miércoles, 28 de febrero de 2018

LEER


Leer es, abordar la ausencia. Ser cómplice del secreto que cautiva la curiosidad o ser matriz en la noche que oculta las pasiones, el asesinato...
Leer es, dominar el timón que, ajeno a su voluntad deriva, o traiciona.
Leer es, abrir los ojos.
Leer es, amasar el barro que sin duda nos sorprende.
Leer es, viajar en un espacio, en donde la posibilidad de encontrar nuevos planetas, carece de importancia, pero, los pies se hunden y no reconocen el barro que les sostiene y, ves que no eres el que eras hasta este momento, y es entonces cuando descubres que eres solo una parte del sueño, y no quieres despertar pero, cuando lo haces, ya no estás en el mismo planeta.
Leer es, ser soldado en la única guerra que te necesita, sabiendo que el enemigo posiblemente te aplaste porque la ignorancia brutal, es un poderoso héroe que configura los deseos de un dudoso "Ser Humano".
Leer es, olvidar la gravedad.
Leer es, buscar el secreto de los pájaros, el horizonte que descubre raíces es las nubes, agua en el rayo desnudo, cavernas de cielos infinitos en dónde sembrar la ternura.
Leer es, mamar el desasosiego en los espacios desconocidos. Llegar a ti que no me perteneces. Sujetar cl tiempo asesinado. Naufragar con tu enemigo. Cuidar del laberinto del sexo. Emprender mas allá del pacto entre la claridad y la locura. Rechazar la conciencia.
Leer es, volver al beso nocturno, a la madre. Entregarse al fuego preñado de tiempo y escapar de uno mismo.
Leer es, emboscarse ante un ejército de misterios que no son presente, ni pasado, y tampoco futuro pero que como la caricia, te inmoviliza.
Leer es, poseer la desnudez ilimitada que perturba cualquier geografía. Justificar la conciencia de nuestro contorno que, sabedor de sus límites, transgrede la materia y nos convierte en actores del gran escenario universal.
Un día, paseando por las calles de Madrid, leí una frase escrita sobre una pared
Todo es imposible, aunque lo parezca
Era una frase escueta, alguien la había escrito, y yo recibía este mensaje, pero a pesar de leerla, y releerla no entendía lo que quería decir.
Durante algún tiempo busque algún camino para poder acceder a ella; ¿qué quería decir? ¿Todo es posible? o ¿todo es imposible?. Me sentía incapacitado, aturdido y pensé lo difícil que seria vivir sin saber leer.
Yo podía leer esta frase, pero aun así, no conseguía comprenderla, pero, cuando la citaba en voz alta, quedaba en el aire una plegaria de desesperación, alguien había escrito esto desde la angustia que no encuentra salida.
No comprendí la frase pero, durante algún tiempo, pasé por el mismo lugar con la esperanza de encontrarme a la persona que la escribió, tenía el deseo de leer una continuidad que me ayudase a comprender, y sobre todo, que me liberase.
Un día desapareció, como si no hubiera existido.
¿Es importante leer?
El hombre siempre ha buscado respuestas para enfrentarse a lo cotidiano, pero también a lo universal, organizándose en sociedades solo posibles desde el hecho comunicativo.
Uno de los grandes descubrimientos del hombre es la escritura. Gracias a ella podemos conocer el pasado y desvelar el futuro.
Leer es fundamental. en lo universal, pero también en lo intrínseco, porque es imprescindible conocerse a uno mismo para acceder a la conciencia.
En la introspección anida el hecho cotidiano del conocimiento.
Leer es, someterse al silencio lleno de palabras, de sonidos, de deseos..., que desde el silencio nos configuran y posiblemente nos hagan mejores.

Pedro Castrortega

martes, 27 de febrero de 2018

50 COSAS SOBRE MÍ


Care Santos en esta novela hace que. mediante 50 capítulos cortos como si fueran videos de Youtube, Alberto, un joven que comienza bachillerato antes de lo que corresponde a su edad, nos va desvelando su realidad y la de su generación.

                Alberto va a comenzar primero de bachillerato de artes, pero se siente raro, único: es más joven que sus compañeros, a pesar de que no lo aparente (el padre de su amigo lo ve como un armario), y muchos de éstos lo ven cómo alguien extraño, pues no saben por qué está con ellos; le encanta todo lo relacionado con el cine; se ve tímido, inseguro y cobarde en sus relaciones con las chicas; según él mismo es el perfecto pringado: las madres de sus amigas le adoran, y para sus amigas es la perfecta excusa o mentira para poder salir por la noche, y, a veces, también el paño de lágrimas en el que se desahogan cuando sus relaciones no funcionan. Él quiere ser:

Más deportista, más decidido, más fanfarrón. Me habría convertido con gusto en otra persona. Por supuesto, en otra persona que no fuera virgen. Me sentía como si Winnie the Pooh deseara convertirse en Godzilla. O como si Pikachu soñara con ser Regigigas. Supongo que todos hemos tenido sueños imposibles alguna vez.

                En esos 50 vídeos colgados en youtube, Alberto nos presenta su mundo, lo que ha vivido en los 6 o 9 últimos meses: cómo ha conocido a Keiko, lo que siente por ella, cómo intenta ser quien no es para impresionarla y ser popular, y cómo siente que ella le traiciona; Pedro, el novio de Keiko, que sólo vive para el deporte y las juergas, se nos presenta como un macho alfa que puede llegar a ser agresivo y violento; Álvaro, el amigo fiel, y sus videojuegos; el control de sus padres; el concurso de cortos, al que le anima a presentarse su profesor; cómo pasan la noche muchos jóvenes el fin de semana con el botellón.

El botellón. Es el tema que subyace en la novela y que Care Santos tenía presente al escribirla con esos dos recortes de periódico:  “uno habla de una chica madrileña muerta por coma etílico a los doce años. En el otro se dice que los jóvenes españoles se inician en la bebida a una edad promedio de 13 años y que presentan cada vez más consumos de riesgo”. Aquí vemos la permisividad de algunos adultos: los que venden el alcohol a menores, el padre de Carlos, que les ayuda a llevar las botellas al lugar de reunión… Y sus consecuencias: Alberto tirado, durmiendo la mona en pleno invierno en un descampado, y le roban cartera, móvil y cámara; Pedro más fanfarrón, más agresivo y su coma.

