miércoles, 31 de enero de 2018

LOS ERRORES DEL QUIJOTE


El que hablaba era Baltasar Elisio Medinilla, poeta, a veces corrector, igual que yo, y supongo que algo más, porque decir poeta es decir pretendiente, y de eso, que yo sepa, no vive nadie. Yo lo conocía porque había coincidido con él en la imprenta de Juan de la Cuesta cuando Lope de Vega, del que era amigo y seguidor devoto, le pidió que se encargara personalmente de las pruebas de su Jerusalén conquistada, obra que dedicó al conde de Saldaña.
Compartía Baltasar la mesa con oíros tres tipos que yo no conocía más que de vista de otras academias y que se giraron en nuestra dirección al oler que había tema.
—¿Por qué lo dices? —pregunté inocentemente.
—¿No es ése el autor de la segunda parte del Quijote que acaban de publicar?
—En efecto —respondí.
Medinilla se sonrió, y al hacerlo guiñó tanto los ojos que casi desaparecieron entre los pliegues de sus párpados. Baltasar era un tipo simpático, irónico, socarrón. Tenía la boca grande, los ojos como ojales y la mandíbula de cuchara, pero era el descaro de su verbo, y no su aspecto, lo que captaba la atención.
—Pues por eso. Ya era hora que alguien le dijera cuatro cosas a Cervantes.
—¿Pero lo has leído?
—No hace falta. A poco empeño que haya puesto el autor será mejor que el original.
—¿Tan poco te gustó la primera parte?
—¡Por favor! Menuda chapuza, no conozco historia peor trabada.
—¿A qué te refieres?
—Hombre, pero si parece escrito a saltos. Lo que escribía un martes, el miércoles lo había olvidado. Por ejemplo, en una ocasión don Quijote niega saber latín, y poco después traduce un párrafo con soltura. ¿Es o no absurdo? En otra unos cabreros le arrancan de una pedrada cinco muelas de arriba y dos de abajo y luego se pone a cenar como si nada. ¿Se puede escribir mayor insensatez?
—Otra vez hace que los personajes cenen dos veces seguidas —dijo uno de sus acompañantes.
—O lo del estudiante —dijo otro—, que se va con la pierna quebrada después de pelear con don Quijote y en la página siguiente interviene en la conversación como si no se hubiera movido del sitio.
—¿Y lo del burro? —apuntó el tercero.
—¡Eso! —exclamó Medinilla—. ¿Qué me dices de lo del robo del burro?
—No recuerdo… —dije, aunque no sé por qué, porque sí me acordaba perfectamente de aquella historia, había dado mucho que hablar y provocado una enorme bronca en la imprenta, pero dejé que Medinilla lo contara.
—Cómo no te vas a acordar. Sancho empieza el viaje en burro, de repente se queja de que se lo han robado, luego sale otra vez montado y después desaparece. Ridículo, vamos.
—Si no recuerdo mal, eso sí que lo intentó arreglar don Miguel —dije yo.
—Por desgracia. Y lo lió todavía más. ¿Os acordáis de la segunda edición que sacó Robles a los pocos meses de la primera? —preguntó a la concurrencia. Todos cabecearon asintiendo—. Pues efectivamente, en ésa Cervantes intentó corregir el error. Para ello escribió un párrafo contando cómo uno de los galeotes…, ¿cómo se llamaba?…
—Ginés de Pasamonte —respondió Luís Vélez.
—Eso es, cómo Ginés de Pasamonte había robado el burro una noche mientras dormían y otro describiendo la escena en la que Sancho reconoce a su rucio y el ladrón, al verse descubierto, se da a la fuga. En principio todo bien, pero luego va y coloca los añadidos en donde no les corresponde, creando ya el auténtico caos en la historia. Excuso decir lo que nos reímos.
Yo también recordaba aquello, recordaba la bronca y al pobre Matías, que era el cajista que al final pagó el pato y fue despedido de la imprenta.
—Eso son detalles sin importancia —dijo alguien a mi espalda. Al volverme, lo primero que vi fue una sotana y luego al dueño, el rostro quiero decir, de don José de Valdivielso—. No se puede juzgar una obra por esas minucias —añadió el sacerdote con voz grave.
—Adelante, don José, siéntese —dije yo dispuesto a cederle el sitio, pero él me retuvo poniéndome la mano en el hombro y se quedó firme de pie a mi espalda.

