viernes, 30 de octubre de 2015

MUERTE EN EL CLUB DE LECTURA

Enviado por Pedro

Una escena espantosa aguarda a la bibliotecaria Aurora «Roe» Teagarden cuando regresa del almuerzo con Las Mujeres Engreídas, su grupo de debate literario.

Poppy, la cuñada de Roe, ha aparecido ensangrentada y muerta en la puerta trasera de su casa. Es cierto que Poppy tenía sus defectos, y que ella y su marido estaban teniendo serios problemas para mantenerse fieles el uno al otro, pero desde luego no se merecía ser brutalmente asesinada.

La investigación de un caso como este nunca es fácil dada la atmósfera chismosa de cualquier pueblo pequeño. Y menos teniendo en cuenta los romances extramatrimoniales de la asesinada y la necesidad de proteger a su familia.

Además, «Roe» también está viviendo una incipiente relación romántica y la aparición repentina de su medio hermano adolescente.

Demasiadas cosas para una sola persona… incluso para una mujer tan equilibrada como Roe.

Esta novela de Charlaine Harris, es un buen ejemplo de una saga de novelas muy entretenida, de lectura ligera a pesar de los crímenes que se presentan, con una protagonista atípica, que además de verse involucrada en complejas investigaciones criminales tiene que lidiar con sus cotidianos problemas familiares y personales. La violencia es dejada de lado para dar cabida al humor. La protagonista es una mujer normal, con un trabajo normal que vive en un pequeño pueblo donde casi todo el mundo se conoce. Cuando se ve envuelta de alguna forma en medio de un asesinato, ya sea de un vecino, familiar o amigo, hace lo posible por resolverlo pero de forma amateur. Destaca por su carácter irónico, entrometido y cotilla, recordándonos a la señorita Marple, esa abuelita metomentodo de Agatha Christie.

jueves, 29 de octubre de 2015

LA CARROZA FUNERARIA DE LAS ÁNIMAS EN PENA


Vino pronto la anochecida. El fallecido de Quelven se adormeció y madame De Saint-Vaast le echó por encima una manta. El sochantre sentía hambre y sed; pasaron a trote largo por delante de la taberna de Clouzemel, que tenía el ramo puesto, anunciando la sidra nueva; también tenía el ramo el mesón de Les Pieux, tan celebrado en las canciones de los cazadores. Te sentabas a la mesa de piedra y venía una de las hijas más jóvenes del hospedero, y de una jarra colorada te echaba en el vaso el oro hirviente de la sidra; en verano e invierno andaban con los blancos brazos al aire, recogidas las mangas de las blusas de lino. La boca se le hacía agua al sochantre. Dejaron el camino real poco más allá de Les Pieux, y la carroza debía de correr ahora por campo abierto. Gente de poca conversación, aquella compañía de muertos callaba hora tras hora.

—¿Y a qué hora podré acostarme? —se atrevió a preguntar el sochantre al señor de Coulaincourt.

—Quizás —dijo aquel esqueleto de casaca militar— no hemos sido con vos tan corteses como merecíais, tanto que, habiéndonos gustado la marcha de reverencia que tan bien tocasteis hace una hora, no os brindamos un aplauso; y considero que cada muerto de los que aquí van está pensando que, para cuando le llegue la hora del descanso, y pasados tres años, más o menos, esta tropa reposará en tierra definitivamente, le alegraría oírla entrando en la tumba. ¡Y no serán mal tambor de acompañamiento los terrones cayendo en mi caja de nogal, que me espera en el cementerio de Bayeux! Y tampoco os hemos dicho que nosotros, estando muertos, no podemos encender lumbre en hogar ni entrar en casa donde esté encendido, ni comer pan de trigo, ni cosa alguna que lleve sal o aceite, ni beber vino. Pero ahora vamos hacia las ruinas del monasterio de Saint-Efflam-la-Terre, y Mamers tiene allí, en la que fue cocina de los frailes, una pipa de cerveza doble de marzo y un jamón adobado con pimienta que enviamos a asar en Dinan antes de salir para este viaje. También convenía que os advirtiéramos que, cuando cierra la noche, volvemos por espacio de seis horas a nuestra condición de esqueletos. ¡Hasta la pechuga de madame De Saint-Vaast, esa seda que tomándola por una blanca camelia rozan todos los ojos del mundo, se va, ceniza perfumada sólo de amor! Todos esqueletos,  y no, que Guy Parbleu, no teniéndolo, se queda en una lucecilla azul.

—¡Ya está ahí! —dijo madame De Saint-Vaast, con una voz más grave y profunda que antes— ¡Parece Venus saliendo sobre los montes! ¡Nunca me canso de mirarte, Parbleu!

Y era cierto: en la reja, junto al cabás del médico Sabat, saltaba una estrellada lucecilla azul, talmente Venus, como al sochantre le placía verlo salir, al lucero, por sobre las colinas de Rochefort y del Ploermel; brillaba como Venus, y como Venus alumbraba, argentino. Fue a esta luz a la que se dio cuenta el sochantre de que todos sus compañeros de viaje eran ya amarillos esqueletos polvorientos. A la calavera de madame De Saint-Vaast, con los saltos que daba la carroza por aquel camino no usado, le caía la peluca a cada momento. Sin embargo, el verdugo de Lorena seguía tomando y ofreciendo rapé. Despertó el fallecido de Quelven. Este, muerto de ayer, aún conservaba las carnes, pálidas, sí, y ya olía un poco. (...)

El sochantre ya estaba desfallecido de miedo

Alvaro Cunqueiro, Las Crónicas del Sochantre

PREMIO NACIONAL DE LA CRÍTICA 1959

miércoles, 28 de octubre de 2015

ES MENTIRA QUE LOS MUERTOS MUERAN CUANDO MUEREN.

A veces les alarga la vida el amor.

En tales ocasiones, los muertos, tras morir, perviven en el corazón de quienes los amaron y los recuerdan, que se convierten así en espejo temporal de su memoria sobre la tierra, en eco emocional de sus espíritus, que rebota frágil y desesperanzado, pero vivo, contra las paredes de piedra del olvido.

Si fuiste amado, los latidos de tu corazón ya intangible se alargarán como sombras de caminante solitario que busca regresar a casa antes de que se cierna la noche.

