viernes, 30 de septiembre de 2016

EL HOGAR DE MISS PEREGRINE PARA NIÑOS PECULIARES


Enviado por Pedro:

Ransom Riggs nos narra la historia de un chico que, tras una horrible tragedia familiar, siguiendo unas viejas fotografías de su abuelo, llega a un orfanato abandonado en una isla de Gales.

Jacob Portman, de 16 años, que ha crecido escuchando historias de su abuelo sobre niños extraordinarios y lugares mágicos, descubre que esas historias no eran tan ficticias como creía… Tras ser asesinado su abuelo por una criatura sobrenatural, decide viajar hasta Gales para descubrir la verdad sobre su pasado. Allí, encuentra el hogar donde su abuelo y los niños peculiares vivían, pero esta destruido y no queda rastro de vida. Mediante un viaje en el tiempo, a un bucle anclado en el tres de septiembre de 1940, Jacob llega al hogar de Miss Peregrine. Allí conoce a otros niños peculiares: Emma, que puede controlar el fuego, Millard, un chico invisible, Bronwyn, que tiene una fuerza increíble…

Pronto, Jacob se da cuenta de que le han utilizado para llegar a los niños peculiares y él es la única esperanza para estar a salvo.

El Hogar de Miss Peregrine para Niños Peculiares es una enigmática historia sobre niños extraordinarios y monstruos oscuros; una fantasía escalofriante ilustrada con inquietantes fotografías.

Ransom Riggs, por su experiencia en el mundo del cine y la televisión, sabe dotar a la narración de un ritmo ágil, pues nos va descubriendo los secretos en el momento adecuado para que la atención no decaiga.


                Por la portada y las fotografías vintage que acompañan al texto, podríamos pensar que es una historia de terror, pero, en realidad, estamos ante una novela de fantasía, oscura, pero fantasía: aventuras, magia, viajes en el tiempo…


jueves, 29 de septiembre de 2016

MONÓLOGO DE GOYA


In Memorian
Antonio Buero Vallejo
(29 – 9 -1916 // 29 – 4 -2000)

A MARTILLAZOS

¡Llevo treinta años presenciando una comedia que no entiendo!... ¡Levanta! (Leocadia queda en pie, jadeando en el silencio. Duaso le pone a Goya una mano en el hombro y le insta a que atienda, luego escribe, sin sentarse.) No. Por nada tengo que pedir perdón. (Arrieta lo mira. Leocadía intenta atisbar lo que Duaso ha escrito. Goya va a apartarla.) ¡No metas tú la nariz! (Duaso lo detiene e indica con un gesto de aquiescencia que Leocadia puede leer también. Luego sigue escribiendo.) ¿Es un chiste? (Duaso lo mira, sorprendido.) ¿Pedir perdón por Ias faltas que él cree que hemos cometido, aunque no las haya? Que le arreglen otros Ias carambolas en su billar. Yo no pondré la cabeza junto al taco. (Duaso escribe.) Conforme. Siempre cometemos faltas. ¡Pero contra Dios! Perdón, el de Dios, no el del narices. (Duaso menea la cabeza con pesar. Arrieta traza rápidos signos de advertencia.) Gracias, doctor. No hay cuidado. ¡No me humillaré ante el rey! (Leocadia, se aparta consternada. Duaso escribe y Goya lee.) ¿Qué? (El pintor rompe a reír y pasea. Leocadia corre a la mesa para leer.) Conque el derecho divino, ¿eh, paisano? (Duaso asiente.) La sumisión a la autoridad real, aunque sea injusta, pues Dios ha dispuesto que los monarcas hereden por la sangre el mando de sus reinos. ¿Doctrina de la Iglesia? (Duaso lo mira fijamente, sin responder.) ¿Qué le parece, Arrieta? (Arrieta señala al padre Duaso, inhibiéndose.) Padre Duaso, usted no es un curita de aldea, sino un sabio lingüista a quien aguarda un sillón en la Academia. Usted no cree eso. (Duaso afirma con energía.) ¿Sí?... ¿ Y le consta si la sangre de nuestro amadísimo Fernando es la de su antecesor el rey Carlos? (Con los labios apretados, Duaso escribe.) ¡Pues yo sí me atrevo a pensar mal! (Nervioso, Duaso empieza a escribir.) Dé por cierto que nuestra Virgencica del Pilar no creyó en la virtud de la reina María Luisa. (Muy contrariado, Duaso arroja el lápiz y da unos pasos. Leocadia gesticula, rogándole que perdone al pintor su irreverencia, y mira a Goya con desesperación.) Perdone. No quise ofenderle. (Duaso lo mira con tristeza. Con un gesto, Duaso declara no entender. Goya se acerca, amigable, y le toma de un brazo.) Paisano, aunque quisiera humillarme ante el rey, no podría. Le desobedecería. (Duaso se detiene y lo mira extrañado. Arrieta se levanta.) En el 14, cuando cometimos la barbaridad de traer entre todos al “ deseado” , sí que volví a Palacio. ¿ Y sabe lo que me espetó? Primero, que yo merecía la horca... Y luego, con esa sonrisita suya..., me mandó que no me pusiera ante sus ojos mientras él no me llamara. (Duaso lo mira un segundo y corre a escribir, llevándolo de un brazo. Goya lee.) Se lo agradezco, pero no interceda. (Duaso escribe.) No, y ésa es mi desgracia. El puede hasta olvidarse de su deseo de que yo me humille, mientras lo espera. Y yo no puedo olvidar que estoy en sus manos, porque el disfavor real destruye a un vasallo aunque el rey no lo recuerde. Pero, agazapado en esta casa..., tal vez logre que no piense en mí. (Alarmada, Leocadia traza signos.) No ofendas al padre, mujer. Un baturro no vende a otro baturro. Por eso puedo decirle[a mi paisano lo que me entristece verle al servicio de tan mala causa. (Duaso escribe con el rostro nublado. Goya sigue hablando.) Cuando el país iba a revivir lo han adormecido a trancazos, a martillazos... (Duaso lo mira agudamente. Goya lee.) Cierto. También nosotros hemos sido muy brutos. Pero no era lo mismo. (Duaso escribe algo.) ¿Qué? (Duaso señala a lo escrito.) Pude igual decir... a garrotazos. (Duaso deniega y escribe. Goya lee y se aparta, sombrío.) Claro que sé quién fue don Matías Vinuesa. El cura de Tamajón. (Pasea. Duaso ío mira fijamente.) Un tontiloco empeñado en ensangrentar al país... Eso no me lo negará, aunque vistiese sotana como usted. (Duaso ha escrito entretanto y le señala el papel. Goya lee de mala gana.) [A qué lo pregunta? Lo sabe igual que yo. Eran días de peligro, asaltaron la cárcel y lo mataron. (Duaso escribe una sola palabra. Goya titubea.)... A golpes. (Duaso deniega. Una pausa. Goya baja la voz.) Lo mataron a martillazos. (Una pausa) ¡Pero yo no lo maté, ni tampoco seguí aquella horrible moda del bastón con el martillito en el puño! (Duaso escribe.) Sí, una moda liberal, pero... (Duaso escribe.) ¡Sí! Soy liberal. (Se miran) Es cierto. El crimen nos acompaña a todos. (Una pausa.) Queda por saber si hay causas justas. aunque ias acompañe el crimen. (Duaso lo mira.) Vaya trampa, ¿eh, paisano? Porque si me responde que el crimen borra toda justicia, entonces la causa a que usted sirve tampoco es justa. Y si me dice que sí las hay, tornaremos a disputar por cuál de las dos causas es la justa... Así. (Señala a la pintura.) Dios sabe por cuántos siglos todavía. (Se vuelve hacia el frente. Una pausa.) He pintado esa barbarie, padre, porque la he visto.


