miércoles, 31 de marzo de 2021

LA HIJA DE SHERLOCK HOLMES

 


                Londres, 1914.

                Una mujer, atribulada por la muerte de su hermano, acude al 221 B de Baker Street, donde se entrevista con el viejo doctor Watson y su hijo.

                Hay dos versiones distintas sobre la muerte de su hermano Charles Harrleston. La oficial, que dictamina que se ha suicidado arrojándose por una ventana tras perder una partida de cartas con el doctor Christopher Moran. La otra, desechada por la policía, dice que la victima fue arrojada desde el tejado.

                Testigo de ese hecho es un niño, Johnnie, hijo de la enfermera Joanna Blalock, que guarda celosamente el secreto de su nacimiento: es la hija de Sherlock Holmes e Irene Adler y ha heredado las habilidades de sus progenitores (aunque esto se descubre al final del libro, no es ningún spoiler, fijaros en el título).

Joanna, el doctor Watson y su hijo deciden formar un equipo de investigación para resolver el extraño caso.

                Un nuevo y entretenido homenaje al más famoso personaje creado por sir Arthur Conan Doyle. No aparece nuestro detective consultor favorito, pero si algunos secundarios que poblaban sus historias: el doctor Watson, la señora Hudson, el villano Moran, el inspector Lestrade con su sagacidad. La historia está llena de guiños holmesianos que contentan al lector de Doyle y sirven para enganchar.

lunes, 29 de marzo de 2021

NO SOY BUENA PERSONA

Sí, ya sé lo que cuentan las historias sobre mí. Me llaman Oculantista Dramatus, héroe, el salvador de los Diecisiete Reinos… Sin embargo, no son más que rumores. Algunos son exageraciones; otros, mentiras puras y duras. La verdad es mucho menos impresionante.

Cuando el señor Bagsworth vino a verme la primera vez para sugerirme que escribiera mi autobiografía, vacilé. No obstante, no tardé en darme cuenta de que era la oportunidad perfecta para explicarme ante el público.

Si no lo he entendido mal, este libro se publicará simultáneamente en los Reinos Libres y en Bibliolia Interior. Esto me supone un problema, ya que tendré que procurar que la historia se entienda en ambas zonas. Puede que los habitantes de los Reinos Libres no estén familiarizados con cosas como bazukas, maletines y pistolas. Por otro lado, los de Bibliolia —o las Tierras Silenciadas, como suelen llamarlas— seguramente desconocerán lo que son los oculantistas, los crístines y los entresijos de la conspiración bibliotecaria.

Para aquellos que viváis en los Reinos Libres, os sugiero buscar un libro de consulta —existen varias posibilidades— que explique los términos que desconozcáis. Al fin y al cabo, este libro se publicará como una autobiografía en vuestra tierra, así que no pretendo daros lecciones sobre las extrañas máquinas y las arcaicas armas de Bibliolia. Mi objetivo es mostraros la verdad sobre mí y probar que no soy el héroe que todos dicen que soy.

En las Tierras Silenciadas —las naciones controladas por los Bibliotecarios, como Estados Unidos, Canadá e Inglaterra—, este libro se publicará como una obra de fantasía. ¡Que no os lleven a engaño! Esto no es una obra de ficción, ni mi nombre real es Brandon Sanderson. Se trata de una artimaña para ocultar el libro a los agentes de los Bibliotecarios. Por desgracia, incluso con estas precauciones, sospecho que los Bibliotecarios descubrirán el libro y lo prohibirán. En tal caso, nuestros agentes de los Reinos Libres tendrán que colarse en las bibliotecas y librerías para colocarlo en los estantes. Consideraos afortunados si habéis encontrado uno de esos ejemplares secretos.

En cuanto a vosotros, habitantes de las Tierras Silenciadas, sé que mis vivencias os parecerán asombrosas y llenas de misterio, así que haré lo que pueda por explicarlas, aunque, por favor, recordad que mi objetivo no es entreteneros. Mi propósito es abriros los ojos a la verdad.

Sé que no haré muchos amigos escribiendo esto, ni en un mundo ni en el otro. A la gente no le gusta descubrir que sus creencias son falsas.

Pero es lo que debo hacer. Esta es mi historia, la historia de un imbécil egoísta y despreciable.

La historia de un cobarde.

Brandon Sanderson, Alcatraz contra los Bibliotecarios Malvados        

viernes, 26 de marzo de 2021

BINTI


Su nombre es Binti, y es la primera de los himba a la que se le ha ofrecido una plaza en Oomza Uni: la mejor institución de enseñanza superior de la galaxia. Aceptar esta oferta significará abandonar su casa, su familia, y viajar a través de las estrellas entre extraños que no comparten su forma de ser ni respetan sus costumbres.

Lo que Binti no sabe es que el conocimiento le costará caro. Una sanguinaria raza alienígena, las medusas, matarán a todo el pasaje de la nave que la conduce a Oomza Uni, y, para poder sobrevivir, necesitará la ayuda de su pueblo y de la sabiduría contenida en la Universidad.

Nnedi Okorafor nos ofrece una historia intensa y condensada, donde comprobaremos cómo funcionan los prejuicios con los que crecemos y cómo se desmorona este sistema de creencias cuando se trata de afrontar lo desconocido. Nuevos lugares, nuevos modos de comunicarse y el temido y a la vez cautivador contacto con el otro, ya sea una raza alienígena o una cultura africana, tan distante de la nuestra, que podríamos sentir de otro planeta diferente.

La autora, en esta novela reconocida internacionalmente, parte de principios poco habituales en la ciencia ficción: el personaje principal es una joven africana que apenas tiene contacto con el mundo exterior; una tradición ancestral muy arraigada, a pesar de su rebeldía para conseguir sus sueños; aunque las medusas se muestran en guerra contra la especie humana, no hay planteamientos belicistas; el papel que juegan las matemáticas en la forma de pensar de Binti

Este viaje transformará a Binti de forma irremediable, sin posibilidad de volver atrás, pues al abandonar su pueblo su propia familia la considerará una extraña. Todo por una plaza en un lugar privilegiado, un lugar al que pocos pueden acceder. Su encuentro con las medusas, la marcará más de lo que cree, un encuentro favorable para ella por su conocimiento de las matemáticas; por el otjize, esa mezcla de arcilla roja y aceites aromáticos propia de su pueblo, con la que cubre su cuerpo y que hace que el resto de los humanos la vea como un bicho raro; por su amuleto, el edan, un pequeño objeto de un metal desconocido que encontró en el desierto, cuya utilidad ignora.

                Es un novela corta, con un ritmo ágil, narrada por la propia Binti, que comienza su paso a la juventud enfrentándose a nuevos retos, y tiene que asumir su propia identidad cultural para enfrentarse al racismo o la incomprensión. Por ello no es de extrañar que el tono de la narración sea intimista, centrándose en los sentimientos y recuerdos de Binti.

PREMIO NÉBULA 2015

PREMIO HUGO 2016

jueves, 25 de marzo de 2021

DRÁCULA

 Este trimestre hemos estado leyendo en Literatura Universal Drácula, del inglés Bram Stoker; os dejo aquí el prologo de Neil Gaiman a una de las mejores ediciones que podemos encontrar en el mercado.

Hace pocos días apareció un artículo en los periódicos ingleses que intentaba mostrar lo mal que se enseñaba la historia, o acaso poner de manifiesto la ignorancia de la historia en Inglaterra. Supimos así que muchos adolescentes británicos creían que Winston Churchill y Ricardo Corazón de León eran personajes míticos o de ficción, así como que el cincuenta por ciento de esos mismos adolescentes estaban convencidos de que Sherlock Holmes existió en la realidad, como el rey Arturo. Sin embargo, en dicho artículo no se decía nada de Drácula, acaso porque no era inglés, si bien la historia que le hizo célebre era ciertamente inglesa, pese a que el cronista de la misma era irlandés.

Me pregunto lo que la gente habría dicho si le hubiesen preguntado si creían que hubo realmente un Drácula (no el Drácula histórico, cuidado: Vlad Drácula, el hijo del Dragón, el Empalador. Existió, pero es discutible que comparta con el real algo más que un nombre).

Pienso que hubieran dicho que creían en él.

Yo creo en él.

Leí por primera vez el Drácula de Bram Stoker cuando yo tenía unos siete años; lo descubrí en los estantes de un amigo de mi padre, aunque mi encuentro se limitó únicamente a leer la primera parte de la novela, la infortunada visita de Jonathan Harker al castillo de Drácula, y a buscar de inmediato el final de la historia, del que leí lo bastante como para estar seguro de que Drácula había muerto y no podría salir del libro para hacerme nada. Habiendo establecido esto, devolví el libro a su sitio y ya no vi otro ejemplar de Drácula hasta mi adolescencia, impulsado por Stephen King y su novela de vampiros titulada El Misterio de Salem’s Lot y por su Danza Macabra, estudio del género de horror.

(Vi el filme Son of Dracula a los ocho años de edad, preguntándome si el joven Quincy Harker había, como yo suponía, llegado a ser un vampiro; quedé desencantado al descubrir que no era otra cosa que el propio Drácula oculto bajo el nombre de «conde Alucard», nombre que me pareció transparente ya entonces. Pero me estoy apartando del tema.)

A menudo otros libros me hacían volver a leer Drácula; ejemplos de ello son La Voz de Drácula, de Fred Saberhagen, y La Era de Drácula, de Kim Newman. Libros que, volviendo a imaginar los sucesos de la novela o el final de la misma, arrojaban suficiente luz sobre ella como para hacerme desear visitar de nuevo el castillo, el manicomio o el cementerio; perderme en las cartas y en los recortes de periódicos, en los diarios, y preguntarme una vez más sobre las acciones de Drácula y sus motivos. Preguntarme sobre aquellas cosas del libro que son, en última instancia, imposibles de conocer. Los personajes no las conocen y, por lo tanto, tampoco nosotros.

La novela Drácula ha dado lugar al marbete cultural «Drácula»; a todos los diferentes Nosferatu; a los Dráculas cinematográficos; a Bela Lugosi y a la muchedumbre colmilluda que le ha seguido. Más de ciento sesenta filmes, según Wikipedia, tienen a Drácula como protagonista o con un papel fundamental («el segundo después de Sherlock Holmes»), mientras que el número de novelas en que aparece el propio Drácula o con personajes inspirados en él es imposible de calcular. Y hay novelas que conducen a Drácula o que proceden de él. Incluso Renfield, el pobre loco devorador de insectos, tiene dos novelas, con su nombre como título, de dos autores diferentes, por no mencionar una novela en forma de cómic, todas ellas contando la historia desde su punto de vista.