50 videos, 50 momentos y reflexiones, donde Alberto habla de sexo, alcohol, amistad, celos, violencia, dolor, nos muestra lo que piensan y sienten los jóvenes de hoy.
Vale la pena leerla.

lunes, 26 de febrero de 2018

EL CONDE DE MONTECRISTO


Tras una cena a tres, más bien rápida, tranquila y cortés, durante la que nos reímos de nuestro primer encuentro en el sendero, me ofrecí a tocar algún fragmento al violín para nuestro invitado, antes de irnos a la cama. Pero el sastre, con los párpados entornados, lo rechazó.
—Mejor contadme alguna historia —nos pidió con un largo y arrastrado bostezo—. Mi hija me ha dicho que sois dos narradores formidables. Por eso me he alojado en vuestra casa.
Alertado sin duda por la fatiga que mostraba el modisto de la montaña, o tal vez por modestia ante su futuro suegro, Luo me propuso que aceptara el desafío.
—Hazlo —me alentó—. Cuéntanos algo que yo no conozca todavía (...)
Ciertamente habría elegido contar una película china, norcoreana o, incluso, albanesa, si no hubiera probado aún la fruta prohibida, la maleta secreta del Cuatrojos. Pero ahora estas películas del realismo proletario más agresivo, que fueron antaño mi educación cultural, me parecían tan alejadas de los deseos humanos, del verdadero sufrimiento y, sobre todo, de la vida, que no veía interés alguno en tomarme el trabajo de contarlas a una hora tan tardía. De pronto, una novela que acababa de terminar me vino a la memoria. Estaba seguro de que Luo no la conocía aún, puesto que sólo se apasionaba por Balzac.
Me incorporé, me senté al borde de la cama y me preparé para pronunciar la primera frase, la más difícil, la más delicada; quería algo sobrio.
—Estamos en Marsella, en 1815.
Mi voz resonó en la estancia, oscura como boca de lobo.
—¿Dónde está Marsella? —interrumpió el sastre con voz somnolienta.
—En la otra punta del mundo. Es un gran puerto de Francia.
—¿Y por qué quieres que vayamos tan lejos?
—Quería contarles la historia de un marinero francés. Pero si no le interesa, mejor será que durmamos. ¡Hasta mañana!
En la oscuridad, Luo se acercó a mí y me susurró suavemente:
—¡Bravo, amigo!
Uno o dos minutos más tarde, escuché de nuevo la voz del sastre:
—¿Cómo se llama tu marinero?
—Al comienzo, Edmond Dantes, luego se convierte en el conde de Montecristo.
—¿Cristo?
—Es otro de los nombres de Jesús, que significa el mesías o el salvador.
Así comencé el relato de Dumas. Por fortuna, de vez en cuando, Luo me interrumpía para hacer en voz baja comentarios sencillos e inteligentes; se mostraba cada vez más atraído por la historia, lo que me permitió concentrarme de nuevo y librarme de la turbación que el sastre me había causado. Éste, sin duda superado por todos aquellos nombres franceses, aquellos lugares lejanos y por su dura jornada de trabajo, no dijo ni una sola palabra desde que comencé la historia. Parecía sumido en un sueño plúmbeo.
Poco a poco, la eficacia del maestro Dumas prevaleció y olvidé por completo a nuestro invitado; contaba, contaba y seguía contando... Mis frases se volvían más precisas, más concretas, más densas. Conseguí, con cierto esfuerzo, mantener el tono sobrio de la primera frase. No era cosa fácil. Al contar la historia, me sorprendió, incluso agradablemente, percibir con total claridad el mecanismo del relato, el emplazamiento del tema de la venganza, los hilos preparados por el novelista que, más tarde, se divertiría tirando de ellos con mano firme, hábil, audaz a menudo; era como contemplar un gran árbol arrancado, extendiendo por el suelo la nobleza de su tronco, la anchura de sus ramas, la desnudez de sus gruesas raíces.
Ignoraba cuánto tiempo había transcurrido. ¿Una hora? ¿Dos? ¿Más aún? Pero cuando nuestro héroe, el marinero francés, es encarcelado en un calabozo donde se pudriría durante veinte años, la fatiga, excesiva sin duda, me obligó a detener el relato.
—Ahora —susurró Luo—, lo haces mejor que yo. Tendrías que haber sido escritor.
Embriagado por el cumplido de un narrador superdotado, dejé que el sopor se apoderara rápidamente de mí. De pronto, oí la voz del viejo sastre mascullando en la oscuridad.
—¿Por qué te detienes?
—¡Caramba! —exclamé—. ¿No duerme usted aún?
—Claro que no. Te he estado escuchando. Tu historia me gusta.
—Ahora tengo sueño.
—Intenta proseguir un poco más, por favor —insistió el viejo sastre.
—Sólo un poco —le dije—. ¿Recuerda usted dónde me he quedado?
—Cuando penetra en el calabozo de un castillo, en medio del mar...
Sorprendido por la precisión de mi oyente, a pesar de su avanzada edad, proseguí la historia de nuestro marinero francés... Cada media hora me detenía, a menudo en un momento crucial, no por la fatiga sino por la inocente coquetería del narrador. Hacía que me suplicaran y volvía a contar de nuevo. Cuando el abate, encerrado en el miserable calabozo de Edmond, le reveló el secreto del inmenso tesoro oculto en la isla de Montecristo y lo ayudó a evadirse, la luz del alba entró en nuestra alcoba por las grietas de los muros, acompañada por el gorjeo matinal de las alondras, las tórtolas y los pinzones.
Aquella noche en blanco nos agotó a todos. El modisto se vio obligado a ofrecer a la aldea una pequeña suma de dinero para que el jefe nos permitiera permanecer en casa.
—Descansa bien —me dijo el viejo guiñándome el ojo—. Y prepara mi cita de esta noche con el marinero francés.
Ciertamente fue la historia más larga que he contado en mi vida: duró nueve noches enteras. Nunca he comprendido de dónde procedía la resistencia física del viejo sastre, que al día siguiente trabajaba toda la jornada. Inevitablemente, algunas fantasías, discretas y espontáneas, debidas a la influencia del novelista francés, comenzaron a aparecer en los vestidos nuevos de los aldeanos, sobre todo elementos marineros. El propio Dumas habría sido el primer sorprendido si hubiese visto a nuestras montañesas ceñidas en una especie de guerreras de hombros caídos y con un gran cuello, cuadrado por detrás y puntiagudo por delante, que chasqueaba al viento. Casi olían a Mediterráneo. Los pantalones azules de los marinos, mencionados por Dumas y realizados por su discípulo el viejo sastre, habían conquistado el corazón de las muchachas, con sus anchas y flotantes perneras de las que parecía emanar el perfume de la Costa Azul. Nos hizo dibujar un ancla de cinco puntas que se convirtió en el motivo más solicitado de la moda femenina de aquellos años, en la montaña del Fénix del Cielo. Algunas mujeres consiguieron, incluso, bordarlo fielmente en minúsculos botones, con hilo de oro. En cambio, reservamos celosamente ciertos secretos, descritos por Dumas con todo detalle, como el lis bordado en los estandartes, el corsé y el vestido de Mercedes, en exclusiva para la hija del sastre.

domingo, 25 de febrero de 2018

JUGANDO A LAS SIETE Y MEDIA (Y EL CARIÑENA)