Si amaste, vivirás. No para siempre, porque el ser humano es incompatible con la magnitud de esa palabra, pero sí más allá de tu propia muerte.

Serás un muerto que no haya muerto cuando haya muerto.

Pero ¿y si nunca amaste? ¿Si caminaste sobre la tierra de puntillas, sin resuello y acobardado ante la idea del amor al acecho?

Dedico este libro a la memoria del viejo Max, que cuando yo termine de escribir tendrá toda la larga muerte por delante, y lo dedico también al futuro de la joven Zara, a quien aguarda una vida nueva ahí mismo, tras la esquina.

Max y Zara vinieron de la guerra, pero de guerras distintas acaecidas en tiempos distintos.

Max y Zara vinieron impulsados por el amor a la vida, pero eran formas de amor a la vida distintas, y puede que contradictorias.

Me crucé en su camino sin haber hecho nada por merecerlo. Pero la historia que viví junto a ellos, cuyos sucesos esenciales tuvieron lugar en poco más de veinticuatro horas, aunque también podría decirse que abarcaron casi todo el siglo XX y recorrieron el planeta de punta a punta, late en mi interior como si tuviera corazón propio, y siento la irrenunciable obligación moral de contarla.

Escribir libros es, al fin y al cabo, mi trabajo, y escribiendo uno me encontraba cuando tuve la primera noticia sobre Max.

En realidad, decir que escribía un libro es inexacto. Lo que hacía era empezar a escribirlo, cosa que es bien diferente, como sabe bien todo el que haya escrito alguna vez un libro o lo haya intentado. Parafraseando a Mark Twain, cuando reflexionaba humorísticamente sobre el hábito de fumar, diré que empezar un libro es –como dejar de fumar– muy fácil, facilísimo.

Fernando Marías, Zara y el Librero de Bagdad

PREMIO GRAN ANGULAR 2008

martes, 27 de octubre de 2015

LA MUERTE Y LO QUE VIENE DESPUÉS

Cuando la Muerte encontró al filósofo, el filósofo le dijo, con cierta emoción:
—¿Sabes que en este momento estoy muerto y no muerto al mismo tiempo?
La Muerte suspiró. Oh, cielos, uno de esos, pensó. Esto va a ponerse cuántico otra vez. Odiaba tratar con filósofos. Siempre trataban de escaquearse con malas artes.
—Verás —siguió diciendo el filósofo mientras la Muerte, inmóvil, miraba la arena de su vida colarse por el agujero del reloj—. Todo está hecho de partículas diminutas, que tienen la extraña propiedad de estar en muchos lugares al mismo tiempo. Pero las cosas hechas de partículas pequeñísimas tienden a quedarse en un sitio cada vez, lo cual no parece correcto según la teoría cuántica. ¿Puedo continuar?
SÍ, PERO NO INDEFINIDAMENTE, dijo la Muerte. TODO ES TRANSITORIO. Seguía sin apartar su mirada de la arena descendente.
—Muy bien, pues si estamos de acuerdo en que hay un número infinito de universos, ¡problema resuelto! ¡Si existe un número ilimitado de universos, esta cama puede estar en millones de ellos al mismo tiempo!
¿SE MUEVE?
—¿Qué?
La Muerte señaló la cama con un movimiento de cabeza.
¿LA NOTA MOVERSE?, preguntó.
—No, porque también hay un millón de versiones de mí. Y ahora viene lo bueno: ¡en algunas de esas versiones, no estoy a punto de fallecer! ¡Todo es posible!
La Muerte dio unos golpecitos con los dedos en el mango de su guadaña mientras le daba vueltas a aquello.
¿Y LO QUE QUIERE USTED DECIR ES...?
—Bueno, que no es totalmente cierto que esté muriendo, ¿no es así? Tú ya no eres una certeza tan absoluta.
La Muerte suspiró. El espacio, pensó. Ahí estaba el problema. En los mundos que tenían siempre los cielos nublados nunca pasaban cosas como aquella. Pero en el mismo instante en que los humanos vieron todo aquel espacio, sus cerebros se expandieron para intentar llenarlo.
—No tienes respuesta a eso, ¿eh? —dijo el filósofo moribundo—. Ya nos vamos sintiendo un poco pasados de moda, ¿a que sí?
CIERTAMENTE LA CUESTIÓN PLANTEA UN INTERROGANTE, dijo la Muerte. Antes se dedicaban a rezar, pensó. Eso sí, tampoco había estado seguro nunca de la que oración sirviera de algo. Pensó durante un tiempo más. ASÍ QUE RESPONDERÉ AL INTERROGANTE DE LA SIGUIENTE MANERA, añadió. ¿USTED AMA A SU ESPOSA?
—¿Qué?
LA MUJER QUE HA ESTADO CUIDÁNDOLO. ¿LA AMA?
—Sí. Por supuesto.
¿SE LE OCURRE ALGUNA CIRCUNSTANCIA EN QUE, SIN QUE CAMBIE SU HISTORIA PERSONAL DE NINGUNA MANERA, USTED PUDIERA COGER UN CUCHILLO Y APUÑALARLA?, preguntó la Muerte. POR PONER UN EJEMPLO.
—¡Desde luego que no!
PERO SU TEORÍA DICE QUE DEBERÍA PODER. NO SOLO ES POSIBLE, SINO INCLUSO PROBABLE SEGÚN LAS LEYES FÍSICAS DEL UNIVERSO; Y POR TANTO DEBE SUCEDER, Y SUCEDER MUCHAS VECES. CADA MOMENTO ES UN TRILLÓN DE TRILLONES DE MOMENTOS, Y EN ESA CANTIDAD DE MOMENTOS CUALQUIER COSA POSIBLE ES INEVITABLE. TODO EL TIEMPO, TARDE O TEMPRANO, SE REDUCE A UN INSTANTE.
—Pero es obvio que podemos tomar decisiones entre...
¿EXISTEN LAS DECISIONES? TODO LO QUE PUEDE OCURRIR DEBE OCURRIR. LA TEORÍA DE USTED AFIRMA QUE PARA CADA UNIVERSO FORMADO PARA ALBERGAR SU «NO», DEBE HABER UNO QUE ALBERGUE SU «SÍ». Y SIN EMBARGO ACABA DE DECIR QUE JAMÁS COMETERÍA EL ASESINATO. EL TEJIDO DEL COSMOS SE ESTREMECE ANTE SU TERRIBLE CERTEZA. SU MORALIDAD SE CONVIERTE EN UNA FUERZA TAN INTENSA COMO LA GRAVEDAD. Y ciertamente, pensó la Muerte, el espacio tiene mucho de lo que responder.
—¿Eso era sarcasmo?
EN REALIDAD NO. ESTOY IMPRESIONADO E INTRIGADO, dijo la Muerte. EL CONCEPTO QUE ME ESTÁ PLANTEANDO DEMUESTRA LA EXISTENCIA DE DOS LUGARES QUE ERAN MÍTICOS HASTA EL MOMENTO. EXISTE EN ALGUNA PARTE UN MUNDO DONDE TODOS TOMARON LA DECISIÓN CORRECTA, LA DECISIÓN MORAL, LA DECISIÓN QUE MAXIMIZABA LA FELICIDAD DE TODAS LAS CRIATURAS. PERO POR SUPUESTO, ESO SIGNIFICA TAMBIÉN QUE EN OTRO LUGAR EXISTEN LOS RESTOS HUMEANTES DEL MUNDO EN EL QUE NO...
—¡Oh, venga! ¡Ya sé lo que estás implicando, y yo nunca he creído en esas tonterías del Cielo y el Infierno!
La habitación se estaba oscureciendo. Se hacía más evidente el brillo azul en el filo de la guadaña del Segador.
IMPRESIONANTE, dijo la Muerte. IMPRESIONANTE DE VERDAD. DÉJEME QUE LE PLANTEE OTRA SUGERENCIA. LA DE QUE USTEDES NO SON MÁS QUE UNA AFORTUNADA VARIEDAD DE SIMIO QUE TRATA DE ENTENDER LAS COMPLEJIDADES DE LA CREACIÓN POR MEDIO DE UN LENGUAJE QUE EVOLUCIONÓ CON EL OBJETIVO DE DECIRSE UNOS A OTROS DÓNDE ESTABA LA FRUTA MADURA.
Luchando por su aliento, el filósofo consiguió replicar:
—No seas estúpido.
MI COMENTARIO NO PRETENDÍA SER PEYORATIVO, dijo la Muerte. DADAS LAS CIRCUNSTANCIAS, HAN LOGRADO USTEDES GRANDES COSAS.
—¡Desde luego, hemos escapado de las supersticiones anticuadas!
BIEN HECHO, dijo la Muerte. ESA ES LA IDEA. SOLAMENTE QUERÍA COMPROBARLO. Se inclinó hacia delante. ¿Y CONOCE USTED LA TEORÍA QUE AFIRMA QUE EL ESTADO DE ALGUNAS PARTÍCULAS DIMINUTAS SE MANTIENE INDETERMINADO HASTA EL MOMENTO EN QUE SON OBSERVADAS? SUELE MENCIONARSE A UN GATO METIDO EN UNA CAJA.
—Sí, ya lo creo —dijo el filósofo.
BIEN, dijo la Muerte. Se puso de pie mientras moría lo poco que quedaba de luz, y sonrió. LO ESTOY VIENDO...