Y después he pintado ese perro solitario, que ya no entiende nada y se ha quedado sin amo... Usted ha visto la barbarie, pero sigue en la Corte, con su amo... Soy un perro que quiere pensar y no sabe. Pero, después de quebrarme los cascos, discurro que fue así: Hace muchos años alguien tomó a la fuerza lo que no era suyo. A martillazos. Y a aquellos martillazos respondieron otros, y a éstos, otros... Y así seguimos. Martillo en mano. (Duaso se dirige a la mesa. Leocadia le imp1ora en silencio. Duaso escribe. Sin acercarse. Goya habla.) No insista, padre. No volveré a Palacio . (Leocadia traza signos, suplicante.) Para salir a Francia es menester el permiso regio. No voy a cruzar los Pirineos como un matutero. (Leocadia señala a Duaso, indicando que el sacerdote lo podría conseguir. Goya deniega. Duaso escribe y le ruega que lea. Goya lo hace.) No, padre, Gracias, Pasaremos aquí la Nochebuena y nada sucederá. Con el nuevo año. decidiremos. ¡Pero antes, acabaré estas pinturas! (Duaso escribe y le toca un brazo. Goya lee y acusa repentina alegría.) ¿De veras vendrá la víspera de Nochebuena? (Duaso asiente, risueño.) ¿Y por qué no pasa esa bendita noche con nosotros? ¿Fh, Leocadia? (Leocadia disimula mal su contrariedad desde que ha comprendido que el padre. Duaso acepta la permanencia del pintor en la quinta.) ¡Habrá buenos turrones, y buen piñonate, y un vinillo de la tierra que es pura miél! ¡Y zambombas y panderos que rompen los vidrios!

Antonio Buero Vallejo, El Sueño de la Razón

miércoles, 28 de septiembre de 2016

SILLÓN DE MIS ENTRETELAS


Me quieren quitar el cargo
yo no me largo
Que este chollo no lo suelto
me lo he ganao
Tantos años asintiendo
y hasta aplaudiendo
y ahora vienen a decirme que me han cesao

Sillón de mis entretelas
Mi despachito oficial
Quieren dejarme a dos velas
a un director general
Me quieren echar afuera
arrojarme al arrabal
Que puñal a la trapera
el papelín oficial

Aferrao a mi butaca
como una lapa
A mi nadie me despega
de este sillón
Que es mi madre, que es mi esposa
será mi losa
ya me he untado en el trasero
Sinteticón

A mi me han nombrao a dedo
y aquí me quedo
por los siglos de los siglos
Amen Jesús
No me mueven de este trono
que tengo abono
hasta el día en que la espiche
de un patatús

Jesús Munárriz - Luis Eduardo Aute - Forges

¡MI TESORO, MUGGLES, MI TESORO!


Acto 1. Escena 1.

King's Cross

Una estación abarrotada .y bulliciosa, llena de gente intentando llegar u su destino. Entre el alboroto, dos grandes jaulas traquetean sobre sendos carritos cargados hasta arriba y empujados por dos muchachos: James Potter y Albus Potter, seguidos por Ginny, su madre. Un hombre de treinta y siete años, Harry, lleva a su hija Lily sobre los hombros.

ALBUS.-- ¡Papa!. ¡No para de repetirlo!
HARRY.-- James, dejalo correr.
JAMES.-- Solo he dicho que podría tocarle Slytherin. Y la verdad es que... (eludiendo la mirada enfadada de su padre) vale.
ALBUS,-- (levantando la mirada hacia su madre) Me escribiréis, ¿no?
GINNY.-- Todos los dial. si quieres.
ALBUS.-- No. Todos los dias no. Dice James que lo normal es que tus padres te escriban una vez al mes. No quiero que...
HARRY.-- El año pasado escribíamos a tu hermano tres veces por semana.
ALBUS.-- ¿Que? ¡James!

Albus lanza una mirada acusadora a James.

GINNY.-- Si. Creo que no te conviene creer todo lo que te cuente sobre Hogwarts. Tu hermano es muy bromista.
JAMES.-- (sonriendo) ¿Podemos irnos ya, por favor?

Albus mira a su padre y luego a su madre.

GINNY.-- Lo único que tienes que hacer es andar recto hacia la pared que hay entre los andenes nueve y diez.
LILY.-- ¡Qué emoción!
HARRY.-- No te detengas y no te asustes, si lo hace, chocaras. esto es muy importante. Si tienes miedo, la mejor es hacerlo deprisa.
ALBUS.-- Estoy listo.

Harry, y Lily se agarran al carrito de Albus. Ginny se agarra al de James. Toda la familia avanza con decisión hacia la pared.

J. K. Rowling y Jack Thorne, Harry Potter y el Legado Maldito

martes, 27 de septiembre de 2016

TODOS ESOS PRÍNCIPES ENCANTADOS DE LOS CUENTOS


—Entonces… todos esos príncipes encantados de los cuentos… —aventuró.

—La mayoría fueron hechizados por ella, sí —confirmó el hada—. Dentro de lo que cabe, es una buena cosa que terminara por recluirse en este lugar. Recuerdo la época en que iba hechizando a la gente por ahí…; fue sumamente confuso para todos —reflexionó, perdida en sus pensamientos—. Y todo empeoró cuando se supo que el contrahechizo estaba en el beso de una doncella. No era exactamente así, naturalmente; la fuerza no radicaba en el beso en sí, sino en el amor, ya fuera el de una novia, el de una madre o el de una hermana. Pero algunos estaban muy desesperados. Así que las ranas empezaron a rondar los palacios para chantajear a las jóvenes princesas a cambio de devolverles sus juguetes perdidos; los erizos se ofrecían como guías para reyes desorientados a cambio, cómo no, de la mano de una de sus hijas; y los osos husmeaban dentro de cabañas aisladas en las que habitaban jóvenes doncellas.