MENDO.— Voy a contarte, amor mío,
la historia de una velada
en el castillo sombrío
del Marqués de Moncada.
Ayer… ¡triste día el de ayer!…
Antes del anochecer
y en mi alazán caballero
iba yo con mi escudero
por el parque de Alcover,
cuando cerca de la cerca
que pone fin a la alberca
de los predios de Albornoz,
me llamó en alto una voz,
una voz que insistió terca.
Hice en seco una parada,
volví el rostro, y la voz era
del Marqués de Moncada,
que con otro camarada
estaba al pie de una higuera.
MAGDALENA.— ¿Quién era el otro?
MENDO.— El Barón
de Vedia, un aragonés
antipático y zumbón
que está en casa del Marqués
de huésped o de gorrón.
Hablamos… ¿Y vos qué hacéis?
Aburrirme… Y el de Vedia
dijo: No os aburriréis;
os propongo, si queréis,
jugar a las siete y media.
MAGDALENA.— ¿Y por qué marcó esa hora
tan rara? Pudo ser luego…
MENDO.— Es que tu inocencia ignora
que a más de una hora, señora,
las siete media es un juego.
MAGDALENA.— ¿Un juego?
MENDO.— Y un juego vil
que no hay que jugarlo a ciegas,
pues juegas cien veces, mil,
y de las mil, ves febril
que o te pasas o no llegas.
Y el no llegar da dolor,
pues indica que mal tasas
y eres del otro deudor.
Mas ¡ay de ti si te pasas!
¡Si te pasas es peor!
MAGDALENA.— ¿Y tú… don Mendo?


MENDO.— ¡Serena
escúchame, Magdalena,
porque no fui yo… no fui!
Fue el maldito cariñena
que se apoderó de mí.
Entre un vaso y otro vaso
yo vi un cinco, y dije «paso»,
el Marqués creyó otro el caso,
pidió carta… y se pasó.
El Barón dijo «plantado»;
el corazón me dio un brinco;
descubrió el naipe tapado
y era un seis, el mío era un cinco;
el Barón había ganado.
Otra y otra vez jugué,
pero nada conseguí,
quince veces me pasé,
y una vez que me planté
volví mi naipe… y perdí.
Ya mi peculio en un brete
al fin me da Vedia un siete;
le pido naipe al de Vedia,
y Vedia me pone una media
sobre el mugriento tapete.
Mas otro siete él tenía
y también naipe pidió…
y negra suerte la mía,
que siete y media cantó
y me ganó en la porfía…
Mil dineros se llevó,
¡por vida de Satanás!
Y más tarde… ¡qué sé yo!
de boquilla se jugó,
y se ganó diez mil más.
¿Te haces cargo, di, amor mío?
¿Te haces cargo de mis males?
¿Ves ya por qué no sonrío?
¿Comprendes por qué este río
brota de mis lagrimales?
Yo mal no quedo, ¡no quedo!
¡Quién diga que yo un borrón
eché a mi grey que alce el dedo!…
Y como pagar no puedo
los dineros al Barón,
para acabar de sufrir
he decidido… partir
a otras tierras, a otro abrigo.

Pedro Muñoz Seca, La Venganza de Don Mendo

viernes, 23 de febrero de 2018

UN AMOR


En el reducido universo familiar de Amalia y sus tres hijos, Silvia, Emma y Fer, el engranaje se mueve al ritmo desacompasado de las emociones. Es una familia típica, y sobre todo, muy real. Un cosmos cocido al fuego lento de varias entregas (Una Madre, Un Perro, Las dos Orillas) que han atado a miles de lectores.

Pero llega un día cumbre en sus vidas. Emma se va a casar con Magalí, su novia argentina, y todos se sumergen en las tareas y los remolinos de organizar la mejor boda. La noche previa a la ceremonia, una llamada rompe la armonía familiar. Silvia, Emma, Fer y la tía Inés se conjuran para poder celebrar a la vez el aniversario de Amalia, que coincide inevitablemente con la fecha de la boda. 24 horas de acelerón emocional que pondrán a prueba a todos y cada uno y al mismo engranaje familiar.

                Alejandro Palomas nos presenta en esta novela dramática y cómica veinticuatro horas en la vida de una familia mediante el punto de vista de Fer, el hijo pequeño de Amalia. En realidad, son más de veinticuatro horas pues a través de sus recuerdos se nos van desgranando los secretos y mentiras de esta familia e irrumpe sin freno toda su carga sentimental: las “locuras y salidas” de Amalia; su enfermedad; la lesbiana Emma y sus problemas amorosos hasta que conoce a Magalí; la vuelta de la tía Inés;  Oksana y sus muslitos de pollo al chocolate; Esbien, el novio negro sueco de Fer; lo que esconde el serio carácter de Silvia; las relaciones entre los hermanos; el abandono del padre; la compañía que hace Shirley; el pasado de Magalí, etc…

                Todos los personajes presentan sus claroscuros, se nos hacen entrañables, se nos escapa la sonrisa con la forma de hablar y pensar de Amalia, y estamos pensando en cuál va a ser la próxima que va a montar (por ejemplo, cuando intenta conseguirle a Fer un novio, aunque no sea gay) o cuál va a ser el siguiente enfado de Silvia con su consabida bronca. Nos enfrentamos ante una montaña rusa de sentimientos y emociones, que nos arrastra consigo. El juego de las mentiras, de los secretos, de las medias verdades, del evitar dañar al otro, de la reconciliación, de la aceptación da dinamismo a la novela. El autor nos presenta muchos tipos de amor: el amor al hermano, a la madre, al amigo, a la pareja… pero hay otro amor por encima de todos ellos, el amor a la vida, a lo que somos.