Aquello se ponía interesante. Don José de Valdivielso era capellán del arzobispo de Toledo. Contaba, pues, con gran influencia, vaya eso por delante, y un gusto refinado. Había estado con él hacía apenas una semana para entregarle una copia del Viaje al Parnaso (de su firma depende la oportuna licencia de edición), y ya entonces me había manifestado su admiración por don Miguel, a quien decía tener el honor de contar entre sus amigos…
—¿Detalles sin importancia? —se defendió Medinilla abandonando el tono burlesco que había mantenido hasta el momento.
Se notó que hacía un esfuerzo para medir sus palabras, lo cual es lógico, siempre hay que tener cuidado cuando se lleva la contraria en público a un miembro de la curia.
—Una pequeña distracción —sentenció Valdivielso—. Pienso que don Miguel cambió de sitio los capítulos que tratan de la historia de Crisóstomo y Marcela, no sé si se acuerdan ustedes, una historia bien triste, y al hacerlo alteró el hilo narrativo anterior y causó el problema del robo del rucio.
—Pues ya ve usted, me está dando la razón. Un libro escrito a trompicones.
—Un lapsus razonable que, por otra parte, a lo mejor no hay que achacar al autor.
—¿A quién entonces? —preguntó Medinilla.
—El impresor también puede tener responsabilidad en eso.
—¡Oh! ¡Vamos! Si Cervantes no hubiese tenido la manía de intercalar novelitas…
—No se le puede culpar también de eso, señor mío —replicó Valdivielso frotándose las manos—. Cualquier autor sabe que es casi imposible mantener demasiado tiempo la atención del lector sobre una única historia. Léase a López Pinciano y ya verá cómo me da la razón. La variedad es lo que otorga calidad a una obra de estas características.
—Yo estoy de acuerdo —dijo un desconocido—. Lo mejor del Quijote son precisamente sus novelitas cortas, especialmente la de El cautivo.
—¡Sí!, ¡precisamente! —exclamó Medinilla—. Pero a mí eso de que con la misma historia escriba una novela y una obra de teatro, lo que me parece es falta de ingenio.
—¿A qué obra de teatro se refiere?
—A Los baños de Argel —puntualizó Medinilla—. No se extrañe, es normal que no la conozca. Ni siquiera sé si se ha estrenado.
—Por eso se decidió a escribir la novelita —apostilló uno de sus amigos—, como nadie se había enterado de la historia…
Todos soltaron unas risitas para celebrar la ocurrencia.
—Ya veo que no están ustedes dispuestos a concederle ningún mérito —dijo don José con semblante sombrío—, pero convendrán conmigo en que al menos ese juego del hallazgo del manuscrito arábigo…
—Alto, alto, alto —le interrumpió Medinilla en un tono cada vez más resuelto—, que eso ya lo he oído antes. ¿Es que no conoce usted Las guerras civiles de Granada? Pues ahí Ginés Pérez de Hita ya usa el truco del manuscrito arábigo. Aben Hamim se llamaba su árabe, ¡menuda novedad!
—Pérez de Hita se limita a citar a un árabe como autor de su obra —protestó Valdivielso—, pero don Miguel da vida al suyo, establece con él un diálogo…
—¿Y eso a quién le interesa? —le cortó Medinilla.
Todos contuvimos la respiración. Hasta el mismo Medinilla se dio cuenta de que había sido demasiado brusco, pero se quedó atascado, sin saber qué hacer. Por suerte llegó la camarera con un par de azumbres de vino y un plato de queso, y en el rato que le llevó identificar a los destinatarios y espantar a los aprovechados, se desdibujó el inciso.
—Lo que a mí me gustaría saber es qué hizo Sancho con los escudos que halló en la maleta —comentó uno de los acompañantes de Baltasar como si no hubiera pasado nada.
—¿Qué maleta? —pregunté yo despistado.
—Sí hombre, la que encuentran en Sierra Morena —aclaró Medinilla.
—Buena memoria tienes.
—En el libro no se vuelve a hablar de la maleta —insistió el otro.
—Pero bueno —intervino Valdivielso—, se dice que don Quijote le da los escudos que contiene a Sancho como pago de sus servicios. ¿Qué más quiere que diga?
—Pues qué hace Sancho con el dinero, y bien lo merece porque era una buena cantidad.
—Al autor corresponde decidir qué es lo importante para su historia.
—Caballeros, creo que nos estamos yendo por las ramas —dije yo intentando reconducir la conversación—. Algo bueno tendrá el libro cuando tanta gente lo ha leído con la atención que ustedes demuestran, sin mencionar que hay quien lo ha considerado merecedor de una segunda parte. Pero volviendo al tema inicial, ¿alguien conoce a Avellaneda?
Nadie contestó.
—¿Es posible que nadie de esta sala sepa quién es Alonso Fernández de Avellaneda? —insistí.
—Es la primera vez que oigo hablar de él —dijo Luís Vélez.
—Tal vez sea un seudónimo —apuntó Valdivielso.
—Es posible.
—Puede ser cualquiera con buen gusto —insistió Medinilla.

Alfonso Mateo-Sagasta, Ladrones de Tinta

martes, 30 de enero de 2018

LAS RUINAS DE GORLAN


Enviado por Sergio.

Cinco huérfanos que viven en el castillo Redmont Will, al cumplir los quince años, pueden ser elegidos como aprendices en las distintas escuelas del castillo. Así, Horace ingresa en la escuela de combate, George en la de escribanos, Alyss en el cuerpo diplomático y Jenny en la cocina del castillo. Will, el más bajo de todos, bajo incluso para su edad, quiere ser guerrero y convertirse en un héroe del reino; pero no es admitido en la escuela de combate del castillo Redmont, pero es Halt el montaraz del castillo quién lo toma como aprendiz, ya que puede moverse tan silenciosamente como una sombra, sabe trepar y es valiente.

Los montaraces son un grupo misterioso. Entrenados para el uso del arco y las flechas, los movimientos silenciosos y el arte del camuflaje. La gente común y corriente teme a los montaraces y cree que son brujos, que su habilidad para moverse sin ser vistos tiene algo que ver con la magia negra.

Morgarat antiguo señor de Gorlan,  señor de las Montañas de la Lluvia y de la Noche, es el villano de la historia, recluido en las montañas de la noche y la lluvia, prepara su venganza contra el reino de Araluen, y está reuniendo su ejército, un ejército donde hay monstruos como los wargals, algunos muy peligrosos como los kalkaras.

Esta novela de John Flanagan es la primera de la saga Montaraces, una adictiva saga de novela fantástica y aventuras medievales con acción y combates. Los personajes están bien creados, especialmente Halt, Will y Horace; es más, a lo largo de la novela vemos como van evolucionando, sobre todo estos dos últimos pues pasan de sus rivalidades a respetarse y a ser buenos amigos. Ellos, además van a ser los dos principales puntos de vista desde los que se nos narra la novela. A pesar de ser una novela de fantasía, no hay magia como tal (salvo cierto poder que tiene Morgarat).

lunes, 29 de enero de 2018

CAMINAR EL TIEMPO, DE PILAR FERRER NAVARRO


                Este viernes, 2 de febrero, una compañera desde hace muchos años, Pilar, presenta aquí, en el pueblo, en la Biblioteca de Villarrobledo, su segundo libro de poemas, Caminar el Tiempo.

Me cuentan historias
de penas ancianas
y furores blancos;
de noches pausadas
y temores épicos;
del mundo que dejé atrás
y el porvenir que no ansío.
               
Y sus versos nos traen historias, vivencias, que nos hacen reflexionar sobre lo que hemos sido o lo que hemos querido ser, sobre nuestros sueños e ilusiones, sobre nuestras raíces (ahí tenemos ese hermoso poema en valenciano, por ejemplo, entre otros motivos), nuestro hogar, sobre ese amor…

Tal vez el tiempo no se ensañe
con este pobre silencio manso.
Tal vez el tiempo no traspase
el papel manchado de la ira.
Tal vez si suena de nuevo
el telar de la locura
la amargura se estrelle en mi cordura.

No creo en tiempos circulares,
ni añoro falsas aletheias...
pero nadie nos explicó nunca
que el dolor llega y se queda,
que jamás la juventud vence,
que el cansancio azul acecha.
               
Un amor que nos trae la pasión, el deseo por el otro, unas caricias, que, a la vez, nos proporcionan placer y dolor. Y junto a él un sutil erotismo que impregna muchas de las páginas de su libro sugiriendo, insinuando:

A veces me sumerjo
en té de canela
para evocar tu piel especiada
mientras quebranto,
con la calma negra del rechazo,
las leyes básicas del olvido
y me consuelan
las Cantigas de Sevilla
y las trompetas
de la Guardia Negra del Sultán.
               
Sus ideas, sus pensamientos, sus sentimientos, fluyen libremente en estos versos cortos, musicales, en pequeñas estrofas, que nos llaman desde el interior de nuestro ser, haciéndonos asentir a lo que se nos transmite, lo que se nos sugiere.

Me obsesiona la belleza:
una manera más de enfrentarme
a tu sentido práctico.

