Para no darle
más vueltas al asunto, se dirigieron al Pórtico de la Gloria, con el fin de que
el pesquisidor pudiera admirarlo de cerca. El clérigo le contó que la catedral
se mantenía abierta todo el día, debido a que muchos peregrinos querían
visitarla nada más llegar a Santiago, fuera la hora que fuera, y pasar la noche
en ella. También le dijo que, en la víspera de la fiesta de Santiago, se
peleaban con el bordón por quitarse los unos a los otros la guardia nocturna
del altar, llegando a haber heridos y hasta algún que otro homicidio. Mientras escuchaba
a su amigo, Rojas pudo contemplar las riñas de algunos romeros por ser los
primeros en acceder a la catedral.
El clérigo le
explicó que, a su llegada a la basílica de Santiago, los peregrinos realizaban
un curioso ritual, dirigido a conseguir el perdón de los pecados y la
purificación de su alma. «Todo gira aquí en torno a ese asunto», recalcó. Se
trataba de un itinerario simbólico en el que estaban representados el principio
y el fin, el Génesis y el Juicio Final. Los romeros que venían de hacer el
Camino Francés solían entrar por la puerta del Paraíso o Francígena o de Azabachería,
situada en el norte, cuyo pórtico mostraba escenas de la creación, del pecado
original y de la expulsión del Paraíso, con la intención de recordarles que
todos eran pecadores. Ya en el interior, hacían entrega de cera y aceite para
las lámparas en su nombre o en el de otros que se lo habían encomendado. Había
tantos cirios encendidos que el templo resplandecía como si fuera pleno día.
Muchos donaban
también dinero u otras ofrendas de valor, y todo ello se iba guardando en unas
arcas de madera vigiladas por un guardián o arqueiro, que anunciaba en varias
lenguas las indulgencias concedidas por la peregrinación y por las correspondientes
dádivas.
Después, los
peregrinos recorrían las capillas del crucero rezando a los distintos santos.
Tras confesarse y comulgar en alguna de ellas, cada peregrino recibía, a cambio
de unas monedas, la llamada compostela, un documento que acreditaba que había
realizado la peregrinación. Continuaban luego por la puerta de Platerías, orientada
hacia el sur, donde se mostraba la muerte de Jesús para redimir a los hombres
de sus pecados. El ritual culminaba con el abrazo corporal a la figura del
santo o apretá, que se completaba con un ruego en voz baja: «Amigo,
encomiéndame a Dios», y que simbolizaba la unión con el apóstol, que se
encontraba en un camarín al que se subía por unas escaleras que había detrás
del altar. Por último, se salía por el Pórtico de la Gloria, donde podía contemplarse
el juicio final, según el Evangelio de San Juan. Una vez conseguido el perdón,
gracias a Jesucristo, el peregrino ya podía comparecer ante el Juez Supremo sin
miedo alguno.
Los dos amigos
se dirigieron a la fachada este, donde se encontraba la puerta Santa o puerta
del Perdón, que se había construido no hacía mucho y que tan solo se abría en
los años santos jacobeos. Para ello tuvieron que pasar por la plaza de Platerías,
llamada así por los talleres de orfebrería en los que se vendía, como recuerdo
de haber estado en Santiago, toda clase de objetos de plata con motivos
relacionados con el Camino. En el atrio o paraíso de la fachada norte, estaban,
por otro lado, las tiendas de azabache, muy apreciado por los romeros, así como
los puestos de conchas, naturales o de metal, botas de vino, zapatos,
escarcelas de piel de ciervo, cinturones, correas, amuletos y figas para
combatir el mal de ojo, bordoncillos de hueso, hierbas medicinales…
Luis
García Jambrina, El manuscrito de barro
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