PREMIO NADAL DE NOVELA 2018

miércoles, 21 de febrero de 2018

NO TE METAS EN ASUNTOS DE MAGOS


Había una vez un reino de fantasía con hadas, dragones, caballeros y todas esas cosas que tienen los reinos de fantasía. También había una ciudad grande con su castillo real. A la ciudad se llegaba por un camino, y junto a ese camino estaba la posada del Ogro Gordo. A ella acudían todo tipo de viajeros, vinieran de cerca o de lejos, fueran ricos o pobres, honrados o ladrones, altos o bajos, feos o guapos.
Quizá se debía a que era la única posada de los alrededores.
Por eso casi nadie se fijó en el sujeto que entró aquella noche para pedir una habitación, y eso que no tenía muy buena catadura. Era alto, flaco, huesudo y avinagrado, y vestía completamente de negro. Se tapaba con una capucha y todo él tenía un cierto aire siniestro. Además, llevaba un cuervo negro de ojos amarillos cómodamente instalado sobre su hombro izquierdo.
Ni siquiera Ratón se paró a mirarlo, aunque siempre se fijaba en todo; pero en aquel preciso momento estaba muy entretenido viendo la partida de cartas que se desarrollaba en una de las mesas. Casi todos los jugadores hacían trampas, pero nadie acusaba a nadie, no fuera que lo pillasen a él también. La verdad es que era una partida un poco complicada.
Ratón era un muchacho pelirrojo y pecoso. Tenía los incisivos superiores un poco salidos, y por eso todo el mundo lo llamaba así desde que podía recordar. Ratón era huérfano y trabajaba como mozo en la posada del Ogro Gordo. Era un trabajo duro y exigente, pero le gustaba, porque podía conocer a mucha gente, escuchar las historias que contaban los mercaderes llegados de tierras lejanas, y hasta ver partidas de cartas amañadas. ¿Qué más podía pedir?
Así que aquel misterioso tipejo vestido de negro subió hasta su habitación sin que Ratón se diera cuenta. Si hubiese sabido la de problemas que le iba a traer aquel oscuro  personaje, seguro seguro que le habría prestado bastante más atención…
En cuanto el posadero lo dejó solo, el hombre de negro salió de su habitación y llamó a la puerta del cuarto de al lado.
—¿Quién es? —se oyó una voz desde dentro.
—Calderaus —respondió el hombre de negro.
Hubo un silencio dentro de la habitación y, enseguida, ruido de pasos apresurados, un par de cofres que se cerraban y algo arrastrándose por el suelo…
Calderaus chasqueó los dedos y pronunció una palabra en ese idioma incomprensible que usan los magos para hacer sus hechizos. Porque, y por si a alguien le quedaba alguna duda, Calderaus era un mago, y de los buenos. Por eso fue capaz de atravesar la puerta cerrada como si fuera humo.
El hombre de la habitación se pegó un buen susto, y se quedó blanco como la cera. No podía contrastar más con el patibulario individuo de negro: era bajito, gordo y calvo. Estaba en camisa de dormir y temblaba como un flan.
—Ca… Calderaus —fue lo único que dijo, y, disimuladamente, dio un último empujón, con el pie descalzo, al cofre que asomaba debajo de la cama—. No te esperaba tan pronto.
El mago se apoyó en su bastón y sonrió. El cuervo graznó.
—Mi querido Guntar —dijo.
Miró a su alrededor en busca de un lugar donde sentarse, pero no lo había, así que hizo aparecer ante él una elegante silla de madera de roble tallada y tomó asiento con parsimonia, mientras a sir Guntar le temblaban las rodillas y le castañeteaban los dientes.
—Mi querido Guntar —repitió—. Si mal no recuerdo, teníamos un negocio pendiente.
Sir Guntar pareció recobrar algo de compostura en cuanto oyó la palabra «negocio». Al fin y al cabo, era el mercader más poderoso de aquel país.
—Yo cumplo mis tratos —afirmó.
Los ojos del mago brillaron con codicia. El cuervo graznó de nuevo.
—Entonces, ¿lo has traído?
—¿Has traído tú el dinero?
Calderaus le lanzó dos saquillos llenos y esperó pacientemente a que sir Guntar terminase de contar las monedas. A pesar de ser asquerosamente rico, sir Guntar era muy muy tacaño.
—Ahora, mi parte —exigió.
El comerciante sacó un cofrecillo de debajo de la almohada. Calderaus se lo quitó de las manos, lo abrió ansiosamente y asomó las narices al interior.
Una risa lo estremeció de pies a cabeza.
—¡Por fin! —susurró—. ¡Por fin es… mío!
Sir Guntar sintió que se le ponía la piel de gallina…, lo cual no le impidió, ahora que Calderaus no miraba, esconder los saquillos de monedas debajo de la almohada.
—¡El Maldito Pedrusco es mío, y solo mío! —exclamó Calderaus.
—¿Maldito Pedrusco? —repitió sir Guntar, extrañado.
—Es que es una joya mágica —explicó Calderaus—. Se le perdió al gran mago Malapata cuando volaba sobre su alfombra y le cayó en la cabeza a un anciano que pasaba y que dijo: «¡Ay! ¡Maldito pedrusco!». Y se quedó con ese nombre desde entonces.
Sir Guntar no parecía muy convencido, pero es que no sabía la de cosas que podría hacer Calderaus con aquel pedrusco. Si lo hubiese sabido, se habría asustado de verdad; porque, como ya habréis adivinado, Calderaus no era precisamente una bondadosa hada madrina…
***
Mientras estos dos curiosos personajes mantenían su reunión de negocios, en la planta baja de la posada Ratón empezaba a aburrirse. Después de todo, era un poco difícil seguir una partida de cartas en la que nadie respetaba las reglas. Se dio la vuelta para volver al trabajo y… ¡plaf!, le pisó la cola sin querer a un gato enorme con cara de torta.
—¡Marramiauuu! —chilló el gato, y salió disparado escaleras arriba.
—¡Mi gato! —aulló su dueño, un mercader rico y orondo—. ¿Qué le habéis hecho a mi gato?
—¡Ratón! —lo riñó el posadero, creyendo que lo había hecho a propósito.
—¡Voy a buscarlo!
Ratón llegó al primer piso justo a tiempo de ver el rabo del gato desapareciendo dentro de una habitación. Ratón no sabía que aquel era el cuarto del siniestro personaje de negro que, cuervo incluido, había llegado a la posada una media hora antes, así que, sin pensarlo dos veces, entró sin llamar.
Calderaus estaba en ese instante realizando un complicado ritual para despertar los poderes del extraño objeto que le había comprado a sir Guntar, y, desde luego, no era el mejor momento para interrumpirlo. Tenía que invocar a mil demonios y algún que otro espectro, y eso lo hacía pronunciando un galimatías de palabras mágicas y sosteniendo en alto el Maldito Pedrusco, que brillaba con una luz siniestra.
—¡Maldito Pedrusco! —gritó Calderaus finalmente—. ¡Sé mío!
—¿Maldito Pedrusco? —repitió Ratón, extrañado.
Al ver al muchacho, Calderaus perdió la concentración, y de pronto la luz se hizo más brillante y el Maldito Pedrusco empezó a vibrar y a hacer un ruido muy sospechoso…
—¡¡¡Noooo!!! —gritó Calderaus.
La joya mágica saltó de sus manos como si fuese un sapo y cayó al suelo, rebotando sobre los tablones de madera.
Ratón sintió como si miles de gusanillos lo mordieran por dentro, todos a la vez. Después, el Maldito Pedrusco se calmó y todo volvió a la normalidad. Ratón miró a su alrededor, pero no vio ni rastro del mago.
—¡Estúpido! —se oyó de pronto.
Ratón descubrió entonces a un cuervo que lo miraba desde la mesita.
—¡Cerebro de troll! —le insultó el pajarraco—. ¡Mira lo que has hecho!
Y alzó un ala para que lo viese bien.
—¿Qué… yo… cómo?
—Has interrumpido mi ritual —dijo el cuervo—, y el Maldito Pedrusco se ha descontrolado. ¡Tenía que darme el poder de mil demonios y algún que otro espectro, y ahora mira lo que ha pasado!
—¿Tú eres el mago? —preguntó Ratón, incrédulo—. ¿Te has convertido en cuervo?
—¡No! Mi mente ha entrado en el cuerpo del cuervo.
—Y, entonces, ¿qué ha pasado con la mente del cuervo?
—¡Miau! —se oyó entonces, y Ratón vio como el gato gordo se encaramaba al alféizar de la ventana, alzaba las patas delanteras y se precipitaba al vacío.
Plaf.
—¿Contesta eso a tu pregunta? —gruñó el cuervo—. Vaya, niño. Ningún ser vivo en esta habitación ha quedado igual que antes. Me pregunto qué te ha pasado a ti.
Ratón se asustó. Se miró las manos, se palpó la cara, pero no notó nada raro. Gruñendo por lo bajo, Calderaus, encerrado ahora dentro del cuerpo del cuervo (lo cual, para hacer honor a la verdad, tampoco cambiaba mucho su aspecto general), sacudió el objeto mágico con una pata y se volvió hacia Ratón con los ojos brillantes.
—El Maldito Pedrusco ya no funciona. ¿Y sabes por qué?
—¿Por qué hay que darle cuerda?
—¡No, mentecato! Porque, además de meter mi mente en el cuerpo del cuervo, también me ha arrebatado mis poderes (fíjate bien, mis poderes) y… y… y…
—¿Y qué?
—¡Y se los ha dado a otro! —gimió Calderaus finalmente.
Ratón miró a su alrededor, pero no vio a nadie más. Luego se dio cuenta de que el cuervo lo miraba a él.
—¿Te refieres a mí?
—¡Sí, a ti! —lloriqueó Calderaus—. ¡A ti, niño mequetrefe, que tienes los poderes del mejor mago del mundo, y ni siquiera sabes usarlos! ¡Qué desperdicio!
Ratón se sintió un poco ofendido. No le hacía gracia que un cuervo lo llamase mequetrefe.
—¿Cómo que no sé usarlos? —se defendió—. ¡Ahora verás!
Y levantó las manos haciendo grandes aspavientos mientras decía:
—Poderes de mago, haced chamusquina a este cuervo malvado.
Un rayito bastante raquítico salió de sus manos en dirección al cuervo, que se limitó a apartarse un poco a un lado.
            —Asombroso —dijo con sarcasmo—. Estoy temblando de miedo.
Ratón, harto del mago-cuervo, le dio la espalda y salió de la habitación. Pero Calderaus voló tras él.
           —¡Esto no va a quedar así! —le graznó en la oreja mientras bajaban las escaleras.

