lunes, 31 de agosto de 2015

CAPERUCITA ROJA (TAL COMO SE LO CONTARON A JORGE)

Todos conocemos la versión tradicional de Caperucita Roja pero ¿qué puede suceder cuando se la contamos a un niño y éste se imagina una Caperucita diferente? Si leemos este cuento de Luis María Pescetti lo sabemos.

Papá le cuenta el cuento de Caperucita Roja a su hijo Jorge, pero la fantasía de Jorge convierte a Caperucita en una chica muy moderna, que cruza el bosque volando con una pizza para su abuelita. Y se encuentra un lobo vestido de Superman que se quiso comer a la abuelita en un restaurante. Aquel lobo parecía un oso hormiguero que abrió la boca para comerse a Caperucita, menos mal que en aquel momento apareció el mismísimo Superman, mató al lobo feroz y liberó a Caperucita y a su abuelita.

Siempre, el cuento de Caperucita despierta una especial fascinación en los niños: la imagen de su protagonista, el conocido diálogo con su mamá que la advierte de los peligros del bosque, el encuentro con el lobo, etc...


Estamos ante un clásico de la literatura infantil en el que la imaginación de un personaje, el pequeño Jorge, recrea el cuento con un toque muy divertido. Las ilustraciones permiten hacer una lectura simultánea de las dos versiones, la clásica de los hermanos Grimm (con colores apagados) y la que Jorge se imaginaba (con colores vivos y llamativos). La narración o diálogos son mínimos, pues toda la gracia y fuerza de la historia se basa en las ilustraciones, en las imaginaciones de padre e hijo, como ahora podréis comprobar:

domingo, 30 de agosto de 2015

EN LA TARDE DORADA


En la tarde dorada
lentamente nos deslizamos por el agua,
pues, con poca habilidad, son empujados los remos
por unos pequeños brazos infantiles,
que intentan en vano, con sus manitas,
ser nuestros guías en el viaje.
Ah, las tres son crueles, En tal hora,
bajo tal clima de ensueño
ellas me pedían un cuento
cuando apenas tenía aliento
para mover una pluma.
Mas qué podía una voz tan pobre
contra las tres lenguas juntas.
Prima, imperiosa, lanza
su decreto: «comiénzalo enseguida».
En tono más amable, Secunda propone:
«Que en el cuento haya muchas cosas sin sentido».
Mientras que Tertia interrumpe la historia
no más de una vez por minuto.
Hecho por fin el silencio,
persiguen con la imaginación
a la niña del sueño, en movimiento
por un nuevo mundo,
a través de una tierra de maravillas,
en charla amigable con aves y bestias.
Y casi creen que es cierto.
Y siempre que el narrador,
seca ya la fuente de la inspiración,
quería posponer el relato y decía:
«Seguiré contando el resto la próxima vez».
Las voces alegremente decían:
«¡Ya es la próxima vez!».
Así fue surgiendo la historia de El País de las Maravillas:
lentamente, una a una,
sus aventuras se forjaron.
Y ahora que el cuento se ha terminado,
también el timón de la barca nos lleva al hogar
bajo un sol de poniente.
¡Alicia!, acepta esta historia infantil.
Y, con una mano amable,
colócala donde los sueños de la infancia se entrelazan,
en la franja mística de la memoria
como un ramo de flores marchitas
cortadas por un peregrino en una tierra lejana.

Lewis Carroll, Alicia en el País de las Maravillas

TINTÍN Y LOVECRAFT

Murray Groat es un ilustrador entusiasta de la obra del escritor americano H. P. Lovecraft, y también del personaje del joven reportero belga Tintin, creación del historietista belga Georges Remi (Hergé),  por lo que decidió unir sus dos gustos para crear esta serie de portadas. 

Tintin junto con su perro Milú o sus amigos como el capitán Haddock o el profesor Tornasol se enfrentan al terror cósmico, la ciencia ficción y toda la mitología de Lovecraft en la imaginación de Groat. “En las montañas de la locura”, “El horror de Dunwich”, “El que susurra en la oscuridad”, son algunas de las portadas creadas donde observamos este homenaje.


El Que Susurra En La Oscuridad


El Horror De Dunwich


Las Montañas de la Locura

viernes, 28 de agosto de 2015

EL GRAN GATSBY

           
Enviado por Manuel, B2C:

Es una historia del americano F. Scott Fitzgerald, que se desarrolla en Nueva York y Long Island en los años 20 del siglo XX. Ha sido descrito a menudo como el reflejo de la era del jazz en la literatura estadounidense. Muchos grandes directores han querido trasladar este éxito literario a la gran pantalla: La película original, dirigida por Jack Clayton sobre guion de Francis Ford Coppola se estrenó en 1974, y la más actual, dirigida por Baz Luhrmann, se estrenó en 2013, con Leonardo DiCaprio como actor principal, dando vida a Jay Gatsby,

El Gran Gatsby es la mejor novela de Fitzgerald, de extensión corta y un contenido tremendamente grande. Gatsby, una persona muy conocida en Nueva York, construye su vida enfocada a volver a encontrarse con la chica que es el amor de su vida, Daisy, que por culpa de la guerra su amor acabó en nada y ella se casó con un hombre adinerado llamado Tom. Gatsby se hace rico (con dificultades) para que ella forme parte de su vida, construye una casa cerca de ella, organiza fiestas para que la gente hable de él y ella se perciba de que vive por allí y se hace amigo de Nick, primo de Daisy, para que les junte. La esperanza y optimismo de Gatsby es indudable, él está confiado de que Daisy y él estarán juntos y morirán juntos. La esperanza de Gatsby se muestra en la obra a través del símbolo de la luz verde. Esta luz la ve Gatsby todos los días desde la casa de Daisy.

Este sentimiento de Gatsby es tremendamente fabuloso, alguien que no se rinde, que no abandona sus sentimientos a pesar de que el amor de su vida ya tenga marido y una hija, convenciéndose de que ella es su alma gemela y que él es el alama gemela de ella. Este sentimiento  es demasiado surrealista, y se muestra cuando Daisy se marcha, huye con Tom, dejando como culpable del asesinato de Myrtle a Gatsby. Esto nos convence al lector de que en la vida no debemos ser tan optimistas y esperanzadores. Pero esta lección que nos aporta el libro, no la recibe Gatsby, que muere con la esperanza de que Daisy lo estaba llamando por teléfono en ese preciso momento. La novela muestra tal y como es la vida real, pero parece que Gatsby vive metido en una novela de fantasía.

