viernes, 31 de agosto de 2018

AMERICAN GODS



            Enviado por Sergio:

La vida en la cárcel es dura. Pero siempre queda un rayo de esperanza si sabes que, a la salida, te espera una mujer que te ama, un amigo que te quiere, un trabajo que adoras,... Todo eso es lo que quiere Sombra, que está a punto de salir de la cárcel... Pero un día le comunican que su mujer y su mejor amigo han muerto en un accidente de coche.

Entonces, contratado por un extraño anciano experto en timos y estafas que responde al nombre de Wednesday, Sombra empieza un interminable viaje a lo largo y ancho de América, perseguido por el espíritu de Laura, su esposa muerta, en el que descubre el límite entre lo humano y lo divino, pues, poco a poco descubriremos que Wednesday es una encarnación de Odín y que está reclutando viejos dioses, cuyos poderes han disminuido por el tiempo y la falta de creyentes, para participar en una guerra contra los nuevos dioses: aquellos que conforman la tecnología moderna.

Neil Gaiman crea una historia en la que dioses y héroes se dan la mano, en la que el destino de la misma alma de Norteamérica está en juego.

Entre los capítulos de la historia protagonizada por Sombra se intercalan pasajes sobre la historia ficticia de los Estados Unidos o historias de dioses de distintas mitologías, que han llegado al nuevo mundo gracias a la inmigración de sus fieles. Pues Gaiman nos habla sobre el origen de los dioses, de las creencias, cómo un nuevo mundo cambia las actitudes y la fe, y aparecen las nuevas divinidades: Internet, la televisión, etc...

Veamos algunos de los personajes que aparecen en el libro:

Sombra, el protagonista de la historia, anonadado al morir su mujer y su mejor amigo en un accidente de tráfico y ver cómo se truncan todos sus planes. Es un personaje extraño, taciturno, flemático, que piensa que lo que tiene que pasar pasará. En la primera parte del libro acompaña al Señor Wednesday en su viaje. En la segunda, se instala en Lakeside donde adopta el nombre de Mike Ainsel.

El Señor Wednesday está dispuesto a hacer cualquier cosa para que los viejos dioses recobren parte de su antiguo poder. Le encanta conquistar a mujeres y tener siempre la razón.

Laura es la esposa de Sombra, que se lio con el mejor amigo de Sombra, mientras éste estaba en la cárcel. Como zombie, visita a Sombra gracias a la magia de una misteriosa moneda que Sombra arrojó a su tumba.

Czernobog, un anciano que vive en Chicago, con sus hermanas las Zoryas. Jugando a las damas, le ha ganado una peculiar apuesta a Sombra, donde éste se juega su vida.

 Hinzelmann es, según Sombra, el mejor amigo que se puede tener en Lakeside.

Sam Cuervo Negro, una estudiante de bellas artes que Sombra conoció haciendo autostop. Le gusta hacer figuras de bronce y es de una familia de nativos americanos.

Chad Mulligan. El sheriff de Lakeside, que confía en el ciudadano de su pueblo, hasta que habla con su prima, la viuda del mejor amigo de Sombra.

PREMIO HUGO 2002
PREMIO LOCUS 2002
PREMIO NÉBULA DE NOVELA 2002
PREMIO STOKER 2001

jueves, 30 de agosto de 2018

EL CRISMÓN DE LA CATEDRAL DE JACA


Don Arístides nos ha guiado entonces hasta la entrada principal del templo, un acceso situado en el extremo occidental de la nave, justo debajo del campanario. Allí ha querido que admiráramos su Magna Porta, una portada enmarcada por unas arquivoltas reconstruidas no hace mucho. Sobre su dintel, inscrito en una medialuna de piedra, nos ha mostrado la primera de las «pruebas físicas» que compartió con nuestro compañero: un crismón. El más grande y hermoso que hayamos visto nunca.

¿Han oído ustedes alguna vez hablar de ellos?

