Tenemos un yacimiento —un tesoro— de literatura que se remonta a
los egipcios, a los griegos, a los romanos. Todo está allí, esta abundancia de
literatura por descubrir una y otra vez para quien tenga la suerte de
encontrarla. Un tesoro. Supongamos que no existiera. Qué empobrecidos, qué
vacíos estaríamos.
Poseemos una herencia de idiomas, poemas, cuentos, relatos, que
jamás se agotará. Podemos disponer de ella, siempre.
Tenemos un legado de cuentos, relatos de los antiguos narradores,
algunos cuyos nombres conocemos y otros no. Los narradores retroceden más y más
en el tiempo hasta un claro del bosque donde arde una enorme hoguera, y los
antiguos chamanes bailan y cantan, porque nuestro patrimonio de cuentos se
originó en el fuego, la magia, el mundo de los espíritus. Y es allí donde
permanece, hasta el presente.
Si consultamos a algún narrador moderno, nos dirá que siempre
existe un momento de contacto con el fuego, con aquello que nos gusta llamar
inspiración y que se remonta al pasado remoto, hasta el origen de nuestra raza,
al fuego, al hielo y a los fuertes vientos que nos dieron forma yque
conformaron nuestro mundo.
El narrador vive dentro de todos nosotros. El creador de historias
siempre va con nosotros. Supongamos que nuestro mundo padeciera una guerra, los
horrores que todos podemos imaginar con facilidad. Supongamos que las
inundaciones anegaran nuestras ciudades, que el nivel de los mares se elevara…,
el narrador sobrevivirá, porque nuestra imaginación nos determina, nos
sustenta, nos crea: para bien o para mal y para siempre. Nuestros cuentos, el
narrador, nos recrearán cuando estemos desgarrados, heridos e incluso
destruidos. El narrador, el creador de sueños, el inventor de mitos es nuestro
fénix, nuestra mejor expresión, cuando nuestra creatividad alcanza su punto
máximo.
Fragmento del
Discurso a la Entrega del Premio Nobel, Doris Lessing
PREMIO NOBEL DE LITERATURA 2007
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