Me obsesiona la belleza:
una manera más de esconderme
de esta subsistencia vacua.

Me obsesiona la belleza:
una manera más de obligarme
a cuestionar la vida.

Me obsesiona la belleza:
categoría estética
o búsqueda del sentido.

Pequeños hechos cotidianos que nos evocan el simbolismo de una mitología, para muchos ya olvidada y para otros desconocida, la egipcia Isis, la diosa madre, o el cuervo y el ciervo, la memoria y la vida. La memoria de lo que hemos sido, de lo que hemos hecho. La vida, pero una vida plena, que hay que vivirla, apurarla hasta las heces, como el buen vino o el buen whisky, que Pilar en más de un verso nos invita a degustar.

Yo soy Isis:
la sacerdotisa y la sangre.
La protectora.
La vengadora.

Yo soy Isís:
la madre y el fuego.
La que despliega sus alas
y te acogen.

Yo soy Isis:
la cosecha y la marea.
La Sophia.

                Y en estos versos se entremezclan, mil y una veces, música y literatura mostrando unas señas de identidad muy propias. La música no sólo está presente en el ritmo que nos arrastra a seguir el flujo  de sus pensamientos, de sus sentimientos, o las referencias a grupos de metal, o las óperas de Puccini, sino que nos presenta a su fiel amiga, a su escudera:

Y aprendí a mecerme
en las hojas del tiempo
y bebí incansable
la sabiduría de los malditos.
Y, ahora,
recopilo sonidos de viento,
me reencuentro con mi flauta y sus aristas,
revivo de nuevo la eternidad en una hora.
Huir sigue sin ser una opción.

domingo, 28 de enero de 2018

LA PASIÓN POR LA AVENTURA


Quizá tuviera un poco de culpa la tía Etel, abriendo para él la biblioteca del Abuelo. Un poco, el Gran Bisabuelo, por haber reunido en una biblioteca tantos volúmenes sobre viajes, que hablaban de lejanos países y extrañas gentes. Y, sobre todo, del mar… Jujú no había visto nunca el mar; pero lo adoraba con toda la fuerza de su corazón. También contribuían a sus sueños la música y las novelas de aventuras de tía Leo. La música le llegaba a veces, a través de la abierta ventana de la sala, de las ramas de los ciruelos, hasta el rincón de la huerta donde él se tendía a soñar. Y aquella música le traía entonces el rumor de las olas en la playa, el suave balanceo de las palmeras y los cocoteros. A espaldas de tía Etel, tía Leo continuaba encargando libros de aventuras, y así Jujú entró en conocimiento de Sandokán, Gulliver, Simbad, etc. (…)

Eran unos buenos ratos los que pasaba en el jardín o la huerta, con tía Leo. Y, a veces, muy juntitos, escondidos de todos, tía Leo y él, amparados por el follaje de las altas varas doradas y verdes, en el alubiar, se sentaban en el suelo y leían: ella sus románticas novelas y él sus libros de aventuras y viajes. Eran, sí, unos buenos ratos aquéllos.
Ana María Matute, El Polizón del Ulises

PREMIO LAZARILLO 1965
PREMIO NACIONAL DE LAS LETRAS ESPAÑOLAS 2007
PREMIO CERVANTES 2010

viernes, 26 de enero de 2018

ESTÁ NEVANDO


Miro por la ventana y veo los copos caer. Pienso en diminutos pájaros bulliciosos y fríos. Vienes y me tomas de la mano. Apoyo mi cabeza sobre tu hombro y entrecierro los ojos. Es bonito ver nevar desde tu hombro. Vuelan los copos, su silencio hermético como un secreto blanco. Tu mano se mueve y, antes de soltar la mía, la luz la alcanza.
-Vendré pronto -me dices.
Me besas en la mejilla y sales a la calle. Veo tu abrigo negro moverse entre los copos. Tus huellas. La nieve las va borrando y pienso en el olvido que vendrá también. a cubrirlo todo. Los recuerdos, esto que palpita, es decir, yo. O tü, que te pierdes ahora al final. de la calle y, de pronto, te giras y agitas la mano.
-Adiós -te digo. Aunque no puedas oírlo.
Mi aliento emborrona el cristal. Con un dedo pinto un corazón, no sé por qué, y vuelvo a pensar en los secretos mientras la nieve cae dentro del corazón. Como si fuera una caja.
Al fin, también el vaho desaparece, y el corazón y las huellas en la calle.
Así acabará siendo siempre.
Por eso me he decidido a escribirlo, a contártelo.
Te sorprenderá que nunca te haya dicho nada de todo esto. Te sorprenderá que, más allá de nosotros, en mí, viva esta historia que me empuja y se agita como si fuera mía, produciéndome a veces un dolor tan semejante a la  vida.
Cuando termines de leer estos folios, tendrás que responder a una pregunta, Una cuestión que en mí lleva tiempo debatiéndose. Aún no he tomado una decisión y me gustaría saber qué harías tú en mi lugar. El tiempo pasa, todo muda, se corrompe, muere.
Muere, sí.
Pero hay cosas, tal vez, que perduran y puede que esta sea una de ellas.
No quiero que siga siendo un secreto más en el silencio de la tarde, alejándose como una pluma a la que nadie dará alcance. Perdiéndose con los otros secretos que nadie descubrirá. Es demasiado importante. Al menos, puede serlo para alguien.
Hay lugares por los que no se vuelve a transitar.
Abro la ventana y el aire me corta y me envuelve. Saco la mano y dejo que los copos de nieve se desplomen en ella y se licuen. Cuando cierro la ventana, aún un copo medio transparente sobrevive en mi manga.
Me siento y escribo.
Mónica Rodríguez, La Partitura

PREMIO ALANDAR 2016

jueves, 25 de enero de 2018

LONDRES, 1891


Enviado por Ángel:

En realidad es la reedición de la premiada Tus magníficos ojos vengativos cuando todo ha pasado.

A partir del relato de Sherlock Holmes «El problema final» escrito por Arthur Conan Doyle, Juan Ramón Biedma desarrolla con Londres, 1891 una intensísima novela historicocriminal en la que el imaginario Holmes va más allá de una propuesta escenográfica.

 Una oleada de secuestros de niñas, cuatro de ellas relacionadas con las primeras personalidades políticas, resulta ser sólo un signo más de la cadena de acontecimientos que amenaza con el desplome del país más importante del mundo.