Laura Gallego, Mago por Casualidad

martes, 20 de febrero de 2018

OSCURO COMO MI CORAZÓN


            Enviado por María (S2C):

Es abrir una ventana a otras vidas. A otras vidas y también a la nuestra: es un viaje a emociones y situaciones límite que podrían sucedernos a cualquiera de nosotros o que tal vez ya hayamos vivido. Porque hay monstruos que viven en nosotros y a menudo la única salida, nuestro único camino transitable, es aprender a vivir con ellos.

Un recorrido por emociones y trastornos como la ansiedad, la depresión, la impotencia, el duelo... monstruos que viven con nosotros y con los que tenemos aprender a luchar o a convivir.

Estamos ante una recopilación de 13 historias escritas por Myriam Sayalero e ilustradas por Samuel Castaño en las que habla de los monstruos que viven dentro de nosotros y que no nos permiten avanzar, pero también de problemas por los que todo el mundo pasa alguna vez en su vida , como la pérdida de un familiar.

Una de mis historias favoritas de este libro se llama “No, woman, no cry”, en honor a una canción de Bob Marley  con el mismo título, en esta historia se nos presenta a Lucia, una chica con novio que está acabando segundo de bachiller, aquí se nos habla de un fenómeno que ocurre muy a menudo en la sociedad de hoy en día, el maltrato y la violencia machista .Esta es mi historia favorita debido a que habla de un tema que tanto en España como fuera de España afecta a muchas mujeres, pero al final de esta historia se nos da un mensaje esperanzador, y es que no hay que callarse, si estas en esa situación, y, aunque no sea fácil, hay salida.

Este libro es uno de mis favoritos, porque aunque pueda parecer un libro triste no lo es, solo es un libro realista en el que se nos habla de problemas que a cualquiera le pueden ocurrir, como la perdida de alguien importante o el creer que somos menos que los demás por no querernos suficiente como le pasa a Carmen en una de estas historias llamada” Las princesas no son felices”

lunes, 19 de febrero de 2018

EL HORIZONTE


Siempre leo detenidamente las notificaciones oficiales. Estudio con particular atención los avisos de los servicios de información del Estado. A fin de cuentas los escriben para mí: el Estado intenta comunicarse con uno de sus hijos. Como cuando un padre o una madre inicia con cierta reticencia una conversación seria con uno de sus vástagos. Y no voy a ser yo quien se oponga.

Voy a dejar de fumar. Voy a beber menos. Voy a comprender por qué debo pagar impuestos. Voy a mantenerme informado sobre convenios y reglamentos. Y voy a votar cada cuatro años. De esta forma tendré respuesta a todas las exhortaciones que reciba.

En mi opinión, todo funciona tal como debe funcionar. Es como un folletón algo árido y enrevesado en el que mi humilde personaje tiene derecho a participar y que incluso puede en parte coescribir.

El horizonte —creo que ésta es la palabra adecuada—, el horizonte de esta constante e interminable campaña de información puede parecerme a veces, sin embargo, restringido y trivial.

Es agradable que Hacienda devuelva dinero, y probablemente es acertado instalar detectores de humo y extintores de incendios. No se trata de esto. Pero las estrellas, por ejemplo, o el misterio de la vida, o un libro importante que debería leer, nada de esto es asunto del Estado. No tengo que preocuparme por ese tipo de cuestiones. La tierra sigue su curso alrededor del sol sin mi ayuda.

Echo en falta un recuerdo ocasional de que existo. Porque estoy aquí solamente esta vez y no he de volver nunca. También esto puede resultar fácil de olvidar. Yo lo sé, es obvio que lo sé todo el tiempo, sólo con que me pare a pensarlo. Pero nadie me impulsa a hacerlo. Aquí no rige ninguna pública confidencialidad. Si en medio del flujo de la información olvido que estoy vivo, es problema mío.

Puedo imaginar el siguiente comunicado oficial a la población en los principales periódicos del país: «Aviso importante a todos los ciudadanos y ciudadanas. ¡El mundo está aquí y es ahora!».

Jostein Gaarder

domingo, 18 de febrero de 2018

ORGULLO Y PREJUICIO


Enviado por Iván:

Esta novela reúne de forma ejemplar los temas recurrentes  de Jane Austen en la historia de las cinco hijas de la señora Bennett, que no tiene otro objetivo en su vida que conseguir una buena boda para todas ellas. Dos ricos jóvenes, el señor Bingley y el señor Darcy, aparecen en su punto de mira e inmediatamente se ven señalados como posibles presas. De hecho, la relación entre la hija mayor, Jane, y el señor Bingley parece muy prometedora,…pero, por influencia del arrogante señor Darcy, se frustran todas las esperanzas. La intervención de Elizabeth, la hija segunda, perspicaz, consciente de su valor, y algo rebelde, determinará el rumbo de la novela.