Los crismones son piezas decorativas singulares que sólo se encuentran en algunas iglesias medievales. Solían colocarse sobre vanos y lugares de paso y por lo general se reducían a un círculo en el que se inscribían las letras griegas rho (ρ) y ji (Χ), que eran las dos primeras del nombre en griego del Mesías (Χριστός). El ejemplar de Jaca ha resultado ser, sin embargo, muy distinto a todos los que conozco. Está flanqueado por dos leones simétricos, y sus letras, de un relieve afiligranado, forman una suerte de anagrama.

Don Arístides nos ha entregado incluso un grabado antiguo para que pudiéramos apreciar mejor sus inscripciones. Éstas, escritas en un latín repleto de arcaísmos, advierten a quien entra que sólo el que purifica su alma y se humilla en ese suelo alcanzará la vida eterna y superará la «ley de la muerte».

Deténganse en este punto un momento. ¿No era precisamente eso a lo que aspiraban los caballeros de los relatos artúricos? ¿No fue la superación de la muerte el principal atributo del grial?

Para rematar ese simbolismo, y siempre atendiendo a las explicaciones de don Arístides, el cantero del crismón subrayó su mensaje añadiéndole ocho margaritas que son prácticamente endémicas de esa pieza. Éstas se encuentran entre los radios, talladas con un detalle que maravilla. Son, nos ha dicho, muy raras en un símbolo de este tipo aunque su intención debió de ser muy clara en tiempos de Sancho Ramírez: se trataba de una marca de pureza. Un símbolo de renacimiento.

Javier Sierra, El Fuego Invisible

PREMIO PLANETA 2017

miércoles, 29 de agosto de 2018

LA DAMA DEL ARMIÑO


Aparte de la propia Karolina, lo más extraordinario que había en la tienda era la casa de muñecas que estaba construyendo sin descanso su nuevo amigo. Cada tarde, el Fabricante de Muñecas trabajaba en ella y en una nueva muñeca, una niña con oscuros tirabuzones y unos ojos brillantes de colores diferentes. El de la izquierda era de color verde intenso y el derecho azul marino.

Mientras el Fabricante de Muñecas tallaba con su cuchillo, Karolina cosía prendas para los otros juguetes. Esa noche estaba haciéndole un vestido rosa a una muñeca llamada Lucja. Pero Karolina no podía concentrarse en las rosas que estaba bordando en el cuello del vestido. Le interesaba demasiado la muñeca que iba a vivir en la casita.

—Tiene pinta de que será una princesa —dijo Karolina—. Es casi tan preciosa como la dama del armiño.

La dama del armiño era la obra de arte favorita de Karolina. El Fabricante de Muñecas poseía una copia pintada por uno de los artistas que pasaban el tiempo en el café cercano. La pintura original, de Leonardo da Vinci, estaba en el Museo Czartoryski, un pequeño edificio con un alegre tejado verde al otro lado de la plaza principal. La mujer del cuadro parecía ocultar mil secretos tras su sonrisa apenas esbozada. Su armiño blanco se le enroscaba en el brazo como una fumarola, y miraba con ojos traviesos.

—Yo no soy un artista como Da Vinci —dijo el Fabricante de Muñecas. Pero sonreía: siempre parecía contento cuando hablaba de la casa de muñecas y de la muñeca que viviría dentro. Aquellos dos juguetes parecían significar para él más que cualquier otra cosa de la tienda, salvo Karolina.

martes, 28 de agosto de 2018

EL TROVADOR OSCURO



Un talentoso trovador llamado Arnaut Daniel es apresado sin motivo aparente por el rey de Inglaterra, Ricardo Corazón de León, quien pone a prueba su honor y su lealtad.  El trovador demostrará sus valores con un respeto reverencial por la sobrina del rey, Edith, y por su madre, Leonor.

Más allá de eso, el monarca lo traicionará, Arnaut deberá escapar, pero volverá para salvarlo de una conspiración en su contra. El trovador volverá a dar muestras de su lealtad y conocerá a Robin Hood, quien colaborará con él para que Ricardo Corazón de León siga siendo el rey de Inglaterra.