                Cox, un antiguo profesor que vive del desentierro, es encargado de encontrar a un compañero de oficio relacionado con el rapto de una de ellas. Rambalda, hija del lord Canciller, esta dispuesta a sumergirse en lo más profundo de los bajos fondos por encontrar a su hija.  Juntos se hundirán en esas catacumbas del mundo victoriano que se nos habían ocultado hasta ahora: el Jardín Zoológico de Aclimatación Hagenbeck, en el que se exhiben nativos de todo el mundo como si fueran animales en reclusión, el más perverso de los Teatros de Variedades, cementerios de prostitutas, la primera huelga de berlinas de alquiler, las singularidades de la prisión de Newgate, las infernales jornadas de los obreros de la fábrica de gas de Westminster, el interior de algunos de los más míseros hogares pero también los primeros grandes almacenes y sus servicios exclusivos para las clases más acomodadas.

 Al mismo tiempo, asistiremos al proceso por el que el profesor James Moriarty debe usar los hábitos investigativos de Sherlock Holmes para encontrar a un cómplice desaparecido y el detective consultor Sherlock Holmes empieza a considerar la posibilidad de usar los métodos coercitivos del profesor James Moriarty para hacer frente al más crucial de los casos a los que se haya enfrentado.

Juan Ramón Biedma desarrolla con ritmo vertiginoso las diferentes tramas que se entrecruzan en esta novela situada en la era victoriana y en el imaginariun de Sherlock Holmes, y nos vamos a mover por varias de las zonas más marginales y sórdidas de Londres.

Va a ser Moriarty quien se erija como uno de los personajes principales de la novela, un Moriarty que nos es presentado como defensor de las clases oprimidas (además ese secuestro servirá para financiar los gastos de un falansterio que patrocina), frente a Holmes, que defiende a las clases altas y al orden establecido, otras veces medita que sería mejor matar a algún personaje para no dejar cabos sueltos, pero lo deja vivir. A su lado, Sherlock, pierde importancia, y figuras como Watson o Lestrade meros comparsas.

La trama que más me ha atraído es la de Cox y Rambalda, con todos los secretos que esconden. Cox, ese profesor universitario que tuvo que dejar su puesto al ser acusado de la violación de una estudiante, que para poder subsistir por la noche tiene que desvalijar a los cadáveres enterrados, que por Rambalda, a pesar de no haberle ayudado entonces y todo el resquemor que aún tiene, intentará rehacer su vida. 

PREMIO VALENCIA DE NOVELA NEGRA 2014

miércoles, 24 de enero de 2018

LAVINIA


IN MEMORIAM, URSULA K. LE GUIN
(1929 – 2018)

Sé quién fui, y puedo decirte quién podría haber sido yo, pero ahora sólo estoy en esta línea de palabras que escribo. No estoy muy segura de la naturaleza de mi existencia y me asombra encontrarme escribiendo. Hablo latín, claro, pero ¿aprendí a escribirlo? No parece muy probable. Sin duda existió alguien con mi nombre, Lavinia, pero podría habersido tan diferente de la idea que yo misma tengo sobre mí, o de la idea de mi poeta sobre mí, que pensar en ella sólo me confunde. Hasta donde yo sé, fue mi poeta el que me otorgó realidad. Antes de él, sólo era la más nebulosa de las figuras, poco más que un nombre en una genealogía. Fue él quien me dio la vida, quien me dio a mí misma, y de este modo me capacitó para recordar mi vida y recordarme a mí. Y lo hago con viveza, con emociones y sentimientos que percibo con intensidad a medida que los pongo por escrito, puede que porque lo que recuerdo sólo cobra existencia a medida que lo escribo, o lo hiciera sólo a medida que lo escribía él.
Pero él no lo escribió. Él menospreció mi vida en su poema. Me desatendió, porque sólo llegó a saber quién era cuando estaba agonizando. No se le puede culpar por ello. Era demasiado tarde para hacer modificaciones, para volver a pensarlo todo, para completar las líneas incompletas y perfeccionar una obra que él creía imperfecta. Es algo que lamentó, lo sé. Lo lamentó por mí. Puede que allí donde está ahora, allá abajo, en la otra orilla de los ríos oscuros, alguien le diga que Lavinia también lo lamentó por él.
No moriré. Estoy prácticamente segura de ello. Mi vida es demasiado fortuita como para desembocar en algo tan absoluto como la muerte. Carezco de la necesaria mortalidad real. Sin duda, me iré disolviendo hasta desaparecer y perderme en el olvido, como habría hecho ya hace mucho de no haberme invocado el poeta. Puede que me convierta en un falso sueño, adherido como un murciélago al reverso de las hojas del árbol que hay en la puerta del inframundo, o en una lechuza que revoloteará entre los oscuros robles de Albunea.
Pero no tendré que arrancarme de la vida y descender a la oscuridad como lo hizo él, pobre desgraciado, primero en su imaginación y luego como fantasma. Cada uno de nosotros tiene que soportar la otra vida a su manera, me dijo en una ocasión, o al menos esto es lo que yo entendí en sus palabras. Pero ese sombrío vagabundeo, allá en el inframundo, esperando al olvido o al renacer... Eso no es existir de verdad, no es ni la mitad de existencia que ésta que llevo ahora mientras escribo esto que estáis leyendo, y no es ni la mitad de veraz que sus palabras, las espléndidas y vívidas palabras en las que he vivido durante siglos.
Y, sin embargo, mi papel en todo ello, la vida que me dio en su poema, es tan aburrido –salvo en el momento en que se me prende el cabello–, tan monótono –salvo cuando mis mejillas de doncella enrojecen como el marfil pintado con tinte carmesí–, tan convencional, que ya no puedo seguir soportándolo. Si he de pervivir siglo tras siglo, al menos por una vez tendré que romper el silencio y hablar. Él no me dejó decir una sola palabra, así que habré de arrebatársela. Me dio una vida larga, pero pequeña. Necesito espacio, necesito aire. Mi alma tiende los brazos hacia los antiguos bosques de mi Italia, hacia las colinas bañadas por el sol, hacia los vientos del cisne y del cuervo agorero. Mi madre estaba loca, pero yo no. Mi padre era viejo, pero yo era joven. Como la espartana Helena, provoqué una guerra. Ella lo hizo dejando que la tomaran los hombres que la deseaban. Yo, no dejándome dar ni dejándome tomar, sino eligiendo a mi hombre y mi destino. El hombre era famoso, pero el destino quedó en la oscuridad. No es mal balance.
Aun así, a veces creo que debo de estar muerta hace tiempo y que escribo este relato desde alguna región del inframundo cuya existencia desconocíamos, un lugar ilusorio en el que creemos estar vivos, en el que creemos estar envejeciendo y recordar lo que nos sucedió cuando éramos jóvenes, cuando vimos el enjambre de abejas y se me prendió fuego en el cabello, cuando llegaron los troyanos. Después de todo, ¿cómo es posible que habláramos unos con otros? Recuerdo a los extranjeros llegados desde el otro lado del mundo, remontando el Tíber en dirección a un país del que no sabían nada. Su emisario llegó a la casa de mi padre, le explicó que era troyano y tuvo con él unas amables palabras en un fluido latín. ¿Cómo es posible? ¿Es que acaso conocemos todas las lenguas? Eso sólo les ocurre a los muertos, cuya tierra se encuentra más allá de todas las demás tierras. ¿Cómo podéis entenderme vosotros, si viví hace veinticinco o treinta siglos? ¿Acaso sabéis latín?
Pero entonces pienso que no, que no tiene nada que ver con estar muerta. No es la muerte lo que nos permite entendernos, sino la poesía.