En ella el opresivo ambiente de la familia, la presión del matrimonio, la diferencia de clases, el fantasma de la pobreza y la delicada sensibilidad de una heroína decidida, pero no libre de errores de juicio y dudas de comportamiento, se conjugan para crear una obra maestra leída a lo largo de más de dos siglos.

Jane Austen introdujo cambios en el género de la novela que han llegado hasta nuestros días, al dotar a sus personajes de una profundidad psicológica desconocida hasta ese momento. Creó retratos de sus protagonistas, a menudo irónicos, pero que resultan bastante reales, casi naturalistas. A pesar de los finales felices, en los que los protagonistas consiguen sus anhelados deseos, en su obra subyace una crítica a las costumbres y a la rigidez social de la época.


Elizabeth, la hija segunda de los Bennet es inteligente, divertida e independiente, no importándole quedarse soltera, pero se deja llevar por las primeras apariencias. Su figura se aleja de los personajes femeninos que abundaban hasta ese momento en la literatura de la época.

Fitzwilliam Darcy es el rico y atractivo heredero de una gran fortuna. Arrogante, orgulloso, tímido y honesto. Al igual que Elizabeth, aprenderá a no fiarse de las apariencias, y, poco a poco, se alejará de las rígidas normas sociales para dar rienda suelta a sus verdaderos sentimientos.

Jane Bennet es el modelo perfecto de mujer: guapa, cariñosa, tiene vocación de esposa y madre. Tiene todo lo que se necesita para conseguir un buen partido, excepto una familia un tanto particular y una escasa dote.

Charles Bingley es un joven influenciable, prefiere escuchar los consejos de su familia y amigos, a seguir los dictados de su corazón.

George Wickham se nos presenta como un hombre guapo y amable que atraerá a Elizabeth; pero, en realidad, es un hombre deshonesto, aficionado al juego y derrochador que intentó raptar a la hermana de Darcy para acceder a su dote, y que hará lo propio con Lydia,  la hermana menor de Elizabeth.


El orgullo y el prejuicio son los dos temas básicos de la novela de Austen y se encuentran en distinta medida en los protagonistas. La arrogancia, la vanidad, el exceso de estimación de uno mismo caracteriza a Darcy, un hombre que mira a todo el mundo por encima del hombro y solo considera acertadas sus ideas, gustos y decisiones. A su vez, Elizabeth peca de prejuzgar a las personas, casi siempre de forma desfavorable, aunque en el caso de Wickham creyó a pies juntillas su historia, y se equivocó terriblemente.

Jane Austen critica la forma en la que la posición social de la mujer y la poca libertad que está puede tener. Las jóvenes solo pueden pensar en conseguir el matrimonio más ventajoso posible, dentro de sus posibilidades (clase social, dote…). Elizabeth se rebela contra esto, ella piensa por sí misma y no está dispuesta a que nadie le diga cómo debe vivir su vida. Además, la autora apuesta para que las mujeres sean educadas de forma similar a los hombres, ya que tienen potencial para ello, a pesar de que la sociedad las relegue a cultivar sus talentos (música, pintura, manualidades, danza…) para atraer un marido. Las hermanas Bennet tuvieron una educación muy particular, bastante alejada de las de sus amigas y vecinas. Su padre decidió no dejarlas al cuidado de ninguna institutriz, sino encargarse él mismo de su formación. Poniendo a sus disposición maestros y animándolas a leer.

Con su fina ironía, y usando algunos componentes cómicos, asistimos a bailes, reuniones, conversaciones tan superficiales y banales que nos podemos hacer una idea de lo difícil que debía ser en la época establecer una auténtica relación sentimental o, por lo menos, amistosa, con alguien. Y, como no, la forma en la que se conciertan los matrimonios, la necesidad de poseer una buena dote, la importancia del buen nombre familiar, etc. Por supuesto, Austen destaca el hecho de que las hermanas Bennet no tengan acceso a la propiedad de su padre solo por ser mujeres, algo que las llevaría a la pobreza si no consiguen casarse.

Os dejamos con una reseña de Javier Ruescas sobre el libro:

viernes, 16 de febrero de 2018

SE DESATA LA VIOLENCIA EN EL CENTRO


Por lo ocurrido ayer en Florida

Al ver entrar en el vestíbulo a tres chicos armados, lo único que piensa don Matías, el bedel, es que se trata de una broma, así que sale de su garita y se aproxima a ellos de muy mal humor.
—¿Se puede saber qué...?
No llega a completar la frase. Raúl le apunta con su fusil de asalto y aprieta el gatillo. Una ráfaga de balas impacta contra el cuerpo de don Matías, derribándole. Está muerto antes de alcanzar el suelo. Alguien grita.
La locura ha comenzado. Ya no hay marcha atrás.
Sin dedicarle un vistazo al cadáver del bedel, Raúl entra en la garita, abre un cajetín que está adosado a la pared y oprime un botón. Todas las puertas del centro se cierran instantáneamente. Ahora nadie puede entrar ni salir del Anna Frank.
Acto seguido, Raúl dispara contra el cajetín. Ni Jorge ni Guillermo se han dado cuenta, pero al inutilizar los mandos también ellos quedan encerrados. Raúl es consciente de ello, por supuesto; pero es que Raúl sabe que no saldrá vivo del colegio. Y no le importa lo más mínimo.
La puerta que da a Administración se abre y una secretaria, alarmada por el ruido, asoma la cabeza. Entonces, Jorge empieza a disparar, como un loco, lanzando improperios.
—¡Venid, desgraciados! ¡Os voy a matar a todos!
Jorge está fuera de control. Dispara contra todo, sin apuntar, agotando cargador tras cargador. A lo lejos se escuchan gritos. Las puertas de las aulas comienzan a abrirse. Raúl le grita que pare, que ahorre munición, pero Jorge no le escucha.
Raúl mira en derredor; ¿dónde está Guillermo? Ha desaparecido. Raúl le llama, pero nadie responde. Consulta su reloj: las nueve y veintitrés. Es tarde; tiene que seguir adelante, aunque sea solo.
Raúl abandona el vestíbulo y echa a andar hacia la escalera que conduce a la planta superior. Un profesor sale de un aula y se cruza en su camino.
—Oye tú, ¿qué está pa...?
 Raúl lo quita de en medio con una ráfaga de balas. La sangre del profesor le salpica el rostro, pero el joven no se da cuenta.

César Mallorquí, La Compañía de las Moscas

PREMIO CERVANTES CHICO 2015

jueves, 15 de febrero de 2018

UN DISFRAZ POCO APROPIADO

Continúa el Carnaval...