En el siglo XXI todo encuentro con literatura o con historias de vampiros es algo parecido a escuchar un millón de variaciones sobre un tema musical, un tema que comenzó no con Varney el Vampiro o ni siquiera con Carmilla, sino con Bram Stoker y con su Drácula.

Incluso así, sospecho que las razones por las cuales Drácula sigue vivo, por qué tiene tanto éxito como obra de arte, por qué se presta a tantas anotaciones y elaboraciones, paradójicamente, son causa de su debilidad como novela.

Drácula es un thriller Victoriano de alta técnica, en la avanzadilla de la ciencia, repleto de elementos tales como la grabación de la voz humana en cilindros fonográficos, transfusiones de sangre, taquigrafía y trepanación. Presenta un elenco de animosos héroes y de mujeres hermosas y predestinadas a la desgracia. Y se narra por entero en forma de telegramas, recortes de prensa, etc. Ninguno de los personajes que nos cuenta la historia conoce por completo lo que realmente está pasando, lo cual significa que Drácula es un libro que obliga al lector a completar los espacios en blanco, hacer hipótesis, imaginar, conjeturar. Sólo sabemos lo que los personajes saben, y los personajes ni escriben todo lo que saben ni conocen el significado de lo que dicen.

Así pues, es el lector el que tiene que decidir lo que está ocurriendo en Whitby; relacionar los desvaríos y la conducta de Renfield en el manicomio con los sucesos que ocurren en la casa de al lado; decidir cuáles son los verdaderos motivos de Drácula. Y también si Van Helsing sabe todo sobre la ciencia médica; si Drácula queda al final reducido a polvo o incluso, dada la combinación de un cuchillo kukri y un cuchillo de monte que acaba con el vampiro de modo nada convincente, si simplemente se transforma en niebla y desaparece.

La narración se construye a grandes rasgos, lo que nos permite trazar nuestra propia pintura de lo que ocurre. Es como una tela de araña, y comenzamos por preguntarnos qué es lo que sucede en sus intersticios. Personalmente tengo mis dudas acerca de las motivaciones de Quince Morris (el que acaso oculte su verdadera personalidad —o incluso que sea el propio Drácula— no puede ser, estoy convencido de ello, por completo descartado. Escribiría una novela para probarlo, mas en ese camino acecha la locura).

Drácula es un libro que exige anotaciones. El mundo que describe ya no es el nuestro. La geografía que describe no es, a menudo, de nuestro mundo. Se trata de un libro por el que conviene internarse con alguien informado e informativo junto a nosotros(…).

Uno de los inconvenientes para leer ediciones de Drácula es que se publicaron —como esta misma— con introducciones, y las introducciones dicen cómo hay que leer la novela. Explican todo aquello que esta dice; o más bien «sobre» lo que trata: la sexualidad victoriana, la sospechada homosexualidad reprimida de Stoker, o su relación con Henry Irving, o su rivalidad con Oscar Wilde para conseguir la mano de Florence Balcombe. Introducciones tales comentarán con ironía lo escrito por Stoker contra los libros pornográficos, sobre todo cuando hay tanta ebullición sexual en Drácula apenas bajo la superficie; texto, no subtexto.

La presente introducción no pretende explicar sobre qué trata Drácula (es sobre Drácula, sin duda, pero vemos muy poco de él, menos de lo que quisiéramos. La novela no pierde el tiempo en muchas explicaciones. No es sobre Van Helsing, y nos agradaría ver mucho menos de él. Podría ser sobre la lascivia, o el deseo, o el miedo, o la muerte. Podría ser sobre muchas cosas).

En lugar de decirnos sobre qué versa el libro que tenemos en la mano, esta introducción simplemente nos avisa: cuidado. Drácula puede ser una trampa de papel. Primero léalo sin más, y después, cuando lo haya dejado, podría usted, casi contra su propia voluntad, preguntarse a sí mismo sobre cosas que puede haber en las resquebrajaduras de la novela, sobre cosas insinuadas, cosas implícitas. Y una vez que usted empiece a hacerse preguntas, es sólo cuestión de tiempo que se encuentre a sí mismo despierto bajo la luz de la luna escribiendo novelas o cuentos sobre los personajes secundarios y sobre los sucesos menores. O lo que es peor, como el loco Renfield, clasificando y ordenando continuamente sus arañas y sus moscas antes de, por último, comérselas, usted puede encontrarse poniendo notas a Drácula.

Neil Gaiman

miércoles, 24 de marzo de 2021

LA PLAYA MUERTA

 

Algo no le gustaba al capitán del gran navío. Las aguas estaban extrañamente agitadas en la pequeña costa. No coincidían con lo que el recordaba de aquel lugar. Aguas sosegadas invierno y verano, haga viento o no, nunca las perturbo nada. Miro al cielo intentando predecir tormentas o vientos, pero nada de nada. El sol brillaba en todo su esplendor rodeado por una infinidad de azul que alcanzaba el horizonte.

Las maderas del barco crujían como huesos de anciano, hojas de otoño pisadas por la firme bota del leñador. El balanceo era de todo menos normal, zarandeando a los tripulantes de un lado a otro del barco, algo comparable a las noches de celebraciones cuando todos brindaban con ron y licor, quemando las gargantas, calentando el cuerpo, ahogando las penas bajo el mar negro,  mar que se mezclaba con el cielo nocturno, mostrando sus tesoros de plata descubiertos por la luz de la luna,

El negro también empezó a inquietarse. Los espíritus no estaban contentos. Lo sentía en cada pequeña brizna de aire que golpeaba su piel oscura. Lo notaba en cada rayo de sol, en cada gota de agua que salpicaba su tersa piel. Escudriñaba mar y cielo en busca de un dios al que recurrir con sus plegarias. ¿podría imitar al viejo chaman para calmar a la ira de los dioses?¿conjugaría las palabras sagradas? Pero necesitaba sangre caliente, recién expulsadas por el cuerpo expirante (y muchas veces tembloroso de terror) ¿Tendría el valor de sacarse su propia sangre para ser escuchado? La respuesta no se hizo esperar. La nave, golpeada por grandes y furiosas olas, se volcó de tal manera que los mástiles casi quedan paralelos al mar. Una terrible fuerza lo empujo y cayo por la borda. Tan solo cuando todos recuperaron la compostura echaron en falta al negro. Miraron aquí y allá buscando a su amigo perdido. Pero fue un grito de auxilio lo que delato su posición. Rápidamente fueron al encuentro de donde procedían los chillidos de socorro y volvieron a embarcar, con ayuda de una cuerda, al africano.

Cuando embarco por fin, se fue rápidamente a su camarote. No dijo nada a nadie. No respondió a las preguntas inquietas acerca de su salud ni vio la cara de sus salvadores. Algo le pasaba, algo fuera de lo común para aquel sonriente y amable hombre. Al rato salió, pintado de ritual. Mirando con los ojos abiertos de locura, mirando a cada uno de los marineros del barco, con una vasija de barro en una mano y un cuchillo en la otra. Los dioses tendrán lo que desean.

Salvador Alarcón Silva

martes, 23 de marzo de 2021

EL SÍNDROME DE BERGERAC

 

El Síndrome de Bergerac es un trastorno donde la falta de confianza o autoestima de una persona la motiva a ceder su ingenio a otros ya que considera que sólo de esta manera será posible la materialización de sus ideas o propuestas, pues de lo contrario pasarían desapercibidas. Y esto es lo que observamos en Velia, la protagonista-narradora de la novela de Pablo Gutiérrez, quien se basa en su experiencia en sus clases de Literatura Universal de 1º de Bachillerato, donde leyeron Cyrano de Bergerac, la obra teatral de Edmond Rostand, y se propusieron adaptarlo y representarlo para sus compañeros del instituto.

Velia va a comenzar 1º de Bachillerato con muchas dudas, y, para estar con su amiga Clara, se matricula en Humanidades con la optativa de Literatura Universal. Estarán allí sólo diez alumnos, entre ellos María y Connor, dos amigos de toda la vida, y Vélez, el nuevo, que viene de un centro privado y Velia cree que se considera superior a la clase, que son gente normal. Y estará Lupe, la nueva profesora, la extraña, con un bolso donde parece que cabe todo, como el de Mary Poppins.

En una clase, Claudia entusiasmada comenta la película Cyrano de Bergerac, con Gerard Depardieu, y arrastra a sus compañeros a representar la obra ante sus compañeros. Al día siguiente, Velia comenzará a adaptar la obra y a concebir cuáles serán los personajes de sus compañeros: Vélez será Cyrano; el payaso de Connor, será de Guiche, su rival; Candi, que empatiza perfectamente con los personajes, Roxanne; Claudia, Rosalina, un personaje creado por Velia, una mujer mosquetero que servirá de mensajera entre Cyrano con las supuestas cartas de Christian y Roxanne.

Cuando plantean esto a sus compañeros, Vélez exige que Velia también actúe. Presentan el proyecto a Lupe, quien al principio pone reparos a su hora de actuar y declamar. Ellos deciden crear la Hermandad de la Nariz. Se lanza todo, y se consigue la participación de padres con el vestuario, el attrezzo y el manejo de las espadas. Y a última hora se unen los elfos de Lothlorien, la profesora de música y alumnos de 1º y 2º de ESO con sus instrumentos para realzar la tensión dramática de diversos momentos.

Todo esto mientras transcurre el curso, con sus aprobados y suspensos. La relación entre Velia y Vélez poco a poco se vuelve más que normal. Claudia comienza a alejarse de Velia y el resto y a faltar a ensayos, pues ha comenzado a salir con Manu, un estudiante un año mayor que ella.

Faltan cuatro días para el estreno y…

La novela es brillante, con grandes momentos. Los personajes principales están perfectamente trazados. La voz de Velia nos atrapa enseguida y nos conduce a través de los altibajos anímicos que va a sufrir ese curso y sus inseguridades, pues se cree menos que los demás; por medio, las escenas adaptadas de su versión; por medio, su relación con Claudia, Connor o Vélez, y la vemos crecer y madurar. Todo ello aderezado con referencias a Harry Potter, al Señor de los anillos, Star Wars, Stranger Things. Todo nos conduce al duelo que nos llevan anunciado desde el primer momento entre Cyrano y de Guiche, entre Vélez y Connor. ¡Y Rosalina! ¿Qué podemos decir de Rosalina?   

