¿Los Beatles?
Sí, los
recuerdo. Especialmente al pequeñín, ¿cómo se llamaba? ¡Ah, sí! Ringo.
¿Los Stones?
Claro que los contraté. Aquel Mick Como-se--llame era un tipo raro, qué le voy
a contar.
Kiss, Led
Zeppelin, The Who, Eddie and the Cruisers..., los he contratado a todos, en uno
u otro momento. Después de cierto tiempo, todos acaban por confundirse en la
memoria de uno. De hecho, sólo hay un grupo que recuerdo con toda claridad. Y
es extraño, porque nunca tuvieron un éxito clamoroso.
¿Oyó hablar
alguna vez de Vlad y las Empaladoras?
No lo creo.
Diablos, no hay ninguna razón para que haya tenido noticia de su existencia. Yo
tampoco había oído hablar de ellos hasta que Benny -no es exactamente mi socio,
pero cooperamos de vez en cuando- me llama un día y me dice que tiene un grupo
nuevo, y que si yo puedo hacerle algún hueco en mi programación. De modo que
miro el calendario, veo que me quedan un par de fechas por cubrir y le digo que
sí, qué diablos, que me mande a su agente, y tal vez podamos llegar a un
acuerdo. Benny dice que no tienen agente, que ese tipo, Vlad, se ocupa
personalmente de todos los detalles.
Bueno, si se
ha visto alguna vez obligado a tratar con uno de esos payasos, comprenderá que
no me sentí precisamente encantado, pero como el primer guitarra de la banda
futurista Cubos de Sangre está en la trena por posesión y no veo que nadie vaya
corriendo a depositar su fianza, le digo a Benny que tengo media hora
disponible para recibirle, a las tres de la tarde.
-Malo, Murray
-contesta-. Este tipo se levanta tarde.
-Como todo el
mundo en este negocio -digo-, pero las tres de la tarde ya es casi mañana.
-¿Qué tal si
cenáis juntos, a las siete más o menos? -sugiere Benny.
-Descartado,
muchacho -contesto-. Tengo una cita importante, y acabo de comprar precisamente
un juego de cadenas de oro para impresionarla y llevármela al huerto por la vía
rápida.
-A ese tipo
Vlad no le gusta esperar -dice Benny.
-Bueno, si
quiere un puñetero contrato, tendrá que aprender a esperar.
-De acuerdo,
de acuerdo, déjame consultarle -dice Benny, y hay una pausa de un minuto-. ¿Qué
tal te va a las tres?
-Creí que
acababas de decirme que no podía ser a las tres.
-Me refiero a
las tres de la madrugada.
-¿Quién es ese
tipo, un enfermo de insomnio? -pregunto.
Pero luego
recuerdo el Mercedes 560 SL descapotable de color azul pastel que vi el otro
día, y pienso, qué diablos, quizás el grupo de ese tipo me permita pagar el
primer plazo, de modo que contesto que de acuerdo con las tres de la
madrugada...
Y tal como
fueron las cosas, podíamos habernos reunido también a las siete, porque la muy
zorra me tiró el plato de sopa a la cara y se largó del restaurante, sólo
porque yo había empezado a jugar al pequeño tamborilero en su muslo por debajo
de la mesa.
Así que me
vuelvo a la oficina, me tumbo en el sofá a echar una cabezada y cuando me
despierto, me encuentro delante a ese tipo flaco, vestido todo de negro,
sentado en una silla y mirándome fijamente. Me figuro que está colgado o algo
por el estilo, porque tiene las pupilas dilatadas de pared a pared, y la piel
blanca como una hoja de papel. Yo intento recordar cuánto dinero en metálico
tenía en los bolsillos al tumbarme, pero entonces él me saluda con un gesto de
cabeza, y habla.
-Buenas
noches, señor Barron -dice-. Creo que me esperaba usted.
-¿Ah, sí?
-pregunto, incorporándome e intentando enfocar la mirada.
-Su socio me
ha dicho que viniera a verle aquí -sigue diciendo-. , Yo soy Vlad.
-Oh, de
acuerdo -exclamo, y la cabeza se me empieza a aclarar.
-Encantado de
conocerle, señor Barron -dice, tendiéndome la mano.
