Dirigido tanto a alumnos de Secundaria (que pueden encontrar reseñas -algunas hechas por ellos- y fragmentos de libros, o cuentos y poemas) como a padres (incidiendo en diversos aspectos sobre bibliotecas o animación a la lectura).
Aldonza siempre tuvo la corazonada de que ese viejo hidalgo -medio
perturbado, dicen, por la lectura de maravillas, cosa que ella no llegaría a
hacer nunca, y que la mirara a escondidas, con ojos de león hambriento, no más
de cuatro veces, según recuerda- la haría famosa, le daría un nombre músico y
peregrino y significativo y la convertiría en Señora y Soberana no ya de El
Toboso, sino de las naciones, y tal vez del cosmos mismo. Pero -y aunque le
doliera el sólo pensarlo-, sabía con igual certeza que no amaría al hombre por
eso. El único consuelo del que, de tanto en tanto, echaba mano era creer que
por la misma razón su loco enamorado sería tristemente famoso en los siglos
venideros, más que todos los caballeros andantes juntos.
Laura
Gallego nos ofrece una novela juvenil a medio camino entre la novela de
aventuras (el viaje por parte de la Europa medieval, las distintas peripecias…)
y la fantasía (los druidas, las meigas, la profecía y su cumplimiento…)
Francia, año
997
Al juglar
Mattius le pide ayuda un joven monje, Michel d'Evreux, que posee unos
pergaminos en los que se predice el fin del mundo en el año 1000. Según la
profecía sólo hay una manera de salvar a la Humanidad: invocar al Espíritu del
Tiempo. Pero para que éste aparezca y decida si el ser humano es digno de
habitar mil años más sobre la Tierra, alguien tiene que encontrar los tres Ejes
Mágicos sobre los que se sustenta la Rueda del Tiempo, y unirlos. Su viaje les
lleva primero a Aquisgrán, después a Finisterre y, por último, a Stonehege.
Laura
Gallego con un ritmo ágil y vivo
plantea el problema de la esencia del Hombre, a través del tópico del milenarismo:
cada mil años un hombre (Michel) tiene que sacrificarse para que la Humanidad
siga adelante y no se produzca el Apocalipsis. Nos ofrece una visión muy
completa de la Edad Media. Pero, lo mejor de la novela son los personajes:
Michel es un
joven monje que ha logrado huir de su monasterio tras ser arrasado. Consigo
lleva el manuscrito de la profecía. En un mundo hostil, necesita ayuda para
sobrevivir y para evitar que se cumpla la profecía. A lo largo de la novela irá
madurando física y psicológicamente en un recorrido iniciático que le hará cada
vez más fuerte, hasta que es capaz de sacrificar su propia vida por la
Humanidad.
Mattius
es un juglar escéptico y pesimista,
aunque en realidad es un hombre noble y solidario. Desprecia la nobleza de la
sangre y se siente hermanado con el pueblo. Viaja con su perro lobo y no quiere
compañeros, pero a lo largo de la novela encontrará la verdadera amistad y el
amor.
Lucía, una
joven independiente que quiere cambiar su destino, pero encuentra obstáculos
para ser juglaresa hasta que encuentra la colaboración de Mattius, de quien se
enamora. Está relacionada con el mundo de la magia.
No creas que exagero. Es como la historia de la madreselva que nos
contó la Perales. Seguro que no te enteraste
bien. En ese momento estabas dibujando. Dibujándome. Fue la primera vez que me
dibujaste como una reina, con corona y todo, como la protagonista de la
historia.
Y la historia era esta:
El caballero Tristán y la bella Iseo estaban locamente enamorados.
Pero lseo había tenido que casarse con el rey, que era además el tío de
Tristán. Cuando el rey se enteró de que su mujer y su sobrino Tristán se veían
en secreto, lo expulsó del reino.
Un año entero estuvo Tristán viviendo en el bosque, huido. Veía
una flor y le recordaba a Iseo. Llovía y la lluvia le recordaba a Iseo. Sé lo
que es eso.
Hasta que un buen día, Tristán se enteró de que pronto pasarían
por el bosque el rey y su comitiva. «El rey y su comitiva». Así le dijo un
campesino. Y Tristán tradujo: «El rey y la reina. Iseo...».
Entonces Tristán cogió una rama de avellano y talló con su
cuchillo este mensaje para su amada: «Iseo, tú y yo somos como la madreselva
que se enrosca en el avellano. Juntos pueden vivir largos años, mas si alguien
pretende separarlos, muere el avellano enseguida y la madreselva también. Igual
es nuestro destino: ni vos sin mí, ni yo sin vos».
La señora Darling supo por primera vez de Peter
cuando estaba ordenando la imaginación de sus hijos. Cada noche, toda buena
madre tiene por costumbre, después de que sus niños se hayan dormido, rebuscar
en la imaginación de éstos y ordenar las cosas para la mañana siguiente,
volviendo a meter en sus lugares correspondientes las numerosas cosas que se
han salido durante el día. Si pudierais quedaros despiertos (pero claro que no
podéis) veríais cómo vuestra propia madre hace esto y os resultaría muy
interesante observarla. Es muy parecido a poner en orden unos cajones. Supongo
que la veríais de rodillas, repasando divertida algunos de vuestros contenidos,
preguntándose de dónde habíais sacado tal cosa, descubriendo cosas tiernas y no
tan tiernas, acariciando esto con la mejilla como si fuera tan suave como un
gatito y apartando rápidamente esto otro de su vista. Cuando os despertáis por
la mañana, las travesuras y los enfados con que os fuisteis a la cama han
quedado recogidos y colocados en el fondo de vuestra mente y encima, bien
aireados, están extendidos vuestros pensamientos más bonitos, preparados para
que os los pongáis (...)
A veces, en el transcurso de sus viajes por las
mentes de sus hijos, la señora Darling encontraba cosas que no conseguía
entender y de éstas la más desconcertante era la palabra Peter. No conocía a
ningún Peter y, sin embargo, en las mentes de John y Michael aparecía aquí y
allá, mientras que la de Wendy empezaba a estar invadida por todas partes de
él. El nombre destacaba en letras mayores que las de cualquier otra palabra y
mientras la señora Darling lo contemplaba le daba la impresión de que tenía un
aire curiosamente descarado.
—Sí, es bastante descarado —admitió Wendy a
regañadientes. Su madre le había estado preguntando.
—¿Pero quién es, mi vida?
—Es Peter Pan, mamá, ¿no lo sabes?
Al principio la señora Darling no lo sabía, pero
después de hacer memoria y recordar su infancia se acordó de un tal Peter Pan
que se decía que vivía con las hadas. Se contaban historias extrañas sobre él,
como que cuando los niños morían él los acompañaba parte del camino para que no
tuvieran miedo. En aquel entonces ella creía en él, pero ahora que era una
mujer casada y llena de sentido común dudaba seriamente que tal persona
existiera.
—Además —le dijo a Wendy—, ahora ya sería mayor.
—Oh no, no ha crecido —le aseguró Wendy muy
convencida—, es de mi tamaño.
Quería decir que era de su tamaño tanto de cuerpo
como de mente; no sabía cómo lo sabía, simplemente lo sabía.
La señora Darling pidió consejo al señor Darling,
pero éste sonrió sin darle importancia.