Por esta principal causa es por lo que me ha encantado esta novela, el mensaje que transmite es enorme. La narración y la descripción son sencillamente perfectas, ni sobran, ni faltan detalles. Es una novela que no tiene en absoluto relleno, como si lo tienen otras novelas.

jueves, 27 de agosto de 2015

ÚLTIMAS NOTICIAS DE TRANSILVANIA

Hace ya tres veranos que Cristina se fue de vacaciones a Transilvania. Ella hubiese preferido ir a ver el Taj Majal, en la India, pero ese viaje le resultaba muy caro, sobre todo teniendo en cuenta que acababa de reformar el cuarto de baño de su casa -alicatado hasta el techo, grifos monomando y ducha de hidromasaje-. Hubiese preferido también ira ver las pirámides de Egipto, pero sabía que allí en el mes de agosto hace demasiado calor; o el glaciar Perito Moreno, en Argentina, pero sabía que allí en el mes de agosto hace demasiado frío. Por eso, y por alguna cosa más que no tiene importancia, decidió irse de vacaciones a Transilvania.
Preparó con celo su maleta más grande: ropa ligera y alguna chaqueta por si refrescaba un poco, neceser, botiquín, secador de pelo... Al final, le quedó libre cerca de un tercio del espacio. Sonrió satisfecha y comenzó a llenar ese espacio con libros; bien colocados consiguió meter quince. Pensaba leerlos todos durante sus vacaciones en Transilvania.
Cristina era una lectora empedernida. Y no solo eso, era además bibliotecaria. En ella, como en ninguna otra persona, se juntaban su profesión y su pasión, que podían resumirse en una sola palabra: libros.
Así pues, cerró la maleta, llamó a un taxi y se marchó al aeropuerto para tomar el avión que debía llevarla hasta Transilvania. Ella, como es natural, sabía muchas cosas de ese lugar, pues había leído la famosa novela Drácula, de Bram Stoker, y muchos otros libros sobre vampiros. Le encantaban estos relatos sobre hombres con colmillos afilados que mordían en el cuello a sus semejantes para chuparles la sangre; pero, como persona sensata y culta que era, no creía en su existencia.
Al cuarto día de estancia en Transilvania, Cristina ya había visto tres castillos, escondidos en medio de frondosos bosques, y había recorrido parte de la cordillera de los Cárpatos. Había visitado varias poblaciones pintorescas e, incluso, había navegado por un río ancho y calmado. Por supuesto, no se había olvidado de los museos -llevaba dos-, ni de las catedrales o iglesias de interés -llevaba cinco--, ni de otros lugares recomendados por su guía de viaje -llevaba ni se sabe-. En cuanto a libros, iba por la mitad del segundo, lo que le hacía pensar que posiblemente no podría leerse los quince que había metido en la maleta.
Al caer la noche de ese cuarto día de vacaciones, cansada, decidió sentarse en el velador de un café, situado en una plaza muy amplia, en la que también se encontraba su hotel. Allí se tomó un buen tazón de café con leche -descafeinado para que no le quitase el sueño- y dio buena cuenta de un par de bollos que estaban riquísimos. Eso le serviría de cena.
Fue entonces cuando lo vio.
El hombre estaba sentado frente a ella, llevaba gafas oscuras y, con una pajita, se bebía una especie de refresco de color rojizo. Aunque no podía verle los ojos, se dio cuenta de que la estaba mirando insistentemente. Eso la turbó un poco y, al mismo tiempo, la halagó. Ella ya no era una jovencita --acababa de cumplir los cuarenta- y nunca se había considerado una belleza -resultona a lo más-. Además, aquel tipo era lo que suele decirse un bombón. Llamarle guapo sería quedarse corto y, aunque estaba sentado, se le adivinaba un cuerpo de los que quitan el hipo. De vez en cuando, fingiendo observar alguna cosa, lo miraba con d¡simulo.Yél en ningún momento apartaba la mirada de ella.
"Mira que si ligo en Transilvania", pensó Cristina, y sus pensamientos le hicieron gracia. "La última vez que ligué fue... ¡ya ni me acuerdo! ¡Uf!".
Y antes de que pudiera reaccionar, se dio cuenta de que aquel hombre, que vestía un impecable traje gris, de corte entre clásico y moderno, se había levantado de su silla y se dirigía hacia ella. Su corazón se aceleró considerablemente y su cuerpo adquirió una gran tensión.
-¿Puedo invitarte a una copa? -le preguntó el hombre con amabilidad, en un castellano más que aceptable-. En esta región hay unos licores excelentes, suaves, dulces, afrutados...
Cristina, desconcertada, no sabía cómo reaccionar. Todo había sucedido demasiado deprisa. Por eso, su cuerpo sólo fue capaz de encogerse de hombros, al tiempo que sus labios intentaron dibujar una sonrisa. Aquel hombre debió de interpretar su gesto como una plena aceptación, pues se sentó a su lado y llamó con un chasquido de sus dedos al camarero, con quien cruzó unas palabras en rumano.
-Hablas muy bien mi idioma -le dijo Cristina para romper un silencio tenso.
-Lo aprendí en tu país.
-¿Has estado en España?
-Sí. Era futbolista. jugué en varios equipos de Segunda División.
El camarero les sirvió dos copas de un licor, entre amarillento y verdoso. Brindaron con un gesto, sin decir palabra. A Cristina le supo rico, aunque un poco fuerte y demasiado dulzón.
Sólo después de beberse de un trago su copa, aquel hombre se quitó las gafas y la miró fijamente. Ella quedó cautivada por sus ojos -¡qué ojos!- y por su m¡rada -¡qué mirada!-. Parecían poseer un poderoso imán, que la atraía con una fuerza irresistible.
-Hace años que dejé el fútbol-
-Yo soy bibliotecaria. Los libros son la pasión de mi vida.
Entonces pensó ella que un hombre como aquel sólo era posible encontrarlo en los libros -y no en todos- dentro de una bonita historia romántica.
Como no hace falta insistir en los detalles, bastará decir que aquel hombre y Cristina pasaron la noche juntos, en el hotel y en la habitación de ella. Curiosamente, sin abandonar la pasión desenfrenada, durante un instante la mente de Cristina voló muy lejos y pensó en su grupo de amigos.
"¡No se lo creerán cuando se lo cuente!".