-Llámeme
Murray -le contesto, estrechándole la mano, que está tan fría como un pez
muerto y tiene casi la misma textura-. Bueno, Vlad -comienzo a decir después de
soltar su mano tan pronto como puedo y de reclinarme en el sofá-, cuéntame algo
de ti y de tu grupo. ¿Dónde habéis tocado?
-Sobre todo al
otro lado del océano -replica, y me doy cuenta de que tiene un acento raro,
pero no consigo localizarlo.
-Bueno, no hay
nada malo en eso -le digo-. Algunos de nuestros mejores grupos empezaron en
Liverpool. Por lo menos, uno de ellos -añado con una risita.
Se me queda
mirando sin sonreír, lo cual me pone fuera de mí, porque si hay algo que no
puedo soportar es a un tipo sin sentido del humor.
-¿Va a
contratar a mi grupo, entonces? -pregunta.
-Para eso
estoy aquí, Vlad, tronco -digo, y empiezo a relajarme a medida que voy
acostumbrándome a esos ojos y esa piel-. Precisamente tengo una ocasión
inmejorable, un crucero a Acapulco. Seis días. Cinco billetes por noche y todas
las camareras a las que consigas echar la zarpa. -Sonrío de nuevo para que sepa
que está tratando con un hombre de mundo, y no con algún pequeño usurero judío
que no sabe de qué va el rollo.
Sacude la cabeza.
-Nada que
tenga que ver con el agua.
-¿Se marea?
-pregunto.
-Algo por el
estilo.
-Muy bien. -Me
rasco la cabeza, y de paso compruebo que tengo el peluquín correctamente
colocado-. Aquí tengo una boda que quiere un poco de música en la recepción.
-¿De qué
religión? -pregunta.
-¿Tiene alguna
importancia? -contesto-. Piden un grupo de rock. Nadie le va a pedir que toque
Hava Naguila.
-Nada de
iglesias -sentencia.
-Para ser un
tipo que anda buscando trabajo, amigo, lo pone muy difícil -le digo-. Si quiere
trabajar conmigo, tendrá que recorrer la mitad del camino que nos separa.
-Trabajaremos
en cualquier local que no sea una iglesia o un barco -contesta-. Sólo tocamos
de noche, y exigimos intimidad total durante el día.
Bien, justo en
el momento en que decido que estoy perdiendo el tiempo, y me dispongo a
enseñarle la puerta, de pronto va y pronuncia las palabras mágicas.
-Si lo hace
tal como le pedimos, le entregaremos el cincuenta por ciento de nuestros
honorarios, en lugar de su comisión habitual.
-¡Vlad, cariño!
-le digo-. ¡Tengo la impresión de que éste es el comienzo de una larga y
hermosa amistad! -Me acerco en un par de zancadas al mueble-bar que está detrás
de mi mesa de despacho, y empuño una botella de burbujas-. ¿Lo hacemos oficial?
-pregunto, mientras saco también un par de copas.
-No bebo...
champaña -contesta.
Me encojo de
hombros.
-De acuerdo,
dime tu veneno, muchacho.
-Tampoco bebo
veneno.
-Vale, me
rindo -digo-. ¿Qué te parece un Bloody Mary?
Se relame, y
los ojos le brillan.
-¿Cuáles son
los ingredientes que lleva?
-Bromeas,
¿verdad? -le pregunto.
-Nunca bromeo.
-Vodka y zumo
de tomate.
Bueno, me
figuro que podemos pasar la noche jugando al Adivina Qué Bebe Este Capullo, de
modo que renuncio, saco un contrato impreso del cajón del centro de mi
escritorio, y le pido que eche una firma.
-Vlad Dracule
-leo mientras él garabatea su firma-. Dracule, Dracule. Me suena familiar.
Me dirige una
mirada fulminante.
-¿De veras?
-Pues sí.
-Me temo que
está usted equivocado -dice, y puedo ver que se ha puesto tenso por alguna
razón.
-¿No tenían
los Piratas un tercera base llamado Dracule hacia los años sesenta? -pregunto.
-No sabría
decírselo -contesta-. ¿Cuándo y dónde actuaremos?
