jueves, 30 de noviembre de 2017

LA DAGA DEL DRAGÓN


Bregan era un buen herrero y en todas las aldeas de la vecindad de Aquae Sulis nadie le superaba en la confección de las mejores hojas para guadañas y hoces. Pero hasta hoy, el forjador nunca había expuesto su vena artística en ninguno de los instrumentos agrícolas elaborados por sus manos.
Sin saber cómo, el herrero había diseñado y logrado un dragón de hierro. Esta criatura no tenía nada que ver con el pequeño y malevolente juguete que Llanwith tenía en su daga, ésta era una criatura de tal poder que parecía haber saltado por sí misma desde las vetas de hierro de las montañas. El cuerpo y la cabeza de la bestia formaban la empuñadura que estaba hábilmente calculada para que pudiese asirse con firmeza, con la boca rugiente del dragón al final del vástago. Las alas metálicas semidesplegadas se curvaban hacia atrás de tal forma que ofrecían su protección a la mano que la empuñase. La cola del dragón se doblaba hacia adelante en una extraña espiral hasta entrar por la boca del dragón al final del pomo y así, la mano del dueño quedaba acunada en un puño de hierro.
La empuñadura estaba tapizada con piel de pescado, que envolvía el cuerpo del dragón, brindando un suave acolchado a la mano del dueño. Las fauces abiertas y el hueso en la frente de la cabeza enredada formaban dientes de sierra en el pomo, ideal para golpear a corto alcance. La empuñadura imitaba las escamas de un gran dragón, creando una daga que era a la vez tan extraña como exótica e inigualable.
Bregan había fabricado un arma muy distinta a las simples empuñaduras rectas de las espadas cortas romanas o incluso a las hojas celtas que poseían tan bella decoración doble. Aquí, se trataba de una hoja que no era ni daga ni espada, confeccionada tanto para atacar como para proteger, de tal manera que su dueño no debiera temer que una estocada inesperada del enemigo lastimara sus dedos o la hicieran saltar de su mano. Esta daga era un milagro de funcionalidad y belleza.
Artorex quedó tan boquiabierto, con la mandíbula caída, que provocó la mofa de Gallia, porque le recordaba la cabeza de uno de los pescados que vendía su hermano.
—He rechazado varios pretendientes porque parecían bacalaos —se rió, pero sus ojos no se apartaban del extraño instrumento de muerte.
—Nunca he visto nada parecido —se maravilló Artorex—. ¿Veis? Las alas del dragón protegen mis nudillos, mientras que la cola resguarda el dorso de mi mano y mis dedos. Bregan ha creado una obra maestra.
—Lo merecíais —insistió Gallia con convencimiento.
—No —murmuró él—. No tengo ningún tótem y menos un dragón. Hombres como el príncipe Llanwith merecen la protección de esta bestia. ¿Pero quién soy yo para llevar la serpiente alada de los reyes celtas?
—Sois mi esposo. Sois heroico y noble y no estoy dispuesta a escuchar vuestras tonterías. ¿Lo oís, Licia? Vuestro padre pretende ser sólo un hombre más… ¡el muy tonto! Nosotras sí sabemos que no es así, ¿verdad, mi dragoncilla?
Cuando Targo vio el arma por primera vez, la acarició con sus dedos encallecidos, como si fuera el cuerpo de una mujer.
—Bregan ha estado trabajando más de un año en esta arma. Durante muchos días pensó en cómo diseñarla, buscando un tótem que os hiciese justicia. Finalmente eligió el dragón, porque lo llevaban las legiones romanas y también porque es una criatura que nace del fuego. Os ha hecho un arma distinta a todas las que he visto, una que sirve para equilibrar la espada. Está fuera del alcance largo, pero es mortal si encuentra una abertura. En verdad os envidio el regalo.
Los hombres de la villa se quedaron estupefactos ante el diseño de la daga del dragón y muchos la cogieron en sus manos para apreciar su perfecto equilibrio. El regalo de Bregan llevó a muchos otros guerreros a su forja en los años siguientes, pero ninguna de las armas que diseñó llegaron a igualar la belleza del cuchillo de hierro. Más tarde, Artorex recibiría armas con empuñaduras de oro, plata y oro blanco y guarniciones decoradas con gemas de gran valor, pero el dragón de hierro de Bregan nunca dejaría de estar al alcance de su mano.
Con estas cosas se forjan las leyendas.

M. K. Hume, El Rey Arturo: El Hijo del Dragón

miércoles, 29 de noviembre de 2017

¿FILOSOFÍA? ¿QUÉ ES ESO?