—Fíjate en lo que te digo —dijo—, es una tontería
que Nana les ha metido en la cabeza; es justo el tipo de cosa que se le
ocurriría a un perro. Olvídate de ello y ya verás cómo se pasa.
Pero no se pasaba y no tardó el molesto niño en
darle un buen susto a la señora Darling.
Los niños corren las aventuras más raras sin
inmutarse. Por ejemplo, puede que se acuerden de comentar, una semana después
de que haya ocurrido la cosa, que cuando estuvieron en el bosque se encontraron
con su difunto padre y jugaron con él. De esta forma tan despreocupada fue como
una mañana Wendy reveló un hecho inquietante. Aparecieron unas cuantas hojas de
árbol en el suelo del cuarto de los niños, hojas que ciertamente no habían
estado allí cuando los niños se fueron a la cama y la señora Darling se estaba
preguntando de dónde habrían salido cuando Wendy dijo con una sonrisa
indulgente:
—¡Seguro que ha sido ese Peter otra vez!
—¿Qué quieres decir, Wendy?
—Está muy mal que no barra —dijo Wendy, suspirando.
Era una niña muy pulcra.
Explicó con mucha claridad que le parecía que a
veces Peter se metía en el cuarto de los niños por la noche y se sentaba a los
pies de su cama y tocaba la flauta para ella. Por desgracia nunca se
despertaba, así que no sabía cómo lo sabía, simplemente lo sabía.
—Pero qué bobadas dices, preciosa. Nadie puede
entrar en la casa sin llamar.
—Creo que entra por la ventana —dijo ella.
—Pero, mi amor, hay tres pisos de altura.
—¿No estaban las hojas al pie de la ventana, mamá?
Era cierto, las hojas habían aparecido muy cerca de
la ventana.
La señora Darling no sabía qué pensar, pues a Wendy
todo aquello le parecía tan normal que no se podía desechar diciendo que lo
había soñado.
—Hija mía —exclamó la madre—, ¿por qué no me has
contado esto antes?
—Se me olvidó —dijo Wendy sin darle importancia.
Tenía prisa por desayunar.
Bueno, seguro que lo había soñado.
Pero, por otra parte, allí estaban las hojas. La
señora Darling las examinó atentamente: eran hojas secas, pero estaba segura de
que no eran de ningún árbol propio de Inglaterra. Gateó por el suelo,
escudriñándolo a la luz de una vela en busca de huellas de algún pie extraño.
Metió el atizador por la chimenea y golpeó las paredes. Dejó caer una cinta métrica
desde la ventana hasta la acera y era una caída en picado de treinta pies, sin
ni siquiera un canalón al que agarrarse para trepar.
Desde luego, Wendy lo había soñado.
Pero Wendy no lo había soñado, según se demostró a
la noche siguiente, la noche en que se puede decir que empezaron las
extraordinarias aventuras de estos niños.
La noche de la que hablamos, todos los niños se
encontraban una vez más acostados. Daba la casualidad de que era la tarde libre
de Nana y la señora Darling los bañó y cantó para ellos hasta que uno por uno
le fueron soltando la mano y se deslizaron en el país de los sueños.
Tenían todos un aire tan seguro y apacible que se
sonrió por sus temores y se sentó tranquilamente a coser junto al fuego.
Era una prenda para Michael, que en el día de su
cumpleaños iba a empezar a usar camisas. Sin embargo, el fuego daba calor y el
cuarto de los niños estaba apenas iluminado por tres lamparillas de noche y al
poco rato la labor quedó en el regazo de la señora Darling. Luego ésta empezó a
dar cabezadas con gran delicadeza. Estaba dormida. Miradlos a los cuatro, Wendy
y Michael allí, John aquí y la señora Darling junto al fuego. Debería haber
habido una cuarta lamparilla.
Mientras dormía tuvo un sueño. Soñó que el País de
Nunca Jamás estaba demasiado cerca y que un extraño chiquillo había conseguido
salir de él. No le daba miedo, pues tenía la impresión de haberlo visto ya en
las caras de muchas mujeres que no tienen hijos. Quizás también se encuentre en
las caras de algunas madres. Pero en su sueño había rasgado el velo que
oscurece el País de Nunca Jamás y vio que Wendy, John y Michael atisbaban por
el hueco.
El sueño de por sí no habría tenido importancia
alguna, pero mientras soñaba, la ventana del cuarto de los niños se abrió de
golpe y un chiquillo se posó en el suelo. Iba acompañado de una curiosa luz, no
más grande que un puño, que revoloteaba por la habitación como un ser vivo y
creo que debió de ser esta luz lo que despertó a la señora Darling.
Se sobresaltó soltando un grito y vio al chiquillo
y de alguna manera supo al instante que se trataba de Peter Pan. Si vosotros o
Wendy o yo hubiéramos estado allí nos habríamos dado cuenta de que se parecía
mucho al beso de la señora Darling. Era un niño encantador, vestido con hojas
secas y los jugos que segregan los árboles, pero la cosa más deliciosa que
tenía era que conservaba todos sus dientes de leche. Cuando se dio cuenta de
que era una adulta, rechinó las pequeñas perlas mostrándolas.
El domingo fue
un día en que hizo mucho sol y fui a pasear con papá y mamá. Mamá llevaba un
vestido beige con una rebeca de color blanco hueso, y papá un pulóver azul Raf
y unos pantalones grises y una camisa blanca, abierta. Yo llevaba un jersey de
cuello cerrado, azul como el pulóver de papá pero más claro, y una chaqueta
marrón y unos pantalones también marrones, un poco más claros que la chaqueta,
y unas wambas rojas. Mamá llevaba unos zapatos claros y papá unos negros. Por
la mañana paseamos y a media mañana fuimos a desayunar a las Balmoral. Pedimos
un suizo y una ensaimada rellena, y yo pedí cruasanes. Luego fuimos a ver las
flores, y las había rojas y amarillas y blancas y rosas, e incluso azules, que
papá dijo que eran teñidas, y plantas verdes y violetas, y pájaros grandes y
pequeños, y papá compró el periódico en un quiosco. También fuimos a mirar
escaparates, y, una vez que llevábamos mucho rato delante de un escaparate con
jerseys, papá le dijo a mamá que se diera prisa. Y luego, en una plaza, nos
sentamos en un banco verde, y había una señora mayor con el pelo blanco y las
mejillas muy rojas, como tomates, que daba pan a las palomas, y me recordaba a
la yaya, y papá leía el periódico todo el rato y yo le pedí que me dejase mirar
los dibujos y me dejó medio periódico y me dijo que no lo estropeara. Luego,
cuando ya subíamos a casa, mamá, como papá estaba todo el rato leyendo el
periódico, le dijo que siempre lo estaba leyendo y que ya estaba harta: que lo
leía en casa, desayunando, comiendo, en la calle, caminando o en el bar, o
cuando paseábamos. Y papá no dijo nada y continuó leyendo y mamá le insultó y
luego era como si lo sintiese, y me dio un beso, y luego, mientras mamá estaba
en la cocina preparando el arroz, papá me dijo no le hagas caso. Comimos arroz
caldoso, que no me gusta, y carne con pimientos fritos. Los pimientos fritos me
gustan mucho pero la carne no, que está muy cruda, porque mamá dice que así está
más rica, pero a mí no me gusta. Me gusta más la carne que dan en el colegio,
bien quemadita. En el colegio no me gustan nunca los primeros platos. En
cambio, en casa me dan vino con gaseosa. En el colegio no. Luego, por la tarde,
vinieron mis titos con mi primo, y mis titos se pusieron a hablar en la sala,
con mis papás, y a tomar café, y mi primo y yo fuimos a jugar al jardín, y allí
jugamos a madelmanes y al futbolín, a la pelota y con el camión de bomberos y a
guerras de astronautas, y mi primo se puso muy tonto porque perdía, y a mí es
que mi primo me molesta mucho, porque no sabe perder, y tuve que soltarle un
guantazo y se puso a llorar muy fuerte, y vinieron mi mamá y mi tita y mi tito,
y mamá dijo qué ha pasado y, antes de que yo le contestara, mi primo dijo me ha
pegado y mi mamá me dio una bofetada y yo también me puse a llorar y volvimos
todos a la sala, y mamá me cogía de la mano y papá leía el periódico y fumaba
un puro que le había traído el tito, y mamá le dijo los niños están en el jardín,
matándose, y tú aquí, tan tranquilo, repantigado. La tita dijo que no pasaba
nada, pero mamá le dijo que siempre era lo mismo, que a veces se hartaba. Luego
los titos se fueron y, mientras se iban, mi primo me sacó la lengua y yo
también se la saqué, y papá puso el televisor, porque daban fútbol, y mamá le
dijo que cambiase de canal, que en el segundo ponían una película y papá dijo
que estaba viendo el partido y que no.