—Pero algunos de ellos sí fueron desencantados, ¿no?

—Sí, en efecto. Y aquellas historias maravillosas con final feliz se grabaron para siempre en los cuentos y alimentaron los sueños de cientos de jovencitas, que empezaron a buscar por el mundo príncipes perfectos a los que desencantar. Tendían a pensar que cualquier animal parlante era un joven hechizado…

—¿Y… no es así?

—Por supuesto que no —replicó Camelia, que detestaba que la interrumpieran—; o, al menos, no lo era en aquel entonces, cuando los Ancestrales se dejaban ver con mayor frecuencia. En fin —concluyó, con un suspiro pesaroso—, el conflicto podía limitarse a una escena embarazosa en el caso de las ranas; pero casi siempre terminaba en tragedia cuando la doncella descubría que su adorable oso encantado no estaba encantado en realidad. Y de los lobos ya ni hablamos. Por cada lobo parlante que es un príncipe encantado hay por lo menos cien que son lobos de verdad. Y ni todo el amor del mundo es capaz de cambiar esa circunstancia.

—No es eso lo que dicen los cuentos —murmuró Simón, impresionado.

—Naturalmente que no. Nadie quiere escuchar esas historias, porque no tienen un final feliz. Solo se cuentan a veces como relatos de terror, pero no se ponen por escrito. En primer lugar, porque nadie se molesta en hacerlo…, pero también porque tienen más fuerza si se relatan de viva voz, en una noche oscura, en torno a una hoguera. Claro que la gente suele pensar que, si no está escrito en alguna parte, no puede ser real. Así que estamos en las mismas —finalizó, encogiéndose de hombros.

Simón no dijo nada. Los dos permanecieron en silencio un largo rato, contemplando las llamas danzantes de la hoguera.

Laura Gallego, Todas las Hadas del Reino

PREMIO CERVANTES  CHICO 2011

lunes, 26 de septiembre de 2016

HISTORIA DEL REY TRANSPARENTE


Rosa Montero nos cuenta la aventura de Leola, una campesina que se ve obligada a salir de su mundo opresivo y monótono para encontrarse con la verdad; con un mundo conformado por sentimientos dispares, contradictorios; un mundo que puede ser maravilloso hasta que la ambición lo anula, convirtiéndolo en algo frío, yermo, en desolación y muerte.

Leola es la narradora de sus propias aventuras y de la aventura de la Humanidad en una época de cambios. Ella, como mujer, se da cuenta del silencio, de la anulación a la que es sometida y se resiste; por eso cambia de personalidad, convirtiéndose en el guerrero Leo, disfraz que le permitirá explorar el mundo, salir del silencio y actuar.

En su recorrido, que dura veinticinco años, caminará por el mundo sorteando peligros, e irá encontrando a otras personas que la ayudarán a conformar su pensamiento hasta encontrar la felicidad.

Transcurrido ese tiempo, en el que actúa como caballero, mercader de sangre, maestra y alumna, vuelve a su casa, de la que no queda nada. Ya no están su padre ni su hermano, y, aunque encuentra a Jacques, su primer amor, no se da a conocer porque entiende que sigue perteneciendo a un mundo formado por personas buenas pero serviles, humilladas; un mundo que ya no es el suyo. Ella ha contribuido con su actitud a que otros sean conscientes de su libertad y felicidad, por lo que se aparta conscientemente de la sociedad marcada por el odio, sin enterarse de la fábula del Rey Transparente, en la que la mentira es causa de silencio y muerte. Y Leola no quiere callar, necesita comunicarse con los demás, aprender de ellos y enseñar lo aprendido; por eso los que intentan proclamar la mentira va desapareciendo de su vida, la falsedad va siendo eliminada por sucesos naturales o fortuitos; por eso, al final es capaz de actuar libremente, sin necesidad de disfraces, porque la verdadera libertad reside en uno mismo.

La novela es un canto a la vida, a la verdad y al poder de la palabra y la cultura como armas del desarrollo personal. Pero hay otros temas tan actuales y atemporales como el abuso de todo tipo de poder, la deshumanización de la guerra, el respeto hacia los mayores, el amor o el problema de la identidad.

El tiempo real transcurre en una noche, en la que la protagonista, encerrada en una torre, sufre el asedio de los cruzados mientras narra veinticinco años de su vida, que acontece en diferentes lugares (reales o ficticios) de la Francia de los siglos XII y XIII.

Leola nos narra en primera persona todas las vivencias que ha experimentado a lo largo de su vida, primero como mujer, luego como hombre, el caballero Leo, y al final nuevamente como mujer, cuando se ha aceptado al superar sus carencias y se ha valorado al sentirse útil. Nyneve le aportara la sabiduría de la experiencia y la inquietud por aprender. El señor de Ballaine le enseñará a ser fiel, consecuente y honrada. Guy le dará confianza haciendo que pierda el miedo ante las apariencias peligrosas. Dhuoda le enseñará el egoísmo del poder y el ansia de venganza. La reina Leonor le abrirá las puertas a la luz de la modernidad, al razonamiento, la tolerancia y la cultura. Con el alquimista Gastón conocerá el desamor y la traición. La bondad, la nobleza, el placer del sexo y la ternura vendrán de la mano de León, con quien compartirá sus últimos años, sintiéndose acogidos por la tolerancia de los cátaros, que estará en oposición al radicalismo de la iglesia de la época, personificada en Fray Angélico.

