La trama se desarrolla durante la creación de la obra La Última
Cena, encargo de Ludovico el Moro al artista Leonardo da Vinci como parte de la
ampliación y decoración del refectorio del convento dominico de Santa Maria
delle Grazie, en Milán, Italia entre 1495 y 1497.
Javier Sierra realiza hipótesis
sobre cuáles pudieron ser las verdaderas fuentes de Leonardo para pintar una de
las obras sacras más conocida de la cristiandad y sobre la posible relación de
Leonardo con los cátaros.
Región de la Lombardía. Enero de 1497. Fray Agustín Leyre,
inquisidor dominico experto en la interpretación de mensajes cifrados, es
enviado a toda prisa a Milán para supervisar los trazos finales que el maestro
Leonardo da Vinci está dando a La Última Cena. La culpa la tiene una serie de
cartas anónimas recibidas en la corte papal de Alejandro VI, en las que se
denuncia que Da Vinci no sólo ha pintado a los Doce sin su preceptivo halo de
santidad, sino que el propio artista se ha retratado en la sagrada escena,
dando la espalda a Jesucristo. El remitente, al que en la Secretaría de Claves
de los Estados Pontificios conocen como “el Agorero”, conoce a la perfección lo
que está ocurriendo en el convento de Santa Maria delle Grazie y, desesperado
por la pasividad de Roma, decide tomarse la justicia por su cuenta y acabar con
los cómplices herejes que sostienen la labor de Leonardo.
La cena secreta, recrea una época y unos enigmas fascinantes. Por
ejemplo, es rigurosamente cierto que Leonardo pintó una Última Cena sembrada de
anomalías bien curiosas: su composición no muestra el Santo Grial, pero tampoco
a Cristo instaurando el sacramento de la eucaristía, sino que hace un gesto con
las manos parecido a una imposición, idéntico al único sacramento que
ejercitaban los cátaros durante sus ceremonias, el Consolamentum. Los
discípulos son en realidad retratos de importantes heterodoxos de su época, y
en la mesa, lejos de haberse servido el preceptivo cordero pascual, sólo puede
verse algo de pan, sal, naranjas y pescado. Es evidente que tampoco la actitud
de los Doce en esa composición refleja lo que narran los evangelios. Juan, el
joven discípulo que está sentado junto al maestro, no apoya su cabeza en el
pecho del Maestro, como dice el Nuevo Testamento. Más bien, al contrario.
Parece alejarse de Él. ¿Por qué? ¿Y cómo permitieron a Leonardo pintar un mural
con tantas contradicciones doctrinales?
La cena secreta, en una narración trepidante, desvela cuáles
pudieron ser las verdaderas fuentes de las que bebió Leonardo para pintar la
obra sacra más conocida de la cristiandad.
En cuanto a mi opinión sobre el libro he de decir que presenta un
argumento atractivo para los amantes del misterio; sus diálogos fluidos te
sumergen en la realidad de aquel tiempo. Es un libro que puedes leer una y otra
vez porque está tan bien documentado que es como un libro de Historia aunque
propiamente casi que lo es. Es sin duda una investigación sobre uno de los
frescos más importantes de la humanidad y aunque parte del argumentario es
ficticio está cercano a lo oculto. Si hay algo que me ha gustado bastante del
libro son sus explicaciones a pie de página, pero por el contrario si hay algo
que no me ha gustado es el excesivo número de personajes que presenta Javier
Sierra en su novela. También otro de los aspectos que tal vez me decepcionaron
es que el final no viene de forma inesperada provocando la sorpresa sino que
viene a seguir el hilo principal de la historia contada por el padre Agustín
Leyre. Reseño esto porque personalmente prefiero que las historias tengan un
giro sorprendente de los acontecimientos.
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