Normandía, 1947.
La señorita
Baudin, una enfermera que se dedica a enfermos terminales, llega a una mansión
ruinosa en la costa normanda para cuidar de la joven Sophie Clairmont, una niña
inteligente y un tanto especial, durante los últimos meses de su vida. La
Segunda Guerra Mundial acaba de terminar y las huellas de la ocupación nazi son
visibles por todas partes, pero no son solo los soldados alemanes los que
todavía parecen rondar por Monjoie. La difunta madre de la niña, tan perfecta y
querida, hace sentir su presencia en las vidas de todos. Y cuando la pragmática
enfermera llegue para cuidar a Sophie irá descubriendo que el retraído señor
Clairmont también está abrumado por sus propios fantasmas.
Ha
sido una grata sorpresa esta novela de Victoria Álvarez por la ambientación
decadente, angustiosa y claustrofóbica que recrea y se va apoderando de los
tres personajes de esta historia. Desde el comienzo, va haciendo que la tensión
aumente en cada página hasta que llega la muerte esperada de Sophie, la niña,
y, cuando ya se ha relajado esa tensión, llega esa doble desenlace que no nos
esperamos. Los personajes se las traen; por una parte, la niña, que parece que juega
a la ouija para comunicarse con su madre, pero pronto nos daremos cuenta que
ella no maneja el vaso (lo que nos lleva a la temática de la casa encantada);
por otra, los mayores, la enfermera y el padre, que ocultan sus propios
secretos y fantasmas. Y además, la casa, Monjoie, que se está cayendo a
pedazos, junto con un invierno duro, muy duro, son los otros protagonistas
silenciosos de la novela.
Y Victoria Álvarez consigue plenamente su objetivo, acercarnos al miedo, un miedo psicológico que poco a poco nos invade sin que nos demos cuenta con esos pequeños detalles que van conformando la atmósfera que rodea la historia: la desconfianza de los vecinos, el aislamiento de los vecinos, la casa desvencijada, Sophie con su ouija, los soldados alemanes que murieron ahí en un ataque aéreo, la madre muerta…
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