los ratones

—su dieta irregular les da razones—

y para que no pierdan peso

ella asa y fríe sin parar un rato:

hace pastel-ratón —entre otros platos—,

prepara un gril con bacon y con queso.

Jenny, con sus lunares, qué gata tan chiclina,

hacía nudos marineros con la cuerda de la cortina

y junto a la ventana se estaba todo el día

sin dar ni golpe, pero en cuanto anochecía…

y el trajín de la casa va a acabar

Jenny se pone pronta a trabajar.

Ha decidido que las cucarachas

se pueden transformar en vivarachas

exploradoras y les da un argumento

para que no se paren ni un momento.

Con esa tropa forma un batallón.

Jenny ha hecho de los bichos su legión.

Termino ya por Jenny lanzando un triple hurra:

si las cosas funcionan es porque ella se lo curra.

 



       La mejor canción de este musical es sin duda Memory, pero no pertenece al libro que hemos comentado, sino que se inspira en el siguiente poema de T. S. Eliot

 

RAPSODIA DE UNA NOCHE DE VIENTO

Las doce.

A lo largo de los cauces de la calle

sostenidos en síntesis lunar,

susurrando encantamientos lunares,

se disuelven los suelos de la memoria

y todas sus claras relaciones,

sus divisiones y precisiones,

cada farol que dejo atrás

resuena como un tambor fatalista,

y a través de los espacios de lo oscuro

la medianoche sacude la memoria

como un loco agitando un geranio muerto.

La una y media,

el farol rociaba,

el farol mascullaba,

el farol decía: “Observa a esa mujer

que vacila hacia ti en la luz de la puerta

que se abre hacia ella como una mueca.

Ves que el borde de su vestido

está desgarrado y sucio de arena,

y ves que el rabillo del ojo

se le retuerce como un alfiler torcido”.

La memoria arroja y deja en seco

una multitud de cosas retorcidas;

una rama retorcida en la playa,

devorada, lisa, y pulida

como si el mundo rindiera

el secreto de su esqueleto,

rígido y blanco.

Un muelle roto en el solar de una fábrica,

óxido que se agarra a la forma que la fuerza ha dejado

dura y enroscada y dispuesta a dispararse.

Las dos y media.

El farol dijo:

“Observa al gato que se aplana en el arroyo,

saca la lengua furtiva

y devora un bocado de manteca rancia”.

Así la mano del niño, automática,

salió furtiva y se embolsó un juguete que corría por el muelle.

No vi nada tras los ojos de ese niño.

He visto ojos en la calle

tratando de escudriñar a través de postigos con luz,

y un cangrejo una tarde en un charco,

un viejo cangrejo con lapas en la espalda,

agarró el extremo de un palo que le tendí.

Las tres y media,

el farol espurreaba,

el farol mascullaba en lo oscuro.

El farol canturreaba:

“Observa la luna,

la lune ne garde aucune rancune,

guiña un débil ojo,

sonríe a los rincones.

Alisa el pelo de la hierba.

La luna ha perdido la memoria.

Una desvaída viruela le agrieta la cara,

su mano retuerce una rosa de papel,

que huele a polvo y agua de colonia.

Está sola

con todos los viejos olores nocturnos

que cruzan y cruzan por su cerebro”.

Viene la reminiscencia

de secos geranios sin sol

y polvo en grietas,

olores de castañas en las calles,

y olores femeninos en cuartos de ventanas cerradas,

y cigarrillos en pasillos

y olores de cócteles en bares.

El farol dijo:

“Las cuatro.

Aquí está el número en la puerta.

¡Memoria!

Tienes la llave,

la lamparilla extiende un círculo en la escalera, sube.

La cama está abierta: el cepillo de dientes cuelga en la pared,

deja los zapatos a la puerta, duerme, prepárate para la vida.”

El último retorcimiento del cuchillo.



PREMIO NOBEL DE LITERATURA 1948

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