Se despertó poco después del amanecer al sentir la claridad que comenzaba a inundar la habitación. Extendió los brazos por la cama, buscando el cuerpo del hombre; pero no lo encontró. Se levantó. No había rastro de él. Se preguntó en ese instante si habría sido verdad o todo se debía a un sueño.
"Si ha sido un sueño, nunca había soñado con tanta intensidad", se dijo.
Desnuda como estaba, se fue al cuarto de baño, con ánimo de darse una ducha y comenzar la quinta jornada de sus vacaciones. Se miró en el espejo y, en ese preciso instante, lo descubrió. Al principio pensó que se trataba de dos picaduras de mosquito. Se acercó un poco más. Eran dos puntos rojos del tamaño de una chincheta en medio de su cuello, justo debajo de una oreja. Se los tocó. Tenía toda la zona dolorida. Eran dos cicatrices.
"Si creyera en los vampiros, pensaría que uno de ellos me ha chupado la sangre esta noche", se dijo.
Se duchó con agua templada y luego se aplicó sobre aquellas dos heridas una crema que llevaba en su botiquín y que, entre otras propiedades, era cicatrizante. Recordó mientras se vestía que había leído en algún lugar de su guía que en Transilvania había grandes insectos voladores que producían molestas picaduras. Así pues, no dio mayor importancia al asunto.
Continuó sin descanso sus vacaciones, con el mismo ritmo frenético que las había comenzado. El día quince, minutos antes de que despegase el avión que la devolvería a España, hacía balance: doce ciudades importantes, un sinfín de pueblos pintorescos, dos cordilleras, varias cumbres, una decena de valles, bosques, cuevas, lagos, catedrales, iglesias, ruinas de interés, museos... Además de todo eso, había leído once de los quince libros que había llevado, con la particularidad de que el número doce lo leería durante el viaje de vuelta.
Cristina era así. Desmesurada en todo. Apasionada en todo. Inquieta y compulsiva.
Dos semanas después, ya reintegrada en su trabajo y en la rutina, convocó a todos sus amigos el fin de semana. Organizaría una cena informal para contarles los pormenores de su viaje a Transilvania. Dudaba si hablarles del hombre de los ojos increíbles, porque aún seguía sin estar segura de si había existido o no.
Se juntaron diez personas en su casa, incluyéndola a ella. Además de otras virtudes, Cristina era una gran cocinera, y preparó unos platos exquisitos. Mientras daban buena cuenta de ellos, les fue contando su viaje a Transilvania. Les habló de las montañas, de los valles, de los pueblos pintorescos, de las catedrales, de los museos... A los postres, sacó una botella de un licor que había comprado allí. Era suave, dulce y afrutado, y tenía un color entre amarillento y vérdoso. A todos les encantó y brindaron varias veces con él, hasta acabarlo.
Aunque aquel licor le desató aún más la lengua y le hizo crecer su euforia, Cristina no se atrevió a contar su aventura con aquella especie de Apolo transilvano, y no lo hizo por la sencilla razón de que pensaba que no había existido en realidad, sino que se trataba de una creación de su mente, acostumbrada a fantasear más de la cuenta.
Todos los amigos y amigas de Cristina coincidieron en que la velada había resultado magnífica, y así se lo hicieron saber cuando se fueron despidiendo.
El último en marcharse fue julio, que se hizo el remolón a propósito. Acababa de separarse de su mujer y últimamente no hacía más que insinuarse a Cristina. Ella le había rechazado varias veces por la sencilla razón de que no le gustaba nada.
-¿Te ayudo a recoger las cosas? -se ofreció Julio gentilmente.
-Gracias.
Cristina pensó que no debía desaprovechar aquel ofrecimiento. Entre los dos retiraron los platos y los vasos, los manteles, las botellas vacías... Y mientras ella clasificaba la basura y colocaba los cacharros en el lavavajillas, él pasó la aspiradora por toda la casa. En muy poco tiempo no quedó ninguna huella de la fi esta.
Sin darle tiempo a reaccionar, Cristina empujó a Juiio hasta la puerta.
-Estoy agotada, me iré a la cama enseguida.
Julio captó la intención de aquellas palabras y se resignó con su suerte, por eso no quiso insinuarse por enésima vez a Cristina.
-Buenas noches -se despidió-. Que descanses.
Y en ese preciso instante, Cristina sintió algo muy extraño en su interior. Era una sensación que jamás había experimentado, algo parecido a un impulso, a un deseo muy fuerte. Retuvo un instante a Julio junto a la puerta y lo abrazó. Luego, lo besó por todas partes: en las mejillas, en los labios, en la barbilla y, finalmente, en el cuello. Él, desconcertado, no sabía cómo reaccionar.
Así, dueña de la situación, permaneció durante varios minutos. Luego, se separó de él y retrocedió un paso. Se quedó mirándole. No le interesaron sus ojos, que empezaban a mirarla con lascivia, ni sus labios, que se relamían de gusto, ni la expresión atontolinada de su rostro. Su vista se había centrado en dos pequeños rosetones rojos que Julio tenía en su cuello; eran dos pequeñas heridas sanguinolentas.
Cristina volvió a empujar a Julio sin contemplaciones, hasta que lo sacó de su casa. A continuación, cerró la puerta de golpe. Luego cerró los puños e hizo un gesto parecido al que suelen hacer los futbolistas cuando meten un gol. Incluso, dio un salto antes de gritar:
-¡Era real! ¡No fue un sueño!
Julio comenzó a aporrear la puerta.
-¡Cristina! ¿Te encuentras bien? ¡Cristina! ¿Qué te pasa? ¡Cristina! ¿Me oyes?
Ella echó la cadenilla de seguridad de la puerta y abrió una rendija.
-¡Me encuentro perfectamente! -dijo, y volvió a cerrar.
Sintió cómo Julio caminaba de un lado a otro por el rellano de la escalera, desconcertado, luego, percibió la parada del ascensor en su planta, la apertura y el cierre de puertas. Esperó unos segundos antes de pegar el ojo a la mirilla de la puerta. El amigo se había marchado.
Le apetecía darse una ducha antes de irse a la cama. Desnuda, frente al espejo del cuarto de baño, se inspeccionó el cuello. No le quedaba ni rastro de las cicatrices que se había descubierto en Transilvania. Mientras el agua tibia recorría todo su cuerpo, recordaba los besos y las caricias de aquel hombre tan atractivo, con esos ojazos; un hombre del que solo sabia que años atrás había jugado en un equipo español de fútbol de la Segunda División. Ni siquiera sabía cómo se llamaba.
Se enrolló una toalla a la cabeza y se puso un albornoz. Luego, se sentó en el sofá y cogió un libro con intención de leer un rato, pero se dio cuenta de que en su estado de euforia no seria capaz de concentrarse lo necesario. Por eso, puso la tele.
Estaban dando las noticias. Telediario de medianoche. Guerras. Catástrofes. Lo de costumbre. Pero, de pronto, una noticia llamó poderosamente su atención. Cristina se quedó boquiabierta. No podía dar crédito a lo que estaba escuchando.
Lo mejor será transcribir literalmente aquella noticia y no añadir más comentarios.
Un extraño fenómeno se está produciendo en la conocida región de Transilvania. Desde hace días se ha detectado un aumento imparable de lectores. Miles de ciudadanos, de todas edades, pro fesiones y condición social, acuden en masa a las librerías en busca de libros. La mayoría de estos establecimientos ya han tenido que cerrar al quedarse literalmente sin existencias. También el aluvión humano ha llegado a las bibliotecas, donde se han formado colas kilométricas. Las autoridades no se explican lo sucedido y el gobierno permanece reunido buscando una salida a la crisis. Hay convocadas varias manifestaciones para reclamar más libros. Ante posibles revueltas sociales se ha decretado el estado de alerta en toda la zona, se ha reforzado el número de policíasy, en previsión de males mayores, se ha movilizado a algunas unidades del ejército. Varios analistas internacionales se han desplazado hasta el lugar, pero hasta el momento nadie ha sido capaz de encontrar una explicación a este fenómeno.

Alfredo Gómez Cerdá

miércoles, 26 de agosto de 2015

AMMOR EN AMMÁN

Enviado por Eva, B2C

Es la historia de una adolescente, de diecisiete años, y su hermana, de quince, que van a pasar un verano con su padre a una excavación en Jordania, donde él está trabajando. Allí ambas descubrirán el amor. Y descubrirán también que su padre no es el héroe idealizado que ellas pensaban de pequeñas.

Nana, la mayor, se aleja de la excavación un día con una niña de la zona y conoce a Malik, con el que tendrá un flechazo. Ambos se meten en una cueva de la que no logran salir hasta el día siguiente, para horror y desesperación de su padre.