Terry Pratchett

lunes, 26 de octubre de 2015

TODAS LAS HADAS DEL REINO

 
          Hace más de trecientos años, siete hadas decidieron venir a nuestro mundo para proteger a los humanos de buen corazón. Para ayudar todo lo posible, cada hada madrina tiene varios ahijados y se pasa el día ocupándose de ellos. Camelia ayuda con gran eficacia a jóvenes doncellas y aspirantes a héroe para que alcancen sus propios finales felices. Su magia y su ingenio nunca le han fallado. Cuando comienza la historia se encarga de Marcela, una muchacha humilde que se ha enamorado de un príncipe; de Verena, a quien ha escondido en una torre para protegerla de su tío; del príncipe Alteo; de los gemelos Arlinda y Arnaldo… Pero todo empieza a complicarse cuando le encomiendan a Simón, un mozo de cuadra que necesita su ayuda desesperadamente. Camelia ha solucionado casos más difíciles; pero, por algún motivo, con Simón las cosas comienzan a torcerse de forma inexplicable…

                Con este argumento, lo más sencillo es pensar que la historia que nos cuenta Laura Gallego es muy simple, pero estamos ante un cuento que encierra a otros muchos cuentos (Hansel y Gretel, Rapunzel, Caperucita Roja, Cenicienta, Blancanieves, Las Habichuelas Mágicas, La Bella y la Bestia y muchos más) y a partir de ellos la historia va avanzando o, a veces, da giros inesperados.

                En un principio, los personajes son los típicos que podemos encontrar en los cuentos de hadas: héroes cumpliendo una misión, princesas, príncipes, animales mágicos, hadas, brujas, objetos encantados… Sin embargo, conforme avanza la historia vemos que los personajes no tienen nada de planos, sino que evolucionan a la vez que el tono del libro (al principio, tiene bastantes toque de humor parodiando escenas de los cuentos, pero conforme vamos avanzando el drama va adquiriendo un mayor protagonismo). No podemos hablar de personajes buenos o malos (esta historia no trata de ellos), sino que evolucionan conforme las circunstancias que los rodean. Fabulosa su explicación sobre el origen de las brujas, y ese final que no esperamos.

domingo, 25 de octubre de 2015

MEMORIAS DE UN APRENDIZ DE LIBRERO

Mi nombre es Gonzalo de Córdoba, y al tomar el cálamo no ha sido otro mi deseo que el de poner en conocimiento de vuesas mercedes ciertos hechos acaecidos hace ahora ocho o nueve lustros, siendo yo todavía un mancebo, en tiempos que se me figuran más luminosos que los que vivimos en este malhadado año de mil seiscientos y cuarenta y tres. Toda una vida ha transcurrido desde entonces y es mucho lo que he de recordar. Dicen, y es cosa que tengo por gran verdad, que la memoria de los hombres es caprichosa, y que no hay anciano que no contemple sus años mozos con la benevolencia con que se mira a un nieto amado. Procuraré, sin embargo, que mi añoranza no traicione mi recuerdo, pues me anima el propósito de consignar los hechos de esta historia tal como fueron y no de otra manera.