                Curioso libro el de Carlo Frabetti para un público joven. Por una parte, es una novela histórica centrada en el reinado de Ricardo Corazón de León (vemos la III Cruzada como telón de fondo y la disputa del trono de Inglaterra con su hermano Juan sin Tierra). Pero también se nos habla de matemáticas (esos números arábigos), y de literatura.

                Esta novela de aventuras contiene varios de los tópicos de la literatura europea medieval: el amor cortés, las cruzadas, los torneos, el héroe… que en este caso no es un caballero, sino un  trovador cuyo mérito se basará en la sabiduría y la palabra. Y aquí encontramos un homenaje a sir Walter Scott, pues por las páginas del libro pasean Ivanhoe o el escoces sir Kenneth con su mastín (el protagonista de la novela El Talismán) junto con Robin Hood.

                Además Arnaut Daniel es un personaje real, y Dante y Petrarca lo consideraron uno de los grandes poetas. En el libro podemos encontrar varios de sus poemas, una curiosa definición de poesía (invitar a quien la escucha a que componga en su corazón su propio poema). Pero también asistimos a la creación de la sextina, su famosa composición poética a partir de la disposición de los números que lleva el talismán que le entrega Sir Kenneth:

1 6 3 5 4 2
2 1 6 3 5 4
3 5 4 2 1 6
4 2 1 6 3 5
5 4 2 1 6 3
6 3 5 4 2 1

                Curioso, ¿verdad? ¿a qué parece un sudoku? Si quieres la explicación tendrás que leer el libro.

                La novela es fresca, ágil, divertida, sabe engancharte. Y Arnaut es un personaje encantador, una mezcla de ingenio e ingenuidad increíble (las que le gastan los Plantagenet).

                También Carlo Frabetti nos trae en la novela valores actuales: Ricardo y sir Kenneth son gays (no os equivoquéis, que no son pareja); vemos como Arnaut detiene una presunta violación, a pesar de que sabe que lleva las de perder; o Melisa, la juglaresa, que proclama su libertad y es capaz de tomar iniciativas.