Luego fui al
jardín, a ver la muñeca que tengo enterrada allí, al lado del árbol, y la saqué
y la acaricié y la reñí porque no se había lavado las manos para comer y luego
la volví a enterrar, y fui a la cocina, y mamá lloraba y le dije que no
llorase. Luego me senté en el sofá, al lado de papá, y vi un rato el partido,
pero luego me aburría y miré a papá, que era como si tampoco viese el partido y
como si tuviera la cabeza en otra parte. Luego pusieron anuncios, que es lo que
más me gusta, y luego la segunda parte del partido, y fui a ver a mamá, que
estaba preparando la cena, y luego cenamos y pusieron una película de dibujos
animados y las noticias, y una película antigua, de una artista que no sé cómo
se llama, que era rubia y muy guapa y muy pechugona. Pero entonces me mandaron
a dormir porque era tarde y subí las escaleras y me fui a la cama, y desde la
cama oía la película y cómo discutían mis papás, pero con el ruido del
televisor no podía oír bien lo que decían. Luego se peleaban a gritos y bajé de
la cama para acercarme a la puerta y entender lo que decían, pero como todo
estaba a oscuras no veía bien, sólo el claro de luna que entraba por la ventana
que da al jardín y, como no veía bien, tropecé y tuve que volver a la cama con
miedo por si venían a ver qué había sido aquel ruido, pero no vinieron. Yo
escuchaba cómo continuaban discutiendo. Ahora lo oía mejor porque se ve que
habían apagado el televisor, y papá le decía a mamá que no le molestara y la
insultaba y le decía que no tenía ambiciones, y mamá también le insultaba y le
decía no sé si que se fuese de casa o que se iría ella, y decía el nombre de
una mujer y la insultaba, y luego oí que se rompía alguna cosa de cristal y
luego oí gritos más fuertes, y eran tan fuertes que no se entendían, y luego oí
un gran grito, mucho más fuerte, y luego ya no oí nada. Luego oí mucho ruido,
pero flojito, como cuando para fregar arrastran los módulos del tresillo. Oí
que se cerraba la puerta del jardín y entonces volví a salir de la cama y oí
ruido fuera y miré por la ventana, y tenía frío en los pies, porque iba
descalzo, y fuera estaba oscuro y no se veía nada, y me pareció que papá cavaba
al lado del árbol y tuve miedo de que descubriese la muñeca y me castigara, y
volví a la cama y me tapé bien, incluso la cara, escondida bajo las sábanas y a
oscuras y los ojos bien cerrados. Oí que dejaban de cavar y luego unos pasos
que subían las escaleras y me hice el dormido y oí que se abría la puerta del
cuarto y pensé que debían de estar mirándome, pero yo no vi quién me miraba,
porque me hacía el dormido y por eso no lo vi. Luego cerraron la puerta y me
dormí y al día siguiente, ayer, papá me dijo que mamá se había ido de casa y
luego vinieron señores que preguntaban cosas y yo no sabía qué contestar y todo
el rato lloraba, y me llevaron a vivir a casa de los titos, y mi primo siempre
me pega, pero eso ya no fue el domingo.
Alejandro
Palomas ha obtenido el Premio Nacional de Literatura Infantil y
Juvenil en su edición 2016 por su novela Un hijo. Este
galardón lo concede el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte para
distinguir una obra de autor español, escrita en cualquiera de las lenguas
oficiales del Estado y editada en España durante el pasado año 2015. El Jurado
ha decidido premiar al autor “por su obra polifónica, profunda y emotiva que
trata con originalidad temas actuales. Sus personajes van creciendo dentro de
una trama que engancha al lector”.
El
argumento de esta novela es el siguiente: Guille, cuya madre se ha marchado a
trabajar fuera por problemas económicos, es un niño introvertido con una sonrisa
permanente, y es un lector empedernido con mucha imaginación, tanta que de
mayor quiere ser Mary Poppins, pues ella siempre consigue que las cosas estén bien.
Solo tiene una amiga, Nazia, su vecina pakistaní. Hasta aquí, todo en orden.
Pero tras esta máscara de tranquilidad se esconde un mundo fragilísimo, como un
castillo de naipes, con un misterio por resolver. El rompecabezas lo configuran
un padre en crisis, una madre ausente, una profesora intrigada y una psicóloga
que intenta armar el puzle que está en el fondo. Una novela coral que respira
sentimiento, ternura, vacíos, palabras no pronunciadas y un misterio
sobrecogedor
Más que los
hechos, en esta novela importan los personajes que los protagonizan: Guille, su
padre (deprimido por haber perdido el trabajo, la ausencia de su mujer y no
saber cómo relacionarse con su hijo), su amiga Nazia, su maestra y la
orientadora. Todos los personajes nos hablan en primera persona con su perspectiva,
y así se va formando el entramado que conforma esta historia
Mi madre me
preguntó desde dónde la llamaba y reviví para ella el paseo, los grillos, las
estrellas y la soledad.
–Deberías
escribir todo esto tan bonito que sientes, hijo, tienes sensibilidad de
escritor.
Mamá, como solía hacer, le
quitó importancia a todo lo que estaba sucediendo. Dijo que aprovechaba nuestra
ausencia para ordenar los armarios, que había pintado la puerta del trastero y
estaba pensando en ir a la piscina todos los días.
–Así tu
padre me encontrará un poco más delgada, que buena falta me hace.
Después de explicarle cómo
era el pueblo, la casa y nuestra vecina rusa, insistí en mi petición: nada me
hubiera hecho más feliz en aquellos días que escucharle decir que vendría con
nosotros.
–Deja que
tu padre piense todo lo que tiene que pensar sin entrometerte. Ya no eres
ningún niño, Álex...