Nos pasamos la vida haciendo preguntas: ¿qué hay esta noche para cenar?, ¿cómo se llama esa chica?, ¿cuál es la tecla del ordenador para «borrar»?, ¿cuánto son cincuenta por treinta?, ¿cuál es la capital de Honduras?, ¿adónde iremos de vacaciones?, ¿quién ha cogido mi móvil?, ¿has estado en París?, ¿a qué temperatura hierve el agua?, ¿me quieres?
Necesitamos hacer preguntas para saber cómo resolver nuestros problemas, o sea, cómo actuar para conseguir lo que queremos. En una palabra, hacemos —y nos hacemos— preguntas para aprender a vivir mejor. Quiero saber qué voy a comer, adónde puedo ir, cómo es el mundo, qué tengo que hacer para viajar en el menor tiempo posible a casa o a donde viven mis amigos, etcétera. Si tengo inquietudes científicas, me gustaría saber cómo hacer volar un avión o cómo curar el cáncer. De la respuesta a cada una de esas preguntas depende lo que haré después: si lo que quiero es ir a Nueva York y pregunto cómo puedo viajar hasta allí, será muy interesante enterarme de que en avión tardaré seis horas, en barco dos o tres días y a nado aproximadamente un año, si los tiburones no lo impiden. A partir de lo que aprendo con esas respuestas tan informativas, decidiré si prefiero comprarme un billete de avión o un traje de baño.
¿A quién tengo que hacer esas preguntas tan necesarias para conseguir lo que quiero y para actuar del modo más práctico posible? Pues deberé preguntar a quienes saben más que yo, a los expertos en cada uno de los temas que me interesan: a los geógrafos si se trata de geografía, a los médicos si es cuestión de salud, a los informáticos si no sé por qué se me bloquea el ordenador, a la agencia de viajes para organizar lo mejor posible mi paseo por Nueva York, etcétera. Afortunadamente, aunque uno ignore muchas cosas, estamos rodeados de sabios que pueden aclararnos la mayoría de nuestras dudas. Lo importante es acertar con la persona a la que vamos a preguntar. Porque el carpintero no nos servirá de nada en cuestiones informáticas ni el mejor entrenador de fútbol sabrá quizá aclararnos cuál es la ruta más segura para escalar el Everest. De modo que la primera pregunta, anterior a cada una de las demás, es: ¿quién sabe más de esta cuestión que me interesa?, ¿dónde está el experto que puede darme la información útil que necesito? Y en cuanto lo tengamos localizado —sea en persona, en un libro, en Wikipedia o como fuere—, ¡a por él sin contemplaciones, hasta que suelte lo que quiero saber!
Como normalmente pregunto para saber qué debo hacer, en cuanto conozco la respuesta me pongo manos a la obra y la pregunta en sí misma deja de interesarme. ¿A qué temperatura hierve el agua?, pregunto, porque resulta que quiero cocerme un huevo para desayunar. Cuando lo sé, pongo el microondas a esa temperatura y me olvido de lo demás. ¡Ah, y luego me como el huevo! Sólo quiero saber para actuar: cuando ya sé lo que debo hacer, tacho la pregunta y paso a otra cuestión urgente. Pero… ¿y si de pronto se me ocurre una pregunta que no tiene nada que ver con lo que voy a comer, ni con mis viajes, ni con las prestaciones de mi móvil, ni siquiera con la geografía, la física o las demás ciencias que conozco? Una pregunta con la que no puedo hacer nada y con la que no sé qué hacer… ¿entonces, qué?
Vamos con otro ejemplo, para entendernos… o liarnos un poco más. Supón que le preguntas a alguien qué hora es. Se lo preguntas a alguien que tiene un buen reloj, claro. Quieres saber la hora porque vas a coger un tren o porque tienes que poner la tele cuando empiece tu programa favorito o porque has quedado con los amigos para ir a bailar, lo que prefieras. El dueño del reloj estudia el cacharro que lleva en su muñeca y te responde: «Las seis menos cuarto». Bueno, pues ya está: el asunto de la hora deja de preocuparte, queda cancelado. Ahora lo que te importa es si debes apresurarte para no llegar tarde a tu cita, al partido o al tren. O si aún es pronto y puedes echarte otra partidita de play station… Pero imagínate que en lugar de preguntar «¿qué hora es?» se te ocurre la pregunta «¿qué es el tiempo?». Ay, caramba, ahora sí que empiezan las dificultades.
Porque, para empezar, sea el tiempo lo que sea vas a seguir viviendo igual: no saldrás más temprano ni más tarde para ver a los amigos o para tomar el tren. La pregunta por el tiempo no tiene nada que ver con lo que vas a hacer sino más bien con lo que tú eres. El tiempo es algo que te pasa a ti, algo que forma parte de tu vida: quieres saber qué es el tiempo porque pretendes conocerte mejor, porque te interesa saber de qué va todo este asunto —la vida— en el que resulta que estás metido. Preguntar «¿qué es el tiempo?» es algo parecido a preguntar «¿cómo soy yo?». No es una cuestión nada fácil de responder…
Segunda complicación: si quieres saber qué es el tiempo… ¿a quién se lo preguntas?, ¿a un relojero?, ¿a un fabricante de calendarios? La verdad es que no hay especialistas en el tiempo, no hay «tiempólogos». A lo mejor un científico te habla de la teoría de la relatividad y del tiempo en el espacio interplanetario; un antropólogo puede explicarte las diferentes formas de medir el paso del tiempo que han inventado las sociedades; y un poeta te cantará en verso la nostalgia del tiempo que se fue y de lo que se llevó con él… Pero tú no te conformas con ninguna de esas opiniones parciales porque lo que te gustaría saber es lo que el tiempo realmente es, sea en el espacio interplanetario, en la historia o en tu biografía. ¿De qué va el tiempo… y por qué se va? No hay expertos en este tema, pero en cambio la cuestión puede interesarle a cualquiera como tú, es decir, a cualquier otro ser humano. De modo que no hace falta que te empeñes en encontrar a un sabio para que te resuelva tus dudas: mejor será que hables con los demás, con tus semejantes, con otros preocupados como tú. A ver si entre todos encontráis alguna respuesta válida.
Te señalo otra característica sorprendente de esta interrogación que te has hecho (a estas alturas, a lo mejor ya te has arrepentido de ello, caramba). A diferencia de las demás preguntas, las que dejan de interesarte en cuanto te las contesta el que sabe del asunto, en este caso la cuestión del tiempo te intriga más cuanto más te la intentan responder unos y otros. Las diversas contestaciones aumentan cada vez más tu curiosidad por el tema en lugar de liquidarla: se te despiertan las ganas de preguntar más y más, no de renunciar a preguntar.
Y no creas que se trata sólo de la pregunta por el tiempo; si quieres saber qué es la libertad, o la muerte, o el Universo, o la verdad, o la naturaleza o… algunas otras grandes cosas así, te ocurrirá lo mismo. Como verás, no son ni mucho menos temas «raros»: ¿acaso es una cosa extravagante o insólita la muerte o la libertad? Pero tampoco son preguntas corrientes, o sea que no son prácticas, ni científicas: son preguntas filosóficas. Llamamos «filosofía» al esfuerzo por contestar esas preguntas y por seguir preguntando después, a partir de las respuestas que has recibido o que has encontrado tú mismo. Porque una característica de ponerse en plan filosófico es no conformarse fácilmente con la primera explicación que tienes de un asunto, ni con la segunda, ni siquiera con la tercera o la cuarta.
Encontrarás gente que para todas estas preguntas te va a prometer una respuesta definitiva y total, ya verás. Ellos saben la verdad buena y garantizada sobre cada duda que tengas porque se la contó una noche al oído Dios, o quizá un mago tipo Gandalf o Dumbledore, o un extraterrestre de lo más alucinante con ganas de hacer favores. Los conocerás enseguida porque te dirán que no preguntes más, que no te empeñes en pensar por tu cuenta, que tengas fe ciega y que aceptes lo que ellos te enseñan. Te dirán —los muy… en fin, prefiero callarme— que no debes ser orgulloso, sino dócil ante los misterios del Universo. Y sobre todo que tienes que creerte sus explicaciones y sus cuentos a pies juntillas, aunque no logren darte razones para aceptarlos. Las cosas son así y punto, amén. Incluso algunos intentarán convencerte de que lo suyo es también filosofía: ¡mentira! Ningún filósofo auténtico te exigirá que creas lo que no entiendes o lo que él no puede explicarte. Voy a contarte un ejemplo que muchos me juran que sucedió de verdad, aunque como yo no estaba allí, no puedo asegurártelo.
Resulta que, hace unos pocos años, se presentó en una pequeña ciudad inglesa un gran sabio hindú que iba a dar una conferencia pública nada menos que sobre el Universo. ¡El Universo, agárrate para no caerte! Naturalmente, acudió mucho público curioso. La tarde de la conferencia, la sala estaba llena de gente y no cabía ni una mosca (bueno, una mosca sí que había, pero quiso entrar otra y ya no pudo). Por fin llegó el gurú, una especie de faquir de lujo que llevaba un turbante con pluma y todo, túnica de colorines, etcétera (una advertencia: desconfía de todos los que se ponen uniformes raros para tratar con la gente: medallas, gorros, capas y lo demás; casi siempre lo único que pretenden es impresionarte para que les obedezcas). El supuesto sabio comenzó su discurso en tono retumbante y misterioso: «¿Queréis saber dónde está el Universo? El Universo está apoyado sobre el lomo de un gigantesco elefante y ese elefante pone sus patas sobre el caparazón de una inmensa tortuga». Se oyeron exclamaciones entre el público —«¡Ah! ¡Oh!»— y un viejecito despistado exclamó piadosamente: «¡Alabado sea el Señor!». Pero entonces una señora gordita y con gafas, sentada en la segunda fila, preguntó tranquilamente: «Bueno, pero… ¿dónde está la tortuga?».
El faquir dibujó un pase mágico con las manos, como si quisiera hacer desaparecer del Universo a la preguntona, y contestó, con voz cavernosa: «La tortuga está subida en la espalda de una araña colosal». Hubo gente del público que sintió un escalofrío, imaginando a semejante bicho. Sin embargo, la señora gordita no pareció demasiado impresionada y volvió a levantar la mano para preguntar otra vez: «Ya, claro, pero naturalmente me gustaría saber dónde está esa araña». El hindú se puso de color rojo subido y soltó un resoplido como de olla exprés: «Mi muy querida y… ¡ejem!… curiosilla amiga, je, je —intentó poner una voz meliflua pero le salió un gallo—, puedo asegurarle que la araña está encaramada en una gigantesca roca». Ante esa noticia, la señora pareció animarse todavía más: «¡Estupendo! Y ahora sólo nos falta saber dónde está la roca de marras». Desesperado, el faquir berreó: «¡Señora mía, puedo asegurarle que hay piedras ya hasta abajo!». Abucheo general para el farsante.
¿Era un filósofo de verdad ese sabio tunante con turbante? ¡Claro que no! La auténtica filósofa era la señora preguntona, que no se contentaba con las explicaciones que se quedan a medio camino, colgadas del aire. Hizo bien en preguntar y preguntar, hasta dejar claro que el faquir sólo trataba de impresionar a los otros con palabrería falsamente misteriosa que ocultaba su ignorancia y se aprovechaba de la de los demás. Te aseguro que hay muchos así y casi todos se las dan de santones y de adivinos profundísimos: ¡Ojalá nunca falten las señoras preguntonas y filósofas que sepan ponerles en ridículo!