lunes, 27 de agosto de 2018

MUERTE EN VENECIA


—No eres idiota —dijo Soledad—: A veces pienso que el mundo se mueve fundamentalmente por la necesidad de amor. Vi hace poco una ópera preciosa de Britten sobre eso. Muerte en Venecia. ¿Has oído hablar de Muerte en Venecia?
—No.
—Es una novela de un autor muy famoso, ya fallecido: Thomas Mann. Ganó el Premio Nobel. Luego también hicieron una película muy conocida, dirigida por Visconti. Pero te quería hablar de la ópera. Me encantó. El protagonista es un escritor centroeuropeo célebre, un hombre mayor, tradicional y serio. Todo sucede a principios del siglo XX. Se llama Aschenbach. Viste de una manera muy sobria, es la encarnación misma de la respetabilidad. Y resulta que está bloqueado en la escritura de su novela y decide pasar el verano en una playa, en el Lido, en Venecia, para ver si recupera la inspiración. En el barco ve a un viejo homosexual, chillón, afeminado, con ropa muy llamativa y todo maquillado. A Aschenbach le asquea. Pero por fin llega al Lido, y se instala en el Gran Hotel y baja a la playa, todo vestido, a sentarse en una silla, como entonces hacía la gente burguesa. Y en la playa descubre a un adolescente de unos catorce años, rubio, espigado, la cabeza llena de rizos que el aire desordena. Es polaco, está en el hotel con su madre y sus hermanas y se llama Tadzio. Es bellísimo. Piensa en el animal más bello que puedas imaginar y Tadzio es así. Un ciervo joven. Y su visión hiere a Aschenbach como un rayo. Queda preso, hechizado, enamorado.
—¿Entonces era homosexual?
—No. Es decir, seguramente no se lo había permitido jamás. Es un personaje de la alta sociedad, rígido y formal y muy convencional. Al autor del libro, Thomas Mann, le pasaba algo parecido, era un hombre famosísimo y obsesionado por la respetabilidad. Estaba casado y tenía hijos pero le atraían los hombres, aunque yo creo que nunca se permitió amarlos. De ahí que Muerte en Venecia tenga mucho que ver con su propia vida. Y a Aschenbach le pasa eso mismo, no quiere reconocerse. Por eso cuando ve a Tadzio se queda aterrado por la fuerza de sus sentimientos. No sólo se trata de un varón, sino que además es un niño, es una pasión doblemente infame y prohibida. Pero no puede evitar que su corazón se incendie. Termina el primer acto gritando un desgarrador te amo. Gritándoselo al aire, a nadie, a sí mismo. Simplemente admitiéndolo.
Adam había dejado de comer y la miraba absorto, sin parpadear, casi se diría que sin respirar, atrapado por su relato. Soledad se sintió poderosa, se sintió seductora. A veces también había sucedido con Mario. A veces le había tenido bebiendo sus palabras. La directora de la Biblioteca quizá tuviera razón cuando decía que ella era muy narrativa. Si tan sólo fuera capaz de escribir. Si tan sólo fuera un poco menos cobarde y se atreviera a escribir un libro…
—Entonces las cosas se complican porque en Venecia estalla una epidemia de cólera. Las autoridades intentan ocultarla porque es una ciudad turística, pero la enfermedad avanza. El barbero informa a Aschenbach de la epidemia y le aconseja que se vaya de Venecia antes de contagiarse o de que impongan la cuarentena. Pero él no puede ni imaginar dejar de ver a Tadzio. Por cierto que eso es lo único que hace, mirarlo desde lejos. Sabe que es una pasión prohibida. Sabe que jamás podrá hacerla realidad. Nunca habla con el adolescente. Ni una sola palabra. Sólo lo mira. Y el caso es que los turistas más avispados empiezan a marcharse, pero la madre del niño, que no entiende italiano, desconoce que existe una epidemia y sigue en el Lido. Aschenbach se dice que debería advertirla para que se vayan, pero no lo hace. Está poniendo en peligro la vida de su amado y su propia vida. El Gran Hotel se va quedando vacío, mientras Aschenbach desciende paso a paso todos los escalones de su desesperación y su tormento. El barbero le tiñe el pelo y lo maquilla, alabando su apariencia juvenil. Pero no resulta juvenil, sino patético, un viejo homosexual ridículo pintarrajeado y emperifollado, igual que aquél al que vio al principio de la historia en el barco y a quien aborreció. Aschenbach ha sacrificado por Tadzio todo, su prestigio, su carrera, su reputación. Incluso el respeto que se tenía a sí mismo. Lo ha sacrificado a cambio de nada, sólo por poder atisbar su belleza, sólo porque lo ama. Pasan los días… Todos los huéspedes del hotel se han ido y por fin la madre del chico está preparando las maletas para marcharse. Tadzio está por última vez en la playa; Aschenbach, enfermo y muy debilitado, se sienta en una de las tumbonas y contempla cómo su amado se aleja en dirección al mar. Y así, mirándolo, se muere.
—¿Aschenbach se muere?
—Sí, se muere ahí solo, en una de esas tumbonas de rayas supuestamente alegres pero que ahora son tristísimas porque toda la playa está vacía, y se muere con su traje ridículo y llamativo y con sus maquillajes medio derretidos de vieja loca.
Adam cabeceó con gesto de aprobación.
—Amor y muerte. Lo entiendo muy bien.