A lo largo del libro aparecen referencias a La Historia Del Rey Transparente, una leyenda que tiene la peculiaridad de condenar a muerte a quien se atreve a iniciar el relato, por lo que el lector siempre se queda con la curiosidad de saber cómo sigue, cómo termina, hasta qué…

PREMIO QUÉ LEER A LA MEJOR NOVELA ESPAÑOLA DE 2005
PREMIO MANDARACHE DE 2007.

domingo, 25 de septiembre de 2016

LA CASA DE MUÑECAS


Cuando la querida anciana señora Hay volvió a la ciudad, después de pasar una temporada con los Burnell, les envió a las niñas una casa de muñecas. Era tan grande que el carretero y Pat la descargaron en el patio, y allí se quedó, encima de dos cajones de madera, al lado de la puerta de la despensa. No podía pasarle nada; era verano. Y quizá se le habría ido el olor a pintura cuando tuvieran que meterla en casa. Porque la verdad es que el olor a pintura que despedía aquella casa de muñecas (“Un buen detalle, por supuesto, de la anciana señora Hay, tan amable y generosa”)…, pero aquel olor a pintura, según la opinión de la tía Beryl, bastaba para poner enfermo a cualquiera. Incluso antes de quitarle el envoltorio. Y aún después de quitárselo…
Allí estaba la casa de muñecas, de un oscuro y aceitoso verde espinaca, animado con toques amarillo chillón. Sus dos sólidas pequeñas chimeneas, pegadas al tejado, estaban pintadas de rojo y blanco, y la puerta, reluciente de barniz amarillo, parecía un trocito de caramelo. Las cuatro ventanas, verdaderas ventanas, estaban divididas en paneles por una ancha banda verde. Tenía también un porche diminuto, pintado de amarillo, con grandes goterones de pintura seca que colgaban por los bordes.
¡Pero era perfecta, perfecta la casita! ¿A quién podría importarle el olor? Era parte de la gracia, parte de la novedad.
-¡Rápido, que alguien la abra!
El gancho del lateral estaba agarrado fuertemente. Pat lo apalancó con su cortaplumas, y de pronto se abrió toda la fachada de la casa, y… allí estabas mirando al mismo tiempo el salón y el comedor, la cocina y los dos dormitorios. ¡Esta es la manera de abrirse una casa! ¿Por qué no se abren así todas las casas? ¡Cuánto más emocionante que escudriñar por el resquicio de una puerta el interior de un vestíbulo pequeñajo con un perchero y dos paraguas! Esto es, ¿no es cierto?, lo que uno quiere ver de una casa en cuanto pone la mano en la aldaba. Quizá sea así cómo Dios abre las casas en la alta noche cuando pasea tranquilamente con un ángel…
-¡Oh, oh!-. Las niñas Burnell estaban deslumbradas. Era demasiado maravilloso; era demasiado para ellas. Nunca habían visto nada parecido en su vida. Todas las habitaciones estaban empapeladas. Había cuadros en las paredes, pintados sobre el papel, con auténticos marcos dorados. Una alfombra roja cubría todos los suelos, menos el de la cocina; había sillas de felpa roja en el salón; verdes en el comedor; mesas, camas con ropa de verdad, una cuna, una estufa, un aparador con platitos y una gran jarra. Pero lo que le gustaba más a Kezia, lo que le gustaba enormemente, era la lámpara. Estaba colocada, en el centro de la mesa del comedor, una exquisita lamparita color ámbar con un globo blanco. Incluso estaba preparada para ser encendida, aunque, por supuesto, no podías encenderla. Pero había algo dentro que parecía petróleo y que se movía cuando la agitabas.
Los muñecos papá y mamá, que estaban tendidos en el salón, muy tiesos, como si se hubieran desmayado, y sus dos niños pequeños que dormían arriba, eran realmente demasiado grandes para la casa de muñecas. Se diría que no pertenecían a ella. Pero la lámpara era perfecta. Parecía sonreírle a Kezia y decirle: “Yo vivo aquí.” La lámpara era real.