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La filosofía es una forma de buscar verdades y denunciar errores o falsedades que tiene ya más de dos mil quinientos años de historia. Este libro intenta contar con sencillez y brevedad algunos de los momentos más importantes de esa historia. Cada uno de los filósofos de los que hablaremos pensó sobre asuntos que también te interesan a ti, porque la filosofía se ocupa de lo que inquieta a todos los seres humanos. Pero ellos pensaron según la realidad en que vivieron, que no es igual a la tuya: o sea, las preguntas siguen vigentes en su mayor parte (¿qué es la verdad, la muerte, la libertad, el poder, la naturaleza, el tiempo, la belleza?, etcétera), aunque no conocieron, ni siquiera imaginaron la bomba atómica, los teléfonos móviles, Internet ni los videojuegos. ¿Qué significa esto? Pues que pueden ayudarte a pensar pero no pueden pensar en tu lugar: han recorrido parte del camino y gracias a ellos ya no tienes que empezar desde cero, pero tu vida humana en el mundo en que te ha tocado vivirla tienes que pensarla tú… y nadie más. Esto es lo más importante, para empezar y también para acabar: nadie piensa completamente solo porque todos recibimos ayuda de los demás humanos, de quienes vivieron antes y de quienes viven ahora con nosotros… pero recuerda que nadie puede pensar en tu lugar ni exigir que te creas a pies juntillas lo que dice y que renuncies a pensar tú mismo.

Fernando Savater, Historia de la Filosofía sin Temor ni Temblor

martes, 28 de noviembre de 2017

BILLY ELLIOT


Enviado por Pedro.

Es un niño galés que vive con su padre, su hermano y su abuela en un pueblo minero sumido en una larga huelga, de ahí que su situación económica sea precaria.

Billy practica el boxeo como casi todos los hijos de minero, pero descubre que quiere ser bailarín.

Su padre y su hermano viven con horror y vergüenza este hecho insólito. Billy solo cuenta con el apoyo de su abuela y de su profesora de ballet, pero su profunda vocación y el pensar que su madre le hubiera apoyado si viviera harán que persevere y obtenga finalmente la ayuda de su familia y de muchos otros para pagar la prueba de acceso al Royal Ballet.