Eleonora se estaba congelando con su disfraz de romana. Una túnica blanca fruncida en el pecho por una cinta dorada apenas cubría su piel que, en aquel momento, estaba totalmente de gallina. Sus sandalias doradas tampoco ayudaban demasiado en aquella noche gélida, a pesar de que en la suntuosa fiesta de disfraces habían habilitado grandes estufas que mitigaban un poco la congelación de los dedos de sus pies, totalmente al descubierto. Se abrigó con la capa de piel sintética que había cogido para completar su atuendo, y golpeó el suelo con las sandalias para entrar en calor. Miró su copa de Lambrusco. Estaba vacía. ¿Dónde se había metido su acompañante? Levantó la cabeza, aprovechando para lucir el tocado de trenzas y moño que tanto trabajo le había costado elaborar en su fino cabello oscuro. El antifaz se bajó y le impidió ver. Estaba harta del antifaz. Se le había caído ya dos veces. La goma se desprendía del pequeño agujero y ella estaba demasiado borracha para hacerle un nudo decente. Así que se lo quitó un momento para buscar a su amigo Luigi, perdido entre tanta gente que bailaba y gritaba con serpentinas y confeti colgando de los diferentes disfraces. Empezó a moverse trabajosamente entre máscaras venecianas, leones de cobre que la saludaban con gestos mudos, payasos diabólicos que reían y le intentaban descolocar el peinado, figuras estáticas de caballeros empolvados que bebían Campari. La música tecno atronaba la plaza y el sonido rebotaba en el Castillo de San Ángelo, que parecía sumido en su eterna calma de siglos.

Vicente Garrido, Martyrium

miércoles, 14 de febrero de 2018

QUERIDA HOLLY:


No sé dónde estarás ni en qué momento exacto vas a leer esto. Sólo espero que mi carta te haya encontrado sana y salva. No hace mucho me susurraste que no podrías seguir adelante sola, y quiero decirte que sí puedes, Holly.

Eres fuerte y valiente y podrás superar este trance. Hemos compartido algunos momentos preciosos y has hecho que mi vida... Has sido mi vida. No tengo nada de lo que arrepentirme. Pero yo sólo soy un capítulo de tu vida, y habrá muchos más. Conserva nuestros maravillosos recuerdos, pero, por favor, no tengas miedo de crear otros distintos.

Gracias por hacerme el honor de ser mi esposa. Por todo, te quedo eternamente agradecido.

Quiero que sepas que siempre que me necesites estaré contigo. Te querré siempre.

Tu marido y mejor amigo,

GERRY
Posdata: te prometí una lista, de modo que aquí la tienes. Los sobres adjuntos deben abrirse exactamente cuando corresponda y deben ser obedecidos. Y recuerda, te estaré vigilando, así que sabré...

Cecilia Ahern, P.D. Te Quiero

martes, 13 de febrero de 2018

ROBINSON GIRL


Una novela sobrecogedora sobre el amor, la soledad y las segundas oportunidades.

El día de su decimoctavo cumpleaños, y después de una fiesta de la que no recuerda casi nada, Ona despierta en una playa desconocida y paradisíaca. Tras varias horas caminando en un paisaje solitario, descubre que se encuentra en lo que parece una isla desierta y, enormemente desconcertada, acaba por rendirse a la evidencia: ha naufragado.

Pero muy pronto se dará cuenta que no está sola: Domen, un joven de aspecto delicado y de extraño comportamiento, la acogerá en su guarida y le descubrirá los inquietantes misterios de la isla...

Rocío Carmona vuelve mostrarnos su estilo ágil y fluido, que hace que la historia se lea rápidamente, con un lenguaje sencillo. Es la historia de amor con unos sentimientos muy intensos, pero es un amor un tanto fantástico, como descubrimos a mitad de libro. Al igual que en La Gramática del Amor encontramos muchas referencias literarias. El principio nos trae a la memoria Robinson Crusoe, de Daniel Defoe (nombrado en la novela), o El Señor de las Moscas, de William Golding.

La historia tiene dos partes muy diferenciadas. La primera está contada por Ona en primera persona, donde se nos narra su estancia en esa isla aparentemente paradisiaca con Domen y las otras dos parejas. La otra, tres capítulos y el epilogo, están contados en parte por un narrador omnisciente y tenemos también el diario que Ona escribió antes de su aparición en la isla; diario que será violado por su novio Tomás (donde descubrimos que éste no es tan encantador como parece, sino que acosa y maltrata psicológicamente a Ona con sus ideas de suicidio). Otros temas que van apareciendo: el sexo, la violencia, el desarraigo familiar, los paraísos perdidos…

Lo peor de la historia son los personajes: la Ona del diario (pija, consentida, temerosa, frívola, insegura…) es muy diferente a la resuelta Ona de la isla. Del resto, apenas se nos cuenta nada: vemos en la isla  a un Domen encantador y tierno con Ona, pero de quien no se nos cuenta nada de su vida anterior (sólo se nos dirá en la segunda parte que se dedicaba a robar coches); el afecto de Nelson por su hermano pequeño, o los abusos a una de las muchachas por parte de su padrastro. De Tomás, ya hemos comentado lo más significativo.

PREMIO JAÉN DE NARRATIVA JUVENIL 2013

lunes, 12 de febrero de 2018

NACER A SU LUZ


Quién soy, cuál era mi nombre hasta hoy, y yo dormía en la niebla creyendo que eso era el mundo y mi vida un sencillo telar donde las puntadas imitaban la imagen que mis ojos veían fuera de mí. Cómo me llamo ahora, cuando mis ojos abiertos estallan en lágrimas y todo el mundo que miran solo tiene una luz, la de él mirándome. Dónde estaba la vida hasta hoy, esta vida que hoy me inunda el pecho y quiero gritar, gritar el aire nuevo que palpita dentro de mí, gritar que he nacido, que hoy nazco, gritar que hoy es el primer día de mi vida porque hoy siento que estoy viva, que hoy comprendo lo que significa vivir, que hoy mi corazón me ha encontrado y late en mi garganta y en mi piel, que su latido me hace temblar de júbilo y llanto, que hoy he despertado y hasta hoy no sabía que solo estaba dormida.

Mi nombre es Isabel…, pero no me llamo así. Me llamo suya, me llamo amor para él, me llamo luz de su boca nombrándome, porque solo es mi verdadero nombre lo que hoy he escuchado en sus labios llamándome.

El mundo se llama Diego. Mi mundo tiene su nombre, su nombre amado y hermoso a mis oídos y mi sueño, Diego Marcilla. Aunque hasta hoy el mundo fuese mundo ajeno a mí moviéndose ante mí, un mundo de otros, hecho por otros, heredado como se hereda el color de la piel y del cabello. Pero existe el mundo de verdad, el mundo que ya conozco, y que está en mí, el mundo que ha nacido de su mirada y su silencio mirándome, el mundo que me esperaba sin yo saberlo, aunque fuese el único verdadero y el único que yo deseo vivir.