Sepan vuesas mercedes que lo que acá se narra no es en modo alguno la historia de mi vida, ni yo el principal personaje de mi propio relato. A decir verdad, pocos hay con derecho a vanagloriarse de haber sido protagonistas verdaderos de sus vidas. El bueno de don Alonso Quijano podría quizás arrogarse tal licencia si no fuese porque jamás existió. O tal vez sí lo hiciera, aunque solamente en la mente del señor Cervantes, a quien Dios Nuestro Señor tenga en su Gloria, y en la de la infinidad de gentes que han disfrutado de las aventuras y donaires de su archifamoso hidalgo.

Miguel de Cervantes Saavedra. Mi añorado señor y amigo. No piensen vuesas mercedes que ha sido el azar el responsable de dejar caer su nombre en las primeras líneas de mi crónica, cuando aún no he tenido tiempo de hundir la pluma en el tintero sino dos o tres veces. Muy al contrario, sepan que a él le corresponderá el papel principal del drama en el cual quien esto escribe habrá de contentarse con la parte del segundo actor. Pero me basta con ello, y con el privilegio de haber gozado de la amistad de varón tan noble y preclaro, príncipe de los ingenios, primero entre los poetas del reino todos, favorito de la fama, muy excelente padre del caballero don Quijote. Y también, dicho sea con toda la humildad, de quien estos papeles emborrona. Pues han de saber, señores, que con los años yo acabaría tomando por esposa a su única hija, Isabel de Saavedra, la misma Isabel amada que ahora me mira con dulzura mientras reúno fuerzas y recuerdos para dar comienzo a mi historia.

Delante de mis ojos, sobre esta misma mesa, yace el manuscrito en el que mi señor Cervantes, de su puño y letra, dejó constancia de las andanzas de don Quijote y de su escudero, el mismo manuscrito del que el impresor se sirviera en su día para componer el libro que a punto estuvo de no ver jamás la luz. De las aventuras de Cervantes y de su futuro yerno (que soy yo) versarán estas páginas. De cómo nos fuera arrebatado el manuscrito de la que habría de convertirse en la novela más famosa y celebrada de cuantas hayan visto la luz en las Españas y aun pudiera ser que en el mundo entero, y de los muchos azares y peligros que ambos vivimos para recuperarlo. Por deseo de mi señor Cervantes, hoy este manuscrito descansa sobre mi escritorio. Y a fe que no puedo imaginar legado más valioso que este montón de hojas viejas, y que como tal legado lo recibirán en su día mis hijos y los hijos de mis hijos, aunque para preservarlo habré de procurarle lugar más a resguardo que este, un lugar que a su debido tiempo revelaré. Mas ahora, mientras esto escribo, es mi deseo que el manuscrito de Cervantes permanezca junto a mí, y que de ese modo pueda inspirarme e iluminarme y aun dar bríos a esta mi pluma que, de puro torpe y alicorta, más que de ganso pareciera de gallina.

Los hechos que conformarán el corazón de mi relato y su principal sustancia acaecieron en los meses de septiembre y de octubre de mil seiscientos y cuatro. Pero me permitirán vuesas mercedes que, abusando de mi condición de narrador, retroceda algunos años más en el tiempo, pues nunca fui amigo de esas historias que arrancan de sopetón (o in medias res, que dirían los latiniparlos) y dejan al lector con la sensación de haber llegado tarde y haberse perdido el comienzo.

Eloy Cebrián, Madrid 1605

Finalista Premio Ateneo de Sevilla y Fernando Lara 2012 

viernes, 23 de octubre de 2015

DÍA DE LA BIBLIOTECA 2015


24 de Octubre de 2015

Con motivo del Día de la Biblioteca, quiero compartir con vosotros un secreto: el Conejo Blanco casi siempre tiene prisa.

Quizá algunos penséis que esto no tiene mucho que ver con las bibliotecas y que, además, como secreto, deja bastante que desear.

Alicia en el País de las Maravillas se publicó hace 150 años, y desde entonces los lectores de todo el mundo han sabido que el conejo llega tarde, demasiado tarde, y por tanto tiene prisa.

Reconoceréis, eso sí, que no es un conejo cualquiera. Que sepamos, este es el único conejo que usa chaleco y reloj de bolsillo, lo cual plantea una incógnita: si tiene reloj, ¿por qué siempre llega tarde? ¿Quién es culpable de la tardanza? ¿El conejo o su reloj? Los expertos no se han puesto de acuerdo sobre este punto, que ha provocado graves discusiones entre veterinarios y relojeros. Y si se alude al chaleco, es aún peor. Solo hay una cosa más peligrosa que una discusión entre un veterinario y un relojero, y es una discusión entre un veterinario, un relojero y un sastre. Es mencionar el asunto y se desenvainan todo tipo de agujas (hipodérmicas, de coser y de reloj).

Así que mejor volvamos al secreto. El Conejo Blanco casi siempre tiene prisa. Corre porque tiene miedo de que la Duquesa y, sobre todo, la Reina de Corazones ordenen que le corten la cabeza. Pero vosotros, que aún conserváis la vuestra, concentraos en ese casi. Es la clave, el secreto mejor guardado del País de las Maravillas.

Casi siempre. ¿Cuándo no tiene prisa el Conejo Blanco? Solo cuando visita un pequeño edificio escondido tras los árboles del bosque: la biblioteca.

El conejo se toma su tiempo para curiosear entre las abarrotadas estanterías.Tiene un libro en mente pero, cuando se acerca a cogerlo, no puede evitar fijarse en el tomo que lo precede, y en el de más allá (y, como ya sabéis, en una biblioteca, el libro de más allá es al mismo tiempo el libro de más acá de otro libro que está a su lado…). Demasiadas opciones. Lleva tiempo elegir un libro. El conejo sabe que se encuentra en el hogar de la lectura, y la lectura es un placer que se disfruta sin prisa.

Aunque nadie haya mencionado antes esta biblioteca secreta, no lo dudéis, hay una en ese extraño mundo que visitó Alicia. No puede ser de otra forma. Pues a pesar de contar con el Sombrerero Loco, el Gato de Cheshire y la Oruga Azul, a pesar de todos los animales fantásticos y las extraordinarias cosas que allí suceden, todo eso no es suficiente para ganarse el nombre que ese mundo tiene. Un lugar nunca podría llamarse País de las Maravillas si entre sus maravillas no se contara una biblioteca.