PREMIO EDEBE NOVELA JUVENIL 2021  

lunes, 22 de marzo de 2021

CRIMEN Y CASTIGO PERRUNO

Samuel rebuscó en la carreta en busca de una cesta cubierta.

—Para ti. —Lo dijo con un tono perfectamente neutro, pero vi una pequeña arruga en las comisuras de sus labios que bien podría haber sido un atisbo de sonrisa. Sus ojos relucían con un ansia que me era muy familiar, la misma que tenían cuando me contaba la trama de una de sus noveluchas y estaba a punto de llegar a la parte en la que el héroe aparece de repente para salvar al niño secuestrado en el último momento—. Cógela (...)

Samuel no se convirtió en mi mejor amigo. Dicho honor le correspondió al animal de patas rechonchas que resoplaba y se agitaba dentro de la cesta que me acababa de dar.

Gracias a los viajes escasos y acompañados por Wilda que hacía a Shelburne, sabía que los Zappia vivían hacinados en el apartamento que tenían sobre su tienda de comestibles en el pueblo, un nido grande y estridente que hacía resoplar al señor Locke a través del bigote cada vez que hablaba de ellos. Protegía la tienda una enorme perra de grandes fauces llamada Bella.

Samuel me explicó que Bella acababa de tener una camada de cachorros de pelaje broncíneo. Los otros niños de los Zappia se habían dedicado a venderles los demás a los turistas suficientemente crédulos como para creer que eran un raro cruce de león africano con perro de caza, pero Samuel había conservado uno.

—El mejor. Lo he guardado para ti. ¿Ves cómo te mira?

Era cierto: el cachorro del interior de la cesta había dejado de retorcerse y ahora me miraba con unos ojos húmedos de lustre azulado, como si esperase órdenes divinas.

En ese momento no sabía lo que aquel perrito llegaría a significar para mí, pero quizá lo empezaba a sospechar en mi interior, porque cuando alcé la vista para mirar de nuevo a Samuel empecé a notar esa amenazadora comezón en la nariz tan propia de los momentos en los que me dan ganas de llorar.

Abrí la boca para responder, pero en ese momento oí otro de los sonoros carraspeos de Wilda.

—Ni se te ocurra, chico —sentenció—. Llévate a ese animal de aquí ahora mismo.

Samuel no frunció el ceño, pero sí que vi cómo desaparecía el atisbo de sonrisa que había visto antes en la comisura de sus labios. Wilda me quitó la cesta que aferraba y se la dio a Samuel con rabia, mientras el cachorro se quedaba con las patas hacia arriba en el interior.

Después Wilda me arrastró al interior de la casa y me echó un sermón que duró lo que me parecieron eones sobre gérmenes, lo poco apropiados que son los perros grandes para las señoritas y los peligros de aceptar regalos de hombres de la calaña de Samuel.

Le pedí permiso al señor Locke durante la cena, pero tampoco tuve suerte.

—Una bola de pelo pulgosa con la que te has encariñado, ¿no?

—No, señor. Ya conoce a Bella, ¿no? El perro de los Zappia.Pues ha tenido cachorros y…

—Un chucho. Son un engorro, Enero. Además, no quiero tener a uno de esos mordiéndome las piezas de taxidermia. —Agitó el tenedor en mi dirección—. Pero te diré una cosa… Uno de mis socios cría teckels en Massachusetts. Quizá, si te aplicas un poco más en los estudios, puedas convencerme para que te recompense con un regalo de Navidad adelantado.

e dedicó una sonrisa benévola y un guiño a pesar de los labios fruncidos de Wilda. Traté de devolvérsela.

Después de cenar, volví a copiar libros de contabilidad, en silencio y dolorida, como si unas cadenas invisibles no dejaran de rozarme e irritarme la piel. Los números se emborronaban y se agitaban a medida que las lágrimas se me acumulaban en los ojos, y me sobrevino una nostalgia inane e irrefrenable por recuperar mi olvidado diario de bolsillo. Por ese día en el prado en el que había escrito una historia que se había hecho realidad.

La pluma se deslizó hacia los márgenes del libro de contabilidad. Ignoré la voz en mi cabeza que me aseguraba que no iba a servir para nada y que era absurdo y más que rocambolesco, que las palabras escritas en una página no eran hechizos mágicos; y escribí:

Érase una vez una niña buena que conoció a un perro malo y se hicieron amigos para siempre.

En esa ocasión, el mundo no se trocó en silencio a mi alrededor. Solo oí un tenue suspiro, como si la estancia al completo acabara de soltar aire. La ventana meridional traqueteó un poco en el marco. Sentí cómo un ligero cansancio se apoderaba de mis extremidades. Se volvieron más pesadas, como si algo me hubiese arrebatado los huesos para reemplazarlos por plomo; y la pluma se me cayó de la mano. Parpadeé entre lágrimas y contuve un poco el aliento.

Pero no ocurrió nada. Ningún perro se materializó frente a mí y seguí copiando las cuentas.

A la mañana siguiente me desperté de repente, mucho antes de lo que se levantaría cualquier chica joven en su sano juicio. Empecé a oír un tintinear incesante que resonaba por toda la estancia. Wilda se agitó en sueños, con ese instintivo ceño fruncido tan propio de ella.

Me abalancé hacia la ventana entre una maraña formada por las sábanas y mi camisón. Contemplé el jardín helado de abajo y vi a Samuel entre la perlada bruma que precede al alba. Alzaba la vista y me miraba con el rostro arrugado en una leve sonrisa. En una mano sostenía las riendas de su poni gris y en la otra, la cesta redonda.

Salí por la puerta y bajé las escaleras antes de tener tiempo siquiera de algo tan mundano como pararme a pensar. Me vinieron a la cabeza cosas como «Wilda te va a despellejar» o «Dios, pero si estás en camisón», pero ya había abierto la puerta lateral y salido para encontrarme con él.

Samuel bajó la vista hacia mis pies descalzos, que se helaban en la escarcha, y luego contempló mi rostro ansioso y desesperado. Me tendió la cesta por segunda vez. Saqué la bola de pelo fría y soñolienta y la sostuve contra el pecho, donde se acurrucó aún más al notar el calor entre mis brazos.

—Gracias, Samuel —susurré.

Sabía que era un agradecimiento sin duda insuficiente, pero él parecía satisfecho. Agachó la cabeza para dedicarme una reverencia, un gesto anticuado como el de un caballero montado en su poni babeante que acepta el favor de su dama, y luego desapareció en el nublo horizonte.

Dejemos clara una cosa: no soy estúpida. Sabía que las palabras que había escrito en el libro de contabilidad eran más que tinta en una página. Habían salido al mundo y retorcido la realidad que lo conformaba de una manera invisible e incognoscible para traer a Samuel bajo mi ventana. Pero también sabía que había una explicación más racional: que había visto mi rostro desconsolado el día anterior y había decidido hacer caso omiso de esa alemana vieja y amargada. Eso fue lo que decidí creer.

Aun así, cuando llegué a mi habitación y coloqué esa bola de pelo marrón entre un nido de almohadas, lo primero que hice fue buscar una pluma en el cajón de mi escritorio. Encontré un ejemplar de El libro de la selva, la abrí por las páginas en blanco que había al final y escribí:

A partir de ese día, su perro y ella fueron inseparables (…)

A principios de verano, cuando las hojas aún son verdes y están cubiertas de rocío, cuando da la impresión de que el cielo es un lienzo recién pintado, Bad y yo nos encontrábamos acurrucados juntos en los jardines releyendo el resto de libros del Mago de Oz para prepararnos para el lanzamiento del nuevo. Acababa de terminar mis clases de francés y de latín, y también las sumas y la contabilidad para el señor Locke. Mis tardes eran libres y maravillosas ahora que la señorita Wilda no estaba.

Lo cierto era que Bad merecía llevarse casi todo el mérito. De haber podido personificar las peores pesadillas de Wilda en una única criatura, esta habría sido muy parecida a ese cachorro de ojos amarillos, patotas y exceso de pelaje marrón que no respetaba en absoluto a las institutrices. El rostro de la mujer se había quedado descompuesto la primera vez que lo había visto en mi dormitorio, y luego me había arrastrado hasta el despacho del señor Locke aún con el camisón puesto.

—Deja de gritar, por Dios. Aún no me he bebido el café. ¿A qué viene este alboroto? Pensé que había sido muy claro al respecto. —El señor Locke se me había quedado mirando con esos ojos fríos como el hielo y pálidos como la luna—. No lo quiero en mi casa.

Sentí que mi voluntad se resquebrajaba y se estremecía, que se debilitaba ante su mirada, pero luego pensé en las palabras ocultas que había escrito en la novela de Kipling:

Su perro y ella fueron inseparables.

Abracé con todas mis fuerzas a Bad, miré a los ojos al señor Locke y apreté los dientes.

Pasó un momento. Luego otro. Y otro. El sudor empezó a gotearme por la nuca, como si levantase un objeto muy pesado. El señor Locke terminó por reír.

—Quédatelo. Parece ser muy importante para ti.

Poco después, la señorita Wilda desapareció de nuestras vidas con la misma presteza con la que un papel de periódico se estropea al dejarlo al sol. La mujer no podía soportar a Bad, que crecía a un ritmo alarmante. La criatura se comportaba conmigo de forma adorable y juguetona, dormía entre mis piernas y se siguió subiendo a mi regazo incluso cuando su tamaño lo convertía ya en toda una hazaña; pero su actitud con el resto de humanos del lugar era francamente peligrosa. En seis meses, consiguió echar a Wilda de nuestra habitación y exiliarla a los aposentos del servicio. En ocho, Bad y yo teníamos el tercer piso casi entero para nosotros solos.

La última vez que vi a Wilda, cruzaba el amplio jardín mirando de reojo hacia las ventanas de mi habitación en el tercer piso con el gesto compungido de alguien que se retira de una batalla perdida. Abracé a Bad con tanta fuerza que soltó un gemido, y luego pasamos la tarde chapoteando en la orilla del lago para disfrutar de nuestra libertad.

Alix E. Harrow, las diez mil puertas de Enero

domingo, 21 de marzo de 2021

DÍA MUNDIAL DE LA POESÍA

 


Retomando el hilo de las palabras del novelista Franz Kafka, cuando escribió que “Un libro debe ser el hacha que hienda el mar congelado en nuestro interior”, John Felstiner, profesor de Stanford, se pregunta en el título de su libro: ¿Puede la poesía salvar la Tierra?