A la mañana siguiente, las niñas Burnell difícilmente podrían haber ido más deprisa al colegio. Ardían en deseos de contarlo a todo el mundo, de decir cómo era, en fin, de presumir de su casa de muñecas antes del toque de la campana.
-Yo lo contaré -dijo Isabel-, porque soy la mayor. Y vosotras dos podéis hacerlo después. Pero yo lo contaré primero.
No había nada más que decir. Isabel era mandona, pero siempre tenía razón, y Lottie y Kezia sabían muy bien los derechos que tenía por ser la mayor. Al pasar, rozaron los espesos ranúnculos del borde del camino y no dijeron nada.
-Y yo elegiré a quienes han de venir a verla primero. Mamá me dijo que podía.
Porque se había dispuesto que podrían invitar a sus compañeras de colegio a que vinieran, de dos en dos, para ver la casa de muñecas mientras estuviera en el patio. No para tomar el té, claro está, ni para andar por la casa. Pero sí para estarse quietas en el patio mientras Isabel les enseñaba tantas maravillas, y Lottie y Kezia miraban encantadas…
Pero por más que corrieron, cuando llegaron a la verja alquitranada del patio de los chicos, había empezado a sonar la campana. Sólo tuvieron tiempo de quitarse rápidamente los sombreros y ponerse en la fila antes de que pasaran lista. No importaba. Isabel trató de remediarlo haciéndose la importante y misteriosa, y, tapándose la boca con la mano, les susurró a las niñas que estaban cerca de ella:
-Tengo que contaros una cosa en el recreo.
Llegó el recreo e Isabel fue rodeada. Sus compañeras casi se peleaban por abrazarla, por ir con ella, por halagarla, por ser su mejor amiga. Ella presidía su corte bajo los grandes pinos de un lado del patio. A codazos, riéndose tontamente todas juntas, las niñas se apretujaban alrededor. Y las dos únicas que estaban fuera del círculo eran las dos que estaban siempre fuera, las pequeñas Kelvey. Ellas sabían bien que no debían acercarse a las Burnell.
El caso era que el colegio al que iban las niñas Burnell no era el que sus padres hubieran elegido de haber podido hacerlo. Pero no había otro. Era el único colegio en muchas millas. Y, en consecuencia, todas las niñas de la vecindad, las chicas del juez, las hijas del médico, las niñas del tendero, del lechero, tenían que estar mezcladas todas juntas. Eso sin contar que había también igual número de chicos groseros y maleducados. Pero había que marcar un límite en algún lado. Y se marcó en las Kelvey. A muchas niñas, incluidas las Burnell, les habían prohibido hablarles. Pasaban junto a ellas con la cabeza alta y, como las Burnell marcaban las normas de conducta en el colegio, todas rechazaban a las Kelvey. Incluso la maestra adoptaba con ellas una voz especial y también una sonrisa especial para las demás cuando Lil Kelvey se acercaba a su mesa con un ramo de flores totalmente vulgar.
Eran las hijas de una pequeña lavandera, muy activa y trabajadora, que iba de casa en casa todos los días. Esto ya era bastante desagradable. Pero ¿en dónde estaba el señor Kelvey? Nadie lo sabía con certeza. Pero todo el mundo decía que estaba en la cárcel. De modo que eran las hijas de una lavandera y de un presidiario. ¡Bonita compañía para las otras niñas! Y se les notaba. Era difícil comprender por qué la señora Kelvey las llevaba tan ridículas. Lo cierto es que iban vestidas con lo que le daba la gente para la que trabajaba. Lil, por ejemplo, que era una niña regordeta y fea, con grandes pecas, iba al colegio con un vestido hecho de un mantel de sarga verde de los Burnell, con las mangas de felpa roja de unas cortinas de los Logan. El sombrero, colocado en lo alto de su ancha frente, era uno de señora que antes había sido de la señorita Lecky, la empleada de correos. Lo llevaba levantado por detrás y estaba adornado con una gran pluma roja. ¡Estaba hecha un mamarracho! Era imposible no reírse. Y su hermana pequeña, nuestra Else, llevaba un vestido blanco largo parecido a un camisón y un par de botas de niño. Pero, llevara lo que llevase, nuestra Else hubieraparecidoextraña. Era una niña chiquita y huesuda con el pelo rapado y unos enormes ojos solemnes: una pequeña lechuza blanca. Jamás se la había visto sonreír; casi nunca hablaba. Iba por la vida agarrada de Lil, retorciendo en su mano un pedazo de la falda de su hermana. A donde iba Lil, Else la seguía. En el patio, por el camino de ida y vuelta al colegio, allí marchaba Lil delante y nuestra Else detrás, cogida de su falda. Sólo cuando quería algo o cuando se quedaba sin aliento, nuestra Else le daba a Lil un pequeño tirón y Lil se paraba y se daba la vuelta. Las Kelvey siempre se entendían.
Ahora aguardaban a un lado; no podía impedirse que escucharan. Cuando las niñas se volvieron y las miraron con desprecio, Lil, como de costumbre, les devolvió su tonta y vergonzosa sonrisa, pero nuestra Else sólo miraba.
Y la voz de Isabel, tan orgullosa, seguía contando. La alfombra causó gran sensación, pero también las camas con verdaderas sábanas y la cocina con una puerta de horno.
Cuando terminó, Kezia soltó:
-Te has olvidado de la lámpara, Isabel.
-Ah, sí -dijo Isabel-, y hay una lamparita, de vidrio amarillo con un globo blanco, que está sobre la mesa del comedor. No podrías decir que no es de verdad.
-La lámpara es lo mejor de todo -gritó Kezia.
Pensó que Isabel no le había dado suficiente importancia a la lamparita. Pero nadie le prestó atención. Isabel estaba eligiendo a las dos niñas que, esa tarde, volverían con ellas para ver la casita. Escogió a Emmie Cole y a Lena Logan. Pero cuando las demás supieron que todas tendrían su ocasión de verla, no pudieron estar más simpáticas con Isabel. Una a una rodearon con sus brazos la cintura de Isabel y se fueron con ella. Todas tenían algo que susurrarle, un secreto. “Isabel es mi amiga”.
Sólo las pequeñas Kelvey se apartaron, olvidadas; allí ya no tenían nada más que oír.
Fueron pasando los días y cuantas más niñas veían la casa de muñecas más se extendía su fama. Se convirtió en el único tema, la moda. La única pregunta era: “¿Has visto la casa de muñecas de las Burnell? ¿Oh, no te parece preciosa? ¿Que no la has visto?¡Oh!, ¿no me digas?
Incluso a la hora de almorzar hablaban de ello. Las niñas se sentaban bajo los pinos a comer sus gruesos bocadillos de cordero y grandes trozos de torta untados con mantequilla. Y, también siempre, tan cerca como podían, se sentaban las Kelvey, nuestra Else agarrada de Lil, escuchando, mientras masticaban sus bocadillos demermeladaenvueltos en papel de periódico pringado de grandes manchas rojas.
-Mamá -dijo Kezia-, ¿no puedo invitar a las Kelvey aunque sea sólo una vez?
-Por supuesto que no, Kezia.
-Pero ¿por qué no?
-Márchate, Kezia; bien sabes tú por qué no.
Al fin, todas la habían visto menos ellas. Ese día el tema perdió interés. Era la hora del almuerzo. Las niñas estaban reunidas bajo los pinos y, de pronto, al mirar a las Kelvey que comían de su papel de periódico, siempre solas, siempre escuchando, sintieron la necesidad defastidiarlas. Emmie Cole empezó el cuchicheo.
-De mayor, Lil Kelvey será una criada.
-¡Oooh, qué horror! -dijo Isabel Burnell, y le hizo un guiño a Emmie.
Emmie tragó ostentosamente y miró a Isabel asintiendo con la cabeza, como le había visto hacer a su madre en ocasiones semejantes.
-Es verdad, es verdad, es verdad -dijo.
Entonces los ojillos de Lena Logan chispearon.
-¿Qué tal si se lo pregunto? – masculló.
-Apuesto a que no lo haces -dijo Jessie May.
-¡Bah!, no me da miedo -dijo Lena.
De pronto lanzó un pequeño chillido y se puso a bailar delante de las otras niñas.
-¡Mirad!, ¡miradme!, ¡miradme ahora! -exclamó. Y deslizándose, resbalando, arrastrando un pie y riéndose tontamente tras una mano, Lena se lanzó hacia las Kelvey.
Lil levantó los ojos de su comida. Apartó las sobras envolviéndolas rápidamente. Nuestra Else dejó de masticar. ¿Qué iba a ocurrir ahora?
-¿Es cierto que serás una criada cuando seas mayor, Lil Kelvey? -le gritó Lena.
Silencio mortal. Pero, en lugar de responder, Lil contestó sólo con su sonrisa tonta y vergonzosa. No pareció que la pregunta le molestara en absoluto. ¡Qué chasco para Lena! Las niñas empezaron con sus risitas.
Lena no pudo soportarlo. Puso las manos en las caderas; se lanzó directa. “Bah, vuestro padre está en la cárcel”, silbó con maldad.
Haber dicho esto fue tan maravilloso que las niñas echaron a correr todas a una, muy, muy alborotadas, locas de alegría. Una de ellas encontró una cuerda larga y empezaron a saltar. Y nunca habían saltado tan alto, ni entrado y salido tan rápidamente ni habían hecho cosas tan atrevidas como aquella mañana.
Por la tarde, Pat fue con la calesa a recoger a las Burnell y regresaron a casa. Había visitas. Isabel y Lottie, a las que les gustaban las visitas, subieron a cambiarse los mandilones. Pero Kezia se escapó a la parte de atrás. No había nadie. Empezó a columpiarse en las grandes verjas blancas del patio. Entonces, mirando a lo largo del camino, vio dos puntitos. Fueron aumentando, venían hacia ella. Ahora distinguía que uno iba delante y otro, muy cerca, detrás. Y ahora ya podía ver que eran las Kelvey. Kezia dejó de columpiarse. Se deslizó de la verja como si fuera a escaparse. Entonces dudó. Las Kelvey se acercaban, y a su lado caminaban sus sombras, muy alargadas, atravesándose en el camino con las cabezas en los ranúnculos. Kezia se volvió a encaramar en la verja; ya se había decidido; se columpió hacia fuera.
-Hola -les dijo a las Kelvey cuando pasaban.
Ellas se quedaron tan asombradas que se detuvieron. Lil sonrió con su sonrisa tonta. Nuestra Else la miró fijamente.
-Podéis venir a ver nuestra casa de muñecas, si queréis -dijo Kezia, mientras arrastraba la punta del pie por el suelo. Pero ante esto Lil se puso colorada y sacudió la cabeza rápidamente.
-¿Por qué no? -preguntó Kezia.
Lil contuvo el aliento, luego dijo:
-Vuestra madre le ha dicho a la nuestra que no debéis hablarnos.
-Ah, bueno -dijo Kezia. No sabía qué responder-. No importa. De todos modos, podéis venir a ver nuestra casa de muñecas. Vamos. No hay nadie mirando.
Pero Lil meneó la cabeza aún con más fuerza.
-¿No queréis venir? -preguntó Kezia.
De pronto se sintió una sacudida, un tirón de la falda de Lil. Se volvió. Nuestra Else la miraba con grandes e implorantes ojos; fruncía el ceño; ella quería ir. Por un momento Lil miró a nuestra Else muy dubitativa. Pero entonces nuestra Else tiró de nuevo de la falda y echó a andar hacia adelante. Kezia les mostraba el camino. Como dos gatitos callejeros la siguieron cruzando el patio hasta donde estaba situada la casa de muñecas.
-Ahí está -dijo Kezia.
Hubo una pausa. Lil respiraba fuertemente, casi resoplaba; nuestra Else se quedó de piedra.
-Os la abriré -dijo Kezia amablemente. Soltó el gancho y miraron dentro.
-Ahí está el salón y el comedor, y esa es la…
-¡Kezia!
¡Oh, qué susto se llevaron!
-¡Kezia!
Era la voz de tía Beryl. Se volvieron. En la puerta de atrás estaba tía Beryl, atónita, como si no pudiera creer lo que veía.
-¿Cómo te has atrevido a dejar entrar a las pequeñas Kelvey en el patio? -dijo su fría y furiosa voz-. Tú sabes tan bien como yo que no te está permitido hablarles. Marchaos, niñas, marchaos en seguida. Y no volváis nunca más -dijo tía Beryl. Y bajó al patio y las ahuyentó como si fueran gallinas.
-¡Fuera de aquí inmediatamente! -gritó fría y orgullosa.
No hizo falta que se lo repitieran. Abochornadas, apretujándose, Lil encorvada como su madre, nuestra Else aturdida, cruzaron como pudieron el gran patio yse escabulleron porla verja blanca.
-¡Niña mala y desobediente! -le dijo tía Beryl a Kezia con acritud y cerró de un golpe la casa de muñecas.
La tarde había sido horrible. Había recibido una carta de Willie Brent, una carta terrible y amenazante, en la que le decía que si no se encontraba con él aquella noche en Pulman’s Bush, ¡iría a la puerta de su casa y le preguntaría el motivo! Pero, ahora, que había espantado a esas ratitas de las Kelvey y que había echado una buena regañina a Kezia, sentía su corazón más ligero. Aquella horrible presión se le había ido. Volvió a la casa canturreando.
Cuando las Kelvey perdieron de vista la casa de los Burnell, se sentaron a descansar al borde del camino, sobre una gran tubería de desagüe de color rojo. Las mejillas de Lil aún ardían; se quitó el sombrero de la pluma y se lo puso sobre las rodillas. Soñadoramente, miraban por encima de los campos de heno, más allá del arroyo, hacia el grupo de zarzas en donde las vacas de Logan esperaban ser ordeñadas. ¿En qué estarían pensando?