Para que Nana se olvide de este amor que él cree pasajero, se las lleva a las dos del lugar de la excavación. Cree que llevándolas a dar un paseo en barca por el golfo de Aqaba, en el mar Rojo, todo volverá a ser como antes. Pero lo único que ocurre es que Laerke, la pequeña, se enamora del barquero Basir. Esto es la gota que colma el vaso y las muchachas son enviadas de vuelta a casa de su abuela.

No obstante, el profesor Alkaersig no sabe hasta qué punto el amor puede mover montañas.

Esta novela de  Berta Vías Mahou plantea el enfrentamiento generacional entre padres e hijos. El profesor Alkaersig se da cuenta de que sus hijas se han hecho mayores y le cuesta aceptarlo, le cuesta dejar que empiecen a vivir su propia vida, porque eso significa que ya no le necesitan. Contenido en este enfrentamiento que tienen sobre todo el padre y la hija mayor aparece el otro gran tema de la novela: el racismo y el clasismo. En una discusión entre padre e hija están planteados todos los problemas del libro: La hija se ha hecho mayor, tiene una opinión propia de las cosas que ha aprendido de su padre, y empieza a no estar de acuerdo con él y a ver sus defectos y contradicciones. El padre, supuestamente liberal y abierto, no lo es tanto cuando le toca de cerca. Sale a relucir el racismo y el clasismo.

Los aspectos que más positivos me han parecido: Como la autora nos pone en situación al principio del libro, porque desde la introducción ya sabemos que Nana ha desaparecido pero no sabemos que ha pasado con ella y a lo largo del libro nos va contando la trama. También me gusta que nos ponga en escena, pienso que tiene grandes conocimientos de las tierras jordanas y sus alrededores, por la forma en la que narra algunas escenas como la del barco. Me gusta que las protagonistas hayan sido dos chicas, porque creo que plasman mejor lo que sienten y sus emociones, al igual que la complicidad que existe entre ambas. En cierto modo, el carácter de ambas protagonistas me recuerda a mi hermana  y a mí. Nana, la mayor (mi hermana), una chica más prudente y comprensiva, que intenta empatizar con su padre e intenta evitar siempre que él se enfade y Laerke (yo) que a pesar de ser más pequeña es más rebelde y atrevida, porque sabe como “llevar” a su padre para que no se enfade y siempre le está haciendo bromas. También me gusta, el cruce de culturas y de idiomas del libro.

martes, 25 de agosto de 2015

CÓMO ESCRIBIR CIENCIA-FICCIÓN Y FANTASÍA

Un escritor jamás puede saber quién va a leer uno de sus libros, pero de todas formas he hecho algunas conjeturas sobre usted. Me imagino que todavía no es un escritor consolidado en el género de la ficción especulativa, o no tendría necesidad de leer un libro sobre cómo escribirla. Con todo, tiene un auténtico interés en escribir ciencia-ficción o fantasía, no porque tenga la idea de que es más fácil ganar un dinerillo en este campo (si tiene esa ilusión, ¡abandónela al instante!), sino más bien porque piensa que el tipo de historia que quiere escribir sería mejor recibida por el público especializado en este género. Espero que lleve razón, porque en muchos sentidos es el mejor público para el que se puede escribir en todo el mundo. Son lectores inteligentes y de mente abierta. Quieren pensar al igual que sentir, entender tanto como soñar. Por encima de todo, quieren que se les conduzca a lugares donde nadie estuvo antes. Es un privilegio poder contar historias a estos lectores, y un honor cuando aplauden tus relatos. Lo que no puedo hacer en un libro tan breve como éste es decirle todo lo que necesita saber para escribir ficción. Lo que sí puedo es contarle cuanto sé sobre escribir ficción especulativa en particular. He escrito todo un libro sobre el tema de los personajes y el punto de vista, así que no necesito tocar de nuevo esas cuestiones; ni intentaré enseñarle acerca de la organización de tramas, el estilo, los diálogos, el marketing, las leyes de copyright o las restantes cuestiones sobre las que los escritores de cualquier tipo de ficción deben saber al menos algo. Lo que quiero es intentar contarle las cosas de las que sólo deben preocuparse los escritores de ficción especulativa: la creación de mundos, de sociedades extrañas, las reglas de la magia, la extrapolación rigurosa de futuros posibles... Tareas innecesarias para un relato común de misterio o romántico. Para hacer eso, he dividido el libro en cinco capítulos de distinta longitud. El primero trata de los límites de la ficción especulativa; es un ensayo sobre qué son la ciencia-ficción y la fantasía, para que pueda hacerse una idea del abanico de posibilidades existentes y conocer la literatura previa. El capítulo segundo, el más largo, comienza con el trabajo práctico de la creación de mundos, quizá el paso más importante en la elaboración de una buena historia especulativa. El capítulo tercero trata sobre la estructura de un relato de ciencia-ficción o fantasía: cómo convertir ese mundo en una historia, o conseguir que su historia funcione en ese mundo. Con el capítulo cuarto nos adentraremos en el proceso de escritura en sí, con los problemas de exposición y lenguaje que sólo encaran los escritores de ficción especulativa. La primera parte del capítulo quinto aborda temas prácticos del negocio de vender ciencia-ficción y fantasía, aunque convendría que compruebe la legislación existente en su país en el momento en que lee este libro antes de seguir mis consejos, dado que es la sección que puede quedar obsoleta con mayor facilidad. Y también en el capítulo quinto nos pondremos más personales y le ofreceré algunos consejos sobre cómo vivir con éxito de escribir ciencia-ficción y fantasía. No quiero decir que sepa cómo debe vivir su vida... pero en su momento cometí algunos errores realmente notables, he visto luego cómo otros sumaban nuevas meteduras de pata, y si con unas advertencias puedo evitarle disgustos, el esfuerzo habrá valido la pena.

Orson Scott Card

Al ganador del premio Hugo, el maestro de la ciencia-ficción Orson Scott Card se suman en esta edición las voces de otros seis autores del fantástico que nos cuentan cómo lo han conseguido: Elia Barceló, César Mallorquí, Andrzej Sapkowski, José Carlos Somoza, Bruce Sterling y John C. Wright.

lunes, 24 de agosto de 2015

WILT

               
Enviado por Nazar, B2C:

Considerada como la mejor novela del británico Tom Sharpe, Wilt está llena de situaciones cómicas cercanas a la farsa, personajes inverosímiles, giros argumentales inesperados y bromas de tipo sexual.

Henry Wilt, profesor de una Escuela de Artes y Oficios al que niegan un ascenso una y otra vez, empeñado en enseñar literatura a sus alumnos de Mecánica de Motor Tres o Carne Dos, fantasea mientras pasea a su perro cada mañana con asesinar a su mujer Eva, que se entrega a imprevisibles arrebatos de entusiasmo por la meditación trascendental, el yoga o la última novedad recién olfateada.