Diego Arboleda

jueves, 22 de octubre de 2015

MALDICIÓN ETERNA


Carta que fra Sebastián Pier, padre dominico, bibliotecario del convento de Santa Caterina de Barcelona, envió a su superior, dándole noticias de lo ocurrido con la biblioteca el 26 de marzo de 1823

¡Infames! ¡Miserables! Ya todo se ha perdido y a nosotros, hombres de Dios, nos ha tocado padecer en esta ciudad del diablo.

Una plaza. En eso se ha convertido el lugar donde estuvieron los muros góticos del refectorio coronado por la noble biblioteca. Un lugar vacío donde vender melones, eso es lo que ambicionan los demonios liberales, que aún osan llamarse cultos. Nada les ha importado demoler el lugar que albergó veinte mil libros, reunidos con amor y sacrificio y custodiados con generosidad, puestoque fuimos nosotros quienes los pusimos a disposición de los estudiosos que quisieran leerlos, convirtiendo nuestra casa en la suya. ¿Y éste es el provecho que les hizo la lectura? ¿Así nos lo pagan? ¡Infames!

Las últimas horas han sido las peores de mi vida, escondido en casa de unos buenos cristianos de la calle Freixures. Antes de la demolición se procedió al traslado de la biblioteca, que se hizo con prisa y sin ningún concierto. Había autoridades militares y municipales que daban órdenes contradictorias. En el mismo grupo vi mercaderes de libros analizar el material como si fueran pescados. Algunos ejemplares quedaron en nuestra casa, es cierto, pero no puedo responder de cuáles ni en qué condiciones y, a decir verdad, no albergo muchas esperanzas.

En medio de semejante devastación, tuve muy presente su encomienda de salvar sus libros, reverendísimo señor. Entré en la biblioteca y sin demorarme fui a la alacena donde todo este tiempo he guardado bajo llave los libros que me encomendó en nombre del obispo. Quisiera poder afirmar que ni el papel ni el pergamino sufrieron ningún daño, pero la verdad es otra y terrible.

Los once volúmenes estaban allí cuando abrí la alacena, completamente ilesos, como vos me los confiasteis o puede que aún mejor, puesto que en mis ratos libres me gustaba sacarlos para que se airearan y limpiar los pergaminos de las cubiertas con un paño húmedo. Como los conozco bien —aunque nunca los abrí, como vos me indicasteis—, puedo deciros que se trata de volúmenes muy pesados, que no pueden ser transportados por un solo hombre de una sola vez. Con mucho trabajo conseguí llevarme cinco de ellos, dejando los otros seis bien encerrados dentro de la alacena. Me apresuré a ponerlos a salvo en la casa de la calle de Freixures y —ay de mí— cuando regresé a la alacena las puertas habían sido violentadas, la cerradura rota y no quedaba ni uno solo de los libros.

En vano pregunté dónde estaban a los hombres que por allí husmeaban (…)

Aunque me tiemble la mano al escribirlo, del destino de los seis libros no puedo daros más razón que lo que ya habéis leído. Presumo que serán vendidos al menudo o que caerán en manos de fabricantes de tambores que los desencuadernen para utilizar el pergamino de las tapas. O tal vez los apreciarán los mismos que nos odian y al hacerlo cometerán el pecado de la incongruencia.

Por mi parte, nada más puedo añadir. Junto con esta nota, que entrego en mano al hermano bibliotecario del convento de San José, deposito los cinco volúmenes sobrevivientes, con mis disculpas a su ilustrísima por no haber sabido salvar los demás y a vos mismo por dejaros en mal lugar. Encomiendo mi vida a Dios y pongo tierra de por medio, llevando conmigo el deseo de que este ultraje no sea en vano, y las maldiciones que a todas horas mascullo, sin poder evitarlo:

Caiga sobre los ladrones la maldición de quien amó lo que ellos se llevaron.

Siembren los libros la discordia entre aquellos que los codicien.

Sepárense amigos y caigan prohombres, ciegos de ambición insatisfecha.

Púdrase el papel en sótanos infectos antes de que otros ojos puedan acariciarlo.

Cómanse las ratas las páginas mejor impresas, los grabados más bellos, los versos mejor compuestos, hasta que no quede nada de provecho.

Invada la humedad los ejemplares únicos que hayan sobrevivido al furor de los años.

Devoren las termitas lo que los ratones repudien.

Queden los libros en la oscuridad de la ignorancia durante décadas y centurias.

No hallen los invasores de bibliotecas buena cosa que leer hasta el fin de sus miserables días.

Y quiera Dios que este humilde bibliotecario viva para contemplar todo ese sufrimiento.

Amén.

Care Santos, El Aire que Respiras

miércoles, 21 de octubre de 2015

EL PAPIRO DEL CÉSAR

           
Enviado por Pedro

Mañana, jueves, se publica una nueva aventura de Astérix y Obélix, junto con el resto de los irreductibles galos; en ella encontraremos a César, jabalíes que cazar y comer, menhires que repartir, la poción mágica de Panoramix que no podía faltar, romanos a los que sacudir, y, por supuesto, la fiesta final. Y tendremos nuevos y curiosos personajes de los que hablaremos más adelante.

Este álbum es el número 36 de la serie creada en 1959 por el dibujante Albert Uderzo y el guionista René Goscinny, fallecido en 1977, quienes ya fueron relevados en el anterior volumen de la colección, Astérix y los Pictos, del 2013, por el guionista Jean-Yves Ferri y el dibujante Didier Conrad.

La aventura toma como referencia el libro histórico escrito
por Julio César, La Guerra de las Galias, donde se narra la campaña llevado a cabo por el militar romano entre el año 58 y el 51 a.C. Pero César pudo haber exagerado y desvirtuado algunos de los hechos, como podemos leer una de las viñetas: “¿Quiénes de ellos van a protestar? ¡Son todos analfabetos! Tu libro dará fe de que has conquistado toda la Galia y el Senado aceptará financiar tus otras conquistas…”, palabras pronunciadas por un personaje que no aparece en ese momento, un malo malísimo, Bonus Promoplús, un experto en los ámbitos del marketing, la publicidad, la comunicación... Este personaje es un consejero personal, que se desenvuelve cómodamente en la sociedad y sabe progresar en los círculos de influencias. Promoplús es el hombre en la sombra del César, el que se lleva las tortas por él. Está inspirado en el publicista francés Jacques Séguela, que dirigió la campaña presidencial de Mitterand en 1981.