Entonces nuestra Else se arrimó a su hermana, empujándola con el codo. Ya había olvidado a la señora enfadada. Sacó un dedo y sacudió la pluma de su hermana. Sonrió con su rara sonrisa.
-He visto la lamparita -dijo, suavemente.
Luego las dos quedaron en silencio una vez más.

Katherine Mansfield

viernes, 23 de septiembre de 2016

GLORIOUS, LA PEOR CANTANTE DEL MUNDO


            Advertencia, no me he equivocado con el titular de la entrada.

Hoy estrenan en pantalla grande la película Florence Foster Jenkins, de Stephen Frears, con Meryl Streep, Hugh Grant y Simon Helberg (Howard, el ingeniero de Big Bang Theory), una película biográfica.

Hace unos años, producida por Yllana, vi en Madrid, Glorious, de Peter Quilter, una representación bastante divertida sobre esta excéntrica “cantante”, que no sabía cantar, pero que fue uno de los personajes más populares de su época y llegó a llenar el mítico Carnegie Hall de Nueva York.

                Su sipnosis (Internet es Dios) es la siguiente

Dicen que Florence Foster Jenkins comenzó su carrera como cantante en el año 1912, el año en que se hundió el Titanic. La tragedia del Titanic, como todos ya sabemos, fue por culpa del hielo, y la de Florence… pues que no había quien le afinara.

Aun así, la historia de Florence está lejos de ser una tragedia. Florence consiguió desembarcar contra viento y marea en uno de los ‘puertos’ musicales más importantes del mundo; el Carnegie Hall de Nueva York. Ahí dió todo un recital con el teatro abarrotado. Una gloriosa hazaña, teniendo en cuenta que no sabía cantar.


Con tres actores, y un piano, se desarrollaba toda la trama. Llum Barrera interpretaba a Florence, obsesionada con cantar, creyendo tener una voz es maravillosa, pero sin oído musical y con más moral que el Alcoyano, y, finalmente, alcanzará el triunfo, aunque no por cantar bien. Le acompañaba Ángel Ruiz como el pianista Cosme Mcmoon (juraría que los actores pronunciaban el apellido como Mamón); este personaje fue transformado por  Peter Quilter, pues el personaje real intentó aprovecharse de Florence, mientras que en la obra pasa de reírse de ella a ser su mayor defensor (ignoro en qué línea lo representará Howard). El trío lo cerraba Alejandra Jiménez- Cascón, quien desempeñaba varios papeles

miércoles, 21 de septiembre de 2016

OTOÑO


Ya el otoño frunce su tul
de hojarasca sobre el suelo,
y en vuelo repentino,
la noche atropella la luz.

Todo es crepúsculo,
señoreando en mi corazón.
Hoy no queda en el cielo
ni un remanso de azul.