De dónde viene mi certeza, cómo no había sentido nunca nada así, de cuándo le conozco y me conoce, de qué Dios nace la fuerza que siento dentro de mí y presiento en él, por qué Dios me elige para nacerme ahora de nuevo… No. Por primera vez, nacerme a su comprensión completa, sí… eso quiere para mí, que alcance la gloria del supremo conocimiento de su grandeza. Esa grandeza que siento y veo a través de él, Diego, Diego… nombre que saborea mi lengua acariciando mis dientes como si los hundiera en una cereza madura, su nombre dulce, su nombre tormento gozoso que llena todo mi ser de una emoción desconocida hasta hoy. Una emoción que solo puede ser Dios quien me la envía como un don. O como una prueba… Diego, Diego… mi amor, mi amado, mi dueño, porque así lo manda Dios, y él lo permite. Dios mío, te ruego mi perdón, pero te obedezco… tú ya no eres mi Señor, tú ya no eres mi Dios, es él, es Diego Marcilla. Perdóname, te ruegan mis lágrimas incontenibles desde que él me ha mirado y su sonrisa me ha atravesado como un rayo enviado desde el cielo por ti, perdóname, Dios mío, no es a ti ya a quien elevo mi plegaria, no será a ti ya a quien envíe mis oraciones, es a él, será ya para siempre a él, a ese Diego que te cruzaste en mi vida, esta vida que hasta hoy era morir cada día y estalla en luz y júbilo porque tú has decidido que yo viva por fin, y que cada día sea un día más de vida gracias a él, gracias a mi esperanza de él, gracias a que he encontrado el motivo y la verdadera causa por la que un día nací en Teruel y sobreviví a su frío y a todas las otras muertes ajenas.

Me detengo aquí, soy una vasija plena y mis lágrimas me desbordan, pero no podrán vaciarme ya nunca. Soy una vasija desbordada bajo el agua que fluye en una fuente. La fuente nacida entre las rocas de ese manantial descubierto en el bosque del paraíso prometido en todas y cada una de las oraciones que mi voz desde niña elevaba a Santa María. El agua y su fuente, el manantial, el bosque pleno de luces colándose entre las copas de los árboles y ese paraíso soñado y encontrado se llaman Diego. Mi amor se llama Diego, mi vida se llama Diego, mi nacimiento se llama Diego. Mi corazón desbordado se llama Diego.

Magdalena Lasala, El Beso que no te Di

domingo, 11 de febrero de 2018

ARLEQUÍN Y COLOMBINA


El señor Satterthwaite pareció despertar de sus sueños. El crítico estaba nuevamente alerta. Wickam sería un asno, pero sabía escribir música, una música delicada y vaporosa como la túnica de un hada, pero desprovista todavía del divino toque del inmortal genio.
El escenario era magnífico. Lady Roscheimer jamás escatimaba gasto alguno cuando se trataba de ayudar a sus protegidos. Representaba un prado de la Arcadia, con efectos de luz que prestaban la adecuada atmósfera de irrealidad.
Dos figuras se movían ligeras, siguiendo el ritmo clásico de la leyenda. El esbelto Arlequín, con sus facciones ocultas bajo el típico antifaz y haciendo brotar estrellas de la luna al conjuro de su mágica varilla... Y una nívea Colombina grácil y vaporosa como una visión.
El señor Satterthwaite se irguió. Había vivido aquello con anterioridad. No podía ser...
Su cuerpo se trasladó muy lejos del salón de lady Roscheimer. Estaba en el museo de Berlín, ante la estatua de una inmortal Colombina.
Arlequín y Colombina seguían bailando. El mundo parecía pequeño bajo sus pies...
Un chorro plateado de luz y una figura humana que vaga por la arboleda, cantando al astro de la noche. Es Pierrot, Pierrot que ha visto a Colombina y ha dejado de conocer el descanso. Los dos inmortales se desvanecen, pero un momento antes Colombina ha mirado hacia atrás y ha escuchado la canción de un humano corazón. Pierrot vagando por el bosque... luego oscuridad... y una voz que se extingue en la lejanía.
Los prados de la villa, danza de muchachas del pueblo, Pierrots y Pierrettes, Molly como Pierrette. Nada de baile —Anna Denman es la que baila—, sino que con una voz fresca y timbrada canta su canción: «Pierrette baila en el prado».
Bonita balada. El señor Satterthwaite movió la cabeza con signos de aprobación.
Wickam no podía por menos que componer bien, si a ello le obligaban las circunstancias. Las muchachas del pueblo le exasperaban, pero lady Roscheimer era irresistible en su filantropía.
Incitan a Pierrot a tomar parte en el baile. Éste se niega y continúa vagando tras su quimérico ideal. Empieza a caer la noche. Arlequín y Colombina siguen bailando mezclado entre la inconsciente muchedumbre.
El lugar queda solitario. Solo está Pierrot que, triste y fatigado, acaba durmiéndose profundamente sobre un herboso talud. Arlequín y Colombina bailan a su alrededor. De pronto despierta y ve a Colombina. Le declara en vano su amor, suplica, ruega, se humilla...
Ésta queda unos instantes indecisa. Arlequín trata inútilmente de hacerle señas para que se aleje. Pero ella ya no le ve. Está embebida escuchando a Pierrot, el canto de amor que nuevamente vierte en sus oídos. Termina cayendo en sus brazos y cae lentamente el telón.
El segundo acto representa la choza de Pierrot. Colombina está sentada junto al hogar, pálida, triste. Escucha, abismada. Pero ¿qué? Pierrot sigue cantándole sus trovas. No se aparta de su pensamiento. La tarde se oscurece. Se oye a lo lejos el retumbar del trueno...
Colombina abandona su rueca. Está agitada, ansiosa... Ya no escucha a Pierrot. Es su propia música la que parece sonar en el aire. La música de Arlequín y Colombina... Ha despertado al fin y vuelve a recordar.
¡Otro trueno estalla! La figura de Arlequín se destaca en el marco de la puerta. Pierrot no puede verle, pero sí Colombina, que ríe y salta de gozo. Entran unos niños corriendo, pero ella los aparta. Estalla el rayo y las paredes se derrumban. Colombina y Arlequín siguen bailando a la intemperie.
Rasgan las tinieblas los ecos de las notas del canto de Pierrette. Vuelve a hacerse lentamente la luz. Y vuelve a aparecer la choza. Pierrot y Pierrette, sobre los que ya ha caído la nieve de los años, se sientan junto al fuego en dos sillones. La música es dulce, pero apagada. Pierrette cabecea en su silla. A través de la ventana entran a torrentes los plateados rayos de la luna y, con ellos, el motivo de la ya olvidada balada de Pierrot. Él se agita en su silla.
Música suave... de hadas. Colombina y Arlequín están en el exterior. La puerta se abre y Colombina entra bailando. Se inclina sobre el dormido cuerpo de Pierrot y deposita un beso en sus labios.
Vuelve a retumbar el trueno y desaparece Colombina por la puerta. En el centro de la escena está la ventana iluminada a través de la cual se ven las figuras de Arlequín y Colombina que, sin dejar de bailar, se alejan hasta perderse de vista...
Crepita un leño. Pierrette se despierta incómoda, se dirige a la ventana y corre las cortinas. Y termina la obra con un súbito discorde.
El señor Satterthwaite permaneció inmóvil en medio del aplauso y la algarabía consiguientes.

Agatha Christie, El Enigmático Señor Quin