Elegía las
palabras. Como si no quisiera hacerme daño. Sin embargo, me conturbó su
sinceridad:
–No te voy a mentir. Es
posible que tu padre y yo no nos repongamos de ésta. Eres mayor para entender
que algunas personas pueden ser muy infelices al lado de otras. Esta vez no
depende de mí.
No la dejé continuar. No tenía
ganas de asumir la resignación de mi madre. Preferí hacer oídos sordos y seguir
insistiendo en que debía venir con nosotros.
Utilicé un
quejido lastimero que ella no quiso entender.
–Es que me
aburro –dije.
–Escribe,
hijo. Aprovecha esta oportunidad. A saber cuántos habrá por ahí que empezaron a
escribir porque se aburrían, y cuántas grandes obras deben de ser fruto de un
aburrimiento tan superlativo como el tuyo.
Me
convenció ella a mí y no al revés, como siempre. De regreso, me detuve un
segundo frente a nuestra casa: se oía, tenue, el sonido del violín de Víctor.
Debía de ser una pieza nueva, porque no me sonaba de nada. Al otro lado del
camino todo permanecía en silencio. El tiempo parecía detenido por completo. Si
hubiera sabido qué escribir, aquella noche hubiese empezado a ser escritor.
Pero no, para que yo me convirtiera en escritor faltaba aún una persona. No iba
a tardar en aparecer.
Los apliques situados sobre la chimenea y el
resto —uno en la pared izquierda, otro a la izquierda de la biblioteca y el que
estaba situado en el vestíbulo— interpretaron magníficamente la coreografía que
se les había asignado encendiéndose y apagándose a la vez. Antes de alzarse el
telón, la sala se quedó a oscuras y comenzó a sonar la canción infantil inglesa
titulada Tres ratones ciegos. Más tarde, cuando se levantó el telón y la
oscuridad persistía, la canción dejó de sonar dando paso a la misma melodía,
pero silbada por un personaje invisible. Para cuando sonaron los gritos de
hombres y mujeres que exclamaban: «¡Dios mío! ¿Qué ha sido eso? ¡Fue por allí!
¡Oh, Dios mío!», el escaso auditorio estaba atrapado en La ratonera.
A Gaspar le
pareció gracioso cómo sonaban las primeras frases de la obra en español, tan
diferente del inglés. «El crimen se cometió en el número 24 de Culver Street,
Paddington». Y entonces la luz se encendió lentamente, dejando ver la sala de
Monkswell Manor, una casa de huéspedes donde un puñado de personajes, atrapados
por culpa de una nevada, iba a verse involucrado en una endiablada trama que
comenzaba de inmediato, nada más anunciarse que una tal señorita Maureen Lyon
había sido asesinada.
Para cuando el personaje de Mollie Ralston
hizo su entrada por la derecha del escenario, incluso Mercedes se había
olvidado por unos instantes de su novio y no le agobiaba exigiéndole besos. Por
su parte, Santos seguía sin pestañear los movimientos de la joven actriz alta,
guapa y con aspecto ingenuo. La vio dejar el bolso y los guantes sobre la
butaca del centro del salón. Contempló cómo se acercaba al aparato de radio y
lo desconectaba mientras el locutor anunciaba el riesgo que, por culpa del
hielo, correrían los automovilistas que se aventuraran por las carreteras. A
partir de ese instante, se olvidó incluso de los prejuicios que le hacían dudar
de que el ingenio como autora teatral de su admirada Agatha pudiera competir
con su destreza como novelista.
En 1947 la
reina María, la viuda de Jorge V, solicitó a la BBC una novela radiofónica de Agatha Christie, porque le encantaban sus libros. La BBC se puso en contacto con ella y
Agatha accedió. Así fue como escribió Tres Ratones Ciegos, inspirándose en
la canción infantil. Tras el éxito de la versión radiofónica, Agatha pensó en
escribir una obra de teatro estirando aquel argumento, añadiendo personajes y
escenas adicionales, que pudiera gustar al público más diverso. Pero no podía
utilizar ese título, Tres Ratones Ciegos, porque ya
existía una obra llamada así, y su yerno tuvo la idea de titularla La Ratonera.
Se estrenó en Londres en el año 1952 y allí́ se representa desde entonces de
forma ininterrumpida, logrando de esta forma todo un récord en el mundo teatral.
Su
argumento es el siguiente:
Una joven
pareja hereda una mansión y decide convertirla en una casa de huéspedes. En una
fría noche de invierno, van llegando los inquietantes inquilinos que van a
pasar el fin de semana: un joven excéntrico, una dama anciana de mal
temperamento, un militar retirado, una mujer con aire masculino y un misterioso
extranjero. Poco después, un joven sargento de la policía consigue llegar a
través de la nieve para advertirles que un peligro les acecha, pues alguno de
ellos puede tener relación con un crimen cometido en Londres. Se crea una trama
de misterio y suspense entre los personajes, quienes desconfían los unos de los
otros. A partir de ese momento la casa se convierte en una ratonera. Las
sospechas y recelos entre unos y otros se van sucediendo hasta llegar al
inesperado final.
Los
próximos 24, 25 y 26 de noviembre el grupo La Troya interpretará en el Gran
Teatro de Villarrobledo esta obra teatral. El espectáculo comienza
a las 21:30 horas el jueves y el viernes, y a las 20:00 horas el sábado.
Durante toda
mi vida he tenido conciencia de otros tiempos y de otros lugares. He sido
consciente de la existencia de otras personas en mi interior. Y créanme,
lectores, lo mismo les ha sucedido a ustedes. Regresen mentalmente a su niñez,
y recordarán esta conciencia de la que hablo como una experiencia propia de la
infancia. En aquel momento no habían cobrado una forma fija, no habían
cristalizado; eran aún plásticos, un alma fluctuante, una conciencia y una
identidad en proceso de formación, de formación —¡ay!— y de olvido.
Han olvidado
muchas cosas, queridos lectores, y, aun así, al leer estas líneas, recuerdan
vagamente las brumosas visiones de otros tiempos y de otros lugares que
presenciaron con ojos infantiles; hoy les parecen sueños. Sin embargo, aun
siendo sueños, por tanto, ya soñados, ¿de dónde surge su materia? Nuestros
sueños se componen de una grotesca mezcla de cosas ya conocidas. La esencia de
nuestros sueños más puros es la esencia de nuestra experiencia. Cuando ustedes
eran tan solo niños soñaron que caían desde grandes alturas; soñaron que
volaban por el aire como vuelan los seres alados; les acosaron arañas de
innumerables patas y demás criaturas salidas del fango; oyeron otras voces,
vieron otras caras inquietantemente familiares, y contemplaron amaneceres y
ocasos distintos a los que hoy, al mirar atrás, saben que alguna vez
contemplaron.
En fin, de
acuerdo, esas visiones de la infancia son visiones de otros mundos, de otras
vidas, de cosas que nunca habían visto en la vida misma que ahora están
viviendo. ¿De dónde surgen, entonces? ¿De otras vidas? ¿De otros mundos?
Quizás, cuando hayan leído todo lo que voy a escribir, encontrarán respuesta a
las incógnitas que les he planteado y que ustedes mismos, antes de llegar a
leerme, seguro que también se habían planteado.