Qué pena de día sin sol.
Qué melancolía de luna
tan pálida y sola,
ay que frío y ay que dolor.

¿Dónde quedó el calor
del tiempo pasado,
la fuerza y la juventud
que aún siento latir?

Se fue quizás con los días cálidos,
de los momentos que a tu lado viví.
Y así esperando tu regreso,
otro otoño triste ha llegado sin ti

Miguel Hernández


El otoño se acerca con muy poco ruido:
apagadas cigarras, unos grillos apenas,
defienden el reducto
de un verano obstinado en perpetuarse,
cuya suntuosa cola aún brilla hacia el oeste.

Se diría que aquí no pasa nada,
pero un silencio súbito ilumina el prodigio:
ha pasado
un ángel
que se llamaba luz, o fuego, o vida.

Y lo perdimos para siempre.

Ángel González


Aprovechemos el otoño
antes de que el invierno nos escombre
entremos a codazos en la franja del sol
y admiremos a los pájaros que emigran

ahora que calienta el corazón
aunque sea de a ratos y de a poco
pensemos y sintamos todavía
con el viejo cariño que nos queda

aprovechemos el otoño
antes de que el futuro se congele
y no haya sitio para la belleza
porque el futuro se nos vuelve escarcha

Mario Benedetti


Esparce octubre, al blando movimiento
del sur, las hojas áureas y las rojas,
y, en la caída clara de sus hojas,
se lleva al infinito el pensamiento.

Qué noble paz en este alejamiento
de todo; oh prado bello que deshojas
tus flores; oh agua fría ya, que mojas
con tu cristal estremecido el viento!

¡Encantamiento de oro! Cárcel pura,
en que el cuerpo, hecho alma, se enternece,
echado en el verdor de una colina!

En una decadencia de hermosura,
la vida se desnuda, y resplandece
la excelsitud de su verdad divina.

Juan Ramón Jiménez


Los sollozos más hondos
del violín del otoño
son igual
que una herida en el alma
de congojas extrañas
sin final.

Tembloroso recuerdo
esta huida del tiempo
que se fue.
Evocando el pasado
y los días lejanos
lloraré.

Este viento se lleva
el ayer de tiniebla
que pasó,
una mala borrasca
que levanta hojarasca
como yo.

Paul Verlaine

martes, 20 de septiembre de 2016

ACUNAR AL VIEJO ÁRBOL


Con motivo de la celebración del Día Mundial del Alzheimer, el próximo viernes 23 de septiembre a las 20.30 horas en el Gran Teatro, organizado por la Asociación de Familiares de Alzheimer y el Ayuntamiento de Villarrobledo, se pondrá en escena la obra de teatro Acunar al Viejo Árbol, acto de acompañamiento, de la compañía Pez Luna Teatro.

                La obra es un documento de vida creado a partir de la observación de personas viejas y los testimonios de personas que acunan a personas viejas. Vemos un hecho básico en el ser humano: cuidar a quienes nos cuidaron. Acunar al viejo árbol´ es una pieza construida a modo de collage a partir de la observación. Dividida en seis escenas, la compañía ha utilizado entrevistas de personas que se dedican al cuidado tanto en el ámbito profesional como familiar, fotografías, diagnósticos, canciones populares, observación de movimientos de cuerpos, videos domésticos, y los autorretratos pintados por el pintor inglés William Utermohlen, que tras serle diagnosticado la enfermedad de Alzheimer  continúo pintando.


                En escena tres actores, cuyo objetivo es que el público se deje llevar y no racionalice. El escenario, un espacio blanco con sábanas superpuestas, un lugar que transmite bienestar, limpieza, soledad, la sensación de estar en una travesía y en el que puede pasar todo y nada. Dentro objetos dispersos sin un aparente orden racional empujan al público a confiar en la aparente falta de lógica


El viejo. La historiadora de arte. La cuidadora. El pintor.
El padre cae por el agujero negro de Alicia habitado de  tarros y recuerdos en orden aleatorio.
Un pincel canta. Un pañal diserta sobre el color y el fondo.
El misterio de la demencia.
Ding dong ¡cambio de sitio! 
De la cuna a la tumba, pero antes pasar de nuevo por la cuna.
La hija se convierte en la madre del padre.  

La madriguera del conejo se extendía en línea recta como un túnel, y después torció bruscamente hacia abajo, tan bruscamente que Alicia no tuvo siquiera tiempo de pensar en detenerse y se encontró cayendo por lo que parecía un pozo muy profundo (...)
Intentó mirar hacia abajo y ver a dónde iría a parar, pero estaba todo demasiado oscuro para distinguir nada (...)
Abajo, abajo, abajo. ¿No acabaría nunca de caer?
Lewis Carroll, Alicia en el País de las Maravillas

SI LOS DOCENTES NO LEEN,


SON INCAPACES DE TRANSMITIR EL PLACER DE LA LECTURA

Emilia Ferreiro es una reconocida pedagoga, psicóloga y escritora de origen argentino, radicada en México desde hace 20 años. Cuando un profesor le pide consejos sobre qué hacer en el primer día de clases, ella responde: “Lea en voz alta”. Es una acción simple, pero no es una experiencia que hayan tenido todos los chicos antes de entrar a la escuela. Lo que vais a leer a continuación es parte de una entrevista que tuvo lugar hace unos pocos años.

El fracaso escolar tiene varias caras (…) Voy a hablar de los aprendizajes vinculados con la lengua. La alfabetización inicial o tiene lugar en los primeros años de la primaria o es un déficit que se arrastra muy mal. Incluso en casos donde no hay percepción de fracaso puede haber fracaso con respecto a lo que significa alfabetizar. Hoy nadie puede considerarse alfabetizado si está en situación de comprender mensajes simples, saber firmar o leer libros con léxico y sintaxis simplificada. Desde finales del siglo XX estamos asistiendo a una revolución en la que la digitalización de la información es parte de la vida cotidiana y la escuela ni se ha dado cuenta. Entonces sigue preparando para leer un conjunto limitadísimo de textos, sigue haciendo una alfabetización para el pizarrón. Trabajar con la diversidad de textos y alfabetizar con confianza y sin temor a circular a través de los múltiples tipos de textos y de soportes textuales del mundo contemporáneo es indispensable.

Hay cosas que van a ser iguales y otras que son necesariamente distintas. Algo que les digo siempre a los maestros es: “¿Usted no sabe qué hacer el primer día? Lea en voz alta”. La experiencia de escuchar leer en voz alta no es una experiencia de todos los chicos antes de entrar a la escuela y es crucial para entender ese mundo insólito que tiene que ver con que hay estas patitas de araña (muestra las letras) en una hoja y que suscitan lengua.