La historia de Billy Elliot tiene lugar en la década de 1980, una época en la que los roles masculinos y femeninos están muy estereotipados por la sociedad: los hombre son los que trabajan y las mujeres se ocupan de la casa y cuidan de los niños. En un lugar tan pequeño como Everington, el pueblo donde vive Billy, estos roles de género se acentúan todavía más, hasta el punto de que hay muchos otros comportamientos y actitudes asociados solo a hombres o solo a mujeres. En el entorno de Billy, por ejemplo, está bien visto que las niñas practiquen ballet, pero los niños deben dedicarse al boxeo, al fútbol o a la lucha libre.

                Esta novela de Melvin Burgess, llena de emoción y ternura, se basa en el guion de Lee Hall, para la película del mismo título. En ella se narra una historia de superación personal, que engancha rápidamente (además el libro es corto), vemos como el protagonista se esfuerza para vencer los prejuicios y conseguir su sueño, por muy inalcanzable que parezca.

                Desde las primeras páginas nos sentimos identificado con Billy Elliot y con todo lo que representa: la búsqueda de uno mismo, la lucha entre lo que debemos y lo que queremos ser, la pasión por algo, la capacidad de darlo todo para perseguir un sueño… En definitiva, la importancia de no rendirse y de seguir intentándolo, porque el camino hacia el éxito está lleno de tropiezos. La trama es entretenida, buscando despertar la curiosidad de los lectores por el futuro y los sueños de Billy.

Actualmente, podemos ver en Madrid una comedia musical sobre esta historia con guion de Lee Hall y música de sir Elton John.

lunes, 27 de noviembre de 2017

LA MÚSICA AMANSA A LAS FIERAS


El jefe del pueblo, un hombre de cincuenta años, estaba sentado con las piernas cruzadas en medio de la estancia, cerca del carbón que ardía en un hogar excavado en la propia tierra; inspeccionaba mi violín. En el equipaje de los dos «muchachos de ciudad» que éramos para él Luo y yo, era el único objeto del que parecía emanar cierto sabor extranjero, un olor a civilización capaz de despertar las sospechas de los aldeanos.
Un campesino se acercó con una lámpara de petróleo para facilitar la identificación del objeto. El jefe levantó verticalmente el violín y examinó las negras efes de la caja, como un aduanero minucioso que buscara droga. Advertí tres gotas de sangre en su ojo izquierdo, una grande y dos pequeñas, todas del mismo color rojo vivo.
Luego, alzó el instrumento a la altura de sus ojos y lo sacudió con frenesí, como si aguardara que algo cayese del oscuro fondo de la caja de resonancia. Tuve la impresión de que las cuerdas iban a romperse de pronto y los puentes, a saltar en pedazos.
Casi toda la aldea estaba allí, bajo el tejado de aquella casa sobre pilotes perdida en la cima de la montaña.
Hombres, mujeres y niños rebullían en su interior, se agarraban a las ventanas, se apretujaban ante la puerta. Como nada caía del instrumento, el jefe aproximó la nariz al agujero negro y lo olisqueó un buen rato. Varios pelos gruesos, largos y sucios que sobresalían del orificio izquierdo comenzaron a temblequear. Y seguían sin aparecer nuevos indicios.
Hizo correr sus callosos dedos por una cuerda, luego por otra... La resonancia de un sonido desconocido dejó petrificada, de inmediato, a la multitud, como si aquella vibración la forzara a una actitud casi respetuosa.
—Es un juguete —dijo el jefe con solemnidad.
El veredicto nos dejó, a Luo y a mí, mudos. Intercambiamos una mirada furtiva, aunque inquieta. Me pregunté cómo iba a acabar aquello.
Un campesino tomó el «juguete» de las manos del jefe, martilleó con el puño el dorso de la caja y luego lo pasó a otro. Durante un rato, mi violín circuló entre la multitud. Nadie se ocupaba de nosotros, los dos muchachos de ciudad, frágiles, delgados, fatigados y ridículos. Habíamos caminado todo el día por la montaña y nuestras ropas, nuestros rostros y nuestros cabellos estaban cubiertos de barro. Parecíamos dos soldaditos reaccionarios de una película de propaganda, capturados por una horda de campesinos comunistas tras una batalla perdida.
—Un juguete de imbéciles —dijo una mujer con voz ronca.
—No —rectificó el jefe—, un juguete burgués, llegado de la ciudad.
Me invadió el frío pese a la gran hoguera en el centro de la estancia. Escuché al jefe añadir:
—¡Hay que quemarlo!
La orden provocó de inmediato una viva reacción en la muchedumbre. Todo el mundo hablaba, gritaba, se empujaba: cada cual intentaba apoderarse del «juguete», para tener el placer de arrojado al fuego con sus propias manos.
—Jefe, es un instrumento de música —explicó Luo con aire desenvuelto—. Mi amigo es un buen músico, no bromeo.
El jefe cogió el violín y lo inspeccionó de nuevo.
Luego me lo tendió:
—Lo siento, jefe —dije molesto—, no toco muy bien.
De pronto, vi a Luo guiñándome un ojo. Extrañado, tomé el violín y comencé a afinarlo.
—Escuchará usted una sonata de Mozart, jefe —anunció Luo, tan tranquilo como antes.
Pasmado, creí que se había vuelto loco: desde hacía unos años, todas las obras de Mozart o de cualquier otro músico occidental estaban prohibidas en nuestro país. En los zapatos empapados, mis pies mojados estaban helados. Temblaba del frío que me invadía de nuevo.
—¿Qué es una sonata? —preguntó el jefe, desconfiado.
—No sé —comencé a farfullar—. Es algo occidental.
—¿Una canción?
—Más o menos —respondí, evasivo. Inmediatamente, una alarmada expresión de buen comunista reapareció en la mirada del jefe, y. su voz se volvió hostil:
—¿Cómo se llama tu canción?
—Parece una canción, pero es una sonata.
—¡Te pregunto su nombre! —gritó, mirándome directamente a los ojos.
Las tres gotas de sangre de su ojo izquierdo me dieron miedo.
—Mozart... —vacilé.
—¿Mozart qué?
—Mozart piensa en el presidente Mao —prosiguió Luo en mi lugar.
¡Qué audacia! Pero fue eficaz: como si hubiera oído algo milagroso, el rostro amenazador del jefe se suavizó. Sus ojos se fruncieron con una amplia sonrisa de beatitud.
—Mozart siempre piensa en Mao —dijo.
—Sí, siempre —confirmó Luo.
Cuando tensé las crines de mi arco, unos cálidos aplausos resonaron de pronto a mi alrededor, y casi me intimidaron. Mis dedos entumecidos comenzaron a recorrer las cuerdas, y las notas de Mozart volvieron a mi memoria, como amigas fieles. Los rostros de los campesinos, tan duros hacía un momento, se ablandaron minuto a minuto ante el límpido gozo de Mozart, como el suelo seco bajo la lluvia; luego, a la luz danzarina de la lámpara de petróleo, fueron borrándose poco a poco sus contornos.
Toqué un buen rato mientras Luo encendía un cigarrillo y fumaba tranquilamente, como un hombre.
Fue nuestra primera jornada de reeducación. Luo tenía dieciocho años y yo, diecisiete.

