El papel de la
mujer en la mitología está fuertemente marcado por la misoginia que imperaba en
su época. Si bien veneraban tanto a dioses como a diosas, que gozaban de una
importancia similar, lo relevante es el aspecto ritual, lo sagrado, la
divinidad. El pensamiento griego y romano se fundamenta en el mito como
explicación de lo irracional, reflejado necesariamente en la sociedad, las
instituciones, la vida cotidiana. Son los mitos un ejemplo de conducta que
seguir o que no seguir. Por esta razón, los dioses y diosas presentaban muchos
de los defectos y debilidades que definen al ser humano, y estos, obviamente,
se veían representados en los actos que llevaban a cabo. Los griegos buscaban
de esta manera comprender la vida y la condición humana a través de las
historias de esos dioses en los que creían, en lugar de marcar una serie de
pautas que obedecer como sucede en el caso de las religiones monoteístas.
Respecto a la
situación de las mujeres en la antigua Grecia, por ley debían estar tuteladas
por sus padres, sus maridos, o sus hijos o parientes en caso de ser viudas.
Además, las características humanas asociadas a cada género determinaban sus vidas.
El raciocinio se consideraba una cualidad masculina, mientras que el pecado y
la impulsividad eran cosa de mujeres. A los hombres se los vinculaba con la
guerra, la política y la cultura, mientras que la mujer estaba relegada a una
posición dependiente: madre y esposa al servicio del héroe. Por ello, los
hombres podían dedicarse a la política y al gobierno, y las mujeres no podían
acceder a ningún puesto de responsabilidad ni ejercer el voto. Además, el
maltrato era algo común y la mayoría de los mitos incluyen raptos, violaciones o
mujeres repartidas como botín de guerra.
En el mito de
la primera mujer, Pandora, nos encontramos una historia que habrá de repetirse a
lo largo de los siglos: la mujer dibujada como la causante de todos los males
de la tierra. ¿A quién se le ocurre abrir una caja para descubrir qué hay dentro?
Pues a una mujer, por supuesto, por su carácter cotilla. Pero la curiosidad es
una cualidad fundamental que permite a las personas convertirse en seres
aprendientes y, a pesar de que esta característica se atribuya a la mujer de
forma negativa, tenemos que estar orgullosas de la rebeldía y desobediencia con
la que se nos ha dibujado desde el principio de los tiempos, persiguiendo siempre
el conocimiento prohibido más allá de los dictados de otros.
Eva y Pandora
son dos grandes ejemplos. La primera consiguió que echasen al hombre del paraíso
en el que vivía sin preocupaciones, pudores, obligaciones ni quehaceres.
¿Podéis imaginar una vida más aburrida que esa? Pandora, sin embargo, era
directamente un castigo. El dios de todos los dioses, Júpiter, la creó para
castigar a Prometeo por robarles el fuego y entregárselo a los hombres. Dotaron
a esta primera mujer de belleza, persuasión, gracia y habilidad manual. Pero
también la cargaron con la mentira. Júpiter le entregó una caja que iba
destinada a otro humano y Pandora no pudo resistir la tentación de averiguar
qué había dentro... Así que la abrió, liberando todos los males que atormentan
hoy a los hombres. Pandora no se quedó con la duda y su curiosidad y ganas de
saber más la empujaron a destapar la caja. Es de sobra sabido que de los errores
se aprende, y si se supone que el mundo le debe la capacidad de equivocarse a
la primera figura femenina, pues qué suerte para el mundo que aparecieran las
mujeres.
Con este
panorama, no es raro que encontremos infinidad de historias entre los distintos
autores griegos y romanos en los que las mujeres no gozan de un papel demasiado
amable. Como, por ejemplo, en el mito de Circe, representada en la Odisea
de Homero
como una temible hechicera que convertía a los hombres en cerdos o era capaz de
arrebatarles su hombría si caían en la tentación de compartir su cama.
No obstante,
con el autor latino Ovidio y esta obra, Cartas de las heroínas, damos con un
ejemplo de todo lo contrario, un caso en el que un hombre se pone en la piel de
una mujer y le da voz desde un lugar más sincero, sensible y, sinceramente, más
creíble que la sumisión resignada con la que gusta caracterizar a los
personajes femeninos de los mitos (esto cuando no eran independientes, en cuyo
caso eran tachadas de brujas malvadas).
En esta obra
epistolar descubrimos a mujeres complacientes, rebeldes, abandonadas,
desesperadas por amor, independientes y también crueles y vengativas. Las
heroínas son las mujeres de los héroes, las que los esperan en casa mientras
ellos corren infinidad de riesgos con el propósito de fijar su nombre en la
historia, las que se enamoran de ellos y confían ciegamente en sus promesas, las
que traicionan y castigan la deslealtad, o las que les salvan la vida para que
estos se lo paguen abandonándolas.