Más que empezar con la pregunta típica de cómo hago para enseñar a leer y escribir, primero hay que enseñar algo acerca de lo que es la escritura y para qué sirve. El maestro tiene que comportarse como lector, como alguien que ya posee la escritura. La gran diferencia entre los chicos que han tenido libros y lectores a su alrededor y los que no los han tenido es que no tienen la menor idea del misterio que hay ahí adentro. Más que una maestra que empieza a enseñar, necesitan una maestra que les muestre qué quiere decir saber leer y escribir. Cuanta menos inmersión haya tenido antes, más hay que darle al inicio.

Ese es uno de los dramas del asunto (investigaciones que dicen que los maestros no leen), porque se habla mucho del placer de la lectura, pero ¿cómo se transmite ese placer si el maestro nunca sintió ese placer porque leyó nada más que instrucciones oficiales, libros de “cómo hacer para”, leyó lo menos posible. Es muy difícil que ese maestro pueda transmitir un placer que nunca sintió y un interés por algo en lo que nunca se interesó. En toda América latina el reclutamiento de maestros viene de las capas menos favorecidas de la población. En muchos casos no hay aspiración a ser maestro. Y en ese sentido cambió, pasó de ser una profesión de alto prestigio social a una con relativo bajo prestigio social.

lunes, 19 de septiembre de 2016

LA MÚSICA DE LOS NÚMEROS PRIMOS

  
Enviado por Pepa:

A los niños les enseñan en la escuela que los números primos sólo pueden dividirse por sí mismos y por la unidad. Lo que no les enseñan es que los números primos representan el misterio más fascinante al que nos enfrentamos en nuestra búsqueda del conocimiento. ¿Cómo predecir cuál va a ser el siguiente número primo de una serie? ¿Existe alguna fórmula para generar números primos?

Ya en el año 300 a.C., Euclides constató que había un número infinito de números primos. En 1859, el matemático alemán Bernhard Riemann planteó una hipótesis que apuntaba a la solución del antiguo enigma. Pero no consiguió demostrarla y el misterio no hizo más que aumentar, obsesionando a los matemáticos con la búsqueda de un patrón de distribución de los mismos.

                Marcus de Sautoy, catedrático de matemáticas en la Universidad de Oxford, nos cuenta la historia y anécdotas sobre estos números de una forma muy clara y huyendo del lenguaje científico.  Repasa los principales hallazgos y vida de los más grandes matemáticos del mundo: Euler, Gauss, Hilbert, Riemann, Turing, etc… utilizando un lenguaje claro que mantiene la atención y el interés del lector.  

   Marcus du Sautoy nos cuenta la historia de los hombres excéntricos y brillantes que han buscado una solución para revolucionar ámbitos tan distintos como el comercio digital (el sistema criptográfico RSA, que se utiliza para compras en Internet), la mecánica cuántica y la informática. El relato de Du Sautoy constituye una evocación maravillosa y emocionante del mundo de las matemáticas, de su belleza y sus secretos.

PREMIO PEANO (ITALIA) 2004.
PREMIO SARTORIUS (ALEMANIA) 2005

domingo, 18 de septiembre de 2016

THE REFORM CLUB


Phileas Fogg había dejado su casa de Saville Row a las once y media, y tras haber colocado quinientas sesenta y cinco veces el pie derecho delante del izquierdo y quinientas sesenta y seis el izquierdo delante del derecho, llegó al Reform Club, amplio edificio levantado en Pall-Mall, cuyo coste de construcción no baja de los tres millones.

Phileas Fogg pasó inmediatamente al comedor, con sus nueve ventanas que daban a un jardín con árboles ya dorados por el otoño. Tomó asiento en la mesa de costumbre puesta para él. Su almuerzo se componía de entremeses, un pescado cocido sazonado por una reading sauce de primera clase, de un rosbif escarlata salpicado de condimentos musheron, de una torta rellena con tallos de ruibarbo y grosellas verdes, y de un pedazo de Chester, rociado todo con algunas tazas de ese excelente té, que se cosecha especialmente para el servicio del Reform Club.


A las doce y cuarenta y siete de la mañana, este gentleman se levantó y se dirigió al gran salón, suntuoso aposento adornado con pinturas de lujosos marcos. Allí, un criado le entregó el Times con las hojas sin cortar, y Phileas Fogg se dedicó a desplegarlo con una seguridad tal, que denotaba la práctica más extremada en esta operación. La lectura del periódico le ocupó hasta las tres y cuarenta y cinco, y la del Standard, que le siguió, hasta la hora de la cena, la cual tuvo lugar en iguales condiciones que el almuerzo, si bien con la añadidura de la Royal british sauce.

A las seis menos veinte, el gentleman apareció de nuevo en el gran salón y se abismó en la lectura del Morning Chronicle.


Media hora mas tarde, varios miembros del Reform Club entraban y se acercaban a la chimenea encendida con carbón de piedra. Eran los compañeros habituales de juego de Mr. Phileas Fogg, aficionados al whist como él: el ingeniero Andrés Stuart, los banqueros John Sullivan y Samuel Fallentin, el fabricante de cervezas Tomás Flanagan, y Gualterio Ralph, uno de los administradores del Banco de Inglaterra, personajes ricos y considerados en aquel club, que cuenta entre sus miembros a las mayores notabilidades de la industria y de la banca.

Julio Verne, La Vuelta al Mundo en 80 Días

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VOSOTROS ESTÁIS AQUÍ

para aprender la sutil ciencia y el arte exacto de hacer pociones —comenzó. Hablaba casi en un susurro, pero se le entendía todo. Como la profesora McGonagall, Snape tenía el don de mantener a la clase en silencio, sin ningún esfuerzo—. Aquí habrá muy poco de estúpidos movimientos de varita y muchos de vosotros dudaréis que esto sea magia. No espero que lleguéis a entender la belleza de un caldero hirviendo suavemente, con sus vapores relucientes, el delicado poder de los líquidos que se deslizan a través de las venas humanas, hechizando la mente, engañando los sentidos... Puedo enseñaros cómo embotellar la fama, preparar la gloria, hasta detener la muerte... si sois algo más que los alcornoques a los que habitualmente tengo que enseñar.

J. K. Rowling, Harry Potter y la Piedra Filosofal

viernes, 16 de septiembre de 2016

VOLANDO POR LAS PALABRAS


Todos quisimos volar alguna vez.
Palomas, águilas, mariposas
y hasta cometas
pueden hacerlo.
Las palabras, también.
Por ello, un día
me decidí a volar
entre las palabras
de estos versos.

Antonio García Teijeiro