Después de una fiesta snob en casa de los Pringsheim, en la que Henry acaba siendo violado por una muñeca hinchable, Eva y Henry se separan: ella se va con los Pringsheim a una improvisada excursión en barco, y él, borracho todavía, decide poner en práctica sus planes asesinos, tirando a la muñeca hinchable vestida con las ropas de su mujer, maquillaje y una peluca- a los cimientos de, una ampliación de su propia escuela. Al regresar a su casa, encuentra una nota de su esposa que le comunica que se va de viaje con los Pringsheim. Como se ha acabado el papel higiénico, utiliza la nota para uso propio arrojándola posteriormente al inodoro.

Cuando el lunes los obreros descubren el "cuerpo" (justo unos momentos antes de cubrirlo con toneladas de cemento), y dado que Eva ha desaparecido -se ha quedado atrapada en el barco, donde por cierto está siendo sometida a un "Tratamiento Tactil" por la mujer de Pringsheim-, todas las sospechas apuntan a Wilt, y la policia, con el inspector Flint en cabeza, se pone en marcha, implacable.

Me pareció un libro muy bueno por la facilidad que nos encontramos a la hora de leerlo. Si bien, mezcla varias historias en un mismo capítulo, es bastante fácil de seguir. Otro aspecto a destacar es el lenguaje sencillo con el que pretende acercarse al lector y creo que lo consigue. La historia es divertida y, por qué no, verosímil. Todo el mundo sufre malentendidos, quizá no de este tipo, pero malentendidos al fin y al cabo. Creo que lo que hace de este libro una novela buena son precisamente esos dos aspectos: sencillez léxica y verosimilitud. A pesar de haber sido escrito hace varios años sigue siendo un libro que es mejor que muchos de los que son escritos en la actualidad. Se agradece igualmente que tenga una estructura cerrada y un final feliz. Recomendable.

domingo, 23 de agosto de 2015

ONDINA


Ondina, querida pequeña, mi amor,
Desde que en las viejas crónicas
Descubrí el reflejo extraño de tu luz,
¡Cuántas veces apaciguó tu canto mi corazón!
Cuando te apretujabas tiernamente contra mí,
Deseando confiarme tus penas,
En voz baja, a la oreja,
Niña mimada, sin duda, pero también salvaje
Sin embargo en tu porche, de áureas tesituras
Hízose eco mi cítara,
De cada una de tus palabras, que me decías en voz baja,
De modo que se oyeron en la lejanía
Y más de un corazón se enamoró de ti
A pesar de tu carácter misterioso y fantástico
Y muchos disfrutaron leyendo
Un librito que me inspiraste a mí
Hoy, he aquí que todos
Quieren escuchar de nuevo el relato
No has de ruborizarte. Ondina
No, no temas, entra en la sala.
Saluda amablemente a cada una de esas nobles figuras
Ante todo, saluda con confianza
A estas amables y bellas Damas alemanas.
Sé que sienten gran debilidad por ti.
Y si entonces alguna de ellas te pregunta por mí,
dile: «Es un leal caballero,
cuya espada y cuya cítara están al servicio de las Damas
en el baile y en la fiesta, en la batalla y en el torneo».

Friedrich de la Motte Fouqué, Ondina


Ondina, la historia de un hada, de un espíritu de las aguas, es sin duda una de las obras maestras de la literatura fantástica europea. Hija de las Olas, su padre era un gran Señor del Mediterráneo, Ondina ha de conocer el amor de un hombre carnal para adquirir un alma, y éste es el origen de una de las historias de amor más apasionantes que conocemos, del relato de Friedrich de la Motte Fouqué que marcó un hito en el movimiento romántico alemán e inspiró a Goethe, Wagner y tantos otros.


Ondina narra la historia de un caballero que debe atravesar un bosque encantado para demostrar su valentía y conseguir la mano de una joven dama bella y caprichosa. Un viejo pescador le encuentra en medio de una gran tormenta y le ofrece cobijo en su modesta casa, donde vive con su esposa y una hija adoptiva llamada Ondina. Los jóvenes se enamoran de inmediato y deciden casarse, pero antes ella le confiesa que no es una mujer normal, sino que es un espíritu del agua. Según la leyenda, si una criatura del agua consigue el amor de un hombre recibirá a cambio un alma humana. Pero si algún día él la engañara o dejara de amarla, ella sería de inmediato devuelta a las profundidades. La pareja vive feliz creyendo que su amor será eterno, pero pronto las mentiras, los celos y la desconfianza marcarán sus vidas y su trágico destino.

Ya desde el siglo XIX existen diferentes ediciones ilustradas; las imágenes que has visto más arriba pertenecdn a una versión de 1909 del ilustrador inglés Arthur Rackham. No hace mucho, Edelvives ha sacado una cuidada edición de Benjamín Lacombe.




SELFIES




viernes, 21 de agosto de 2015

MR. HOLMES

               
De Sherlock a Holmes, y tiro porque me toca.

              No me acordaba ayer, cuando subí el cuento de EnriqueJardiel Poncela, que hoy estrenaban la película basada en la novela de Mitch Cullin (Aviso, creo que hay cambios significativos entre libro y película).

Estamos en 1947. Sherlock Holmes se jubiló hace ya mucho tiempo y ahora es un anciano de noventa y tres años. Watson y Mycroft han muerto. Vive en una granja remota, en Sussex, con su ama de llaves, la señora Munro, y el joven hijo de esta, Roger. Cada día atiende a sus abejas, escribe en su diario y se da cuenta de que va perdiendo facultades. Aunque siguen proponiéndole que investigue algunos extraños casos, él está tan alejado de esa vida que no quiere ni escucharlos. Se ha convertido en un hombre encerrado en aquellos recuerdos que no ha perdido todavía.

El Holmes que nos presenta Mitch Cullin, a pesar de su cuerpo erguido, usa dos bastones para andar, su pelo y su barba son de color blanco, y aunque su inteligencia sigue viva, la memoria le flaquea: recuerda los momentos de su niñez pero olvida detalles del presente como la hora del día en que se encuentra. A través de esos recuerdos reflexiona sobre la vida, el amor, los límites de las habilidades mentales y sobre la muerte: la suya propia y la de aquellos que le rodean. Vemos a un Sherlock capaz de empatizar con los demás, pero incapaz de expresar y exteriorizar sus propios sentimientos.

Esta historia de corte intimista se ve alternada por otras dos tramas.

La primera es “La armonicista de cristal”, donde un hombre quiere recuperar a su esposa, Ann Keller, que había cambiado tras sufrir dos abortos. Esta aventura está recogida en un breve manuscrito sin acabar, que Roger lee a escondidas. A lo largo del libro, Holmes lo termina, y reflexiona sobre los escritos de Watson y la repercusión que éstos tuvieron en el mundo de la literatura. Sherlock nos da a entender que el vacío que preside su vida lo ocasionó Ann Keller.