Ursula K. Le Guin, Lavinia

PREMIO LOCUS NOVELA DE FANTASÍA 2009

martes, 23 de enero de 2018

EL TIGRE

     
A los diecinueve años Joël Dicker se presentó a un concurso literario juvenil con este relato largo. Más tarde, la presidenta del jurado le confesaría que lo habían desestimado porque no parecía creíble que una persona tan joven lo hubiera escrito. En él, Dicker, deudor de sus admirados clásicos rusos y anglosajones,  se enfrenta ya a sus temas preferidos (dilemas existenciales, las grandes preguntas, la violencia y la posibilidad de redención) y demuestra su extraordinaria capacidad de atraparnos con una historia poderosa y unos personajes que se graban a fuego.

En Siberia, a principios del siglo XX, un enorme tigre asola aldeas enteras. El temor llega a tal punto que el Zar promete una sustanciosa recompensa a quién acabe con el tigre. El joven Iván Levovitch marchará a Siberia, igual que otros muchos inconscientes, seducido por la promesa de riquezas. Se trata de una misión suicida, pero Iván está dispuesto a hacer lo que sea por acabar con la bestia y vivir como un rey.


                Este relato breve nos atrapa enseguida; por un lado tenemos a la fiera despiadada, que va sembrando; por otro un joven ambicioso que no tiene nada que perder y capaz de todo para conseguir sus deseos, para salir de la miseria que le rodea.

La publicación viene acompañada de las ilustraciones de David de las Heras, trazos sencillos y figuras alargadas que le confieren un aire aún más gélido e imponente a los acontecimientos narrados.



lunes, 22 de enero de 2018

VARIAS PREGUNTAS Y UN ENIGMA


El relato que me dispongo a contar tiene como uno de sus personajes principales al escritor Jules Verne, un hombre muy singular que generaba gran expectación. Un auténtico aventurero con fama de visionario. En sus círculos afirmaban que poseía la curiosa habilidad de adelantarse a su época, escribiendo novelas en las que aparecían sorprendentes ingenios todavía sin inventar e hitos históricos que el ser humano ni siquiera estaba preparado para imaginar como realizables. Así, Verne escribió una historia sobre un viaje a la Luna que se iniciaba en Florida. La obra se tituló De la Tierra a la Luna, publicada en 1865. Ciento tres años después, el Apolo VIII envió la primera expedición a la Luna, que partió precisamente desde el mismo lugar que había elegido Verne: Florida. Pero esa no fue la única vez que el afamado novelista consiguió anticiparse a su época. Lo hizo también en otras ocasiones, como cuando diseñó el impresionante Nautilus, el submarino capaz de mantener se de forma indefinida debajo del agua y de cruzar el casquete polar avanzando por debajo del hielo sin inmutarse, como una prodigiosa ballena metálica. A bordo del Nautilus, el capitán Nemo emprendió las 20.000 Leguas de Viaje Submarino.

Verne empezó a escribir esa obra en 1866. Tendría que pasar casi un siglo para que se construyese el primer submarino autosuficiente, gracias a la tecnología atómica. De esta forma fue ganando prestigio y fama de profeta. Como si tuviese el don de la adivinación. Pero todo aquello poco tenía que ver con la magia. Lo cierto era que este extravagante novelista vivía en la época de los inventos y del progreso técnico y, a fuerza de viajar e investigar, se mantenía al día de los adelantos científicos de Occidente. Jules Verne era un hombre culto entregado a la literatura, a la ciencia y la tecnología.

Curiosamente, la ría de Vigo aparecía en su novela 20.000 Leguas de Viaje Submarino. Pero en el momento de escribirla, él aún no había visitado la ciudad. Siendo esto así, ¿por qué motivo escogió el autor precisamente ese lugar como uno de los escenarios de la popular novela? Tuvieron que pasar todavía varios años para que visitase la ciudad gallega por primera vez. Sucedió en junio de 1878 y la versión oficial de la llegada del novelista fue atribuida a una tormenta que les obligó a guarecerse en el puerto de Vigo. En esa visita, el Saint Michel había partido desde Nantes con destino al Mediterráneo.

Aquella travesía iniciada en el año 1878 era la primera que Jules realizaba a bordo del Saint Michel III. Se trataba de un barco híbrido. Por un lado funcionaba como barco a vapor. Pero aquella embarcación de hierro de 38 toneladas y majestuoso velamen. La llegada del Saint Michel aquel mes de junio de 1878 creó gran expectación. La alta sociedad viguesa lo recibió con el entusiasmo que correspondía a un escritor de fama mundial como él. En aquella época Vigo era un punto neurálgico. Cinco años antes, la Eastern Telegraph Company se había instalado allí tendiendo el primer cable telegráfico submarino. De ese modo la ciudad se convertía en una ventana abierta, siendo el lugar que facilitaba la comunicación entre el continente europeo y el resto del mundo. Bajo el mar, el llamado Cable Inglés conectaba Vigo con Gran Bretaña y con Portugal, desde donde partían otros cables hacia otros lugares del mundo. Gracias al Cable Inglés, fue como se creó una importante comunidad formada por los empleados de la compañía británica, que acercaron a la sociedad viguesa sus costumbres, sus deportes y sus bebidas a lo largo de varios años. En Vigo se fundía la cultura gallega con la inglesa y llegaban antes que a ningún otro punto de la península el tenis, el fútbol, la cerveza… Era un hervidero, una olla en continua ebullición.

El día 5 de junio de 1878, el Saint Michel III, capitaneado por Jules Verne, atracaba en Lisboa, desde donde seguiría su travesía. Pero esta historia no empieza ahí. Esta historia empieza seis años más tarde, el 21 de mayo de 1884, cuando el Saint Michel arribó nuevamente en Vigo, debido a una avería en la caldera.

Esta vez, Jules Verne recaló en la ciudad rodeado de un halo de misterio, sin que nadie supiese de su llegada. Su imponente barco, igual que en la primera visita, había iniciado su viaje en Nantes con destino al Mediterráneo. Siguiendo la línea de la costa atlántica avanzaba rumbo al sur, hasta que una avería en los tubos de la caldera trastocó los planes del capitán y del resto de la tripulación, que se vieron obligados a atracar en el puerto de Vigo. Esa fue la versión oficial. Todo el mundo dio por sentado que, efectivamente, la casualidad era la responsable de que Verne visitase de nuevo la ciudad. Ahora, ciento treinta años después, me pregunto cómo es posible que nadie hubiese profundizado en esta cuestión. Que nadie plantease la duda. Que nadie se hubiese detenido unos minutos a pensar en que las casualidades no existen. Y menos, una de semejante calado.