Wordsworth
lo sabía. No era profeta ni vidente, sino un hombre normal y corriente como
ustedes o como cualquier otro. Lo que él sabía, lo saben ustedes y lo sabe
cualquiera, pero él lo expuso más acertadamente en aquel poema que comienza
así: «Ni en la completa desnudez ni en el olvido total…».
Y sí, es
cierto, los recuerdos de esta prisión de carne se ciernen sobre nosotros apenas
nacemos, y todo lo olvidamos demasiado rápido. Y sin embargo, aun recién
nacidos, sí que recordábamos otros tiempos y lugares. Nosotros, niños
indefensos, sujetos en brazos o arrastrándonos a cuatro patas por el suelo,
soñábamos que volábamos por el aire. Sí, y soportábamos el tormento de
aterradoras pesadillas, con seres oscuros y monstruosos. Nosotros, niños recién
nacidos, sin ninguna experiencia, nacimos con miedo, con el recuerdo del miedo:
y la memoria es experiencia.
En cuanto a
mí, cuando apenas empezaba a hablar, a una edad tan tierna que todavía emitía
sonidos para expresar si tenía hambre o sueño, ya sabía que había sido un
vagabundo de las estrellas. Sí, yo, que nunca había balbuceado la palabra
«rey», recordaba que una vez había sido el hijo de un rey. E incluso recordaba
que alguna vez también había sido esclavo, e hijo de esclavos, y que había
llevado una argolla alrededor del cuello.
Y más todavía.
Cuando tenía tres años, y cuatro, y cinco años, aún no era yo mismo. Era
solamente una transformación en curso, un flujo del espíritu todavía caliente
en el molde de mi carne en un tiempo y en un espacio concretos. En aquel
tiempo, todo lo que había sido en las miles de vidas anteriores se agolpaba en
mí, confundiendo el flujo de mi espíritu, en un esfuerzo por convertirse e
incorporarse a mi persona.
Qué estupidez,
¿no? Pero recuerden, lectores —espero viajar lejos con ustedes, a través del
tiempo y del espacio—, recuerden que he pensado mucho sobre todas estas
cuestiones; que a lo largo de noches de sangre, de oscuros esfuerzos que
duraron años y años, he estado a solas con mis muchas otras identidades y he
podido contemplarlas y examinarlas. He pasado toda clase de infiernos en
diferentes existencias para traerles noticias que compartiremos en esta hora,
mientras leen cómodamente estas páginas.
El pequeño
Julián nos observaba desde la puerta con una sombra de pudor e inquietud.
—Hay alguien
en mi habitación —musitó.
Bea exhaló un
suspiro y le tendió los brazos. Julián se apresuró a refugiarse en el abrazo de
su madre y yo renuncié a toda esperanza en pecado concebida.
—¿El Príncipe
Escarlata? —preguntó Bea.
Julián
asintió, compungido.
—Ahora mismo
papá va a ir a tu habitación y le va a echar a patadas para que no vuelva nunca
más.
Nuestro hijo
me lanzó una mirada desesperada. ¿Para qué sirve un padre si no es para
misiones heroicas de esta envergadura? Le sonreí y le guiñé el ojo.
—A patadas
—repetí con el gesto más furioso que pude conjurar.
Julián se
permitió un amago de sonrisa. Salté de la cama y recorrí el pasillo hasta su
habitación. La estancia me recordaba tanto a la que yo había tenido a su edad
algún piso más abajo que por un instante me pregunté si no estaría todavía
atrapado en el sueño. Me senté a un lado de la cama y encendí la lamparilla de
noche. Julián vivía rodeado de juguetes, algunos heredados de mí, pero sobre
todo de libros. No tardé en encontrar al sospechoso escondido debajo del
colchón. Tomé aquel pequeño libro encuadernado en negro y lo abrí por la
primera página.
El Laberinto de los Espíritus VII
Ariadna y el Príncipe Escarlata
Texto e ilustraciones de Víctor Mataix
Ya no sabía
dónde ocultar aquellos libros. Por mucho que afinara el ingenio para encontrar nuevos
escondites, el olfato de mi hijo los detectaba sin remedio. Pasé las hojas del
volumen al vuelo y me asaltaron de nuevo los recuerdos.
Cuando regresé
a la habitación tras confinar una vez más el libro en lo alto del armario de la
cocina —donde sabía que, más temprano que tarde, mi hijo daría con él—, hallé a
Julián en brazos de su madre. Ambos habían sucumbido al sueño. Me detuve a
observarlos desde el umbral, amparado en la penumbra. Escuché su respiración profunda
y me pregunté qué habría hecho el hombre más afortunado del mundo para merecer su
suerte. Los contemplé dormir enlazados, ajenos al mundo, y no pude evitar
recordar el miedo que había sentido la primera vez que los vi así abrazados.
Este fin de semana se ha
estrenado Amor y Amistad, película basada en la novela corta epistolar Lady
Susan de Jane Austen.
La
novela es una obra de juventud formada por 41 cartas escritas, donde descubrimos las intrigas entre los diferentes
personajes a través de sus propias palabras, reflejadas en las cartas que se
envían unos a otros. Mediante ellas, no sólo vemos lo que ocurre, sino también
las ideas, deseos y pensamientos de cada personaje: Lady Susan manipula a los distintos
personajes, y a la vez despierta odios, celos, envidias…
Lady Susan es una viuda, bella e
inteligente, que se traslada a casa de su familia política. Pero su cuñada Catherine
la recibe recelosa por su antigua enemistad y su fama de mujer frívola y
casquivana. Mientras dura su estancia, al no poseer recursos económicos, intenta
engatusar al acaudalado Reginald de Courcy, hermano de Catherine, y maneja los
hilos para casar a su hija Frederica, a la que aborrece, con un noble rico, y
así asegurarse el futuro.
Os dejo con el booktrailer de la
cuidada versión de Nordicalibros, magníficas las ilustraciones de Javier
Olivares, y con el trailer de la película.
Me sentí profundamente honrado
cuando Newt Scamander me pidió que escribiera el prólogo para esta edición tan
especial de Animales Fantásticos y dónde Encontrarlos. La obra maestra de Newt
fue aprobada como libro de texto para el Colegio Howgarts de Magia y Hechicería
desde que se publicó por primera vez, y tiene gran parte del mérito de las
buenas calificaciones que nuestros estudiantes obtienen en la asignatura
Cuidado de Criaturas Mágicas, aunque no es un libro relegado a un uso meramente
académico. Ningún hogar de magos está completo sin un ejemplar de Animales
Fantásticos… bien manoseado por las generaciones que lo hojearon
intentando dar con la mejor manera de extirpar del césped una plaga de
horklumps, interpretar los gritos luctuosos del augurey o quitarle a la mascota
puffskein la costumbre de beber en el inodoro.
Sin embargo, esta edición tiene un
propósito más elevado que la instrucción de la comunidad mágica. Por primera
vez en la historia de la noble casa editorial Obscurus, uno de sus títulos
estará al alcance de los muggles(…).
Tienes en tus manos un duplicado
del ejemplar de Harry Potter de Animales Fantásticos… que hasta
incluye las informativas notas al margen que escribieron él y sus amigos.
Aunque Harry no estaba muy dispuesto a que su libro se reimprimiera en su forma
actual, nuestros amigos de Comic Relief consideraron que esos pequeños añadidos
ampliaban el entretenido tono del libro. El señor Newt Scamander, resignado
hace tiempo a que su obra maestra fuera garabateada sin cuartel, lo aceptó.