La segunda trama es el viaje de Holmes a Japón, tras la Segunda Guerra Mundial, invitado por Tamiki Umezaki con el que se cartea sobre las propiedades de la jalea real y de cierto tipo de pimienta. Pero Umezaki, cuyo padre hace años le abandonó a él y a su madre para irse a Inglaterra, quiere saber que pasó con él, pues en una carta, el padre de Umezaki le escribió que, impresionado por Sherlock Holmes, había decidido quedarse en Inglaterra para siempre. 

jueves, 20 de agosto de 2015

LA MOMIA ANALFABETA


PROEMIO

 Voy a contar una de las famosas historias en las que el genio de Sherlock Holmes se mostró más esplendoroso.
Tan esplendoroso, que en esta ocasión Holmes no tuvo necesidad de moverse de su pisito de Baker Street para dar con la solución del enigma que le presentó míster Horacio Craig, de Ceilán.
Verán ustedes canela.

HOLMES AVERIGUA QUIEN ES CRAIG

A las siete en punto de la tarde, cuando los primeros voceadores del Worker se refugiaban en los bares de Upper Tames Street a jugar al marro, Sherlock Holmes me llamó a su habitación.
Comparecí rápidamente, suponiendo que sucedía algo grave; y, en efecto, el problema era de alivio: Sherlock se había roto en seis trozos los cordones de sus zapatos.
Durante varios minutos le ayudé a luchar contra el Destino, pero ambos fracasamos visiblemente, y, de no haber acudido la señora Padmore en nuestro auxilio, brindándonos la brillante idea de pegar el zapato al calcetín, es posible que Sherlock no hubiera figurado nunca en el tomo de la H de la Enciclopedia Espasa, donde, como se sabe, no figura.
Se retiraba la señora Padmore hacia el pasillo, cuando se abrió de súbito una de las ventanas y un personaje ignoto irrumpió en la estancia, como irrumpen los clavos en la tela de los pantalones el día que estrenamos traje. Era un caballero de unos cincuenta años bisiestos, con aire de perro de trineo.
Nada más entrar, gritó con voz fuerte y derrumbándose en un sillón:
—¡Soy Craig!
Y agregó, ya más débilmente:
—¡Soy Craig!
Y dijo, por fin, con acento desfallecido:
—Soy Craig, señor Holmes... Soy Craig. Craig. ¿Sabe usted? Craig...
A continuación se puso amarillo, luego verde, luego morado, y, desplomándose del todo, se desmayó lo mejor que pudo.
Holmes me cogió por un brazo, señaló al visitante, y me dijo gravemente:
—Harry... Este señor es Craig.
Pero la cosa no me extrañó en modo alguno; estaba yo muy habituado a la continua perspicacia de Sherlock.

TRABAJOS ARQUEOLÓGICOS

El maestro añadió después:
—Acércame el tablero del ajedrez, Harry. Vamos a echar una partidita para esperar sin aburrirnos a que vuelva en sí míster Craig.
Obedecí con cierto temblor nervioso, ya que la sangre fría de Sherlock siempre me producía una emoción indescriptible. Jugamos tres partidas, las cuales ganó Holmes, como siempre, pues su extraordinaria habilidad manual le permitía cambiar las fichas de casilla cuando le daba la gana sin que nadie lo advirtiese, y yo me armaba unos líos como para nombrar abogado y pegarme después un tiro, que es lo que hace la gente en esos casos.
Al final de la partida número tres, Craig se decidió, por fin, a volver del desvanecimiento, y fue entonces cuando Holmes se sepultó en su diván favorito, cerró los ojos y exclamó:
—Hable usted, míster Craig. Espero el relato de los tremendos acontecimientos que le hacen acudir a mi auxilio.
Y Horacio Craig, con voz de barítono rumano, contó lo siguiente:
—Como usted sabe, señor Holmes, desde los primeros balbuceos infantiles he dedicado mi vida al estudio del arte y de la civilización egipcios. Conozco aquel país mejor que los cocodrilos, y mi entusiasmo de egiptólogo es tan intenso, que me hablan de un faraón nuevo y engordo once kilos. Toda Inglaterra, y casi todo el mundo, conoce al dedillo los viajes que he llevado a cabo por el Bajo Egipto, el Alto Egipto y la provincia de Gerona. He ido desde...
—Suprima los detalles kilométricos y cíñase al asunto —le interrumpió Holmes.
—Dice usted bien; me ceñiré como un "kalasiri" —replicó Craig—. Pues es el caso que en uno de estos viajes, el año de gracia de mil novecientos trece, descubrí al pie de la Esfinge, y según se va a mano derecha, una antiquísima "mastaba", y de ella, cual muela putrefacta, extraje una momia magnífica, aunque indudablemente polvorienta. Era, según mis cálculos, la momia de Ramsés Trece, de la veintiuna dinastía, piso segundo. Con la natural alegría y unas parihuelas, transporté aquí, a Londres, la momia, y desde entonces se halla en la sala sexta del Museo egiptológico que lleva mi nombre.
—El Craig Museum, situado en el treinta y nueve de Wellington Street —dije yo, para que se viera que poseía cierta cultura.
—Eso es —aprobó Craig con un golpe de tos que le obligó a comerse el puro que estaba fumando.
Y así que hubo digerido el puro, continuó:

LOS CRÍMENES VESPERTINOS

—Nada anormal ha ocurrido en todos esos años, hasta hace dos meses. Pero desde dos meses a esta parte, señor Holmes, están sucediendo tales cosas, relacionadas con la momia, que no he perdido la razón porque la llevo atada con un bramante.
—¿Qué cosas son ésas? —inquirió Sherlock lanzando una bocanada de humo a veintitrés yardas de distancia.
—Sencillamente: que el espíritu de la momia ronda mi casa; se me aparece por las noches, toca la "Danza macabra" en mi piano y hasta se fríe huevos en mi propia cocina. Aun cuando esto es terrible y me obliga a pagar cuentas de gas crecidísimas, no osaría molestar a usted si no fuera porque la momia ha ido más allá.
—¿Y eso? ¿Es que ha empezado a freírse patatas?
—No, señor Holmes, sino que asesina por las tardes a los conserjes del Museo que se hallan de servicio en la sala sexta.
—¿Que los asesina? ¿La momia?
—Sí, señor. Tiene que ser la momia, porque los conserjes fallecen envenenados con el jugo de una planta: la conocida con el nombre de "pastichuela romagueris egipciae", y esta planta sólo crece en Egipto, pues en cualquier otro lugar se lo prohibirían las autoridades. Es necesario que tan terrible situación concluya. Es preciso que usted me ayude a resolver el misterio que...
Holmes hizo un gesto tajante, y exclamó:
—Váyase a hacer gimnasia al pasillo con Harry. Necesito meditar. Ya les llamaré cuando haya acabado.
Y sin más explicaciones, Sherlock nos dio dos puntapiés, nos echó al pasillo y se sentó a meditar envuelto en humo. Nosotros le observamos por el ojo de la cerradura, que, por feliz casualidad, atravesaba la puerta de parte a parte.