domingo, 26 de noviembre de 2017

JUGANDO A SER ROMÁNTICOS. JOSÉ ZORRILLA EN PLAYMOBIL


Se han cumplido los 200 años del nacimiento de José Zorrilla. Y los actos conmemorativos han sido diversos.

Uno de los que más me han llamado la atención es la exposición que podemos ver en el Museo de Romanticismo JUGANDO A SER ROMÁNTICOS. JOSÉ ZORRILLA EN PLAYMOBIL. Mediante seis dioramas hechos con Playmobil se recorren algunas de las obras del autor romántico vallisoletano, como Don Juan Tenorio y A buen juez mejor testigo, así como pasajes significativos de su vida : el entierro de Mariano José de Larra, que contribuyó a su fama como poeta y escritor, y el cuadro “Los poetas contemporáneos. Una lectura de Zorrilla en el estudio del pintor” obra de Antonio María Esquivel (1846), retrato colectivo de las personalidades culturales más destacadas del Romanticismo en España.



CITA EN LA HOSTERÍA DEL LAUREL

D. JUAN. (A DON LUIS.)
Esa silla está comprada,
hidalgo.
D. LUIS. (A DON JUAN.)
Lo mismo digo,
hidalgo; para un amigo
tengo yo esotra pagada.
D. JUAN. Que ésta es mía haré notorio.
D. LUIS. Y yo también que ésta es mía.
D. JUAN. Luego, sois don Luis Mejía.
D. LUIS. Seréis, pues, don Juan Tenorio.
D. JUAN. Puede ser.
D. LUIS. Vos lo decís.
Don Juan Tenorio
D. JUAN. ¿No os fiáis?
D. LUIS. No.
D. JUAN. Yo tampoco.
D. LUIS. Pues no hagamos más el coco.
D. JUAN. Yo soy don Juan.
(Quitándose la máscara.)
D. LUIS. Yo don Luis. (Íd.)
(Se descubren y se sientan. EL CAPITÁN CENTELLAS, AVELLANEDA, BUTTARELLI y algunos otros se van a ellos y les saludan, abrazan y dan la mano, y hacen otras semejantes muestras de cariño y amistad. DON JUAN Y DON LUIS las aceptan cortésmente.)


CENTELLAS. ¡Don Juan!
AVELLANEDA. ¡Don Luis!
D. JUAN. ¡Caballeros!
D. LUIS. ¡Oh, amigos! ¿Qué dicha es ésta?
AVELLANEDA. Sabíamos vuestra apuesta,
y hemos acudido a veros.
D. LUIS. Don Juan y yo tal bondad
en mucho os agradecemos.
D. JUAN. El tiempo no malgastemos,
don Luis. (A los otros.) Sillas arrimad.
(A los que están lejos.)
Caballeros, yo supongo
que a ucedes también aquí
les trae la apuesta, y por mí
a antojo tal no me opongo.
D. LUIS. Ni yo; que aunque nada más
fue el empeño entre los dos,
no ha de decirse ¡por Dios!
que me avergonzó jamás.
D. JUAN. Ni a mí, que el orbe es testigo
de que hipócrita no soy,
pues por doquiera que voy
va el escándalo conmigo (...)
 (Se sientan todos alrededor de la mesa en que están DON LUIS MEJÍA y DON JUAN TENORIO.)
D. JUAN. ¿Estamos listos?
D. LUIS. Estamos
D. JUAN. Como quien somos cumplimos.
D. LUIS. Veamos, pues, lo que hicimos.
D. JUAN. Bebamos antes.
D. LUIS. Bebamos. (Lo hacen.)
D. JUAN. La apuesta fue...
D. LUIS. Porque un día
dije que en España entera
no habría nadie que hiciera
lo que hiciera Luis Mejía.
D. JUAN. Y siendo contradictorio
al vuestro mi parecer,
yo os dije: Nadie hade hacer
lo que hará don Juan Tenorio.
¿No es así?
D. LUIS. Sin duda alguna:
y vinimos a apostar
quién de ambos sabría obrar
peor, con mejor fortuna,
en el término de un año;
juntándonos aquí hoy
a probarlo
D. JUAN. Y aquí estoy.
D. LUIS. Y yo.
CENTELLAS. ¡Empeño bien extraño,
por vida mía!
D. JUAN. Hablad, pues.
D. LUIS. No, vos debéis empezar

José Zorrilla, Don Juan

viernes, 24 de noviembre de 2017

EL CIELO EN UN INFIERNO CABE


Una apasionante novela ambientada en nuestro Siglo de Oro, en la época de las brujas y las beatas, de los exorcismos y los milagros, cuando la mística y el fervor religioso convivían con la sensualidad y la magia.

Toledo, 1625. Una mujer se encuentra presa en la cárcel secreta del Tribunal de la Santa Inquisición, acusada de hechicería. Varias personas aseguran que causa enfermedades y desgracias con la sola imposición de sus manos desnudas. ¿Es una bruja o una santa? ¿O quizás solamente una farsante?