-Le llamaré
para concretar los detalles -informo-. ¿Dónde puedo encontrarle?
-Creo que será
mejor que contacte yo con usted -replica.
-Muy bien
-digo-. Llámeme mañana por la mañana.
-No estoy
disponible por las mañanas.
-De acuerdo, a
mediodía entonces. -Miro sus extraños ojos oscuros, y acabo por encogerme de
hombros-. Está bien, aquí tiene mi tarjeta. -Escribo en ella el número de casa-
Llámeme mañana por la noche.
Toma mi
tarjeta, gira sobre sus talones, y sale por la puerta. De repente, recuerdo que
no sé el número de componentes de su grupo, y corro a la portería a
preguntárselo, pero cuando llego, él ya ha desaparecido. Miro a uno y otro lado
de la calle, pero lo único que consigo ver es una especie de pajarraco negro
que parece haberse colado por error entre los edificios; por fin doy media
vuelta y paso el resto de la noche en mi sofá, recordando la cena de la noche
anterior y meditando en que tal vez mi ritmo estuvo ligeramente pasado de
revoluciones.
Bueno, Orgullo
y Prejuicio, la banda multírracial que acaba todos sus conciertos levantando el
puño en alto, está en chirona por pederastia, y de repente me encuentro con un
agujero que llenar en el Palace, de modo que me digo a mí mismo, qué diablos,
el 50 % es el 50 %, y coloco allí a Vlad y las Empaladoras para el viernes por
la noche.
Me paso por su
vestidor una hora antes del concierto, y allí está el viejo Vlad más flaco que
nunca, rodeado por tres bombones vestidos con camisones blancos y dándoles
mordisquitos en el cuello; y pienso que si eso es lo más depravado que es capaz
de hacer, resulta muy preferible a la mayoría de los rockeros con los que tengo
que lidiar.
-¿Cómo van las
cosas, encanto? -digo, y los tres bombones ponen pies en polvorosa de
inmediato-. ¿Listos para dejar difunto al auditorio?
-Difunto no me
sirve de nada -contesta sin ni tan siquiera sonreír.
De modo que,
después de todo, sí que tiene sentido del humor, aunque un tanto seco y
siniestrillo.
-¿Qué puedo
hacer por usted, señor Barron? -me pregunta.
-Llámame
Murray -le corrijo-. El baranda de las relaciones públicas quiere saber dónde
habéis tocado últimamente.
-Chicago,
Kansas City y Denver.
Le dedico mi
risita más sofisticada.
-¿Quieres
decir que hay gente entre L.A. y la Gran Manzana?
-No tanta como
solía -me contesta, y me imagino que es su manera de informarme de que la banda
no está teniendo precisamente un éxito deslumbrante.
-Bueno, no te
preocupes, tronco -digo-. Esta noche todo va a ir perfectamente.
Llaman a la
puerta; voy a abrir, y entra un muchacho con una caja de cartón larga y plana
en las manos.
-¿Qué es eso?
-pregunta Vlad, mientras yo despido al mensajero con una propina.
-Me figuré que
necesitaríais un poco de comida energética antes de salir al escenario
-explico-, de manera que encargué una pizza.
-¿Pizza?
-dice, mostrando el ceño-. Nunca la he probado.
-Estás de
broma, ¿verdad? -quiero saber.
-Ya se lo dije
antes: nunca bromeo. -Mira fijamente la caja-. ¿Qué hay dentro?
-Sólo lo
normal -contesto.
-¿Qué es lo
normal? -pregunta en tono suspicaz.
-Salchichón,
queso, champiñones, olivas, cebolla, anchoas...
-Ha sido muy
amable por su parte, Murray, pero nosotros no...
-Y ajo -añado,
después de oler la pizza.
Da un grito y
se tapa la cara con las manos.
-¡Llévesela de
aquí! -chilla.
Bueno, supongo
que debe de ser alérgico al ajo, lo que es una jodida lástima porque una pizza
sin un poco de ajo no vale nada; pero llamo al chico, y le digo que se lleve la
pizza y vea si me pueden devolver el dinero. Una vez ha salido de la
habitación, Vlad empieza a recuperar su compostura.