SHERLOCK LO DESCUBRE TODO

Pasaron seis horas largas como túneles suizos, hasta que oímos una especie de gruñido de foca; era que Sherlock nos llamaba. Entramos, y el maestro exclamó:
—Todo está ya resuelto. Hoy no necesito moverme de casa para explicar el fenómeno planteado. Vengan ustedes...
Y echó a andar pasillo adelante, seguido por Craig y por mí. Holmes se detuvo de pronto delante de una puerta cerrada, que yo mismo ignoraba a dónde conducía, abrió la puerta con un abrelatas, según la vieja costumbre de los ladrones de hoteles, y, encendiendo una lámpara eléctrica, entró y nos hizo entrar.
Un cuadro verdaderamente cubista se ofreció a nuestros ojos. La estancia aquella era, ni más ni menos, un museo arqueológico. Grandes esqueletos, multitud de cacharros y utensilios históricos e infinidad de momias de todas las épocas llenaban los ámbitos. Los tres esqueletos del almirante Nelson (el esqueleto de Nelson a los once años, a los veinte y a los treinta y dos) constituían por sí solos un tesoro incalculable.
Holmes se detuvo ante una momia egipcia, y habló así:
—Este problema era, al parecer, tan absurdo como la persecución a tiros de un "jockey" por los muelles del Támesis. Sin embargo, como yo tengo un cerebro maravilloso, unas horas de meditación me han bastado para resolverlo. El misterio está, señor Craig, en que todas las momias, y, por tanto, también la de Ramsés Trece, son analfabetas.
—¿Analfabetas? —dijo Craig.
—Completamente analfabetas. Verán ustedes...
Y diciendo y haciendo, puso ante el rostro de la momia que teníamos delante un ejemplar abierto del Red Magazine. Efectivamente, la momia no leyó ni una línea.
—¿Se convencen ustedes? —exclamó Holmes triunfalmente—. Las momias son analfabetas. Ahora bien, señor Craig, ¿de qué color son los uniformes que llevan los conserjes del Museo?
—Negros —repuso Craig.
—¿Y todavía no adivina? ¿No cae usted en que a todo analfabeto "le estorba lo negro"? Por eso la momia de usted, analfabeta perdida, mata a los conserjes y seguirá matándolos inexorablemente si todo continuara allí igual. Pero vista usted a los conserjes del Museo de blanco o de color barquillo, y verá cómo nada volverá a suceder. Ni siquiera se le aparecerá a usted el espíritu de la momia, porque no tendrá necesidad de demostrarle a usted su enojo. Y ahora, permítame que me retire a mi despacho, puesto que mis servicios ya no le son necesarios. Tengo que llenar mi estilográfica y el tiempo apremia.
Y Sherlock Holmes se alejó por el pasillo, dejándonos a Craig y a mí conmocionados por la sorpresa y por la admiración.

Enrique Jardiel Poncela

miércoles, 19 de agosto de 2015

EL LIBRO DE LOS PORTALES

           
Enviado por Pilar, B2C:

Es una novela de fantasía , en la que Laura Gallego crea un mundo muy realista con unos personajes complejos. Tiene todos los elementos que un lector espera encontrar: protagonistas adolescentes, aventuras,  un misterio por resolve , personajes de distintos lugares y clases sociales, amistad y amor. En sus novelas, Laura Gallego, sabe crear nuevos mundos fantásticos y este es uno de ellos. Un mundo en el que no existen fronteras para aquellos que se atreven a mirar mas allá.

Los pintores de la Academia de los Portales son los únicos que saben cómo dibujar los extraordinarios portales de viaje que constituyen la red de comunicación y transporte más importante de Darusia. Sus rígidas normas y su exhaustiva formación (Cálculo de coordenadas, Geometría, Mecánica…) garantizan una impecable profesionalidad y perfección técnica en todos sus trabajos. Para la pintura de los Portales necesitan un pigmento especial, derivado del mineral de bodarita, y es aquí cuando empieza la historia… Porque quien controla la bodarita controla los portales y, con ello, prácticamente todo.

Tabit es un estudiante de la Academia de los Portales al que han asignado un proyecto final de lo más curioso: debe dibujar, en la lejana región de Uskia, un portal para un granjero, Yunek, que lleva muchos años ahorrando para poder pagar ese portal que dará un futuro mejor a su hermana pequeña. El único propósito de Yunek es que su hermana Yania pueda estudiar en la Academia de los Portales; al vivir tan lejos de Maradia, la capital, un portal es la mejor solución para que la chica pueda acudir a clase cada día desde su casa. Sin embargo, por razones desconocidas tanto para Tabit como para Yunek… la Academia acaba cancelando el proyecto.

Por suerte, en su viaje de vuelta a Maradia, Tabit conoce a alguien que quizá conozca el motivo. Se trata de Tash, un “chico” que ha trabajado toda su vida en las minas de bodarita, el mineral que se emplea para elaborar Portales. El muchacho sabe que la bodarita roja se está agotando, motivo por el cual ha abandonado las minas donde ha trabajado siempre para buscar nuevas oportunidades en otro sitio donde aún queden vetas. No obstante, antes de irse, Tash descubrió bodarita azul en su mina, y ahora los pintores de Portales quieren investigar si se puede utilizar en el lugar de la roja.

El libro me ha gustado mucho. La historia está muy bien desarrollada e introduce numerosas descripciones por lo que resulta fácil entender la historia. Los personajes principales son muy diversos, pues hay mineros, estudiantes, campesinos, etc. Cada uno de ellos presentan personalidades opuestas, pero conforme va transcurriendo la historia te das cuenta que todos ellos tienen algo en común y todos guardan secretos que ninguno se espera. El personaje que más me ha gustado ha sido Caliandra por su personalidad. La historia pese a ser fantasía, está narrada de manera realista, por lo que yo he echado en falta más elementos fantásticos, como por ejemplo los portales, al principio parecen totalmente mágicos pero luego tienen su explicación racional. A pesar de ello hay numerosas desapariciones y asesinatos que mantienen la intriga durante toda la historia. Por último, una de las frases que más me ha gustado del libro es la de “No existen fronteras para aquellos que se atreven a mirar mas allá”. Algo que deberíamos tener presente todos.

martes, 18 de agosto de 2015

BUSCANDO BALLENAS


Me dejé convencer para que me agregara a una excursión que iría a la Península de Valdés, en la Argentina, con el único fin de ver muy de cerca a las ballenas. A mí las ballenas me han fascinado siempre, sus cantos dramáticos, su corpulencia mítica, su literatura. De adolescente leí Moby Dick con esa pasión que sólo tienen las lecturas que hacemos por una misteriosa necesidad de escapar de los ángulos sombríos de la realidad, y también vi la película de John Huston, y decenas de reportajes sobre las ballenas que por mucho que me contaran sobre ellas, no lograban quitarles el misterio, sino todo lo contrario, contribuían a hacerlas más enigmáticas y poéticas. Detestaba a las orcas, sí, aunque nada me impresionó más que ver cómo cazaban focas en las orillas de las playas. Tampoco me resultaban especialmente atractivas las ballenas del polo, su blancura me molestaba porque soy del Barça hasta el punto, completamente estúpido, de pensar mal de todo el que viste de blanco. Así que cuando surgió la posibilidad de viajar hasta la Península Valdés, no me lo pensé dos veces: viajaría al verano argentino en pleno enero europeo. Ya había estado en Buenos Aires, y el hecho de poder volver a una de mis ciudades favoritas me ayudaba a vencer la pereza y el miedo al avión que nunca había padecido hasta que, pocos meses antes de emprender aquel viaje, fui uno de los pasajeros a los que en un vuelo doméstico se les avisó que sus minutos estaban contados porque iba a ser difícil que el piloto pudiera aterrizar con éxito.