 Y aquí entra un nuevo personaje, Doblepolémix, un periodista combativo de un diario galo, El Eco de Condate, que aspira a hacer estallar la verdad. Este personaje tiene como modelo a Julian Assange, y, cuentan las malas lenguas, en un principio su nombre iba a ser Wikilix. Pues César se vanagloria de haber conquistado tada la Galia, pero…

Estamos en el año 50 antes de Jesucristo. Toda la Galia está ocupada por los romanos… ¿Toda? ¡No! Una aldea poblada por irreductibles galos resiste todavía y siempre al invasor...

Aún queda una aldea al noroeste de la Galia, la única parte del país que no ha sido conquistada aún por Julio César, rodeada por cuatro campamentos romanos: Babaórum, Acuárium, Láudanum y Petibónum.

¡Por Tutatis, estos romanos están locos!

martes, 20 de octubre de 2015

KUBLA KHAN


En Xanadú, Kubla Khan
mandó que levantaran su cúpula señera:
allí donde discurre Alfa, el río sagrado,
por cavernas que nunca ha sondeado el hombre,
hacia una mar que el sol no alcanza nunca.
Dos veces cinco millas de tierra muy feraz
ciñeron de altas torres y murallas:
y había allí jardines con brillo de arroyuelos,
donde, abundoso, el árbol de incienso florecía,
y bosques viejos como las colinas
cercando los rincones de verde soleado.

¡Oh sima de misterio, que se abría
bajo la verde loma, cruzando entre los cedros!
Era un lugar salvaje, tan sacro y hechizado
como el que frecuentara, bajo menguante luna,
una mujer, gimiendo de amor por un espíritu.
Y del abismo hirviente y con fragores
sin fin, cual si la tierra jadeara,
hízose que brotara un agua caudalosa,
entre cuyo manar veloz e intermitente
se enlazaban fragmentos enormes, a manera
de granizo o de mieses que el trillador separa:
y en medio de las rocas danzantes, para siempre,
lanzóse el sacro río.
Cinco millas de sierpe, como en un laberinto,
siguió el sagrado río por valles y collados,
hacia aquellas cavernas que no ha medido el hombre,
y hundióse con fragor en una mar sin vida:
y en medio del estruendo, oyó Kubla, lejanas,
las voces de otros tiempos, augurio de la guerra.

La sombra de la cúpula deliciosa flotaba
encima de las ondas,
y allí se oía aquel rumor mezclado
del agua y las cavernas.
¡Oh, singular, maravillosa fábrica:
sobre heladas cavernas la cúpula de sol!

Un día, en mis ensueños,
una joven con un salterio aparecía
llegaba de Abisinia esa doncella
y pulsaba el salterio;
cantando las montañas de Aboré.
Si revivir lograra en mis entrañas
su música y su canto,
tal fuera mi delicia,
que con la melodía potente y sostenida
alzaría en el aire aquella cúpula,
la cúpula de sol y las cuevas de hielo.
Y cuantos me escucharan las verían
y todos clamarían: «¡Deteneos!
¡Ved sus ojos de llama y su cabello loco!
Tres círculos trazad en torno suyo
y los ojos cerrad con miedo sacro,
pues se nutrió con néctar de las flores
y la leche probó del Paraíso».

Samuel Coleridge

Xanadu era la capital de verano del imperio mongol de Kublai Khan, último gran Khan y emperador de la primera dinastía china en el siglo XIII. Se cree que el palacio era la mitad de grande que la Ciudad Prohibida de Pekín, y su opulencia y esplendor rebasaban lo que el mundo había visto hasta entonces. Gracias a las Memorias del explorador italiano Marco Polo se convirtió en sinónimo de magnificencia y lujo, leyenda que popularizaría el poeta inglés Samuel Coleridge. A partir de este momento, se utiliza este nombre para evocar un lugar de lujo, misterio y exhuberancia, un lugar donde los sueños son posibles.

                Os dejo con la versión original subtitulada en la voz del actor inglés Benedict Cumberbatch

lunes, 19 de octubre de 2015

¡CHIKAKO!

Mucho antes de que se abrieran las puertas en la gran casa del señor Susanô, el rumor recorría todos los dominios del feudo de Yamato, cuando los brotes de arroz esperaban su primera cosecha y la primavera encendía cerezos y almendros. El calendario señalaba el mes de shigatsu, el de las promesas. El rumor se posó sobre la belleza del paraje tiñendo los cielos de gris y cerniendo alas negras sobre los campesinos y artesanos del lugar.

Un rumor estridente como una maldición.

Los dioses cobraban la calma de los últimos años, las fecundas cosechas, la paz de los caminos libres de salteadores y la abundancia de hijos.

La fuga de Chikako despertó el miedo y abrió las heridas de los secretos olvidados.

Los criados de la casa, al alba, cuando la serpiente regresa al nido, se levantaron sobresaltados, como si el rugido de aquel rumor hubiera llegado hasta sus aposentos. La hora del Conejo se inició con el sonido de la pequeña campana que llamaba a las tareas diarias desde el arco principal de la mansión donde habitaba el señor Susanô. Sin embargo, aquel día, pareció dar cuenta de un incendio cuyas llamas no podrían ser apagadas ni con toda el agua de los ríos.

Cuando la joven sirvienta Keiko sirvió el primer té de la mañana al gran señor, temblaba imaginando la cólera del amo en forma de lenguas de fuego lanzadas por su boca.

Las puertas del mal se abrieron para todos.

Sobre sus cabezas, caería la venganza de honor del amo.

Unos rezaban, otros maldecían y escupían el nombre de la traidora. Los niños se escondían entre las faldas de sus madres. Los viejos relataban historias olvidadas de malos tiempos.

Todos temblaban.

Tal vez la próxima cosecha se pudriera antes de ser recogida y llegase, junto con la venganza del amo, el hambre, esa vieja compañera de los campesinos.

En boca de todos estaba el nombre, ahora odiado, de la mujer capaz de transformar la bondad del amo en justa cólera.

¡Chikako!

Pero incluso su nombre terminaría prohibido en aquellas tierras.

¡Chikako!