La testigo principal es Berenjena, una lavandera del Hospicio de la Santa Soledad de la Villa de Madrid. Su relato se remonta al día en que la acusada, entonces un bebé indefenso, llegó al hospicio envuelta en un chal azul con unos extraños bordados. Tenía una fiebre tan alta que enseguida se temió por su vida. Eran tiempos aciagos en los que la peste negra sembraba el terror. Berenjena quiso indagar en el misterioso origen de la niña pero, a medida que se acercaba a la verdad, más peligrosa era su investigación, y varias personas relacionadas con su nacimiento aparecieron muertas... Las revelaciones sobre su pasado decidirán el veredicto que sellará su destino.

Cristina López Barrio toma de un verso de Lope de Vega el título de su libro. Es más, cada una de las dos partes de su libro comienzan con los tercetos de dos sonetos que mejor reflejan el sentimiento amoroso en lengua castellana; la primera parte, con el de Lope (esto es amor, quién lo probó lo sabe); la segunda, con el de Quevedo (polvo serán, mas polvo enamorado).

                En la primera parte, Berenjena, movida por viejos rencores y malentendidos, cuenta ante el tribunal de la Inquisición la infancia de Bárbara y Diego, dos niños que ingresan en el orfanato, en un momento que la peste hace estragos en Madrid; cómo los pequeños se van a hacer inseparables; como las manos de la niña tienen el poder de curar las enfermedades o de emponzoñarlo todo, según su estado de ánimo, y todos los hechos extraños que rodean el nacimiento de Bárbara, que Berenjena intentará desentrañar a lo largo del tiempo.

                En la segunda parte, Berenjena es introducida en la celda de Bárbara como espía, y será ésta quien cuente a la vieja lavandera cómo huyo del hospicio junto con Diego, cómo los acoge una hermandad secreta herética, cómo, movida por los celos, rompe con Diego y se distancia de él, y vemos cómo la magia va adquiriendo un papel principal.

                Cada una de las tramas se va alternando con el proceso que tiene lugar en Toledo, ante esa tribunal Inquisitorial, donde destacan dos figuras: Iñigo, el joven y misterioso fiscal, y Pedro Gómez de Ayala, un segundón de familia noble que ha tenido que meterse en la Iglesia y espera encabezar una causa contra alguna corriente herética para catapultarse políticamente.

                A lo largo de las dos tramas, desfilan distintos personajes secundarios, todos ellos muy bien trabajados: la Blasa, la nodriza que amamantará a los dos niños; la hermana Ludóvica, que es más que la herbolaria y enfermera del orfanato; Tomás, el pilluelo de la calle que muchas noches velará los sueños de Bárbara; Berta, la leal criada de la madre de bárbara; Goliat, ese gigante-golem cuya aparición anticipa la muerte…

jueves, 23 de noviembre de 2017

ACOSO EN LA BIBLIOTECA


La musiquita rompe el silencio.
Más bien es un silbido agudo de cinco notas.
Marga deja el libro. En la biblioteca hay dos, tres miradas.
Móvil. Pantalla. WhatsApp.
«Dónde estás?».
Y escribe:
«En la biblioteca».
Lo deja y vuelve al libro. Tiene que meterse eso en la cabeza. Estudiar, estudiar, estudiar. En casa es más difícil. En casa no lo consigue. ¿Cómo concentrarse en medio de...?
Otra vez el aviso.
Más miradas.
Coge el móvil y, lo primero, elimina el sonido.
Luego lee el nuevo mensaje.
«De verdad?».
Se siente irritada.
Celos, celos, celos.
Primero le gustaba. Ramiro celoso. Bien. Comía de la palma de su mano. A más amor, más celos.
Ahora ya no está tan segura.
¿Tanto la quiere?
«Pues claro. Dónde quieres que esté?».
Tercer intento de concentración, pero ahora pendiente del teléfono porque sabe que él insistirá.
Ahí está.
«Haz una foto».
Se irrita más. El amor es posesión. ¿No debería ser libertad? No lo entiende. Cada vez es peor.
No, no hará la foto.
¿Es que no la cree?
Ese es su problema.
No, no, no, no la hará.
Un minuto. Dos. Tres.
Nuevo WhatsApp.
«Marga?».
No la dejará en paz. No podrá estudiar. Es un agobio.
Peor aún la llamará por teléfono, y no podrá hablar si está en la biblioteca.
Aprieta las mandíbulas y hace la foto.
Se la manda.
Espera.
«Has tardado. Has ido corriendo a hacerla, o ya la tenías en el móvil?».
Siente deseos de llorar.
Tantos mensajes, todos los días.
Y tantas discusiones.
«Capullol», escribe.
«Guapa!», le contesta.
Se acabó. No le quita ojo a la pantalla y ya no hay más.
Pero no consigue concentrarse en el libro. No puede. No después de la maldita foto.
Cierra los ojos y le recuerda como era antes, o al menos como le hizo ver y creer que era.
Tan diferente...
Aquel primer día, en la discoteca...

Jordi Sierra i Fabra, Desnuda

miércoles, 22 de noviembre de 2017

EL SOMBRERO SELECCIONADOR


Harry bajó la vista rápidamente, mientras la profesora McGonagall ponía en silencio un taburete de cuatro patas frente a los de primer año. Encima del taburete puso un sombrero puntiagudo de mago. El sombrero estaba remendado, raído y muy sucio. Tía Petunia no lo habría admitido en su casa.