Por supuesto me drogué para soportar las 16 horas de avión que separan Madrid de Buenos Aires. Pero una vez en Buenos Aires los efectos de la droga ingerida desaparecieron y la alegría de pasear por las calles de la capital argentina actuó como espléndido augurio de la belleza que nos esperaba. El viaje desde Buenos Aires hasta la Península Valdés lo hicimos en un coche alquilado. Primer error. Nunca alquiles un coche para hacer un viaje demasiado largo en un país demasiado deshabitado. Por supuesto el carro nos dejó tirados a los 200 kilómetros, y entonces aquella alegría bonaerense que nos auguraba un feliz trayecto, empezó a gangrenarse. A quién se le ocurriría la estúpida idea de alquilar un puto coche, por qué cojones no fuimos en avión en vez de dedicarnos a querer ser un Bruce Chatwin de pacotilla, grité nervioso. Por supuesto la idea de alquilar el coche y renunciar al avión habían sido mía, el único de la expedición por lo demás que sabía quién era Bruce Chatwin, o sea, que si mi cabreo tenía alguna justificación sólo se debía al hecho de que no había nadie a quien culpar que no fuese yo mismo. Esperamos pacientemente que pasara alguien a socorrernos, pero por aquellas carreteras polvorientas no solía haber demasiado tráfico, así que tuvimos que armarnos de sosiego –otra vez las drogas– y hacer uso de la batería de chistes que cada cual se sabía para soportar la situación. No hay nada más triste que un festival de chistes contados por exigencia de las circunstancias, puedo asegurarlo. Además los chistes más malos eran los míos, y los demás miembros de la expedición ya empezaban a pensar que quizá no había sido una buena idea invitarme a que los acompañara.

La noche se nos echó encima y la temperatura nos exigió que buscáramos abrigo en las maletas. Las miradas de rencor se incrementaban conforme pasaban las horas y el hambre empezaba a hacer rugir nuestros estómagos. Delante teníamos una extensión exagerada de nada, en la que la carretera se perdía sin que unos faros acortaran la distancia que nos separaba del horizonte. Programamos turnos de vigilancia para que el paso de algún camión no nos pillara dormidos. El reparto fue injusto, ya que a mí me tocó quedarme toda la madrugada, para que no se me volviera a ocurrir opinar. Acepté porque no tenía sueño y porque la conciencia de la culpa me iba a ayudar a permanecer alerta. A eso de las tres de la madrugada arriesgué mi vida interponiéndome en la carretera al paso de un autobús. El chófer se negó a llevarnos, tan sólo conseguimos que arrimara a un embajador de nuestra expedición al pueblo más cercano para que tratara de conseguir un mecánico u otro coche. No quise ser yo ese embajador porque temía que aprovechando mi ausencia mis compañeros de expedición decidirían desperdigarse cada cual a su suerte, con tal de no seguir compartiendo conmigo aquel viaje. Nuestro embajador regresó al amanecer acompañado de un viejo que le echó un vistazo al carro, dijo que lo mejor sería remolcarlo hasta el pueblo y venderlo allí a algún ciego. ¿Cómo llegaríamos a la Península Valdés? Pues como todo el mundo, dijo el viejo, en bus. Y allí nos vimos, después de depositar el carro alquilado en un garage que servía más bien de establo, embarcando en un avejentado bus que completaría el viaje. Por supuesto soporto mal los autobuses, así que me drogué para que mis compañeros de viaje no tuvieran que soportarme a mí. Cuando desperté ya estábamos en la puerta de un hotel minuciosamente diseñado para que ningún cliente permaneciera más de una jornada en sus instalaciones. ¿Quién eligió este hotel?, pregunté con un asomo de enojo. Por supuesto las miradas enfurecidas de mis compañeros convirtieron en inútil la respuesta.

Pero vamos, vamos, compañeros, traté de animarlos, estamos aquí, nuestro sueño de ver de cerca las ballenas, de sentir su respiración y verlas dar volteretas, se va a cumplir, ya está al alcance de la mano. Al amanecer nos dirigimos al puerto del que salían las barcazas con turistas y guía, todos perfectamente equipados con cámaras de fotos y salvavidas alrededor del cuello. Se me ocurrió que alquilar una barca de remos y sin guía iba a salirnos más barato y sería una manera más digna y valiente de cumplir nuestro sueño. No quisieron escucharme, desde luego, así que no me quedó más remedio que alistarme con unos alemanes que, al no conocerme, me admitieron como compañero de viaje. Remé con ellos hasta adentrarnos en la bahía en la que pastaban las ballenas, féminas y cachorros de vacaciones que se dedicaban a tomar el sol, a no hacer nada, a prepararse para el largo viaje mediante el que, al terminar el verano austral, llegarían a las costas africanas. La emoción de sentir el sonido de sus avisos y cánticos me aceleraba el corazón y me llenaba de orgullo. Me decía a mí mismo, mis pobres compañeros de viaje podrán vacilar de haber visto las ballenas desde su motorizado barco, pero no habrán sentido esto que estoy sintiendo yo. El capitán de nuestra barca, un alemán rocoso de unos 50 años que según explicaba a los que no confiaban en él, llevaba 10 años estudiando a las ballenas, pidió a los que remábamos que parásemos. No convenía perturbar a las ballenas. Veíamos una cola gigantesca a unos 20 metros. Y más allá, a unos 50 metros, se ubicaba un grupo de ballenas que protegían a sus ballenatos o se dedicaban a entretenerse dando volteretas y levantando hongos de agua que las cámaras de los turistas más atentos captaban. Una sueca preguntó al capitán si no sería conveniente que no nos arrimáramos demasiado: a 20 metros se está bien, creo que dijo. La barca seguía avanzando aunque no remáramos: era como si la ballena nos imantara. Seguíamos viendo la cola impresionante alzada del mar, pero ya a sólo 10 metros. Me asusté, por supuesto. Bastaba que a la ballena le diera por hacer una pirueta para que la barca se rompiera y naufragásemos. No pasa nada, dijo el capitán. Ella sabe que no vamos a hacerle daño, está luciéndose, eso es todo, dijo. Aproveché para hacer la única foto que pude hacer, una foto que no he podido mostrar a nadie, una foto que no existe. Porque la ballena, por supuesto, bajó la cola con toda la violencia de la que era capaz, levantó una ola espontánea que hirió a la barca, y nos hizo saltar por los aires. Mientras subía por el aire y me alejaba del agua como impulsado desde arriba por una mano, pensé: no voy a caer, no voy a caer. Y cuando estaba cayendo me dije: esto no lo voy a contar nunca, no lo voy a contar nunca. Y cuando me di de bruces contra el agua, a muchos metros de donde se produjo el aletazo tremendo que esparció a todos los incautos de la barca, maldije a Moby Dick, a Melville, a John Houston, a los documentales de la 2 y al niño aquel que fui que se quedaba fascinado con el canto de las ballenas y esas sonrisas tan encantadoras que mostraban siempre en los cromos.

Juan Bonilla