“¿Por qué apelar a los placeres de la poesía cuando llega el momento de responder con un órdago? La respuesta empieza por el individuo: es el individuo el que habla por los poemas y al que los poemas hablan. De nuestro interior, uno a uno, puede surgir la voluntad de actuar. Puesto que somos el receptor de la belleza y la fuerza de los poemas, tenemos la oportunidad de reconocer y aligerar la impronta que dejamos en un mundo donde solo la naturaleza tiene una importancia vital.”

La orquestación de las palabras, el colorido de las imágenes y la contundencia de una buena métrica otorgan a la poesía un poder sin parangón: el poder de extraernos de lo cotidiano para recordarnos la belleza que nos rodea y la resistencia del espíritu humano.

Este año, en el que ponemos punto final al Decenio de las Naciones Unidas sobre la Diversidad Biológica e inauguramos el Año Internacional de la Sanidad Vegetal de las Naciones Unidas, la UNESCO rinde tributo a poetas del pasado y del presente que lucharon y luchan por la diversidad biológica y la conservación de la naturaleza.

Aunque la protección de la diversidad biológica es un tema que apenas ahora empieza a calar en la sociedad, los poetas llevan miles de años animando al lector a apreciar la belleza del mundo natural. El amor, la muerte y la naturaleza son quizá los temas más frecuentados por la poesía. De Garcilaso de la Vega a Victor Hugo, de Alexander Pushkin a Sarojini Naidu, desde siempre el poeta ha reconocido y honrado una profunda vinculación entre las emociones humanas y la riqueza del entorno.

Últimamente los poetas han comenzado a utilizar su memoria cultural y sus preocupaciones ecológicas para dar testimonio del cambio climático. Con su obra estos “ecopoetas” sitúan el patrimonio natural y cultural en el centro del debate político y hacen de él una cuestión de supervivencia. El poeta mapuche contemporáneo Elicura Chihuailaf expresa con poderosa elocuencia este vínculo entre saber indígena y protección de los ecosistemas:

Aprendo entonces los nombres de las flores y de las plantas.

Los insectos cumplen su función.

Nada está de más en este mundo.

El universo es una dualidad,

lo bueno no existe sin lo malo.

La Tierra no pertenece a la gente.

.              La poesía anida en lo más hondo de lo que somos, mujeres y hombres que conviven en el mundo de hoy, abrevándose en el legado de las generaciones pasadas y custodiando este mundo para nuestros hijos y nietos. Al celebrar hoy la poesía, celebramos nuestra capacidad de luchar unidos por la diversidad biológica como “preocupación común de la humanidad” y como parte integral del proceso de desarrollo internacional.

Audrey Azoulay, Directora General de la UNESCO, Día Mundial de la Poesía 2020

viernes, 19 de marzo de 2021

LA ÚLTIMA JUERGA

 

Entonces tenían poco más de veinte años: un grupo de amigos que se citaban en el bar Kronen y consumían la juventud a base de sexo, alcohol y drogas. En algunas ocasiones coqueteaban con la muerte e incluso hubo quien salió mal parado de aquel coqueteo. Ha pasado mucho tiempo. Han pasado exactamente veinticinco años.

Ahora trabajan y no se ganan mal la vida; algunos se han casado y tienen hijos. Casi ninguno de ellos consume drogas y las borracheras se han convertido en enología. Cuando Carlos recibe una noticia que sacude completamente su vida, siente la necesidad de volver a reunirse con su amigo Pedro, a quien no ve desde hace muchos años. Tal vez no sea más que un reencuentro para rememorar algunos momentos del pasado, o tal vez se convierta en el principio de La última juerga.

José Ángel Mañas cumple con esta novela el deseo de muchos de sus lectores: una secuela de Historias del Kronen, su primera novela, que marcó un antes y un después. Pero no va a ser una mera secuela, sino que es un cierre completo a esa historia.

Para ello, retoma el personaje de Carlos Aguilar, que apenas ha cambiado: manipulador con todo el mundo buscando su propio provecho, egoísta, machista, abusando de drogas y alcohol, satisfecho por el éxito que le ha brindado la vida en su trabajo. Pero de repente todo salta a su alrededor: le diagnostican un cáncer terminal y su actual pareja, Ángela, una modelo internacional, le acaba de echar de casa. Sin saber qué hacer, decide llamar a Pedro, un viejo amigo de los tiempos del Kronen, al que hace años que no ve, para tomar una copa por los viejos tiempos. Pedro es responsable, de ideas un tanto conservadoras, padre de familia, y se acuerda de los líos en que le metió Carlos de joven. En esa copa, que no será la última, Carlos le comenta su enfermedad, y se la vuelve a liar: de madrugada se lían con una prostituta rumana, comenzando los problemas y alguna que otra situación disparatada, al llevarse a esta y a su hijo a Extremadura y Andalucía, perseguidos por su macarra.   

                La historia está contada por Carlos en capítulos cortos, con su punto de vista sardónico, políticamente incorrecto, que solo ve aquello que le interesa o lo que puede dificultar sus intereses. Todo con ritmo ágil, con unas escenas muy bien trazadas, y referencias para hacernos reflexionar sobre la situación política actual. Y aunque el protagonista nos cae muchas veces gordo, como en la primera novela, estamos deseando saber cuál va su próxima salida u ocurrencia.

PREMIO ATENEO DE SEVILLA 2019

jueves, 18 de marzo de 2021

AIRE

 


Persigo instantes únicos. Algún tiempo sin máscara. Un viaje sin destino.

Aceptarlo. Eso es todo.

Soy paracaidista.

La primera vez que salté, me juré que sería la última. No fui capaz de soportar lo que veía. Después ya no supe vivir sin saltar.

Cuando siento mi materia cortada por el aire y veo la tierra corriendo a mi encuentro, me vuelvo diáfano y cobarde: pido perdón, suplico, hago promesas. Es extraño el estado que uno alcanza al reencontrar, como por vez primera, la firmeza bajo sus pies. Pero uno echa a andar y se retracta. Olvida que ha rogado, que ha temido, y se envilece poco a poco. Así es como vivimos: nos hemos olvidado de la tierra que hay bajo nuestros pies.

Después de la caída, la vida recupera todos sus milagros. Y es fácil olvidarlos. Comenzamos a andar, eso es todo. Entonces hace falta un nuevo salto. Y otro. Y otro. Y muy pronto lo que uno más anhela es dejarse caer.

Soy súbdito del aire. Quién pudiera vivir aterrizando.

Una dicha, me temo, imposible: en cuanto vuelvo al suelo, dejo de arriesgar lo que tanto vale y el bienestar se va desvaneciendo. Así es como vivimos. Viajes. Máscaras. Pero hoy he dado con la solución.

Este es mi instante. Vuelo. Estoy volando. Sólo yo, en estado puro.

Sé que es injusto despreciar la tierra que se pisa. No volveré a hacerlo.

Voy camino de mí, sin ataduras. Falta poco.

Seré leal como los libres.

Libre siempre.

Aire feliz.

Andrés Neuman

miércoles, 17 de marzo de 2021

EL RETRATO DE DORIAN GRAY

 

Cuando alguien menciona la maravillosa novela de Oscar Wilde (1854-1900), El Retrato de Dorian Gray (1890), de inmediato evoco con enorme nostalgia las hojas de papel cebolla con que estaba hecho el libro de sus obras completas en Editorial Aguilar y que mi padre tenía en un sitio privilegiado de su biblioteca. Cuántas horas no pasé frente a esa edición envidiando cada una de las frases de Wilde, encantada con su inteligencia, hipnotizada por su manera de contar una historia. Siempre que abría este libro, lo hacía esperanzada en que a mí también se me ocurrieran frases tan maravillosas como las suyas, personajes tan brillantes y conversadores llenos de sabiduría. “Seguro que así debió de ser Oscar Wilde, admirado por todos, un seductor y un gran conversador”, me decía. Lo que todavía no sabía era que este libro mágico también había sido duramente juzgado, y que su autor cayó en desgracia a causa de sus ideas.

Wilde fue por mucho tiempo el gran invitado a los salones, la sociedad se lo peleaba para que asistiera a las cenas y fiestas más exclusivas. Cada vez que comenzaba a platicar, salían de su boca las frases más ingeniosas, divertidas y sabias. Cuando el poeta irlandés W .B. Yeats lo conoció, por los días en que Wilde estaba escribiendo El Retrato de Dorian Gray, dijo: “Wilde es maravilloso. Dice frases perfectas, como si las hubiera estado puliendo toda la noche... ¡pero son completamente espontáneas!”. Le fascinaba contar parábolas sobre la vida de Cristo, decía que la Teología era lo más gastado del mundo. Como dice Lord Henry Wotton, el protagonista de esta novela: “Sucede que en la iglesia no se piensa. Un obispo sigue diciendo a los 80 años lo que a los 18 le contaron que tenía que decir”. Una de sus diversiones era platicar sobre Cristo con un lenguaje y un ingenio únicos:

“Cristo entró en una ciudad y descubrió a un joven que seguía a una prostituta con una mirada de deseo.

“-¿Por qué miras a esa mujer con esos ojos? -le preguntó.

“El joven de inmediato reconoció a Cristo, así que le respondió:

“-Yo era ciego y tú me devolviste la vista. ¿Qué otra cosa podría mirar?”.

El Retrato de Dorian Gray está lleno de frases maravillosas, casi en cualquier página hay un pensamiento genial. He aquí algunas de ellas: “¡Ojalá te enamores! El amor hace buenas a las personas”. O “La ropa del siglo 19 es detestable. Tan sombría, tan deprimente. El pecado es el único elemento de color que queda en la vida moderna”. Hay que decir que una de las frases más famosas de Wilde se encuentra en el primer capítulo de esta novela: “En el mundo sólo hay algo peor que ser la persona de la que se habla y es ser alguien de quien no se habla”.

Wilde iba de salón en salón, de tabernas a cafés, a las casas de los nobles y de los artistas. Hasta que un día llegó al taller del pintor Basil Ward. Basil acababa de terminar el retrato de un joven bellísimo. Apenas lo vio Wilde, dijo con tristeza: “¡Qué lástima, un joven tan hermoso no debería envejecer nunca! Sería maravilloso si pudiera conservarse tal como es ahora; y que el retrato envejeciera y tomara su lugar”.