Sólo me resta advertir a cualquiera
que haya leído este libro sin comprarlo que tiene la maldición de los ladrones.
También quiero aprovechar esta oportunidad para asegurar a los muggles que las asombrosas
criaturas que se describen a continuación son imaginarias y no pueden hacerles daño.
A los magos, simplemente les digo: Draco
dormiens nunquam titillandus.
Albus Dumbledore
J.K. Rowling, Animales Fantásticos y dónde
Encontrarlos
Lo dijo mi
madre el día que nació, en la habitación blanca y soleada de la clínica. Y dijo
además: «Especial es una palabra muy bonita. Que no se os olvide nunca». No se
me ha olvidado, a la vista está, pero es más que posible que la escena que
acabo de relatar no tuviera lugar en la clínica, sino mucho después en
cualquier otra habitación, y que Nona no fuera tampoco una recién nacida, ni
siquiera un bebé, sino una niña de tres o cuatro años. ¡Quién sabe! Me cuentan
que puede tratarse de un falso recuerdo y que nuestras engañosas memorias están
llenas de falsos recuerdos. Me aseguran también que ciertas peculiaridades —lo
llaman así: «peculiaridades»— no suelen apreciarse en los primeros tiempos.
Todo eso —y el dato de que cuando nació yo era demasiado pequeña para
acordarme— me inclina a pensar que, en efecto, se trata de un recuerdo
inventado. O de algo todavía más sutil. «Elaborado», que diría quien yo me sé.
Porque antes de que Nona viniera al mundo mi vida era muy diferente. No la
recuerdo bien, pero sé que era diferente. Y tengo sobradas razones para pensar
que mejor. Mucho mejor. Pero Nona nació, las cosas cambiaron para siempre y,
seguramente por eso, me acostumbré a situar las palabras de mi madre el mismo
día de su llegada al mundo. Aquel día yo también nací a una nueva vida. Mi vida
con Nona.
Yendo hacia un
monte, descubrí en un almacén una montaña de manzanas que embalsamaban el aire.
Pero cuando pasaba las dos sierras, ahora la pequeña montaña era de racimos de
uvas en lo profundo de una bodega. El otro fuego: el del mosto morado, el del
vino en el lagar. Otra vez el encuentro con las sombras profundas de las
«cuevas». El fuego débil de los candiles que iban y venían flotando como
espíritus por los pasillos de tierra amarilla, como si hubiese descendido a
aquella oscuridad el sol sobre las mieses de las eras. Soles de oro estaban
sepultados bajo la tierra, en lo hondo de las cuevas. Fuera crujían, al ir y al
retornar, las ruedas de los carros en los guijarros del camino. Y arriba
parecían crujir también, de tan puras, las estrellas.
Los ensayos de Isaac Asimov que integran el
presente volumen están agrupados en tres partes. La primera está dedicada a
cuestiones relacionadas con la constitución de la materia; la segunda trata del
funcionamiento del sistema solar, y la tercera analiza algunos aspectos de la
formación del Universo. Un último ensayo, que es el que da título al volumen,
conecta las tres partes entre sí y resume en cierto modo el pensamiento de
Asimov como historiador de la ciencia.
De los núcleos atómicos a la formación de esqueletos
El descubrimiento por parte de los físico-químicos de que un mismo
elemento podía tener un número variable de neutrones en su núcleo, sin que esta
variabilidad afectara sus propiedades químicas, abrió un decisivo capítulo de
la Química. Y, lo que es más, tuvo importantes consecuencias para el desarrollo
de la Bioquímica. El reconocimiento de los isótopos, la producción de isótopos
radioactivos de elementos relativamente corrientes y su facilidad para ser
seguidos en todos los procesos biológicos, son explicados por Asimov en esta
primera parte de la obra, que desemboca en una consideración del largo proceso
evolutivo que llevó a muchas especies animales a la formación de esqueletos
mediante la utilización de ciertas sustancias inorgánicas.
La Luna, Urano y Plutón
La segunda parte, dedicada al sistema solar, es quizá la más
heterogénea de las tres que componen la obra, pero su falta de unidad se
compensa sobradamente con el interés y la amenidad de cada uno de los ensayos
que la constituyen. En el primero de ellos, Asimov cuestiona de forma muy
convincente las arraigadas fantasías que han ligado, en diversas épocas y
culturas, determinados aspectos del comportamiento humano, e incluso de su
fisiología, con la periodicidad de las fases lunares. En el segundo ensayo,
después de bromear sobre la impopularidad del planeta Urano debido a su
escatológica pronunciación en lengua inglesa, divulga algunos aspectos poco
conocidos del más desconocido de los tres gigantes de nuestro sistema y de sus
satélites. Para finalizar, Asimov se refiere a Plutón, del que piensa que, más
que un planeta diminuto, quizá sea un asteroide gigante.
Novas, supernovas y Física cuántica
Los prejuicios culturales son un inconveniente añadido en el
camino del conocimiento, como pone de manifiesto Asimov a propósito de la
dificultad que representó, para los hombres cultos de la Antigüedad y de la
Edad Media europea, abandonar la idea aristotélica de la inmutabilidad de la
esfera celeste. Conviene tener en cuenta que otras culturas, como la china,
registraron sin ningún prejuicio la aparición y desaparición de objetos
extraordinariamente brillantes en el cielo nocturno.
Pero en Occidente hubo que esperar hasta los cambios producidos
durante el Renacimiento para que se llegara a una aceptación de fenómenos como
el de las novas y las supernovas. Aunque no fue hasta nuestro siglo que
encontraron una explicación convincente y permitieron a la vez una nueva
concepción del Universo, en la que participan tanto la Relatividad como la
Física cuántica.
Sobre el conocimiento científico
En el último ensayo, dedicado a la relatividad de los errores,
Asimov critica una falacia que ha sido sostenida a menudo por voces de cierto
prestigio. Dado que la ciencia demuestra periódicamente que los conocimientos
que se daban por ciertos en un determinado momento resultan no serlo a la luz
de nuevos descubrimientos, algunos han llegado a concluir que todo conocimiento
es erróneo, en la medida en que el futuro terminará por demostrar su falsedad.
Asimov sostiene que la falacia de un argumento de este tipo se basa en el valor
absoluto que se da a expresiones como cierto o falso, cuando en realidad hay
una gradación extrema en las categorías de certeza o falsedad que contiene cada
afirmación. Todo es relativo, incluso el error.
Había algo en esa respuesta que
me hizo mirarla con sorpresa, pues me maravillaba que aquel recado la
fortaleciera ante cualquier posible interrogatorio. Sus ojos vivos parecieron
leer mis pensamientos, ya que al cruzarse con los míos añadió que no había nada
malo en lo que había estado haciendo, pero que era un gran secreto que ni ella
misma conocía.
Esto lo dijo sin el menor asomo
de astucia ni engaño, con una franqueza directa que llevaba el marchamo de la
verdad. Seguía caminando como antes, mostrándome mayor familiaridad conforme
avanzábamos y hablando cada vez más alegremente. Pero no me dijo nada sobre su
hogar, salvo que íbamos por un camino completamente nuevo para ella y quería saber
si no habría otro más corto.