Tal vez tenían que intentar sacar un conejo del sombrero, pensó Harry algo irreflexiblemente, eso era lo típico de... Al darse cuenta de que todos los del comedor contemplaban el sombrero, Harry también lo hizo. Durante unos pocos segundos, se hizo un silencio completo. Entonces el sombrero se movió. Una rasgadura cerca del borde se abrió, ancha como una boca, y el sombrero comenzó a cantar:

Oh, podrás pensar que no soy bonito,
pero no juzgues por lo que ves.
Me comeré a mí mismo si puedes encontrar
un sombrero más inteligente que yo.
Puedes tener bombines negros,
sombreros altos y elegantes.
Pero yo soy el Sombrero Seleccionador de Hogwarts
y puedo superar a todos.
No hay nada escondido en tu cabeza
que el Sombrero Seleccionador no pueda ver.
Así que pruébame y te diré
dónde debes estar.
Puedes pertenecer a Gryffindor,
donde habitan los valientes.
Su osadía, temple y caballerosidad
ponen aparte a los de Gryffindor
Puedes pertenecer a Hufflepuff
donde son justos y leales.
Esos perseverantes Hufflepuff
de verdad no temen el trabajo pesado.
O tal vez a la antigua sabiduría de Ravenclaw,
Si tienes una mente dispuesta,
porque los de inteligencia y erudición
siempre encontrarán allí a sus semejantes.
O tal vez en Slytherin
harás tus verdaderos amigos.
Esa gente astuta utiliza cualquier medio
para lograr sus fines.
¡Así que pruébame! ¡No tengas miedo!
¡Y no recibirás una bofetada!
Estás en buenas manos (aunque yo no las tenga).
Porque soy el Sombrero Pensante.

J.K. Rowling, Harry Potter y la Piedra Filosofal

martes, 21 de noviembre de 2017

CARMEN


En 1845, el francés Prosper Mérimée escribió esta novela romántica en la que se retrata su visión de la España de la época, costumbrista y exótica. En ella se relatan los amores trágicos y pasionales de una cigarrera gitana, un bandolero y un torero. La fama de Carmen, su protagonista femenina, se haría universal gracias a la ópera de George Bizet, y se convertiría en todo un mito de la mujer fatal, libre y seductora, capaz de arrastrar a la perdición a quienes la rodean

Benjamin Lacombe  parte de la novela escrita por de Prosper Mérimée para hacer una interpretación artística de la historia, sobre todo de su protagonista, donde aúna su interés por iconos de la cultura junto con su pasión por el arte y la literatura.

En el Museo Abc, de Madrid, podemos ver hasta marzo, una exposición donde Benjamin Lacombe parte de la novela escrita por Prosper Mérimée para hacer una interpretación artística de la historia, sobre todo de su protagonista. Carmen es a sus ojos «un mito, un icono de la cultura pop cuya sombra puede percibirse en canciones de Stromae o Lana del Rey, en películas de Ernst Lubitsch, Christian-Jaque, Jean-Luc Godard o Peter Brook, y en los poemas de Théophile Gautier».


La muestra se divide en tres partes, que corresponden a los tres primeros capítulos de la obra de Mérimée. Las 23 ilustraciones originales de Benjamin recorren de forma cronológica la historia narrativa.

De esta forma, quienes aún no la conozcan podrán acercarse a ella como un auténtico descubrimiento y los que la hayan disfrutado revivirán sus escenas más significativas. El gouache, el óleo y la tinta china son las técnicas escogidas para explorar Carmen desde la metáfora y el simbolismo gráfico, así como desde las raíces culturales. Una combinación con huellas en el tenebrismo español, que se vale de la expresividad del negro para crear atmósferas intensas e inquietantes.


La exposición se completa con dos muros con 11 bocetos, un busto de la protagonista y una gran mantilla de papel, todos diseñados y realizados por el propio Benjamin Lacombe



lunes, 20 de noviembre de 2017

PASA PÁGINA. UNA INVITACIÓN A LA LECTURA


Pasa Página es, ante todo, un homenaje a la lectura. Un recorrido cómplice por los libros, por quienes los hacen y por las historias que se esconden en ellos. Vidas que solo cobran sentido cuando los lectores las hacemos nuestras y las convertimos en parte de nuestra propia existencia.

                Esta exposición la podemos ver en la Biblioteca Nacional hasta el próximo 25 de febrero. Está organizada por Acción Cultural Española, con la colaboración del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte y de la Biblioteca Nacional.


Pasa Página reivindica la lectura, pero no lo hace sólo a través de los libros. Nos acerca al mundo de la lectura también con otros materiales que los ilustran y complementan: fotografías, documentos audiovisuales y objetos muy variados. Todos ellos son algo real, tangible, pero también son la llave para entrar en otros mundos, los mundos imaginarios, muy presentes en esta exposición.

Y como la lectura es un ámbito de libertad y de intimidad, no hay un único camino en este viaje. Al revés: en él encontrarás tantos itinerarios como quieras inventar, de modo que cada visitante pueda elegir su propio rumbo a través de las diferentes secciones de esta exposición.

Los libros de nuestra vida
¿Recuerdas el primer libro que leíste? ¿Y la primera visita a una librería? ¿Cuál fue esa lectura que te deslumbró? Una serie de conocidos autores contemporáneos nos hablan de su descubrimiento de la lectura, de lo que significa para ellos leer, y del libro que, de adolescentes, les cambió su manera de ver el mundo.

Gentes de libro
Autores, editores, correctores, traductores, diseñadores, encuadernadores, libreros… Nos adentraremos en los distintos oficios del libro –muchos de ellos desconocidos para el público– a través del testimonio de sus protagonistas.


Todo es literatura
El libro lo es, por supuesto. Pero también los ebooks, las tabletas o los audiolibros. Cada vez hay más lectores que se acercan a la literatura a través de otros soportes y aquí reconoceremos algunos de los más populares, incluyendo libros singulares que proponen distintas maneras de escribir y también de leer.

Este sillón es incómodo
El diseñador y artista italiano Bruno Munari publicó en 1944 una serie de fotografías en las que buscaba la postura más cómoda para leer en un sillón. Una reflexión gamberra y divertida sobre los espacios de lectura, en el convencimiento de que, al final, puede leerse en cualquier sitio y de cualquier manera, incluso en un sillón, como este, incómodo.

Yo leo, ¿tú lees?
¿Cuáles son los géneros más populares entre los lectores? ¿Dónde leemos más: en casa, en los transportes públicos, en la calle? ¿Para qué leemos, para aprender, formarnos, entretenernos? Responderemos a todas estas preguntas a través de unos divertidos gráficos formados, por supuesto, con libros, que nos revelarán algunos datos sobre la realidad de la lectura en España.


Todo es empezar
¿Recuerdas qué decían las primeras líneas de Harry Potter? ¿Y el principio de Cien años de soledad, La metamorfosis o de Cumbres borrascosas? Podremos poner a prueba nuestra memoria e intuición a la hora de identificar los principios de algunas de las grandes obras de la literatura universal.