La historia de Dorian Gray cuenta lo que ocurriría si este deseo fuera escuchado, es decir, no morir y mantener indefinidamente la juventud y la belleza. Sí, porque Dorian es el joven retratado en la novela por el pintor Basil Hallward. A él se le cumple el deseo de ser eternamente joven mientras el retrato envejece.

Se cuenta que por los días en que Wilde escribía esta novela, se ausentaba de su casa. Durante semanas, dejaba sola a su esposa, Constance, y se iba a fiestas, pero sobre todo a tabernas, en donde era asediado por los jóvenes poetas. En una de esas tabernas, unos amigos le presentaron a un joven escritor llamado John Gray. Dicen que Oscar se enamoró inmediatamente de él, y que durante un tiempo fueron “amigos íntimos”, como decían las biografías de Wilde. A pesar de que estuvieron juntos por poco tiempo, el apellido del joven de 21 años quedó inmortalizado gracias a la novela de Wilde.

El libro fue leído por admiradores y detractores. Wilde estaba en la cumbre de su éxito. Entonces ni siquiera conocía a Bosie, el joven amante que lo llevaría al fracaso. Pero muchos críticos se inquietaron con el libro, y en los diarios se llegó a decir: “Es la novela más libre que se ha escrito”. Complejo como era, Wilde proponía en este libro una resurrección de la mentira y de la artificialidad. “La naturalidad es una afectación, la más irritante que conozco”, dice Lord Henry Wotton. No cabe duda que Wilde era un amante de la exageración, de la artificialidad y de las poses. Pero a nosotros, la pose que más admiramos es la pose de genialidad que tenía este maravilloso escritor.

Guadalupe Loaeza, Leer o morir

martes, 16 de marzo de 2021

EL CASO DEL MARQUÉS DESAPARECIDO

Enola Holmes, hermana pequeña del famoso detective Sherlock Holmes, cuando va a cumplir 14 años, se da cuenta que su madre ha desaparecido. Ante la idea de sus hermanos mayores de internarla en un colegio de señoritas, decide viajar hasta Londres dispuesta a encontrar alguna pista que la conduzca hasta su madre. Sin embargo, nadie puede prepararla para lo que la espera allí. Al pisar el asfalto de la ciudad, se verá envuelta en el secuestro de un joven marqués y deberá sortear a toda costa a sus inteligentes hermanos mayores, que pretenden llevarla a un internado. ¿Podrá Enola descifrar los enigmas que le ha dejado su madre y encontrarla?

Con este libro Nancy Springer comienza las aventuras de Enola (Alone, al revés, que significa sola) Holmes, la hermana pequeña de Sherlock y Mycroft. Nos encontramos con una protagonista femenina en la sociedad victoriana del siglo XIX, que se rebela contra las costumbres de su época, donde el protagonismo, con acierto, lo tiene Enola, mientras que su famoso hermano pasa a un segundo plano.

La trama es entretenida y divertida (algunos momentos con Mycroft son geniales), avanzando rápidamente la lectura con las aventuras que se van sucediendo una tras otra y los misterios y cómo Enola intenta descubrir su significado.  

lunes, 15 de marzo de 2021

HACE, MÁS O MENOS, UN AÑO

Casi era una suerte que la gente estuviese tan ocupada con otras cosas en aquellos días. Las noticias sobre la pandemia llegaban al campus envueltas en la irrealidad de las videollamadas familiares desde España, los hilos de Twitter y las historias de Instagram. Los periódicos digitales españoles anunciaban cada día el recuento de muertos en todo el país; pero no podía ser, sonaba a estadística vacía... Pablo era incapaz de ponerles cara a aquellas muertes, o de imaginarse los hospitales atestados, las residencias donde todos los ancianos enfermaban a partir de un solo contagio inicial... Parecía un cuento; un cuento de terror moderno. Quizá un episodio de una serie pretenciosa de HBO. Y mientras, en el campus de Stirling, la vida había seguido como si tal cosa: los dos pubs abiertos hasta las 23:00, la galería de cristal que comunicaba el edificio central con los laboratorios llena de puestos de ropa teñida a mano y de mesas informativas sobre veganismo, protección del hielo de Groenlandia y otras iniciativas, la librería-cafetería animada casi a cualquier hora, y el supermercado del campus bien surtido de pakoras, samosas y todo tipo de especialidades indias que solo había que calentar y consumir.

Como mucho, hacía tres o cuatro días que habían comenzado a aparecer en el campus algunas mascarillas. Todos alumnos asiáticos, como observó Sofía con cierto aire de superioridad. Porque hacía solo tres días, llevar puesta la mascarilla parecía una exageración de personas hipocondríacas. Un día más tarde, algún portavoz de Sanidad del gobierno británico había recomendado usarlas con prudencia. Y Pablo, sintiéndose un poco ridículo, se acercó a la farmacia del campus a comprar un paquete... pero llegó demasiado tarde: se habían agotado.

Ana Alonso, Veinte días de abril

domingo, 14 de marzo de 2021

HISTORIA DEL REY SCHAHRIAR Y DE SU HERMANO EL REY SCHAHZAMAN

 


Se cuenta que en la antigüedad hubo un rey entre los reyes de Sassan, en las islas de la India y de la China. Era dueño de ejércitos y señor de un séquito numeroso. Tenía dos hijos, y ambos eran heroicos jinetes, pero el mayor valía más aún que el menor. El mayor reinó en los países, gobernó con justicia entre los hombres, y por eso le querían los habitantes del país y del reino. Se llamaba Schahriar. Su hermano, Schahzaman, era el rey de Samarcanda.

Siguiendo su curso las cosas, residió cada uno en su país, y gobernaron con justicia  durante veinte años. Y llegaron ambos hasta el límite del desarrollo y el florecimiento.

El mayor sintió vehementes deseos de ver a su hermano. Entonces ordenó a su visir que partiese y volviese con él. El visir contestó: “Escucho y obedezco.”

Partió, pues, y llegó felizmente par la gracia de Alah; entró en casa de Schahzaman, le transmitió la paz, le dijo que el rey Schahriar deseaba ardientemente verle, y le invitaba a visitarle. El rey Schahzaman contesto: “Escucho y obedezco.” Dispuso los preparativos de la partida, mandando sacar sus tiendas, sus camellos y sus mulos, y que saliesen sus servidores y sus auxiliares. Nombró a su visir gobernador y salió hacia las tierras de su hermano.

Pero a media noche recordó que había olvidado algo; volvió a su palacio secretamente y se encaminó a los aposentos de su esposa a quien pensaba encontrar triste y llorando por su ausencia. Grande fue su sorpresa al hallarla haciendo el amor con un esclavo negro. Al verlo, el mundo se obscureció ante sus ojos. Y se dijo: “Si sucede esto cuando apenas acabo de dejar la ciudad. ¿Cuán sería la conducta de esta esposa si me ausentase algún tiempo para estar con mi hermano?” Desenvainó inmediatamente el alfanje, y acometiendo a ambos, los dejó muertos sobre los tapices del lecho. Volvió a salir, sin perder una hora ni un instante, y ordenó la marcha de la comitiva. Y viajó de noche hasta avistar la ciudad de su hermano.

Entonces éste salió a su encuentro, y al recibirlo, le deseó la paz. Se regocijó hasta los mayores límites del contento, mandó adornar en honor suyo la ciudad y le habló con efusión. Pero el rey Schahzaman recordaba la fragilidad de su esposa, y una nube de tristeza le velaba la faz. Su tez se había puesto pálida y su cuerpo se había debilitado. Al verle así, el rey Schahriar creyó que se debía a haberse alejado de su reino y de su país. Un día, le dijo: “Hermano, tu cuerpo enflaquece y su cara amarillea.” Y el otro respondió: “¡Ay, hermano, tengo en mi interior una llaga en carne viva-!” Pero no le reveló lo ocurrido con su esposa. El rey Schahriar le dijo: “Quisiera que me acompañases a cazar, tal vez así se anime tu espíritu.” El rey Schalizaman no quiso aceptar y su hermano se fue solo a la cacería.

Había en el palacio unas ventanas que daban al jardín, y, asomado a una, el rey Schahzaman, vio corno se abría una puerta secreta para dar salida a veinte esclavas y veinte esclavos, entre los que avanzaba la mujer de Schahciar en todo el esplendor de su belleza. Ocultándose para observar lo que hacían, se convenció de que la misma desgracia de la que había sido víctima, la misma o mayor, cabía a su hermano el sultán. Al verlo, pensó el hermano del rey: “¡Por Alah! Más ligera es mi calamidad que esta otra.” Inmediatamente, se desvaneció su aflicción y se dijo: “¡En verdad, esto es más enorme que cuanto me ocurrió a mí!” Y desde aquel momento volvió a comer y beber cuanto pudo.

Cuando su hermano volvió de su excursión, observó que su hermano acababa de recobrar el buen color, pues su semblante había adquirido nueva vida, y que comía con toda su alma después de haberse alimentado parcamente en las primeros días. Se asombró, y le dijo: -“Hermano, hace poco te veía amarillo y ahora has recuperado los colores. Cuéntame qué te pasa.” El rey le dijo: “Te contaré la causa de mi anterior palidez, pero dispénsame de referirte el motivo de haber recobrado los colores.” El rey replicó: “Relata primero la causa de tu pérdida de color y tu debilidad.” Y se explicó de este modo: “Sabrás que cuando requeriste mi presencia, hice mis preparativos, y salí de la ciudad. Pero después me acordé de la joya que te destinaba y que te di al llegar a tu palacio. Volví, pues, y encontré a mi mujer y a un esclavo negro en la cama. Los maté a los dos, y vine hacia ti, muy atormentado por el recuerdo. Este fue el motivo de mi primera palidez y de mi enflaquecimiento. En cuanto a la causa de haber recobrada mi buen color, dispénsame de mencionarla.”

Cuando su hermano lo oyó, le dijo: “Por Alah, cuéntame la causa de haber recobrado tu color.” Entonces Schalizaman le refirió lo que había visto. Y Schaliriar dijo: “Es necesario que mis ojos vean semejante cosa.” Su hermano le respondió: “Finge que vas de caza, pero escóndete en mis aposentos, y serás testigo del espectáculo: tus ojos lo comprobarán.”