Mientras hablábamos de esta
manera, pensé en cien explicaciones diferentes del enigma, que fui descartando
una a una. No quería aprovecharme de la candidez o gratitud de la niña a fin de
dar pábulo a mi curiosidad. Yo siento simpatía por los pequeños y considero una
bendición cuando ellos, que parecen recién salidos de la mano de Dios, nos
devuelven esa simpatía. Como su confianza me había encantado desde el
principio, decidí merecerla y hacer justicia al talante que la había inducido a
confiar en mí.
Sin embargo, no había motivos
para que yo me abstuviera de conocer a la persona que tan inconsideradamente la
había mandado sola, y de noche, a un lugar tan distante; y como no era
improbable que si la niña se encontraba cerca de la casa pudiera despedirse de
mí y privarme de dicha oportunidad, evité las calles más rectas y frecuentadas
y tomé varios atajos, de manera que hasta que no llegamos a su calle no supo
dónde estábamos. Dando palmas de alegría y adelantándose unos pasos, se detuvo ante
una puerta y no tocó el timbre hasta que yo no la hube alcanzado.
La puerta tenía un cristal sin
postigo, cosa que no observé al principio, dado que reinaba una gran oscuridad
y silencio en su interior y yo esperaba ansioso (al igual que la niña) que
alguien respondiera al timbre. Llamamos dos o tres veces más, y se oyó un ruido
de alguien que se acercaba. Al final, apareció una débil luz a través del
cristal que, a medida que se aproximaba (muy despacio, por cierto, pues el
portador se abría paso a través de un montón de artículos esparcidos), me
permitió ver no sólo el tipo de persona que era, sino también el tipo de lugar
en el que vivía.
Era un anciano de larga
cabellera gris. Mientras sostenía la luz sobre la cabeza y miraba avanzando
hasta nosotros, pude distinguir su fisonomía. Aunque desmejorado por la edad,
creí reconocer en su forma enjuta y delgada algo de ese molde delicado que ya
había notado en la niña. Sus relucientes ojos azules se parecían mucho, pero el
rostro del anciano estaba tan surcado por la edad y las preocupaciones que el
parecido terminaba allí.
El lugar que atravesaba con paso
lento era uno de esos almacenes de objetos antiguos y curiosos que parecen
cobijarse en los rincones más viejos de esta ciudad y, por recelo y
desconfianza, ocultan sus rancios tesoros al ojo público. Por aquí y por allá
había armaduras que parecían fantasmas acorazados, fantásticos grabados traídos
de monasterios, armas oxidadas de varios tipos, figuras contorsionadas de
porcelana, madera, hierro y marfil; en fin, tapices y muebles extraños que
parecían concebidos en sueños. El aspecto demacrado del vejete se adecuaba
maravillosamente a aquel lugar: habría andado a tientas por viejas iglesias,
tumbas y casas abandonadas y reunido todos los despojos con sus propias manos.
No había nada en aquella colección que no concordara perfectamente con su
persona, nada que pareciera más viejo o más gastado que él.
Mientras giraba la llave en la
cerradura, me miró con asombro, que no disminuyó cuando la mirada pasó de mi
persona a la de mi acompañante. La puerta se abrió y la niña se dirigió a él
llamándolo abuelo y le contó la pequeña historia de nuestro encuentro.
Esta mañana ha
fallecido Leonard Cohen, poeta y cantautor canadiense. Como músico
desarrolló una carrera con una continua exploración de temas como la religión,
la política, el aislamiento, las relaciones personales y la sexualidad, siendo
definido como «uno de los cantantes y compositores más fascinantes y
enigmáticos de finales de los 60».
En octubre del
2011, recogió en Oviedo el PREMIO
PRÍNCIPE DE ASTURIAS DE LAS LETRAS. En su discurso al recibir el premio,
Cohen hizo referencia a la influencia en su obra de Federico García Lorca.
Tras aceptarlo, el músico donó el dinero del premio a la Universidad de Oviedo
para impulsar una cátedra en su nombre: este proyecto, singular y único en
España, ha sido concebido como "un lugar de encuentro entre la poesía y la
música, entre los creadores y su público, entre el arte y la sociedad",
eon
En el álbum OMEGA, de Enrique Morente y Lagartija
Nick, del que vamos a hablar a continuación y del que ya ofrecimos un par de temas, se interpretan cuatro canciones de
Leonard Cohen: "First we take Manhattan", "Priests",
"Hallelujah" y "Take this waltz"
ENRIQUE MORENTE Y
OMEGA: ASÍ SE INCENDIÓ EL FLAMENCO
Dejadme vivir mi vida / que yo no le pido a nadie / siquiera los buenos
días".
Enrique
Morente (Granada, 1942-Madrid, 2010) cantaba estos tientos allá por los 70
cuando pocos imaginaban que terminaría lanzando la última y más incendiaria
bomba atómica del flamenco. Se llamó 'Omega' y pretendía ser un homenaje a
'Poeta en Nueva York', de Federico García Lorca, aunque terminó convirtiéndose
en un no se sabe bien qué de flamenco, rock, poesía y experimentación que dejó
patas arriba la música española. Morente miraba a Lorca y a otro lorcófilo,
Leonard Cohen. Y lo hacía contagiado del espíritu transgresor del viaje que
contaban esos poemas, de Granada a Nueva York, de lo antiguo a lo vanguardista.
Por eso Morente escogió al grupo Lagartija Nick, granadinos como él, para
encontrar el sonido que andaba buscando y en el que también participaron los
guitarristas Vicente Amigo, Tomatito y Cañizares. Un momento único que, con el
paso del tiempo, ha ido adquiriendo una dimensión mítica. Así lo recoge el
documental 'Omega', dirigido por José Sánchez-Montes y Gervasio Iglesias, y el
libro conmemorativo que llegan este otoño con motivo de los 20 años de la
publicación del álbum.
La película se
estrena el próximo 27 de octubre dentro del festival de documentales musicales
In-Edit y se proyectará en salas comerciales desde el 4 de noviembre. El libro
muestra, al igual que la película, numeroso material inédito sobre el proceso
de creación del disco y sus diversos participantes. Además, cuenta con textos
de los poetas Luis García Montero y Antonio Lucas, el periodista Diego A.
Manrique, el editor Borja Casani (productor y distribuidor del disco con el
sello El Europeo) o el cantaor Miguel Poveda, entre otros.