Y las viejas lo masticaban tratando de deshacer con sus dientes incluso el recuerdo de cada sílaba. Pronto se convertiría en uno más de los diablos fantasmales escondidos en las grutas y las cuevas.

A los cuarenta mil dioses de la vieja religión habría que añadir el suyo en el lado oscuro.

Incluso el aire parecía anunciar esa mañana el huracán que provocaría aquel nombre.

Incluso los pájaros escribirían, con su perfecta caligrafía, el anuncio de la maldición con su nombre.

Incluso…

domingo, 18 de octubre de 2015

PERSIGUIENDO AL CONEJO BLANCO

Alicia empezaba ya a cansarse de estar sentada con su hermana a la orilla del río, sin tener nada que hacer: había echado un par de ojeadas al libro que su hermana estaba leyendo, pero no tenía dibujos ni diálogos. «¿Y de qué sirve un libro sin dibujos ni diálogos?», se preguntaba Alicia.

Así pues, estaba pensando (y pensar le costaba cierto esfuerzo, porque el calor del día la había dejado soñolienta y atontada) si el placer de tejer una guirnalda de margaritas la compensaría del trabajo de levantarse y coger las margaritas, cuando de pronto saltó cerca de ella un Conejo Blanco de ojos rosados.

No había nada muy extraordinario en esto, ni tampoco le pareció a Alicia muy extraño oír que el conejo se decía a sí mismo: «¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Voy a llegar tarde!» (Cuando pensó en ello después, decidió que, desde luego, hubiera debido sorprenderla mucho, pero en aquel momento le pareció lo más natural del mundo). Pero cuando el conejo se sacó un reloj de bolsillo del chaleco, lo miró y echó a correr, Alicia se levantó de un salto, porque comprendió de golpe que ella nunca había visto un conejo con chaleco, ni con reloj que sacarse de él, y, ardiendo de curiosidad, se puso a correr tras el conejo por la pradera, y llegó justo a tiempo para ver cómo se precipitaba en una madriguera que se abría al pie del seto.

Un momento más tarde, Alicia se metía también en la madriguera, sin pararse a considerar cómo se las arreglaría después para salir.

Al principio, la madriguera del conejo se extendía en línea recta como un túnel, y después torció bruscamente hacia abajo, tan bruscamente que Alicia no tuvo siquiera tiempo de pensar en detenerse y se encontró cayendo por lo que parecía un pozo muy profundo.

O el pozo era en verdad profundo, o ella caía muy despacio, porque Alicia, mientras descendía, tuvo tiempo sobrado para mirar a su alrededor y para preguntarse qué iba a suceder después. Primero, intentó mirar hacia abajo y ver a dónde iría a parar, pero estaba todo demasiado oscuro para distinguir nada. Después miró hacia las paredes del pozo y observó que estaban cubiertas de armarios y estantes para libros: aquí y allá vio mapas y cuadros, colgados de clavos. Cogió, a su paso, un jarro de los estantes. Llevaba una etiqueta que decía: "MERMELADA DE NARANJA", pero vio, con desencanto, que estaba vacío. No le pareció bien tirarlo al fondo, por miedo a matar a alguien que anduviera por abajo, y se las arregló para dejarlo en otro de los estantes mientras seguía descendiendo.

«¡Vaya!», pensó Alicia. «¡Después de una caída como ésta, rodar por las escaleras me parecerá algo sin importancia! ¡Qué valiente me encontrarán todos! ¡Ni siquiera lloraría, aunque me cayera del tejado!» (Y era verdad.)

Abajo, abajo, abajo. ¿No acabaría nunca de caer?

—Me gustaría saber cuántas millas he descendido ya —dijo en voz alta—. Tengo que estar bastante cerca del centro de la tierra. Veamos: creo que está a cuatro mil millas de profundidad...

Como veis, Alicia había aprendido algunas cosas de éstas en las clases de la escuela, y aunque no era un momento muy oportuno para presumir de sus conocimientos, ya que no había nadie allí que pudiera escucharla, le pareció que repetirlo le servía de repaso.

—Sí, está debe de ser la distancia... pero me pregunto a qué latitud o longitud habré llegado.

Alicia no tenía la menor idea de lo que era la latitud, ni tampoco la longitud, pero le pareció bien decir unas palabras tan bonitas e impresionantes. Enseguida volvió a empezar.

—¡A lo mejor caigo a través de toda la tierra! ¡Qué divertido sería salir donde vive esta gente que anda cabeza abajo! Los antipáticos, creo... (Ahora Alicia se alegró de que no hubiera nadie escuchando, porque esta palabra no le sonaba del todo bien.) Pero entonces tendré que preguntarles el nombre del país. Por favor, señora, ¿estamos en Nueva Zelanda o en Australia?

Y mientras decía estas palabras, ensayó una reverencia. ¡Reverencias mientras caía por el aire! ¿Creéis que esto es posible?

—¡Y qué criaja tan ignorante voy a parecerle! No, mejor será no preguntar nada. Ya lo veré escrito en alguna parte.

Abajo, abajo, abajo. No había otra cosa que hacer y Alicia empezó enseguida a hablar otra vez.

—¡Temo que Dina me echará mucho de menos esta noche! (Dina era la gata.) Espero que se acuerden de su platito de leche a la hora del té. ¡Dina, guapa, me gustaría tenerte conmigo aquí abajo! En el aire no hay ratones, claro, pero podrías cazar algún murciélago, y se parecen mucho a los ratones, sabes. Pero me pregunto: ¿comerán murciélagos los gatos?

Al llegar a este punto, Alicia empezó a sentirse medio dormida y siguió diciéndose como en sueños: «¿Comen murciélagos los gatos? ¿Comen murciélagos los gatos?» Y a veces: «¿Comen gatos los murciélagos?» Porque, como no sabía contestar a ninguna de las dos preguntas, no importaba mucho cual de las dos se formulara. Se estaba durmiendo de veras y empezaba a soñar que paseaba con Dina de la mano y que le preguntaba con mucha ansiedad: «Ahora Dina, dime la verdad, ¿te has comido alguna vez un murciélago?», cuando de pronto, ¡cataplum!, fue a dar sobre un montón de ramas y hojas secas. La caída había terminado.