Inmediatamente, el rey dió la orden de marcha. Los soldados salieron con sus tiendas fuera de la ciudad. El rey marchó también, se ocultó en su tienda y dijo a sus jóvenes esclavos: “¡Que nadie entre!” Luego se disfrazó, salió a hurtadillas y se dirigió al palacio. Llegó a los aposentos de su hermano, y se asomó a la ventana que daba al jardín. Apenas había pasado una hora, cuando salieron las esclavas, rodeando a su señora, y tras ellas los esclavos. E hicieron cuanto había contado Schahzaman.

Al verlo Schahriar dijo a su hermano: “Marchemos para averiguar nuestro destino en el camino de Alah, hasta encontrar a alguien que haya sufrido una desgracia semejante. Si no, la muerte sería preferible a nuestra vida.” Su hermano le contestó lo apropiado, y ambos salieron por una puerta secreta del palacio. Y caminaron día y noche, hasta que llegaron a un árbol, en una solitaria pradera donde había un manantial de agua dulce.

Transcurrida una hora, brotó una negra columna de humo, que llegó hasta el cielo y se dirigió después hacia la pradera. Los reyes, asustados, se subieron a la copa del árbol, que era muy alto, y miraron lo que tal cosa pudiera ser. Y he aquí que la columna de humo se convirtió en un efrit de elevada estatura, poderoso de hombros y robusto de pecho. Llevaba un arca sobre la cabeza. Puso el pie en el suelo, y se dirigió hacia el árbol y se sentó debajo. Levantó la tapa del arca, sacó de ella una caja, la abrió, y apareció una encantadora joven, de espléndida hermosura, luminosa lo mismo que el sol, como dijo el poeta (...) Después que el efrit hubo contemplado a. la hermosa joven, le dijo: “¡Oh soberana! ¡Oh tú, a quien rapté el mismo día de tu boda! Quisiera dormir un poco.” Colocó la cabeza en las rodillas de la joven y se durmió.

Entonces la joven levantó la cabeza hacia la copa del árbol y vio ocultos a los dos reyes. Apartó de sus rodillas la cabeza del efrit, la puso en el suelo, y les dijo por señas: “Bajad, y no tengáis miedo de este efrit.” Por señas, le respondieron: “¡Por Alah! ¡Dispénsanos de lance tan peligroso!” Ella les dijo: “¡Por Alah! Bajad en seguida si no queréis que avise al efrit; que os dará la peor muerte.” Entonces, asustados, bajaron hasta donde estaba ella, la joven los tomó de las manos, se internó con ellos en el bosque y les exigió algo que no pudieron negarle. Una vez cumplidos sus deseos, sacó del bolsillo un saquito y de él un collar compuesto de quinientas setenta sortijas, y les pregunto “¿Sabéis lo que es esto?” Ellos contestaron: “No lo sabemos.” Entonces les explicó: “Los dueños de estos anillos hicieron lo mismo que vosotros, por los cuernos insensibles de este efrit. De suerte que me vais a dar vuestros anillos.” Se los sacaron de los dedos, y ella entonces les dijo: “Sabed que este efrit me robó la noche de mi boda; me encerró en esa caja, metió la caja en el arca, le echó siete candados y la arrastró al fondo del mar, allí donde se combaten las olas. Pero no sabía que cuando desea alguna cosa una mujer no hay quien la venza.” (…)

Los dos hermanos, al oír estas palabras, se maravillaron hasta más no poder, y se dijeron: “Si éste es un efrit, y a pesar de su poderío le han ocurrido cosas más enormes que a nosotros, esta aventura debe consolarnos.” Inmediatamente se despidieron de la joven y regresaron cada uno a su ciudad.

En cuanto Schahriar entró en su palacio, mandó degollar a su esposa, así como a los esclavos y esclavas. Después persuadido de que no existía mujer alguna de cuya fidelidad pudiese estar seguro, se casaba cada noche con una y la hacía degollar apenas alborease el día siguiente. Así durante tres años, y todo eran lamentos y voces de horror. Los hombres huían con las hijas que les quedaban.

El rey mandó al visir que, como de costumbre, le trajese una joven, pero, por más que buscó, no pudo encontrar ninguna, y regresó muy triste a su casa, con el alma llena de miedo ante el furor del rey. Pero este visir tenía dos hijas de gran hermosura, que poseían todos los encantos, todas las perfecciones y eran de una delicadeza exquisita. La mayor se llamaba Scherezade, y el nombre de la menor era Doniazada.

La mayor, Scherezade, había leído libros, anales, leyendas de los reyes antiguos e historias de los pueblos pasados. Dicen que poseía también mil libros de crónicas referentes a los pueblos de las edades remotas, a los reyes de la antigüedad y sus poetas. Y era muy elocuente v daba gusto oírla. Al ver a su padre, le habló así: “¿Por qué te veo soportando un peso abrumador de pesadumbres y aflicciones? (…)

Cuando oyó estas palabras el visir; contó a su hija todo lo concerniente al rey. Entonces le dijo Scherezade: “Por Alah, padre, cásame con el rey, porque si no me mata seré la causa del rescate de las hijas de los musulmanes y podré salvarlas de entre las manos del rey.” Entonces el visir contestó: “¡Por Alah! No te expongas nunca a tal peligro.” Pero Scherezade repuso: “Es imprescindible que así lo haga.”

Entonces le dijo su padre: “Cuidado no te ocurra lo que les ocurrió al asno y al buey con el labrador. Escucha su historia (…)

Y cuando Scherezade, hija del visir, hubo oído este relato, insistió nuevamente en su ruego: Padre, de todos modos quiero que hagas lo que te he pedido.” Entonces el visir, sin replicar nada, mandó que preparasen el ajuar de su hija, y marchó a comunicar la nueva al rey Schahrían

Mientras tanto, Scherezade decía a su hermana Doniazada: “Te mandaré llamar cuando esté en el palacio, y así que llegues y veas que el rey ha terminado de hablar conmigo, me dirás: “Hermana, cuenta alguna historia maravillosa que nos haga pasar la noche.” Entonces yo narraré cuentos que, si quiere Alah, serán la causa de la emancipación de las hijas de los musulmanes.”

Fue a buscarla después el visir, y se dirigió con ella hacia la morada del rey, que se alegró muchísimo al ver a Scherezade, y preguntó a su padre: “¿Es ésta lo que yo necesito?” Y el visir dijo respetuosamente: “Sí, lo es.”

Pero cuando el rey quiso acercarse a la joven, ésta se echó a llorar. Y el rey le dijo: “¿Qué te pasa?” Y ella contestó: “¡Oh rey poderoso, tengo una hermanita, de la cual quisiera despedirme!” El rey mandó buscar a la hermana, y vino Doniazada.

Después empezaron a conversar, Doniazada dijo entonces a Scherezade: “¡Hermana, por Alah! cuéntanos una historia que nos haga pasar la noche.” Y Scherezade contestó: “De buena gana, y como un debido homenaje, si es que me lo permite este rey tan generoso, dotado de tan buenas maneras.” El rey, al oír estas palabras, como no tuviese ningún sueño, se prestó de buen grado a escuchar la narración de Scherezade.

Y Scherezade, aquella primera noche, empezó su relato con la historia que sigue:

Las Mil y Una Noches

viernes, 12 de marzo de 2021

ÉRASE UNA VEZ LA TABERNA SWAN

 

En una oscura y brumosa noche, en el pequeño pueblo inglés de Radcot, a orillas del Támesis, los lugareños se reúnen en la taberna Swan para compartir un trago e historias llenas de sabiduría popular. Con seiscientos años de antigüedad, la posada es famosa por reunir a los mejores narradores de cuentos populares, pero esa noche la tertulia nocturna se ve interrumpida por la llegada de un hombre misterioso empapado en sangre que carga en sus brazos a una niña muerta, que misteriosamente recupera la vida pero no va a hablar. Antes de que el hombre pueda emitir explicación alguna, cae derrumbado.

¿Quién es esta niña? Los Armstrong creen que puede ser su nieta, que ha desaparecido tras el suicidio de su madre. Los Vaughan piensan en su hija desaparecida dos años atrás sin dejar rastro. Lily White alega que es su hermana perdida hace tiempo. Otros creen que se trata de un ser del más allá reencarnado, la hija de Silencioso, el barquero fantasma que aparecía en el río cuando alguien estaba en apuros dentro del agua.

                Estas tramas, junto con las historias que nos cuentan en la taberna, se entrecruzan para formar una historia mayor, igual que el Támesis crece gracias a los afluentes que desembocan en él. Así, gracias a los distintos personajes (no tenemos un protagonista central), nos encontramos con una historia de amor, robos, muertes, extorsiones, venganzas, las historias de siempre, las leyendas que todos conocen y de las que nadie, salvo en contadas ocasiones, habla. Todas estas tramas, junto con la forma de narrar de Diane Setterfield (la autora de El cuento número trece), nos van a ir atrapando poco.

                Estamos ante una novela coral, donde destacan los siguientes personajes: Margot Ockwell, cuya familia ha regentado el Swan desde tiempos inmemoriales, junto a su marido Joe, un gran contador de historias; Daunt, un fotógrafo enamorado del Támesis; el matrimonio Vaughan, cuya hija fue secuestrada dos años atrás; Robert Armstromg, un hombre de color que busca el paradero de su nieta Alice y de una chica que mantuvo una relación con Robin, su hijo mayor; o Lily, una joven con un pasado misterioso que ayuda en la parroquia y cree saber quién es esa niña. A través de ellos se entrelazan las distintas tramas de una forma impecable, sin quitar importancia a ninguna.

PREMIO GOLD CROWN 2019 DE LA HISTORIAL WRITERS ASSOCIATION

jueves, 11 de marzo de 2021

LA LEYENDA DEL LIVJATAN

Ocurrió un día de la primavera de 1882. La mañana amaneció despejada y los barcos se echaron a la mar. Pero no mucho después del mediodía, el cielo se fue oscureciendo, se levantó un viento furioso y la mar comenzó a rizarse. El sol. pareció apagarse y los rayos y centellas iluminaron el mar embravecido. Sonaron entonces las campanas de. la iglesia y entre ellas se imponía la voz de la Santa Bárbara, la campana mayor, fundida con el mismo bronce que se empleaba para los cañones de los regimientos reales y que tenía corno principal misión combatir a los demonios portadores de tormentas (...)

El párroco se unió al sacristán y a los monaguillos para hacer voltear con más fuerza las campanas. La horrísona sinfonía que componían con el hostil acompañamiento de los truenos nada tenía que ver con el melodioso toque del ángelus, ni con el monótono toque de difuntos, ni siquiera con el más impetuoso toque de arrebato. Esta vez las campanas tañían para conjurar a los diablos que pudieran cabalgar sobre las nubes. Porque aquella no era una tormenta corriente: aquella era una de esas terribles tempestades que de tarde en tarde azotan la costa de Aurora.

