Me ha encantado, la novela y la he disfrutado; pero, más que contaros algo sobre ella, prefiero que sea el propio autor quíen os explique algunos aspectos de su obra.
La novela ya ha terminado, amigo lector, así que, si quieres, puedes cerrar el libro aquí mismo y no te perderás nada. Aunque a lo mejor te interesa saber por qué un escritor (yo) ha escrito un libro (éste), en cuyo caso quizá no tengas inconveniente en seguir leyendo durante unos minutos más.
Cuando yo era un niño de once o doce años, dos eran mis escritores favoritos: Richmal Crompton, la autora de las historias de Guillermo Brown, y el gran Julio Verne, padre de la ciencia ficción y maestro de la aventura. De la primera aprendí el inmenso tesoro que es el sentido del humor, mientras que el escritor francés me enseñó lo asombroso que es el mundo.
Siempre me ha gustado que me asombren, por eso adoraba a Verne. No todas sus novelas, por supuesto, porque escribió muchísimas y no siempre buenas; pero las que me gustaban, me gustaban a rabiar: 20.000 leguas de viaje submarino, La isla misteriosa, Viaje al centro de la Tierra, Los hijos del capitán Grant, La vuelta al mundo en 80 días... Ésas eran mis favoritas. Y no sólo se trataba de libros, porque todos los títulos que acabo de mencionar, y otros muchos del autor, han sido convertidos en películas. A veces, maravillosas películas.
Verne influyó profundamente en el niño que fui; tanto es así que, aún ahora, cuando viajo a lugares remotos, sigo percibiendo el mundo a través de su óptica. Y no soy el único. Hace no mucho, una revista me encargó coordinar un especial dedicado al género de aventuras, así que recurrí a una serie de escritores y ensayistas para que colaboraran. Además, les pedí que cada uno elaborara una lista con sus diez novelas de aventuras favoritas. El autor más veces citado fue, con diferencia, Julio Verne.
No sé si los jóvenes siguen leyendo a Verne; supongo que no demasiado. Pero eso no les libra de su influencia. Todos recordamos la famosa serie de TV Perdidos, ¿verdad? Pues bien, esa serie jamás habría existido si Verne no hubiera escrito La isla misteriosa.
Verne es un género en sí mismo, y su espíritu ha inspirado infinidad de novelas, películas y cómics. Verne nos enseñó a no perder jamás la inocencia ante la prodigiosa realidad de la naturaleza y el universo, a conservar intactas la curiosidad y la capacidad de asombro.
Por eso, siempre he guardado con profundo cariño el recuerdo de la obra de ese viejo escritor bretón que pobló de sueños y maravillas mi infancia. Y por eso, desde que me convertí en escritor, barajé la idea de escribir una novela «al estilo Verne»; proyecto que, por una razón o por otra, fui relegando durante muchos años. Puede que esperara al momento adecuado, y quizá el momento adecuado fuera éste.
Cuando comencé a planificar la escritura de La isla de Bowen, pensé en releer alguna de las novelas de Verne, e incluso compré un par de títulos que había perdido; pero entonces me di cuenta de que eso era una equivocación. No quería imitar a Verne, sino reproducir los recuerdos y las sensaciones que la obra de Verne habían dejado en mí. Así que situé mi historia unos cincuenta años después de la época en que normalmente ambientaba sus relatos el maestro francés. No quería hacer una obra steampunk, sino en todo caso, como apuntó con ironía una amiga escritora, «diéselpunk».
Y comencé a escribir guiándome tan sólo por por el amor a un género, la aventura clásica, y a un autor, Julio Verne. Entonces ocurrió algo curioso; como escribía basándome en lo que yo llevaba dentro, otras influencias comenzaron a colarse poco a poco en el texto. Verne no es el único escritor de aventuras que me gusta; hay otros, y esos autores también están reflejados en La isla de Bowen.
Por ejemplo, el Edderkoppe Gud recuerda a los trípodes alienígenas de La guerra de los mundos, de H. G. Wells. El profesor Zarco es pariente cercano del profesor Challenger, protagonista de El mundo perdido, de Arthur Conan Doyle. Por cierto, ese apellido, «Zarco», es un pequeño homenaje a un personaje de cómic, el doctor Zarkov de la serie Flash Gordon. Pero hay más influencias. El muro dividiendo la isla por la mitad, ¿no recuerda a King Kong? También puede percibirse en la novela el aroma de las aventuras de Tintín; sin duda, algo hay del capitán Haddock y del reportero belga en los personajes del profesor Zarco y Samuel Durazno..., digo Durango. Incluso puede percibirse cierta (involuntaria) referencia al escritor inglés Arthur C. Clarke.
En fin, La isla de Bowen es un destilado de todas las historias de aventuras que me han acompañado a lo largo de mi vida. Y, ¿sabes algo, querido lector?; no la he escrito para ti, sino para mí. Es la clase de novela que me apetecía leer para volver a sentirme un adolescente asombrado, y por eso la he escrito. Confío en que tus gustos y los míos no difieran demasiado.
CÉSAR MALLORQUÍ
PREMIO EDEBE DE NARRATIVA JUVENIL 2012
PREMIO NACIONAL DE LITERATURA JUVENIL 2013
PREMIO CERVANTES CHICO 2015