Una vez que hemos llegado a este punto, es el momento  de recapitular: Jules Verne escribe 20.000 Leguas de Viaje Submarino en el año 1866, novela en donde aparece un submarino, artefacto absolutamente revolucionario en aquella época. El primer sumergible eléctrico tardaría aún veintidós años más en ser construido, y el primer sumergible autosuficiente no llegaría hasta casi un siglo más tarde. En esta obra, el escritor elige la ría de Vigo como uno de sus escenarios, lugar en el que jamás había estado. No será hasta el año 1878 cuando Verne visite Vigo y lo hará, según la versión oficial, por pura coincidencia, debido a una tormenta que lo obliga a recalar en esta bahía. Seis años después, el novelista volverá a esta misma ciudad, esta vez debido a una avería en el yate. Jules Verne tendrá la oportunidad de pasear por las calles viguesas, de contemplar con asombro esa misma ría que había descrito en su obra, de mezclarse con los gallegos e ingleses que hacían de este lugar un conjunto exótico en pleno desarrollo industrial. Y todo eso fue atribuido a una mera coincidencia.

Pero, a pesar de lo que cuenta la historia, las cosas no sucedieron así. Yo conozco la verdadera razón que trajo a Jules Verne a Vigo. Y también el motivo por el cual él ideó la manera de hacer que todo pareciese una coincidencia, argumento que nadie osó cuestionar a lo largo de más de un siglo. Más de ciento treinta años de silencio, en los que no hubo ninguna persona que se atreviese a desvelar el inquietante y maravilloso secreto que oculta la ciudad de Vigo y que atrajo al excéntrico novelista, que no descansó hasta corroborar que sus sospechas eran ciertas.

Ledicia Costas, Verne y la Vida Secreta de las Mujeres Planta

PREMIO LAZARILLO DE CREACIÓN LITERARIA 2015

domingo, 21 de enero de 2018

H. P. LOVECRAFT


En mi viaje a las Islas me contaron que Lovecraft jamás murió,
al menos no en el lugar ni en fechas que sus biógrafos marcaron.

Sostienen, ellos, que este escritor sabía otras muchas más cosas
de las que consignó en sus libros, y no todas, precisamente,
las recibidas de sus -ya certificados- contactos
con personas del Más Allá.

Los moradores me dicen, sin embargo, que ellos nunca observaron
por estos parajes sucesos sorprendentes, lejos de lo normal;
quizá, retrocediendo mucho, la cabalgadura que se negó
a seguir tirando la rueda del molino, convertida después
en manantial ( año 70) , o todo un pinar que en el verano
más lluvioso del cantón, el que no se recuerda, ardió sin un motivo
porque, según parece, no se avenía a ser talado de unos árboles sí
y de otros no.

Vicente Molina Foix

viernes, 19 de enero de 2018

LA CORTE DE LOS ENGAÑOS


Un año decisivo: 1492. Dos ciudades singulares: Granada y Barcelona.

Luis García Jambrina nos presenta en su novela a tres mujeres que son las narradoras y protagonistas de tres historias que se van entrelazando hasta converger en un acontecimiento histórico que pudo cambiar el rumbo de España y de Europa: el atentado sufrido en Barcelona por el rey Fernando II de Aragón. Por un instante, el destino del hombre más poderoso de su tiempo estuvo en las manos de tres mujeres que habían sido víctimas de sus decisiones y tropelías. Su esposa, Isabel I de Castilla, tratará de sacar partido de tan sangriento hecho.

Amores, odios, pasiones, crímenes, venganzas, injusticias, persecuciones, intrigas, conflictos políticos y religiosos y abusos de poder, sobre el telón de fondo de la toma de Granada, la expulsión de los judíos, el descubrimiento de un nuevo mundo y el alumbramiento de una nueva época. En definitiva, un animado tapiz histórico tejido con los hilos de muchas vidas particulares que muestra las diferentes caras de una verdad pronto eclipsada por la versión oficial. Una mirada distinta sobre la corte de los Reyes Católicos.

Beatriz Galindo, más conocida como la Latina, maestra de latín de la reina, que será violada por un borracho Fernando II; de resultas, queda embarazada y se ve obligada a casarse deprisa y corriendo, con un noble del que se muestra recelosa. Siempre será fiel a la Corona, pero nunca podrá perdonar al rey.

Hay años en los que los acontecimientos se suceden y eslabonan de tal forma que apenas tenemos tiempo de asimilarlos; años en los que las vidas y destinos se entrelazan y bifurcan una y otra vez; años en los que todo parece pender de un hilo tan sutil que en cualquier momento podría romperse. Años, en fin, de incertidumbre, de encrucijada, de expectación… El de 1492 fue uno de esos periodos. Naturalmente, no todo lo que en él ocurrió fue bueno ni justo ni encomiable; de hecho, yo aún no sé muy bien cómo calificarlo. Annus mirabilis aut horribilis? (¿Año maravilloso u horrible?). Para unos, sin duda, fue un annus mirabilis; para otros, más bien horribilis. Para mí, Beatriz Galindo, fue el mejor y el peor de los tiempos, pues en él se entremezclan hebras de oro con las de lana negra, lo que me ha dejado, desde entonces, una extraña sensación agridulce en la memoria…

Catalina de Dalt, una aristocrata levántisca catalana, que odia a Fernando II por la muerte de su padre y el trato dado a la nobleza catalana, altanera, ambiciosa y sin escrúpulos, no duda en emplear sus artes (fuerza, inteligencia, cultura, belleza, sexo…) para manipular a cualquiera con objeto de  lograr sus propósitos (que se lo pregunten a Omar). Es una mujer rebelde para la sociedad de su tiempo: le gusta su independencia y es la amante de su hermano gemelo, quien le persuade para camelarse al rey y llevárselo a la cama. La humillación que sufrirá en un momento dado y su posterior abandono harán que su odio se acreciente.