La historia de Telmo daba cuenta de un templo casi desierto en el que únicamente se hallaban cuatro o cinco ancianas solitarias, que, sin parientes vivos, habían acudido a rezar a la iglesia en vez de acercarse hasta el muelle o a la playa, como habían hecho todos los que tenían en la mar algún padre, marido; hijo o hermano.

Todo indicaba que las oraciones de aquellas beatas y los toques de la Santa Bárbara habían logrado derrotar al Nuberu y sus demoníacos acólitos, pues, aunque con grandes esfuerzos, comenzaban a arribar al puerto las primeras embarcaciones.

Desde la atalaya, en lo alto del acantilado, se divisaba el nutrido grupo de lanchas y traineras en batalla contra la mar arbolada y tratando de dirigir las proas hacia la embocadura del puerto.

Entonces un rayo extraordinario hendió el cielo y los vigías de la atalaya avistaron bajo esa luz .fulgurante la figura enigmática de un buque que navegaba en medio de la tempestad con tordas sus velas desplegadas. La visión duró un instante y la nave pareció desvanecerse tan súbitamente como había aparecido, entre las tinieblas del horizonte, cuando las campanas enmudecieron bajo el ensordecedor estallido del trueno.

Al estruendo lo siguió cierta calma y las campanas volvieron a ser audibles. En poco tiempo la última embarcación de pesca entró en el puerto, donde hombres, mujeres y niños se afanaban en poner a salvo naves y aparejos y, una vez asegurados, se unían en abrazos y besos. Las lágrimas de la emoción se hacían invisibles en los rostros empapados por la lluvia.

Desde el puerto, los habitantes de Aurora se dirigieron a la iglesia, tanto para cumplir con el deber espiritual de dar gracias a Dios por permitirles regresar de la mar con vida, como por satisfacer la necesidad de buscar cobijo en el edificio más seguro y robusto de la población.

Pasado un tiempo que a los aurorianos se les antojó eterno, la tempestad comenzó a amainar. Cuando el sonido del viento dejó de resultar amenazador, el sacerdote dio por concluidas las oraciones y despidió a sus feligreses.

Al abandonar la iglesia, la primera impresión que recibieron los vecinos de Aurora resultó tranquilizadora. A simple vista, la tormenta no parecía haber causado estragos. Los edificios que rodeaban la iglesia parecían intactos. Por supuesto, se trataba de las más nobles casas solariegas del pueblo; construidas con sillares recios y gruesas vigas.

Desde el primer momento, los parroquianos parecieron dividirse en dos grupos. Uno de ellos, formado exclusivamente por hombres, se dirigió hacia abajo, hacia el puerto, musitando aún plegarias a santa Bárbara, a san Telmo y a la Virgen del Carmen para agradecerles que hubieran velado por sus embarcaciones. Los detrás se fueron marchando en distintas direcciones, cada uno hacia su casa, con la esperanza de encontrarla entera.

Trozos de tejas, cristales rotos y contraventanas caídas en medio de las calles fueron anunciando que la tormenta había causado daños, aunque no irreparables.

Cuando los pescadores que iban rumbo al puerto sobrepasaron las últimas casas del pueblo y recibieron el fuerte viento con que aún los saludaba la mar, todos dirigieron la mirada hacia las embarcaciones que habían arrastrado antes de la tormenta al arenal de la playa y a la rampa del muelle, donde las habían amarrado a conciencia. Todas parecían haberse salvado, pero se acercaron hasta ellas para comprobarlo minuciosamente

“¡Dios del cielo”, gritó de pronto uno de los pescadores. Al oír su voz, los demás siguieron con sus ojos la dirección de la mirada estremecida del que había pronunciado aquellas palabras.

“iSe van a matar!”. “¡Va a naufragar!”. Estas y otras exclamaciones surgieron de los labios de los experimentados marineros cuando contemplaron, a menos de medio cable de la bocana del puerto, a un bergantín de dos palos con todo el velamen desplegado, que se balanceaba de proa a popa y de babor a estribor a merced del grueso oleaje.

El navío aparecía y desaparecía entre la mar embravecida. A nadie le cupo duda de que acabaría estrellándose contra la costa. Ya había pasado lo peor de la tormenta, pero el viento continuaba soplando con fuerza y empujaría al buque contra el muelle o los acantilados.

Algunos hombres corrieron hasta el espigón por el muelle, bajo la espuma de las olas que lo asediaban. Desde allí vieron cómo las furiosas aguas hacían virar al bergantín, que esquivaba el espigón por muy corta distancia. Pasó tan cerca del rompeolas, que los que se habían aproximado pudieron ver su nombre escrito en la amura de babor: Livjatan También comprobaron que la cubierta estaba completamente despejada. Tanto, que la rueda del timón giraba desenfrenada sin que nadie la gobernara. En la popa, una bandera danesa se agitaba enloquecida, como si ansiara abandonar la nave.

El buque se alejó poco a poco del muelle y parecía que a cada embestida de las olas que lo zarandeaban se iría al fondo sin remisión.

Para entonces, todo el pueblo había vuelto a reunirse en las inmediaciones del puerto, y en las conversaciones se fue abriendo paso la idea de prestar auxilio al navío desamparado.

Esa voluntad empujó a la mayor parte de los aurorianos hacia la ermita de la Serena, desde donde esperaban, al menos, lograr atisbar el punto exacto en el que habría de tener lugar el inevitable naufragio. Apenas llegaron los más veloces a la ermita, reapareció el bergantín debatiéndose entre las olas que lo conducían hacia la playa de Quebrantos, lugar maldito entre los pescadores de Aurora por sus afilados arrecifes y sus fuertes resacas.

Los vecinos de Aurora iniciaron el descenso del acantilado lentamente. Al pasar ante las casuchas de la aldea, se les unieron sus hoscos vecinos, que ya habían avistado el barco y parecían aguardar que encallara. De la mar les llegaban los bramidos de las olas y los estampidos del agua chocando contra las rocas, a los que se unían los agudos gemidos y los roncos estertores del bergantín a punto de zozobrar. De pronto una ola brutal Levantó al buque, lo lanzó contra la playa .y lo encajó entre dos de las más altas rocas, de suerte que el barco quedó encallado en posición vertical, con sus palos apuntando al cielo, de donde se diría que había surgido el fantástico milagro que lo había hecho atracar aparentemente intacto.

Aunque parecía que el navío había quedado bien sujeto entre los roquedos, cualquier brusca sacudida del mar podía arrancarlo de allí para tumbarlo de costado o entregarlo de nuevo al brutal juego del oleaje. A bordo no se advertían signos de vida. Los aurorianos, sin embargo, debían asegurarse, aunque acercarse hasta el barco y trepar a la cubierta exigía ese tipo de valor que menosprecia la propia vida.

-Voy a subir. -La voz de don Leopoldo de Pedrera, alcalde de Aurora, rompió el mutismo de los vecinos-. No le pido a nadie que me acompañe, pero si alguien quiere hacerlo lo recibiré a mi lado con sumo placer.

El alcalde tenía la capacidad de mando que le otorgaba de forma natural su cuna en una de las familias más distinguidas de la comarca, además de haberse ganado el privilegio en el campo de batalla contra los carlistas en la última guerra, en la que había adquirido el grado de coronel y unas cuantas condecoraciones que lucía sobre la pechera de su uniforme en los días de Fiesta.

Los más se amedrentaron oyendo los rugidos de la mar, pero hubo unos cuantos que, tras titubear unos instantes, siguieron a don Leopoldo. Primero se metieron en el agua hasta que les llegó por encima de la cintura, después escalaron las rocas y finalmente treparon por el costado de estribor hasta alcanzar la cubierta.

-¡Ah, del barco! -gritó el coronel nada más subir a bordo.

No hubo respuesta.

Todo el barco temblaba y crujía con sonidos siniestros bajo los pies de los recién llegados. A don Leopoldo, que no era hombre de mar, le pareció lamentable el estado del navío, con las velas deshechas en jirones y las jarcias oscilando en torno a los recién llegados. Sin embargo, los que le habían acompañado eran hombres curtidos en la mar, en embarcaciones más pequeñas, ciertamente, pero con suficiente experiencia para saber que el aspecto del barco era magnífico para haber sufrido semejante temporal. Uno de los que se encontraban a bordo, Sebastián, que había servido en la Armada a bordo de una goleta, fue el primero en advertir una extraña anomalía.

-Ni siquiera han soltado el chinchorro -comentó señalando el único bote salvavidas de que disponía el buque-. O toda la tripulación ha abandonado el barco a nado o ha sido barrida por las olas.

-O aún está a bordo -sugirló otro-. Todo esto es muy raro.

El resto asintió y guardó silencio, un silencio que parecía espesarse sobre sus cabezas, aislando al barco de la barahúnda que producía la mar. Nadie lo dijo, pero todos tuvieron la sensación de que decenas de pares de ojos los observaban desde las cofas y las vergas.

Encontraron la bitácora abierta en la popa, donde comprobaron que la brújula Funcionaba perfectamente, con su aguja clavada en el Norte.

Todas las escotillas estaban cerradas y no ofrecieron resistencia cuando las abrieron para acceder al interior. Una vez dentro, lo primero que les desconcertó fue encontrar los faroles encendidos, si bien acogieron con agrado la tenue luz que les permitía moverse con cierta seguridad, aunque el temor a los fantasmas se iba intensificando en los murmullos.

El coronel de Pedrera no prestaba mucha atención a lo que consideraba supersticiones propias de gentes incultas. Cuando se disponía a abrir la puerta del camarote de popa, Sebastián habló;

-Quizá, señor, se declaró una peste a bordo.

La mano del alcalde se paralizó mientras giraba el picaporte. Cerró los ojos, pensativo, y dijo:

-No hemos llegado hasta aquí para quedarnos sin saberlo.

Al abrir la puerta encontraron un camarote vacío e iluminado también por un Farol que pendía del techo.

-Es el camarote del capitán -apuntó Sebastián, y señaló con el dedo varios objetos que a él le servían para identificarlo como tal.