Ovidio
se pone en su lugar y desarrolla la respuesta que aquellas mujeres debieron de
dar a los héroes en las dispares situaciones de cada vida. Nos presenta unas
cartas ficticias que las heroínas les habrían enviado a sus maridos o amados si
hubieran podido.
Publio
Ovidio Nasón (43 a. C - 17 d. C) fue un poeta romano que estudió
política, pero pronto abandonó su carrera para dedicarse por completo a la
poesía. Ovidio introducía en sus obras los mitos de la cultura griega,
adaptándolos a la sociedad romana de su época. Amó a muchas mujeres y se casó
en tres ocasiones (con sus divorcios correspondientes de por medio). Esa
experiencia en el amor le valió para escribir sus obras poéticas Amores
y El
arte de amar, considerado por algunos su obra maestra. En este poema
didáctico, que completaban tres libros (o cantos) y que trata el amor y el
erotismo, Ovidio incluye infinidad de consejos sobre relaciones amorosas
en las que arroja algo de luz a los hombres sobre cómo conquistar a las
mujeres, mantener vivo el amor o impedir que se les rompa el corazón.
Cuentan del
autor que se esforzaba por comprender el pensamiento y el alma femeninos, y
quizá por ello fue capaz de imaginar la manera más honesta en la que se
expresarían estas heroínas para transmitir sus sentimientos a aquellos hombres
que eran el motivo de sus desdichas. En estas cartas, Ovidio incluye ejemplos
de las penurias por las que pasaron las heroínas, pero estas materializan su
sufrimiento y escriben sus vivencias para dar su versión de la historia.
La mayoría de
las mujeres que aparecen en esta obra son abandonadas y la tragedia está
presente en casi todas las historias. Algunas reúnen el valor necesario para
vengar sus traiciones, ya que no solo las han dejado en soledad, sino que sus
maridos o amantes se han atribuido el mérito de sus acciones. Como en el caso
de Medea, que era la sobrina de Circe y conocía la magia como ella, pero en vez
de convertir a los hombres en animales utilizó sus poderes para hacer que Jasón
y los famosos Argonautas triunfasen en sus aventuras, traicionando a su familia
y desobedeciendo a su padre, del que tuvo que huir más tarde, para que después
su amor la abandonase y se casase con otra mujer. Algunas versiones del mito
cuentan que se vengó matando a la nueva esposa de Jasón para huir después con
sus dos hijos, a los que mató para que Jasón quedara completamente solo.
Tremenda Medea.
Otras, como
Filis, deciden acabar con su propia vida. Ella elige suicidarse para poner fin
a la amargura que le supone vivir sabiéndose utilizada y abandonada. Filis es
capaz de mantener viva su esperanza, a través del autoconvencimiento y el
autoengaño, inventando motivos por los que su amado sigue sin quererla bien,
sin cumplir sus promesas, sin estar a su lado. ¿Cuántas mujeres tratan de
convencerse de algo que no va bien? ¿Cuántas excusas nos hemos contado para
defender un amor unilateral? El dolor provocado por los temidos golpes de
realidad que acechan tras todas las mentiras es algo impasible al paso del
tiempo. Y es que a lo largo de los siglos se han hecho, y siguen haciéndose hoy
día, demasiadas atrocidades en nombre de lo que se cree que es amor.
Otras de las
heroínas de esta gran obra no son traicionadas por sus maridos, pero tienen
padres a los que no obedecer puede terminar en muerte. Como, por ejemplo,
Cánace, a quien su padre obliga a suicidarse entregándole una daga, o Hipermestra,
quien, por no cumplir la orden de matar a un marido con el que su progenitor le
había obligado a casarse, es encarcelada. Esta última se defiende en su carta
diciendo: «Prefiero estar presa a
complacer a mi padre y manchar mis manos de sangre».
Y hay otras
heroínas que entregan todo lo que tienen y cambian su vida por completo para
recibir a cambio desprecio y solo desprecio. Como es el caso de Ariadna, que
salvó la vida de Teseo enseñándole a salir del laberinto para que él la
abandonase en una isla desierta. Su carta es la de una mujer sola, decepcionada
y asustada, que se encuentra de repente en un lugar vacío sin saber si sobrevivirá,
y le dedica a Teseo frases como esta: «Mis
huesos quedarán insepultos a merced de las aves marinas. Tal sepulcro merece mi
generosidad».
La mayoría de
las obras que tratan estas historias no recogen los sentimientos, raciocinios o
motivos de las mujeres, sino simplemente sus acciones. Parecen no interesar. Sin
embargo, gracias a Ovidio, esos errores y defectos de la humanidad recogidos en
los mitos reciben por fin la respuesta de las mujeres. En sus cartas, las
heroínas tienen la oportunidad de explicarse.
Esta es, al
fin y al cabo, otra versión de la historia. Una historia más justa.
Andrea Valbuena, prólogo a Cartas
de las heroínas
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