Entonces llega
un tipo y avisa que deben estar en el escenario dentro de cuarenta y cinco
minutos. Yo pregunto si quieren que me vaya mientras se ponen los trajes.
-¿Trajes?
-pregunta desconcertado.
-A menos que
penséis actuar con lo que lleváis puesto -gruño.
-A decir
verdad, eso es precisamente lo que nos proponemos hacer -responde Vlad.
-Vlad, tronco,
preciosidad -le digo-. No sois simplemente cantantes... ¡sois artistas! Tenéis
que dar espectáculo por todo el dinero que ha pagado el público..., y eso
quiere decir darle algo que mirar, y no sólo algo que escuchar.
-Nadie se ha
quejado de nuestra ropa hasta ahora -dice.
-Bueno, tal
vez no en Chicago o en Kansas City; pero esto es L.A., pequeño.
-No pusieron
pegas en Saigón, ni en Beirut, ni en Chernobyl, ni en Kampala -rezonga con cara
de pocos amigos.
-Bueno, ya
sabes cómo son esos poblachos rurales del Medio Oeste -comento con un gesto
despectivo-. Ahora estáis en la primera división.
-Actuaremos
con la ropa que llevamos puesta -dice, y algo en su expresión me indica que es
mejor que tome mi dinero y no haga un caso federal del asunto, de modo que me
vuelvo a mi oficina y llamo a Denise, el bombón que me regó de sopa; le digo
que la he perdonado y le pregunto si tiene algún plan para la noche, pero tiene
jaqueca, e incluso puedo oír a la jaqueca gimiendo y susurrando chorraditas
dulces a su oído, de modo que le digo lo que realmente pienso de las zorras sin
talento que intentan arrimarse a los agentes de espectáculos realmente
importantes, y luego voy a la cabina de control y espero que mi nueva
adquisición aparezca en el escenario.
Al cabo de
unos diez minutos aparecen Vlad, vestido todavía de negro aunque ha añadido una
capa a su traje, y las tres Empaladoras con sus camisones blancos; e incluso
desde donde yo estoy puedo advertir que han abusado del lápiz de labios y el
maquillaje, porque los labios son de un color rojo brillante, y las caras, tan
blancas como los camisones. Vlad espera hasta que el auditorio guarda silencio,
y yo me vuelvo loco porque lo que empieza a cantar es una especie de rap, y
peor aún, canta en algún idioma extranjero de modo que nadie va a entender la
letra; pero en el momento en que mayor es mi aprensión de que los espectadores
se pongan a destrozar el local, me doy cuenta de que están sentados
absolutamente inmóviles, y pienso que una de dos, o le encuentran algún
atractivo al asunto después de todo, o se están aburriendo tanto que no les
quedan ni siquiera energías para armar jaleo.
Y entonces
ocurre algo todavía más extraño. En alguna parte fuera del edificio un perro se
pone a ladrar, y luego otro, y un tercero, y un gato maúlla, y muy pronto
aquello suena como una sinfonía de corral, y así sigue durante media hora por
lo menos, con todos los animales de diez kilómetros a la redonda aullando a la
luna, hasta que Vlad se calla, hace una reverencia, y de repente toda la basca
se pone en pie y rompe a gritar, a silbar y a aplaudir con tanto entusiasmo que
empiezo a creer que estamos ante un nuevo Liverpool.
Corro a las
bambalinas para felicitarle, y cuando llego le veo ocupado en dar mordisquitos
a un par de chiquillas que han conseguido sortear la barrera de las fuerzas de
seguridad; supongo que no es peor eso que compartir un petardo con ellas. Luego
se vuelve hacia mí.
-¿Podremos
tener el dinero antes de marcharnos de aquí?
-Imposible,
chato -digo-. No tendremos las cifras de la recaudación hasta la mañana.
Frunce el
entrecejo.
-Muy bien
-dice por fin-. Enviaré a un socio mío a su despacho, para recoger nuestra
parte.
-Como quieras,
Vlad, tronco.
-Se llama
Renfield -añade Vlad-. No se deje impresionar por su aspecto.
Como si
pudiera impresionarme el aspecto de alguien después de veinte años de organizar
conciertos de rock.