Había un grueso cuaderno abierto sobre la mesa. A su lado se veía un precioso reloj de oro con una cadena del mismo metal, que inmediatamente llamó la atención del alcalde. Lo tomó en su mano y miró las iniciales grabadas en la tapa: «M. S ». Luego abrió el reloj para encontrarse con que el aparato aún tenía cuerda y marcaba la hora exacta, las 21.12. En el reverso de la tapa había un retrato de una elegante clama que sostenía a una niña pequeña en su regazo. Los ojos de ambas parecieron clavarse corno agujas en el corazón del alcalde, que presumió encontrarse ante la imagen de una viuda y una huérfana. La voz de Sebastián lo arrancó de sus lúgubres pensamientos.

-Señor, es el diario de navegación.

Sebastián pasaba su dedo índice sobre la escritura del cuaderno.

-No entienda lo que pone, ni sé en qué maldito idioma están escritas estas palabras, pero la última entrada se corresponde con la fecha de hoy, a las 14.37 horas.

Don Leopoldo de Pedrera cerró maquinalmente el reloj y, distraído, se lo llevó al bolsillo para sujetar con ambas manos el cuaderno que le tendía Sebastián. Este le indicó ciertas cifras en la última página escrita. Parecían indicar una latitud y una longitud.

-Son las coordenadas de Aurora, señor. La última entrada se hizo a las 14.37 frente a Aurora.

-El temporal se desató más o menos a esa hora -señaló otro pescador, y un nuevo escrúpulo se fue asentando en todos los presentes.

El alcalde pasó las hojas del diario con la esperanza de hallar algo escrito en español o en francés, pero no fue así. Únicamente en la primera página encontró unas palabras que le decían algo: «Livjatan», el nombre del barco, que ya había visto escrito en la proa, y Kaptajn Morten Sorensen, el nombre del capitán autor del diario.

-Todo esto es muy raro, señores -sentenció don Leopoldo de Pedrera-. Sobre todo el estado en que se encuentra el camarote. Todos hemos visto con qué violencia se agitaba el navío entre las olas. Sin embargo, el diario, la pluma y el tintero están en orden sobre la mesa, los libros en sus anaqueles, las sillas en pie...

-Huele a brujería -dijo alguien.

Tiene que haber una explicación científica-objetó el alcalde sin mucha convicción-. De momento registraremos el resto del barco y quizá hallemos la clave.

El grupo revisó los otros dos camarotes, el dormitorio de la tripulación, la cocina; la bodega y hasta la sentina. Todo se hallaba en perfecto estado de revista, como si estuviese en puerto y a punto de iniciar la travesía. como si el Livjatan nunca hubiese sufrido los embates con que la mar lo había encallado entre las rocas, frente a la playa de Quebrantos.

El barco estaba desierto, pero todos y cada uno de los aurorianos que habían subido a él sentían, cada vez de forma más penetrante, presencias invisibles que los observaban, que los seguían y que atenazaban sus nervios hasta hacerles desear saltar al abismo turbulento que los rodeaba.

Cuando el coronel de Pedrera dio la orden de abandonar la nave, todos obedecieron con presteza.

Es necesario admitir que, si bien todos habían subido a bordo con el ánimo de auxiliar a los desvalidos, algunos descendieron clel barco con la codicia asomando a los ojos, pues, aunque no había persona alguna a bordo, todos fueron testigos de las muchas riquezas que merecía la pena rescatar. Ya en tierra, clon Leopoldo hizo un esfuerzo por serenar los ánimos.

-El barco está desierto  -anunció a los que habían permanecido en tierra-. En este momento no es posible dilucidar qué ha ocurrido a bordo. La carga parece estar intacta, por lo que es mi deber avisar a las autoridades para que se hagan cargo de ella y lleven a cabo las diligencias oportunas. Ahora vamos todos a mi casa, donde os ofrecerán caldo y vino para que os calentéis y reconfortéis.

Los aurorianos aceptaron la invitación de buen grado, pues verdaderamente les hacía falta entrar en calor, pero además necesitaban ahuyentar la soledad que aquel navío desahuciado había arrojado sobre sus almas.

A pesar de ello, la reunión en la casa de los Pedrera solo sirvió para aumentar el temor y las presunciones supersticiosas sobre el naufragio del Livjatan. ¿Por qué había arribado hasta allí con todas sus velas desplegadas? ¿Por qué no había nadie a bordo? ¿Por qué todo estaba intacto en su interior? ¿Por qué no se había hundido? ¿Por qué no había reventado al chocar contra las rocas? Ninguna pregunta hallaba respuesta y a la confusión se fueron añadiendo otros negros pensamientos y conjeturas arcanas. ¿Era el Livjatan un buque fantasma? ¿Habían presenciado una tempestad provocada por las brujas o el demonio?

El cónclave en casa del alcalde no se prolongó demasiado y cuando cada uno de los pescadores regresó a su casa, se encontró con las lamentaciones de su mujer, tejas desprendidas, ventanas rotas, huertos arruinados... El terror a los fantasmas se desvaneció ante problemas más cercanos y frente al agotamiento de una jornada marcada por la angustia.

A los habitantes de la aldea, el camino de regreso a sus casas les dio tiempo para seguir hablando entre ellos, ya sin la incómoda presencia de los demás vecinos de Aurora.

-Yo sé muy bien por qué nos prohíben tocar el barco -dijo uno de los que habían subido al Livjatan-. Va cargado de caudales

-Y yo he. visto al alcalde guardarse un reloj cle oro -aseguró otro que le había acompañado.

La palabra «oro» resplandeció en el aire fresco de la noche y los ojos de quienes escuchaban se encendieron con el brillo de la avidez. Inmediatamente acosaron con sus preguntas a los que habían entrado en el buque.

En siglos anteriores los vecinos de Aurora se habían dedicado al raque, buscando restos de naufragios en la playa de Quebrantos y los acantilados. La mayoría de las veces se hacían con modestos aparejos de pesca o piezas de embarcaciones por las que sacaban algún. dinero, pero también habían encendido fuegos para hacer señales falsas a los barcos en peligro y atraerlos a la despiadada playa de Quebrantos. Incluso habían asesinado a algunos náufragos para evitar testimonios incómodos.

Si bien esas abominables prácticas parecían haberse terminado en Aurora, entre los habitantes de la aldea seguían siendo, como mínimo, ocasionales. Por esa razón parecía normal que ahora se mostrasen acuciosos por hacerse con el que podía ser el mayor tesoro que había llegado a su playa. Por eso, los hombres que regresaban de la casa del alcalde no se extrañaron al encontrar a sus mujeres e hijos fuera de sus casuchas, deambulando ante la playa como manada de lobos y lanzando miradas hambrientas al barco embarrancado.

Todos en la aldea ansiaban tener noticias de lo que escondía en su bodega y en sus camarotes el Livjatan para sopesar el riesgo de desobedecer al alcalde, y, sobre todo, de desafiar a la mar.

Tras un breve parlamento; la decisión de abordar eI barco fue unánime Debían aprovechar aquel momento en que los amparaba la oscuridad de la noche y les favorecía la marea baja.

Aún no había amanecido cuando el pueblo de Aurora volvía a ponerse en pie, alarmado por el toque de campana, que esta vez, con un ritmo lánguido y melancólico, tocaba a difuntos. Poco a poco los vecinos fueron conociendo la noticia: don Leopoido de Pedrera y Matalobos, alcalde de Aurora y coronel de caballería, había fallecido.

Un grito aterrador despertó en medio de la noche a los criados. Cuando acudieron a la habitación del señor, lo encontraron al pie de la cama, tendido sobre la alfombra, con los ojos abiertos y la boca desencajada en una terrible mueca de espanto. En su mano inerte hallaron el reloj del capitán del Livjatan.

Mientras se preparaba la capilla ardiente; el padre Dámaso acompañó a la playa cíe Quebrantos a los pescadores y a cuantos se les quisieron unir en busca del buque encallado, a cuya presencia en la costa muchos empezaban a responsabilizar de la muerte de don Leopoldo.

De camino a la playa, el sol volvió a reinar en el cielo, aunque una espesa capa de nubes grises impedía a sus rayos brillar sobre el mar. Mientras subían la cuesta de la ermita, una ráfaga de viento les llevó los acordes de la marcha fúnebre que ensayaba el organista para el funeral, en la iglesia de la Anunciación, e infundió a los caminantes un ánimo aún más tétrico del que ya llevaban cuando habían partido del pueblo. Pero lo que heló la sangre en sus venas fue cuando, al llegar a la ermita, contemplaron la playa de Quebrantos: el Livjatan había desaparecido.

Ni el más mínimo rastro del naufragio quedaba sobre la mar, las rocas o la arena de la playa.

Todos comenzaron a descender a la playa liderados por el cura y se acercaron a los chamizos de la aldea para recabar información sobre lo ocurrido.

Llamaron a la primera puerta y no recibieron respuesta. Sucedió igual con la totalidad de las casas del arrabal. Solo en un par de viviendas arrancaron sus recios golpes llantos angustiosos de bebé. Alarmados por la inexplicable quietud del lugar, los pescadores forzaron una tras otra todas las puertas del lugar para encontrarse en el interior de cada casucha con todos sus habitantes muertos entre un sinfín de objetos preciosos extraídos, sin duda, del Livjatan: vestidos de seda y estolas de piel de marta, vajillas de porcelana china; cuberterías de plata.,

Los rostros ele los cadáveres indicaban que una visión terrorífica los había sobrecogido en el momento mismo de la muerte. Una visión tan horrenda que a nadie le cupo duda de que todos habían muerto de miedo.

Únicamente dos niños de muy corta edad, que permanecían acostados en sus cunas y al margen de cuanto había acontecido aquella noche. Fueron hallados con vida.

El párroco se atrevió a dictaminar lo que había ocurrido: dio por válida y verdadera la tesis que definía al Livjatan como un buque infernal.

-Tenemos aquí su carne mortal -dijo, refiriéndose a los vecinos de la aldea-, pero sus almas han partido en esa nave de Satanás, y en compañía de su tripulación pirata ahora navegan, Dios lo quiera, lejos ele aquí.

Luego, corno viera que algunos de los presentes mostraban cierta aversión hacia las dos criaturas que se habían salvado, él mismo las cogió en brazos y aseveró:

-Estos son inocentes, porque no subieron al buque ni participaron de la codicia ni del deseo de bienes ajenos de sus padres y hermanos.

Acto seguido se procedió a quemar las casuchas de la aldea y el lugar quedó yermo y deshabitado hasta nuestros días.

Varios Autores, Aurora o Nunca

PREMIO WHITE RAVENS 2018