Tristán metió
la nevera llena de hielo y bebidas en la furgoneta, colocó su maleta verde lima
al fondo y ajustó por tercera vez las dos sombrillas que su madre le había
obligado a llevarse.
—Mamá, de
verdad, no hacen falta.
—A saber dónde
acabáis… Al menos, que no os queméis. Te he puesto también crema de sol, échate
siempre.
—Que sí, mamá.
Me voy ya. Y papá, ¿por qué no baja?
—Está en la
piscina —dijo sin mucho ánimo—. Creo que no se atreve a decirte ni adiós. Está
bien fastidiado.
Tristán cerró
la furgoneta y subió las escaleras que desde el garaje llevaban al jardín.
Antonio estaba sentado, con la mirada perdida en la piscina, la cara seria y
acariciándose la barbilla.
—Papá —dijo
poniéndole la mano en el hombro—, me voy ya.
—Hijo… —suspiró
sin mirarle—, de veras que lo siento…, y no sabes cuánto me avergüenzo.
—Si me
explicaras mejor lo que pasó, tal vez podría ayudarte.
—No, hijo.
Esto es cosa mía y ya no se puede hacer nada. Tú diviértete, que es lo que
tienes que hacer. En fin —dijo poniéndose en pie—, pasadlo muy bien. Saluda a
Luis y a Guille de mi parte. Son buenos chicos, los tres lo sois.
Tristán le
abrazó con ternura.
—Se lo diré.
—Aún no
entiendo cómo podíais trabajar de día, salir de noche… —recordó Antonio con una
sonrisa—, volver a trabajar al día siguiente, volver a salir. Yo os veía
poniendo helados con unas ojeras que os llegaban a los pies.
—Sí sí. Y aún
decimos que fue nuestro mejor verano. —Se rio Tristán.
—Y ahora os
vais de viaje, os toca disfrutar. Sobre todo, si estás cansado, paráis. ¿Solo
conduces tú?
—Luis también,
no te preocupes.
—Dales un
beso.
—De tu parte.
Tristán volvió
al garaje. Su madre le esperaba con una bolsa de tela, dentro había embutido,
zumos y galletas.
—Gracias,
mamá.
—Tened
cuidado, que Guille puede ser muy loco.
—Exagerada.
—Tristán le dio un beso y se puso al volante.
Dejó la bolsa
en el asiento del copiloto y tecleó en el GPS del móvil las direcciones de Luis
y de Guille, que vivían en el centro de Barcelona. Puso el motor en marcha, le
dio la mano a su madre por la ventanilla y salió despacio mientras acababa de
abrirse el portón metálico.
Antes de
incorporarse a la calzada, abrió el grupo que tenía con sus amigos y les puso
un mensaje:
TRISTÁN.
Saliendo de casa!!
Pablo Wessling, Tres chicos buenos
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