Con razón dicen que las malas noticias viajan a caballo y las buenas a pie. La de la caída de Granada debió de hacerlo en un corcel volador, pues llegó a Barcelona al poco tiempo de haberse producido, cogiéndonos a todos por sorpresa y con el pie cambiado. Cuando digo a todos, me refiero, claro está, a los míos, a los de mi estirpe, y, por extensión, a los pocos nobles levantiscos que aún quedaban en Cataluña. Después de tantos años de campaña, la mayoría de nosotros pensábamos que la guerra contra el reino de Granada se había estancado de forma indefinida. Y hete aquí que, de repente, nos llegaban nuevas de que Isabel y Fernando, Fernando e Isabel, pues la verdad es que estaban hechos el uno para el otro, aunque en un principio ninguno de los dos estuviera destinado a ser rey, acababan de entrar en la Alhambra con grandes muestras de poderío y magnanimidad…

Sara Dertosa, una joven judía, odiará al rey tras ver morir a su padre por consecuencia del edicto de la expulsión de los judíos. Cree que es el instrumento de la venganza de Yavhe y no cejará en su empeño. Es más, después de encontrarse con Omar, el joven moro converso que quiere cobrarse la muerte de su padre, su idea se ratifica

Los recuerdos se agolpan y entremezclan de tal forma en mi corazón que me resulta muy difícil ordenarlos e insertarlos, como si fueran las cuentas de un collar, en este relato al que ahora doy comienzo para que, en el futuro, puedan leerlo mis hijos y los hijos de mis hijos y las sucesivas generaciones, porque ellos tienen derecho a saber de dónde vienen y quiénes fueron sus antepasados, los lugares en los que hemos vivido y lo mucho que hemos sufrido hasta llegar aquí. Corría el año 5252 de la Creación, que, en el calendario vulgar, se correspondía con el de 1492 de la era cristiana, de infausta memoria para nuestro pueblo por lo que aconteció en Sefarad. En los meses previos, pocos fueron los que presagiaron que algo así iba a suceder. Ninguno de nuestros sabios astrólogos observó nada extraño en la disposición de las estrellas. Ningún profeta nos avisó con la debida antelación de que debíamos prepararnos…

jueves, 18 de enero de 2018

ORIGAMI


Uno de mis recuerdos más tempranos arranca conmigo sollozando, negándome a tranquilizarme hicieran lo que hicieran mis padres.
Mi padre se dio por vencido y abandonó la habitación, pero mi madre me llevó a la cocina y me sentó a la mesa del desayuno.
«Kan, kan», dijo, mientras cogía un trozo de papel de envolver de encima de la nevera. Mi madre llevaba años abriendo con todo cuidado los envoltorios de los regalos navideños y guardándolos encima del frigorífico, en una alta pila.
Colocó el papel sobre la mesa, con la cara en blanco hacia arriba, y empezó a plegarlo. Yo dejé de llorar y la observé con curiosidad.
Ella giró el papel y lo volvió a doblar. Plisó, presionó, metió esquinas en dobleces, enrolló y retorció hasta que el papel desapareció en el hueco formado por sus manos. Entonces se llevó a la boca el paquete de papel plegado y sopló en su interior, como en un globo.
«Kan, dijo, laohu». Apoyó las manos sobre la mesa y lo soltó.
De pie sobre la mesa había un pequeño tigre de papel, del tamaño de dos puños uno junto a otro. La piel del tigre era el dibujo del papel de envolver: fondo blanco con bastones de caramelo rojos y árboles de Navidad verdes.
Alargué la mano hacia la creación de mi madre. El animal meneó la cola y saltó juguetón hacia mi dedo. «¡Grrr-frufrú!», gruñó, con un sonido a medio camino entre el de un gato y el del roce de las hojas de un periódico.
Me eché a reír, sorprendido, y le acaricié el lomo con el índice. El tigre de papel tembló bajo mi dedo, ronroneando.
«Zhe jiao zhezhi», dijo mi madre. Esto se llama origami.
Aunque yo todavía no lo sabía por aquel entonces, el origami de mi madre era un tanto especial. Ella insuflaba su aliento en las figuras para así compartirlo con ellas y animarlas con su propia vida. Esta era su magia.
Ken Liu, El Zoo de Papel

PREMIOS NEBULA, HUGO Y WORLD FANTASY AL MEJOR RELATO CORTO 2012

miércoles, 17 de enero de 2018

SOMOS AFORTUNADOS


(relato apocalíptico)

