—Odio ir de camping —protestó
Lauren al tropezar con la lona arrugada.
—Ya, bueno, es mi cumpleaños y a
mí me gusta —dijo Cara leyendo las instrucciones de montaje con la lengua
asomando entre los dientes.
Era el último viernes de las vacaciones
de verano y las tres chicas se encontraban en el pequeño claro de un hayedo a
las afueras de Kilton. La elección de Cara para celebrar que cumplía los dieciocho:
dormir al aire libre y mear agachada detrás de árboles oscuros en plena noche.
Desde luego no habría sido la elección de Pip; no veía la lógica de prescindir
de los avances en materia de aseo y confort. Pero sabía bien cómo disimular y
fingir que sí.
—Técnicamente, la acampada libre
es ilegal —dijo Lauren dando una patada a la lona como forma de protesta.
—Bueno, esperemos que la policía
de los campings no investigue Instagram, porque se lo he contado a todo el
mundo. Y ahora cállate —ordenó Cara—, estoy intentando leer.
—Eeeh... Cara —intentó Pip—,
sabes que esto que has traído no es una tienda, ¿verdad? Es una carpa.
—Para el caso es lo mismo
—dijo—, y tenemos que caber nosotras tres más los chicos, o sea, seis.
—Pero es que no tiene suelo —Pip
señaló con el dedo el dibujo de las instrucciones.
—Tú sí que no tienes suelo.
—Cara la apartó con un golpe de cadera—. Mi padre metió otra lona para la parte
de abajo.
—¿Cuándo llegan los chicos?
—preguntó Lauren.
—Mandaron un mensaje hace un
momento para avisar de que estaban saliendo. Y no —soltó Cara—, no vamos a
esperarlos para que nos monten ellos la tienda, Lauren.
—No pretendía sugerir eso.
Cara hizo crujir sus nudillos.
—Si con el patriarcado quieres
acabar, tu propia tienda de campaña has de montar.
—Carpa —corrigió Pip.
—¿Quieres que te dé un puñetazo?
—No... rpa.
Diez minutos después, una gran
carpa blanca de tres por seismetros se erguía en el suelo del bosque, con un
aspecto que no podía estar más fuera de lugar. En cuanto se dieron cuenta de
que el armazón era de automontaje, todo se había vuelto más fácil. Pip comprobó
su móvil. Ya eran las siete y media y su aplicación meteorológica decía que el
sol se pondría en quince minutos, aunque tendrían aún un par de horas más de
luz en el crepúsculo antes de que todo se volviera completamente oscuro.
—Nos lo vamos a pasar genial.
—Cara se alejó para contemplar su obra—. Me encanta acampar. Voy a tomar
ginebra y regalices hasta vomitar. Mañana no quiero acordarme de nada.
—Unas metas muy elevadas —dijo
Pip—, ¿podéis ir al coche a coger el resto de la comida? Yo voy a extender los
sacos de dormir y ajustar los laterales de la lona.
El coche de Cara estaba en un
pequeño aparcamiento de cemento a unos doscientos metros del lugar donde habían
acampado. Lauren y Cara se alejaron hacia allí a través de los árboles, con el
bosque iluminado por el brillo de la luz anaranjada que precede a la oscuridad
de la noche.
—No olvidéis las linternas —les
gritó justo antes de que se perdieran de vista.
Pip juntó los lados de la gran
lona a la carpa y maldijo cuando el velcro se soltó y tuvo que empezar otra vez
desde el principio. Luchó con la lona que hacía de suelo, feliz cuando oyó los
crujidos de ramas partidas que anunciaban que Cara y Lauren estaban de vuelta.
Pero cuando salió de la carpa y
fue a mirar, allí no había nadie. Era solo una urraca que se mofaba de ella
desde la copa en penumbra de algún árbol, con su risa chirriante y espinosa. La
saludó de mala gana y se puso a extender los tres sacos en fila; intentaba no
pensar en el hecho de que Andie Bell podría, perfectamente, estar enterrada en
algún sitio de este bosque, en la profundidad del suelo.
Cuando estaba acabando de
colocar el último saco, el sonido de ramas rompiéndose bajo pisadas se hizo más
intenso, y un estruendo de risas y gritos anunció que los chicos habían
llegado. Los saludó a todos, pues las chicas, cargadas, volvían también con ellos.
Ant, quien —como su nombre indicaba— no había crecido mucho desde que se habían
hecho amigos a los doce años, Zach Chen, que vivía cuatro casas más allá de los
Amobi, y Connor, a quien Pip y Cara conocían desde primaria. Últimamente,
Connor había estado demasiado detrás de Pip. Por suerte, se le pasaría pronto,
como aquella vez que estuvo convencido de que tenía un futuro prometedor como
psicólogo de gatos.
—Hola —dijo Connor, que, ayudado
por Zach, cargaba una nevera portátil—. Mierda, las chicas se han cogido los
mejores sitios para dormir. Os lo estáis pasando Pippa, ¿eh?
No, desde luego que no era la
primera vez que Pip oía esa broma.
—Me parto contigo, Con —dijo con
desgana apartándose el pelo de delante de los ojos.
—Ouch —intervino Ant—, no te lo
tomes muy a pecho, Connor. Si fueras un ejercicio de clase, seguro que le
interesabas.
—O si fueras Ravi Singh —le
susurró Cara al oído con un guiño.
—Los ejercicios de clase son
mucho más satisfactorios que los chicos —dijo Pip dándole a Cara un codazo en
las costillas—. Y estás tú bueno para hablar, Ant, que tienes la vida sexual de
un molusco argonauta.
—Y ¿eso qué quiere decir?
—Bueno —respondió Pip—, el pene
de un molusco argonauta se rompe y se cae durante el acto, así que solo pueden
tener sexo una vez en la vida.
—Lo confirmo —dijo Lauren, que
había tenido un tonteo fallido con Ant el año anterior.
El grupo se echó a reír y Zach
le dio a Ant una palmadita conciliatoria en la espalda.
—Qué movida —se rio Connor.
Holly Jackson, Asesinato para principiantes
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