—preguntaba,
tras haber pasado lista el primer día de clase—. Con una riña. Toda la
literatura europea surge de una pelea. —Y entonces tomaba su ejemplar de la
Ilíada y leía a la clase las primeras frases—: «Canta, diosa, del Peleida
Aquiles la aciaga cólera… desde que una querella hubo de desunir a Agamenón,
rey de los hombres, y al divino Aquiles». ¿Y por qué se pelean esos dos
violentos y poderosos personajes? Es algo tan básico como un altercado en un
bar. Se pelean por una mujer, una muchacha, en realidad. Una chica robada a su
padre, raptada durante una guerra. Ahora bien, Agamenón prefiere mucho más a
esta muchacha que a Clitemnestra, su esposa. «Clitemnestra no está tan bien
como ella —dice—, ni por su rostro ni por su figura.» Esto expresa con
suficiente franqueza por qué no quiere devolverla, ¿verdad? Cuando Aquiles
exige a Agamenón que devuelva la muchacha a su padre, a fin de aplacar a Apolo,
el dios que está violentamente airado por las circunstancias que rodean al
rapto, Agamenón se niega: solo accederá si Aquiles le da su cautiva a cambio.
De este modo vuelve a inflamar la cólera de Aquiles. Excitable Aquiles: el más
irascible de los hombres violentos y explosivos que cualquier escritor haya
tenido jamás el placer de retratar; sobre todo en lo que respecta a su
prestigio y su apetito, la máquina de matar más hipersensible en la historia de
la guerra. El famoso Aquiles, ofendido y enemistado por el menosprecio de que
es objeto su honor. El grande y heroico Aquiles, que, mediante la fuerza de su
furor al ser insultado (el insulto de no lograr que le entreguen a la
muchacha), se aísla, se coloca en una posición desafiante al margen de la misma
sociedad de la que es glorioso protector y que tiene una enorme necesidad de
él. Una pelea, pues, una brutal pelea por una joven, por su cuerpo juvenil y
las delicias de la rapacidad sexual: ahí, para bien o para mal, en esta ofensa
contra el derecho fálico, la dignidad fálica, de un enérgico príncipe guerrero,
es donde comienza la gran literatura imaginativa de Europa, y ese es el motivo
de que, cerca de tres mil años después, hoy vayamos a empezar por ahí…
Philip Roth, La Mancha Humana