La chica se sentó sobre el taburete y se volvió hacia la inmensa cristalera para contemplar el paisaje.
En la playa las rocas arrancaban a las olas volcanes de espuma. El cielo era de un gris mate y denso. No se distinguía ni una nube, ni un pájaro ni una simple gaviota.
El camarero se acercó hacia ella.
—Casi parece un atardecer cualquiera. Nadie diría que se trata del último.
La chica se volvió hacia el camarero. Dejó escapar un suspiro de alivio.
—¿Me pones una menta con lima, por favor?
—Claro —él le sonrió.
—Mucha menta y poca lima.
El camarero se alejó unos metros y rebuscó debajo de la barra. Enseguida regresó con un vaso alargado que contenía tres cubitos de hielo con forma de corazón.
—Con hielo, supongo.
Ella afirmó con un gesto.
Él mezcló las bebidas y las agitó hasta conseguir un tono verdoso, casi fosforescente. Al final incluyó una cáscara de limón que se enroscó ansiosa sobre los cubitos.
Puso la bebida frente a ella y la chica tomó un sorbo.
—Mmmm. Está muy bueno. Gracias.
—De nada —El camarero se fijó entonces en el exiguo vestidito de lentejuelas y leds que se pegaba como un guante al cuerpo de la chica—. ¿No te unes a ellos?
Con un gesto señaló al grupo que permanecía en el suelo perdido en su propio paraíso. Aún mantenían los ojos entre abiertos, pero en blanco. Algunos babeaban y otros soltaban espumarajos por la boca.
—No. Yo prefiero verlo.
El camarero echó un vistazo alrededor.
—Creo que somos los últimos conscientes entre todos estos.
Ella lanzó una mirada distraída a los cuerpos que se repartían por la inmensa sala. Unos pocos se encontraban tumbados sobre las butacas, los divanes, las camas y los cojines, pero la mayoría se encontraba sin sentido, sobre el suelo, bañados en sus propios vómitos y todo tipo de fluidos.
—Ese aún se mueve.
Ella apenas le dedicó una mirada de refilón.
—Por poco tiempo. Está puesto de todo. Hasta arriba. Ya no sabe ni quién es.
—Nadie lo sabe —él la interrumpió.
—Yo sí.
—¿Y quién eres? ¿Cómo has llegado aquí?
—Soy una simple chica entre tantas otras. Nací bonita y Madame Gesteau me adoptó —contestó arrastrando cada palabra—. Vine con Don Boscino. Él pagó por mí.
El camarero se volvió hacia el montón de cuerpos desnudos que, en una completa confusión, se apiñaban junto a la piscina.
—Don Boscino, vaya. Uno de los grandes —La chica asintió—. ¿Te importa si me pongo un whisky?
—Como quieras... Mientras no te emborraches.
—No lo haré. Yo también quiero verlo.
El camarero buscó una botella achatada y colocó un vaso ancho ante él.
—¿Y tú? ¿Cuál es tu historia?
—Es una larga historia...
—Pues no tenemos mucho tiempo —ella sonrió con tristeza.
—Dejémoslo entonces en que soy un camarero. Trabajaba para EndiCorp. Era un buen trabajo. Muy bien pagado. Alguien tenía que poner las copas a todos estos —Hizo un gesto amplio—. Y aquí estoy.
—Y ¿sigues poniendo copas? —ella señaló su bebida— ¿Incluso en el último momento?
—Como la orquesta del Titanic. He tocado hasta el final. No me importa. Sobre todo si se trata de trabajar para una mujer guapa como tú. Me gusta mi trabajo.
—Yo odio el mío.
—Ahora ya da igual.
—Sí. Supongo.
Los dos dirigieron sus miradas hacia la cristalera.
Se había levantado un poco de viento y la cresta de las olas del mar se revolvía entre amplias espumas blancas. Un puñado de polvo y de tierra se vio arrastrado por una ráfaga de aire.
—Qué luz tan rara. El sol ya no se ve.
—Está tras las nubes y la ceniza.
El camarero probó su bebida.
—Siempre pensé que el último atardecer sería más espectacular —dijo ella antes de llevarse su vaso a los labios.
—Los finales reales nunca son espectaculares. Son discretos.
—Como tú.
—Un camarero siempre ha de ser discreto. Escuchamos, observamos y... callamos. Nadie se fija en el barman, ya sabes.
—Excepto hoy —Ella lo miró a los ojos. Eran unos ojos grises y mates, como el cielo de aquella última tarde—. ¿Cuánto crees que tardará? —Su mirada se volvió hacia la playa.
—Dijeron que unas horas. No sé... No he mirado el reloj.
—Supongo que nos quedan un par de horas.
—Ya no queda nadie a quien servir. Excepto a ti, claro —Él volvió a hundirse en su bebida—. Me gusta este whisky. Lo probé una vez, pero era demasiado caro. Ahora tengo la suerte de poder disfrutarlo y... apreciarlo. La mayoría a los que se lo serví sólo sabían de su precio, no de su valor.
—¿Me dejas probarlo?
El camarero le acercó el vaso. Ella lo olió antes de degustarlo.
—Es muy suave. No quema.
—Acaricia la garganta.
Ella sonrió.
La cristalera tembló empujada por una ráfaga de viento.
—Está bueno, pero prefiero mi menta —Ella empujó el vaso de vuelta al camarero—. He tenido suerte. Nunca pensé que llegaría a vivir este momento. Imaginaba que estaría como ellas —Señaló al suelo—, drogada o borracha perdida, quizás ya muerta. Nunca pensé que lo vería. Y menos aún que tendría al lado a alguien con quien hablar.
El aire sopló con fuerza y se coló ululando en la sala. Los dos guardaron silencio y contemplaron la playa.
—¿Quieres que salgamos fuera?
Ella asintió.
El camarero se llevó la botella de whisky y la chica se envolvió en una chaqueta de piel larga y sedosa.
Afuera hacía frío. Sortearon los cuerpos que se repartían alrededor de la piscina hasta llegar a la arena.
Un silencio inusual y pesado cubría el mar. No se oía ni un pájaro, ni una voz. Sólo quedaba el omnipresente silbido del viento.
—Hace frío.
—Dijeron que sería parecido a los eclipses de sol, pero que duraría más. Por eso hace frío.
El cabello de ella flotaba al viento, confundido con el pelaje de la chaqueta.
—Mira, todos esos también se han acercado a la playa para verlo.
El camarero dirigió su mirada a la lejanía. Más allá de la nube de alambradas se distinguían puntos diminutos. Algunas decenas de personas habían conseguido alcanzar las playas.
Ella giró sobre sí misma.
—No hay sombras.
—Es por lo del sol.
Una ola rompió contra las rocas. Algunas gotas diminutas les salpicaron.
El camarero se sentó sobre la arena y se sirvió otro vaso de whisky. Ella se acomodó a su lado. Olía a algo dulce e intenso.
—Me alegra no estar sola... ¿Te importa si te doy la mano?
Él buscó su mano. La piel era suave y fría.
Ella dio un sorbo a su bebida y después se apoyó en el hombro del camarero.
—Somos afortunados.
—Los más afortunados del mundo.

Susana Vallejo

martes, 16 de enero de 2018

EL OJO DEL CUERVO


Enviado por María:

Primavera de 1867.

Una niebla amarillenta cubre la ciudad de Londres. En mitad de la noche, una mujer es apuñalada brutalmente y abandonada en un charco de sangre. Nadie presencia el terrible asesinato… o al menos eso parece.

Cerca de allí, un joven brillante e insatisfecho sueña con una vida mejor. Es hijo de un intelectual judío y una mujer de clase alta, que han caído en la miseria. El chico se llama Sherlock Holmes.

El protagonista, que siente la extraña necesidad de visitar el escenario del crimen, tiene un encuentro con el joven árabe injustamente acusado del asesinato. Poco a poco, se adentra en el misterio hasta que él mismo acaba convertido en sospechoso.

Este es el primer volumen de la serie El Joven Sherlock Holmes, creada por el canadiense Shane Peacock, que narra las aventuras adolescentes del famoso detective londinense.

Nos encontramos con un adolescente de trece años, alto y delgado, de nariz aguileña, mirada penetrante, retraído, brillante, que vive en el miserable barrio de Southwark y está resentido por su origen humilde y la falta de oportunidades que éste le confiere. Junto a él encontraremos a una muchacha de su misma edad, Irene (no Irene Adler, sino Irene Doyle, hija de Andrew Conan Doyle), los Irregulares de Trafalgar Square dirigidos por un joven un poco mayor que nuestro protagonista y muy parecido a él, Malefactor, y un jovencísimo inspector Lestrade

En El ojo del cuervo, Sherlock muestra interés por el brutal asesinato de una joven en el barrio de Whitechapel. Convencido de que el acusado, un muchacho de origen egipcio, no es culpable del crimen, Holmes empieza a investigar, pero se implica de tal modo que termina siendo considerado cómplice del asesinato. Huyendo de la justicia, deberá encontrar al verdadero asesino antes de que Mohammed sea ejecutado. La resolución del caso será determinante para que aparezca el Maestro, nuestro detective consultor favorito.

Shane Peacock nos trae una novela de misterio, que recrea perfectamente el Londres victoriano en todos sus ambientes, niebla incluida. Aparte de las evidentes referencias a Conan Doyle, tenemos otras referidas a Dickens (el filántropo Andrew Conan Doyle, la pandilla de bribones adolescentes) o a Poe (el sabio mendigo Dupin o los cuervos que guían a  Sherlock en su aventura).