Las personas
tienden al ritmo y a la regularidad, de la misma forma que la energía magnética
organiza las virutas de metal en un experimento de física, de la misma forma
que un copo de nieve crea cristales a partir de agua. Ya sea en un cuento de
hadas o en un poema, a los niños les gusta la repetición, los refranes y los
motivos universales porque pueden reconocerse una y otra vez; dan regularidad a
un texto. El mundo adquiere un orden precioso. Aún recuerdo que de niña luchaba
conmigo misma por defender la justicia y la simetría, la igualdad de derechos
para la izquierda y la derecha: si tamborileaba con los dedos una melodía sobre
la mesa, contaba cuántas veces debía golpear con cada dedo para que los demás
no se sintieran ofendidos. Solía aplaudir dando una palmada con la mano derecha
sobre la izquierda, pero pensé que eso no era justo y aprendí a hacerlo al
contrario, con la izquierda sobre la derecha. Por supuesto, este afán
instintivo de equilibrio resulta gracioso, pero lo que muestra es la necesidad
de evitar que el mundo llegara a ser asimétrico. Tenía la sensación de ser la
única responsable de todo su equilibrio.
La inclinación
de los niños hacia los poemas y las historias surge, igualmente, de su necesidad
de llevar regularidad al caos del mundo. Desde la indeterminación todo tiende
hacia un orden. Las canciones infantiles, las canciones populares, los juegos,
los cuentos de hadas, la poesía… son formas de existencia rítmicamente
organizadas que ayudan a los más pequeños a estructurar su presencia en el gran
caos. Crean la conciencia instintiva de que el orden en el mundo es posible y
que todas las personas tienen en él un sitio único. Todo fluye hacia este
objetivo: la organización rítmica del texto, las series de letras y el diseño
de la página, la impresión del libro como un todo bien estructurado. La
grandeza se revela en lo más pequeño y le damos forma en los libros infantiles,
incluso cuando no estamos pensando en Dios o en los fractales. Un libro infantil
es una fuerza milagrosa que promueve el enorme deseo de los pequeños y su
capacidad de ser. Promueve su coraje para vivir.
En un libro,
los pequeños siempre son grandes, de manera instantánea y no solo cuando llegan
a adultos. Un libro es un misterio en el que se encuentra algo que no se
buscaba o que no estaba al alcance de alguien. Lo que no pueden comprender
lectores de una cierta edad permanece en su conciencia como una impronta y
continúa actuando aun cuando no lo entiendan completamente. Un libro ilustrado
puede funcionar como un cofre del tesoro de sabiduría y cultura incluso para
los adultos, igual que los niños pueden leer un libro destinado a adultos y
encontrar su propia historia, un indicio sobre sus vidas incipientes. El
contexto cultural modela a las personas, estableciendo las bases para las
impresiones que llegarán en el futuro, así como para las experiencias más
difíciles a las que tendrán que sobrevivir sin dejar de ser íntegros.
Un libro
infantil representa el respeto por la grandeza de lo más pequeño. Representa un
mundo que se crea de nuevo una y otra vez, una seriedad lúdica y preciosa, sin
la que todo, incluida la literatura infantil, es simplemente un trabajo muy
pesado y vacío.
Inese Zandere
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