-De acuerdo
-digo-. Le espero a, digamos..., ¿las diez en punto?
-Me parece
aceptable -contesta Vlad-. Ah, una cosa más.
-¿Sí? -pregunto.
-Ese anillo
con el escarabajo que lleva en el meñique de la mano izquierda...
Se lo enseño.
-Es una
preciosidad, ¿verdad?
-Le recomiendo
encarecidamente que se lo quite y lo esconda en su escritorio antes de que
aparezca el señor Renfield.
-¿Un cleptómano?
-me asombro.
-Algo por el
estilo -contesta Vlad.
En ese momento
entra en el vestidor una chica de la Western Union y descarga una tonelada de
telegramas encima de Vlad.
-¿Qué es esto?
-pregunta.
-Significa que
has dado en la diana, tronco -digo yo.
-¿Ah, sí?
-Abrelos y
léelos -le animo.
Abre el
primero, lo lee rápidamente y lo suelta como si fuera una patata caliente.
Luego se refugia en un rincón, silbando como un neumático pinchado.
-¿Cuál es el
problema? -digo, después de recoger el telegrama y leerlo: TE AMO Y QUIERO UN
HIJO TUYO. AMOR Y XXX, KATHY.
-¡Cruces!
-balbucea.
-¿Cruces?
-repito, intentando entender por qué se ha asustado.
-Abajo -dice,
señalando el telegrama con un dedo tembloroso.
-Son equis -le
explico-. Quieren decir besos.
-¿Está seguro?
-pregunta, todavía acurrucado en el rincón- A mí me parecen cruces.
-No -insisto,
saco el bolígrafo y dibujo dos trazos en el telegrama-. Una cruz es así.
Grita y se
encoge en posición fetal; me da la sensación de que ha esnifado un poco de
coca, después de todo, o bien le ocurre que no encaja bien el éxito, de modo
que me despido dando un beso a cada una de las chicas -tienen las mejillas tan
frías como la mano de él, y tomo nota para quejarme del sistema de
calefacción-, y me vuelvo a casa soñando con los millones que vamos a ganar en
los próximos dos años.
Bueno,
Renfield aparece a la mañana siguiente, a la hora en punto en que habíamos
quedado, y me pregunto qué será lo que le preocupaba a Vlad, porque comparado
con la mayoría de los tipos del heavy metal con los que tengo que tratar, no es
más que un hombrecillo pacífico y nada prepotente. Charlamos, y me cuenta que
su hobby es la entomología; puedo ver que dice la verdad porque su carita
hogareña se ilumina como un árbol de Navidad cada vez que sale a relucir el
tema de los escarabajos. Por fin, toma el dinero y se va.
En ese
momento, un Mercedes me parece realmente muy poca cosa, y empiezo a pensar
seriamente en la posibilidad de comprar en su lugar un Rolls Royce Silver
Spirit, pero el hecho es que nunca he vuelto a ver a Vlad y las Empaladoras.
Orgullo y Prejuicio consigue reunir la fianza, Cubos de Sangre sale libre por
los pelos debido a una apreciación técnica del juez, y de repente me encuentro
con que lo único que puedo ofrecer a mi nueva superestrella es un concierto
patrocinado por un grupo parroquial local, y él lo rechaza; le llamo a su hotel
para explicárselo, y me dicen que se ha marchado sin dejar ninguna dirección.
Hojeando
Variety y Billboard, el año siguiente, veo que ha actuado en ciudades muy de
segunda fila, como Soweto y Lusaka, y lo último que he sabido de él es que se
dirigía a Kuwait City; y opino que es una lástima, con todo el dinero que
podríamos haber ganado para los dos, pero jamás he podido entender a las
estrellas del rock, y ese tipo era un poco más duro de mollera que la mayoría
de ellos.
Bueno, tendrán
que perdonarme, pero ahora tengo que marcharme. Voy a la primera audición de un
nuevo grupo, Igor y los Ladrones de Tumbas, y no quiero llegar con retraso. Me
han dicho que tienen mucho talento, pero que les falta vida. Sin embargo, qué
diablos, nunca se sabe cuándo y dónde va a surgir el rayo que haga saltar de
nuevo la chispa vital decisiva.
Mike Resnick