Paisajes de papel
Librerías y bibliotecas. En Pasa Página reivindicamos el papel de ambas, no solo en lo que tiene que ver con el fomento de la lectura, sino también como lugares de encuentro. Veremos algunas de las librerías y bibliotecas más singulares de España, e invitaremos a nuestros lectores a que nos ayuden a ampliar, con sus sugerencias, nuestra biblioteca.

Ilustrísimos
Vivimos una edad de oro de la ilustración en España. Cada vez se publican más libros ilustrados, y cada vez son más los lectores que se acercan, sin prejuicios, a los álbumes, a la novela gráfica, al cómic… Conoceremos el trabajo de algunos de los ilustradores españoles con mayor proyección y su manera de crear.


Abrir un libro
El artista David Espinosa nos ofrece, a través de una serie de puertas, rendijas y mirillas, su peculiar visión de tres clásicos de la literatura universal y sus protagonistas, que nos permitirá adentrarnos en los distintos mundos a los que lleva un libro.

domingo, 19 de noviembre de 2017

LA ÚLTIMA CANCIÓN DE BILBO



El día ha terminado,
mis ojos se cierran,
pero largo es el viaje
que me espera.
Adiós, amigos.
Oigo la llamada.
Junto al malecón de piedra
la nave aguarda.
Blanca la espuma,
grises las olas;
más allá del ocaso
mi rumbo lleva.
Sal es la espuma,
y libre es el viento;
oigo como ruge
el mar intenso.
Adiós, amigos.
Izadas las velas,
el viento del este
las amarras tensa.
Sombras alargadas
ante mí se extienden,
bajo la inabarcable
bóveda celeste;
Pero hay unas islas
más allá del Sol,
y las alcanzaré
antes de que todo acabe.
Tierras hay
al oeste del Oeste,
donde la noche es quietud,
el sueño, reposo.
Guiado por
la Estrella Solitaria,
más allá
del último puerto
Encontraré refugio,
hermoso y libre,
y las playas
del Mar Estrellado.
Nave, nave mía.
El Oeste busco,
y campos
y montañas
siempre benditos.
Adiós al fin
a la Tierra Media.
¡Sobre tu mástil
diviso ya la Estrella!
J. R. R. Tolkien


BILBO’S LAST SONG

Day is ended,
dim my eyes,
but journey long
before me lies.
Farewell, friends!
I hear the call.
The ship’s beside
the stony wall.
Foam is white
and waves are grey;
beyond the sunset
Foam is salt,
the wind is free;
I hear the rising
of the Sea.
Farewell, friends!
The sails are set,
the wind is east,
the moorings fret.
Shadows long
before me lie,
beneath the
ever-bending sky,
But islands lie
behind the Sun
that I shall raise
ere all is done;
Lands there are
to west of West,
where night is quiet
and sleep is rest.
Guided by the
Lonely Star,
beyond the utmost
harbour-bar
I’ll find the havens
fair and free,
and beaches of
the Starlit Sea.
Ship, my ship!
I seek the West,
and fields
and mountains
ever blest.
Farewell to
Middle-earth at last,
I see the Star
above your mast!
leads my way.

J. R. R. Tolkien

viernes, 17 de noviembre de 2017

EL LIBRO DEL DÍA DEL JUICIO FINAL


Yo, al ver tantos males, he puesto por escrito todas las cosas de las que he sido testigo. Para que las cosas que merecen ser recordadas no perezcan con el tiempo.

Pronto va a ser la navidad del año 2054 en Oxford.

La joven estudiante Kirvin Engle se prepara para hacer un viaje en el tiempo. Junto con otros científicos, pretende recabar información de primera mano sobre una de las épocas más oscuras de la historia de la Humanidad: la Edad Media. Aparentemente, todo ha salido bien. Kirvin se encuentra en una nevada campiña inglesa en pleno siglo XIV, supuestamente en 1320.

 Lo que no sabe es que, en 2054, el técnico que marcó las coordenadas de su viaje ha caído fulminado, presa de una extraña plaga por la que va a ser necesario decretar una cuarentena en Oxford y aislar la población, poco antes de descubrir un error en su lanzamiento al pasado.

La historiadora está atrapada en 1348, en plena época de la peste negra, y su venida es interpretada como un acto de Dios; creen que es un ángel protector llegado del Cielo para evitar el Juicio Final.

                La novela de Connie Willis es una mezcla entre la novela histórica (la Inglaterra de la Peste Negra) y la ciencia-ficción (los viajes en el tiempo), alternándose los escenarios entre el siglo XIV y el siglo XXI. En ambos escenarios vamos a encontrar dos hechos fundamentales en la historia de la humanidad, que la autora va a explorar: las epidemias mortales y el miedo al fin del mundo.

                En el escenario medieval, Kivrin aparecerá, sin quererlo como una observadora, pero no podrá mostrarse distante con los habitantes del poblado y del castillo (el cariño hacia las niñas, Agnes y Rosemund, el padre Roche…), sino que intentará ayudarlos y los irá viendo morir uno a uno. La ambientación y documentación concerniente a este periodo histórico está muy lograda (todo lo relativo a la boda de la joven Rosemund, por ejemplo).

                En el escenario futurista, el profesor Dunwhorthy es el personaje principal. La acción no es tan dramática (va a haber también muertes, pero casi pasamos de puntillas sobre ellas), y se van introduciendo contrapuntos cómicos: el joven estudiante William que parece haberse ligado a toda la escuela de enfermería, y eso que se había quedado para estudiar a Petrarca; su madre, la señora Gaddson, sobreprotectora con su hijo, que cree que todos los males de la enfermedad son un castigo divino y persigue a varios habitantes de Oxford biblia en mano; las campaneras norteamericanas que se ven retenidas por la cuarentena; Finch, el ayudante de Dunwhorthy, que parece un burócrata que se ahoga en un vaso de agua (en este caso, más bien con papel higiénico), o el pequeño Collin, el sobrino de la doctora Mary, que se va a convertir en un chico para todo imprescindible.

PREMIOS HUGO, LOCUS (1993) Y NEBULA (1992)