Alicia no sufrió el menor daño, y se levantó de un salto. Miró hacia arriba, pero todo estaba oscuro. Ante ella se abría otro largo pasadizo, y alcanzó a ver en él al Conejo Blanco, que se alejaba a toda prisa. No había momento que perder, y Alicia, sin vacilar, echó a correr como el viento, y llego justo a tiempo para oírle decir, mientras doblaba un recodo:

—¡Válganme mis orejas y bigotes, qué tarde se me está haciendo!

Lewis Carroll, Alicia en el País de las Maravillas

jueves, 15 de octubre de 2015

EL MARCIANO

Hace seis días, el astronauta Mark Watney se convirtió en uno de los primeros hombres en caminar por la superficie de Marte. Ahora está seguro de que será el primer hombre en morir allí. La tripulación de la nave en que viajaba se ve obligada a evacuar el planeta a causa de una tormenta de arena, dejando atrás a Mark tras darlo por muerto.

Pero él está vivo, y atrapado a millones de kilómetros de cualquier ser humano, sin posibilidad de enviar señales al planeta Tierra. Un módulo habitable, una pequeña base de operaciones y alimentos para no más de un año… De todos modos, si lograra establecer conexión, moriría mucho antes de que el rescate llegara, pues la siguiente misión no tiene prevista su realización hasta dentro de cuatro años.

Sin embargo, Mark no se da por vencido: armado de su inteligencia, con su ingenio, sus habilidades y sus conocimientos, se enfrentará a obstáculos aparentemente insuperables. Por suerte, el sentido del humor resultará ser su mayor fuente de energía. Obstinado en seguir con vida, incubará un plan demencial para contactar con la NASA y hacerles saber que sigue allí

                Esta novela de Andy Weir se construye a partir del diario del protagónista, quien nos relata sus aventuras y experiencias. Las entradas del diario son consecutivas, aunque a veces haya varias entradas un mismo día. Hay que señalar que el contenido científico es alto, pues el protagonista es ingeniero mecánico y botánico. llegando a recrearse en ellos (por ejemplo, la creación de los huertos en Marte). Con elementos tomados de Julio Verne o Daniel Defoe, aliñados con un poco de McGiver. Desde el principio observamos la angustia y el terror del protagonista. pero, poco a poco, surge la esperanza y el instinto de supervivencia.

Con un final sorprendente, El marciano es una novela de ciencia ficción brillantemente construida, con una mecánica del suspense que sorprende al lector una y otra vez y le hará perderse en el cosmos de la naturaleza humana y la lucha por sobrevivir en soledad. El humor desenfadado del protagonista se hace indispensable en una situación tan hostil y salvaje como la que está viviendo. Y la precisión con la que se tratan los aspectos científicos y tecnológicos demuestra el cuidado trabajo de documentación realizado por el autor.

Os dejo con el trailer de la película que se estrena mañana: 

miércoles, 14 de octubre de 2015

RAP DEL MÍO CID

               
      Nuevo curso, pero los temas siguen siendo los mismos; y además se repiten en la ESO y en Bachillerato. Una vez visto el tema de la épica medieval, que a muchos de nuestros alumnos odian, vamos a ofrecerles un contrapunto que les pueda animar y observarlo desde otra perspectiva. Ya lo hicimos el curso pasado con El Cid y sus Coplas; este curso veremos el siguiente rap:

Queridos oyentes...
Os quiero deleitar con un poema.
Un poema épico, especial, histórico,
el poema del Mío Cid:
aquel caballero desterrado por su propio rey.
Aquel caballero...¡qué buen vasallo si hubiese tenido buen señor!

Rodrigo Díaz
o Mío Cid, el campeador.
Salvador de Sevilla
contra Almudafar, el traidor.
Siendo sólo un infanzón
las envidias despertó.
Y así lo desterró
el Rey Alfonso, su señor.
Alejolo de sus hijas,
Doña Elvira y Doña Sol;
dejó sola a su mujer,
Doña Jimena y se marchó.
Pero sus mesnadas
sin duda le acompañaban.
Siguiéronle de cerca
allí donde cabalgaba.
Con gran valor
y a cada paso
Don Rodrigo meditaba:
¡volveremos con gran honor!

Mío Cid, el caballero castellano.
El cide de los moros,
el señor de los cristianos.
Marchó, lloró, lidió, venció.
Todas las batallas las libró
superando el dolor.
Fiero guerrero
que imperó en el tablero del campo.
A sus enemigos inspiraba terror,
y lo llamaban el Cid Campeador.

El ángel Gabriel
visitó a Rodrigo en sueños,
le dijo: "tened fe
y poned todo el empeño,
si obráis por el señor
el perdón será vuestro".
Salió de Toledo
tomó Alcocer y Alcañiz.
Y al conde de Barcelona
apresó en esta lid.
Ganó la espada Colada,
y con todos repartió
el botín de una batalla
que en Minaya ganó.
En el pinar de Tévar
ya no hay nadie que no sepa
del campeador.
Y así con esta fe
Don Rodrigo murmuraba:
¡volveremos con gran honor!

Nuestro héroe castellano
asedió y conquistó
la ciudad de Valencia,
y gran honra ganó.
Hasta al Rey Yusuf,
de Marruecos
la noticia llegó.
De allende el mar
este ejército arribó,
y a las puertas de Valencia
ya las tiendas asentó.
Y sin dudar
atacó
con gran furia
el campeador.
Cincuenta mil moros
contra cuatro mil
de los guerreros del cid,
Que vencieron con la ayuda
del creador.
Y con esta gran victoria,
Don Rodrigo hablaba:
¡volveremos con gran honor!

Otro rey moro,
el Rey Búcar en cuestión,
fue a cercar Valencia,
la venganza lo cegó.
Y otros cincuenta mil
de los suyos mandó.
Pero el de Vivar,
que en buena hora nació,
sembró el terror en los moros
y a ninguno dejó.
Al Rey Búcar mató.
Ganó la espada Tizón.
Consiguió de su Rey,
Alfonso, el perdón.
Casó a sus hijas amadas
con los reyes de Navarra
y de Aragón.
Regresó con su mujer,
y a los suyos gritó:
¡hemos vuelto con gran honor!

Si, fue la victoria del bajo castellano contra la nobleza leonesa,
de la humildad contra la envidia.
De las raíces de la tierra contra la invasión.
Y este fue el poema,
el poema del Cid Campeador.