"Omega es
un milagro irrepetible", asegura Alberto Manzano, traductor al español de
Leonard Cohen, amigo del cantautor canadiense y el hombre que propició el
encuentro entre él y Morente a comienzos de los 90. Manzano se refiere así a la
"conjunción humano-astral" que hizo posible aquel milagro, "que
todas las diferentes piezas se ensamblasen con armonía", como asegura en
declaraciones a EL MUNDO. Y es que en esta historia cada uno cumple con su
papel. Así, el periodista Jesús Arias, fundador del grupo TNT, facilitó el
contacto del cantaor con la banda de su hermano Antonio, Lagartija Nick,
mientras que Manzano descubrió a Morente la música de Cohen y viceversa. "Entre
ambos existía una gran admiración y respeto mutuo. Las únicas cuatro lecciones
de guitarra que recibió Cohen a lo largo de su vida fueron de un guitarrista
español en Montreal que se terminó suicidando y que recibió a la vez que
descubría a Lorca, quien le abrió las puertas al jaleo de la poesía",
recuerda Manzano. "Con motivo de sus 60 años, en 1994, se me ocurrió
regalarle el disco que Morente había hecho con Sabicas. Se quedó muy emocionado
y entusiasmado, por lo que, cuando vino a Madrid, invité a Morente a que lo
conociera en el Hotel Palace", explica. En aquel "encuentro
mítico", en el que Manzano hizo de traductor, se produjo una extraña
energía que acabó impregnando el Omega. El propio Cohen lo evocaría después
así: "Morente se sitúa en el centro mismo de su propia tradición. Es uno
de los principales cantaores de flamenco en España. Nos reunimos en un bar en
España cuando estaba de gira por allí; para ser exactos, un bar donde Lorca
solía beber. Y nos presentamos mutuamente nuestros respetos". Con Lorca
como punto de unión, Morente empezó entonces a adaptar la música de Cohen, como
recuerda su hija Estrella, a propósito de un verano de mucho calor en la playa
en el que ella y su hermana Soleá estaban haciendo castillos de arena en la
playa. Entonces les llamó su padre para que le hiciesen el compás del Pequeño
vals vienés. "Un día se lo escuchamos a Leonard Cohen y Soleá y yo
dijimos: '¡Papa!', porque siempre le decíamos así [en átona], 'este hombre te
ha copiado el tema'".
"La
verdad, yo tenía que haber sido rockero. Me he equivocado. Pero bueno, en aquel
tiempo se hacía lo que se podía", dice Morente en unas imágenes de archivo
al comienzo del documental. "La garra que tiene el motor del rock no la
tiene ningún otro género. Es tremendo: esa fuerza de las guitarras eléctricas,
esas baterías... Eso, cuando está hecho con calidad, es sublime. Por lo menos a
mí me gusta mucho". La afirmación, realizada cuando Omega ya se había
convertido en un hito, conecta con eso otro que decía el Morente de los 70:
"Los 'ortodoxos', entre comillas, naturalmente que me llaman 'el asesino
del cante' o algo así. Estupideces de esas". Ahora que Los Planetas llenan
festivales cantando fandangos y alegrías, la apuesta no parece nada del otro
jueves, pero entonces era casi suicida. Es verdad que Camarón ya había
incorporado el bajo eléctrico a sus grabaciones, que Triana acercó el espíritu
progresivo de los 70 a los compases tradicionales y que Raimundo Amador y Kiko
Veneno también habían jugado, con éxito, con el pop y el blues. Y es verdad que
hoy es un lugar común decir que flamencos y bluesmen comparten no sólo unos
orígenes parecidos (minorías étnicas marginadas en sus respectivos entornos:
los afroamericanos en EEUU y los gitanos en el sur de España), sino también una
temática parecida en torno al dolor y al sufrimiento. Pero entonces el rock de
guitarras eléctricas y de baterías aporreadas con furia era la última frontera
que se le resistía al flamenco.
"Decidí
que iba a hacer Poeta en Nueva York. Y para abordar un poema tan
anticonvencional y anormal en la forma de escribir en habla castellana,
necesariamente no lo puedes cantar igual. En algún tema te tienes que
arriesgar", dice Morente en otro momento del documental. En esa jugada de
empezar por Lorca, seguir por lo jondo, continuar por Cohen y terminar en el
rock, él era el que más tenía que perder. Antonio Arias reconoce que se
benefició "de entrar en un mundo, el flamenco, que vendría a ser como una
habitación que tiene puertas que sólo se abren desde dentro". Aun así,
hubo momentos muy complicados, como la histórica presentación del disco en el
Teatro Albéniz de Madrid, que en su jaleo de aplausos y abucheos representó la
brecha que trajo Omega. "Nos iban a matar. Tardamos varias horas en poder
salir de los camerinos", resume Antonio Arias aquella noche. "Más que
una fusión, lo que hicimos fue un choque de caracteres", apunta el batería
Eric Jiménez sobre las sesiones de grabación. Y Arias remata: "Si se
aprende con alguien, se aprende con los maestros. Y si tienes un maestro que te
quiera enseñar, como era Enrique, tienes que abandonarlo todo".
Omega ha
dejado una huella profunda en la música española, pero como insiste Manzano,
aquello no va a volver a ocurrir. "Es muy poco probable, como cualquier
otro milagro que haya sucedido ya, que volvamos a ver algo así. Sobre todo,
porque Morente ya no está. Y no conozco a nadie en el flamenco que tenga su
dimensión". Por cierto, que Cohen le envió a Morente dos docenas de rosas
rojas tras escuchar Omega. "Nunca le llegaron", se lamenta Manzano.
Darío Prieto, El Mundo 09/10/2016
Os dejo con la
letra de la canción Hallelujah, de Leonard Cohen, en inglés, y la letra de la
versión de Enrique Morente en el disco Omega
Now I've heard there
was a secret chord
That David played,
and it pleased the Lord
But you don't really
care for music, do you?
It goes like this
The fourth, the fifth
The minor fall, the
major lift
The baffled king
composing Hallelujah
Hallelujah,
Hallelujah…
Your faith was strong
but you needed proof
You saw her bathing
on the roof
Her beauty and the
moonlight overthrew you
She tied you to a
kitchen chair
She broke your
throne, and she cut your hair
And from your lips
she drew the Hallelujah
Hallelujah,
Hallelujah…
Now, maybe there's a
God above
As for me, all I have
ever learned from love
Is how to shoot
somebody
Who outdrew you
But it's not a cry
that you hear tonight
It's not some pilgrim
who claims to have seen the light
No, it's a cold and a
very broken Hallelujah
Hallelujah,
Hallelujah…
Oh, people, I've been
here before
I've seen this room
and I've walked this floor
You see, I used to
live alone before I knew you
And I've seen your
flag on the marble arch
But listen love
Love is not some kind
of a victory march
It's a cold and it's
a very lonely Hallelujah
Hallelujah,
Hallelujah…
There was a time
you'd let me know
What's really going
on below
But now, now you
don't even show it to me, do you?
I remember when I
moved in you
And the Holy Dove,
she was moving too
And every single
breath that we drew was Hallelujah
Hallelujah,
Hallelujah…
I've done my best, I
know it wasn't much
I couldn't feel, so I
learned to touch
I've told the truth
I didn't come here to
London just to fool you
And even though it
all went wrong
I'll stand right here
before the Lord of Song
With nothing, nothing
on my tongue but Hallelujah
Hallelujah,
Hallelujah...
**********************
Conozco esta tierra,
conozco este cielo,
y aquí estaba solo
antes de conocerte.
Ahora he visto tus
banderas
por las puertas de
mármol de la gran ciudad,
pero el amor no es
una marcha triunfal
sino un frío y
solitario aleluya.
Aleluya…
En tiempos me
hablabas
lo que había dentro
de ti.
Hoy tu boca no habla,
sabes que es cierto.
Recuerdo nuestros
cuerpos vibrando juntos
con el Espíritu Santo
y cada aliento era un
frío aleluya.
Aleluya…
Quizá haya un Dios
arriba,
pero yo lo que
aprendí del amor
es a disparar a quien
te amenaza.
Pero no es un lamento
lo que oyes esta noche,
no es la risa malvada
de alguien que ha visto la luz