Rosa Montero, La Carne

domingo, 26 de agosto de 2018

ROMANCE DE LA CAMPANA DE HUESCA



Don Ramiro de Aragón,
el rey monje que llamaban,
caballeros de sus reinos
muchos lo menospreciaban,
porque era manso y humilde
y no sabidor de armas,
por lo que no le obedecen,
por lo que le desacatan.
Ha enviado un mensajero
al monje que lo criara,
a San Ponce de Tomeras
donde el buen abad moraba,
para que le diese consejo
que ninguno le acataba.
El mensajero se parte
y al abad le da una carta.
El abad no le responde;
en la huerta sólo entraba
el mensajero con él,
que respuesta le demanda.
El abad le despachó
sin hablarle una palabra.
La respuesta que le diera
fuera cifra bien cerrada,
que sacando allí un cuchillo,
las ramas altas cortaba.
Despedido el mensajero,
mal contento se tornaba.
Como fue llegado al rey,
le dijera estas palabras:
-“Mal recado os traigo, rey,
que el monje no vos preciaba,
ni me quiso dar respuesta;
creo que de vos burlaba;
entróse luego a una huerta
en leyendo vuestra carta,
y afilando allí un cuchillo,
las ramas emparejaba.”
Oyendo estas razones
el rey las disimulara:
Entendió bien la respuesta
y el consejo que le daba.
Hizo llamar a las Cortes,
a Cortes que celebraba:
dice que hacer quería
una solemne campana
que se oyese por el reino
y sonase en toda España.
Viérades de esto gran risa;
los grandes de ello mofaban.
En esa ciudad de Huesca
muchas gentes se juntaban;
Llamó un día a los señores,
y en su cámara les habla,
y a sus hijos herederos
hizo quedar en la sala.
En entrando, todos ellos
viéronse entre gente de armas;
mandó cortar las cabezas
a los que más se burlaban.
Quince fueron sentenciados,
a los otros perdonara.
Mandó sacar las cabezas
a los mozos de la sala:
díjoles que eran sus padres
todas las que allí miraban,
porque le tenían en poco
y en su presencia burlaban;
que viesen aquel ejemplo,
y ellos mojasen la barba.
Así fue temido el monje
con el son de esta campana.

viernes, 24 de agosto de 2018

LA ÚLTIMA BRUJA DE TRASMOZ


Enviado por Iván:

La última de una estirpe de brujas legendarias. Un monasterio oscuro y apartado. Un libro satánico oculto. Una serie de misteriosas muertes. Una calavera de cristal que permite hablar con los muertos. Dos personas que no repararán en nada por hacerse con la calavera. Una historia de amor que nace en el lugar más inesperado. Y, en el centro de todo ello, un descendiente de Gustavo Adolfo Bécquer que comprobará que los terrores que describió el autor siguen muy, muy vivos. Esto es los que nos ofrece en esta novela César Fernández García.

El primer capítulo se desarrolla en el invierno de 1870, cuando Bécquer vuelve al monasterio de Veruela, y en uno de sus paseos, aterrorizado, entra en un cementerio, donde encuentra una extraña calavera de cristal y sufrirá unas terroríficas alucinaciones.

Emilio, al igual que su antecesor, abandona su trabajo y se irá a un retirado monasterio para escribir una novela. Por las noches le atormentan unos enigmáticos sueños y pronto se da cuenta de la relación de éstos con Gorgona, la última de una estirpe de brujas legendarias, sobre las que escribió Bécquer. Desde su llegada asistirá a sucesos extraños. Y tampoco estará solo. Una joven llamada Beatriz le acompañará en su intento por acercarse al mundo de Gorgona y a su calavera.

Novela que retoma una de las leyendas que Bécquer narró en Cartas desde mi Celda, concretamente en la sexta, séptima y octava carta. El relato abunda en referencias biográficas de Bécquer e incluye pasajes de su obra (por ejemplo, las citas con las que se abre cada capítulo).

La novela combina la acción, promovida por la intriga y la búsqueda, junto con reflexiones argumentativas. El ritmo es bueno y logra que el lector se interese por la historia que nos cuentan. La ambientación esta lograda; es más para ello va a utilizar varias de las características propias del Romanticismo:

·         Evasión del mundo que los rodea: Bécquer y Emilio abandonan sus trabajos, retirándose a un monasterio propio de la Edad Media, buscando un lugar para escribir apartado, ajeno al mundo.
·                 Las tormentas, el cierzo, la niebla, es decir, una naturaleza acorde al desasosiego que manifiesta el alma  del protagonista.
·         Lo nocturno y misterioso: la noche, las ruinas, los bosques, los monasterios de la comarca del Moncayo sugieren lo fantasmagórico, lo sobrenatural. A ello hay que añadir el libro, las calaveras y la bruja.
·               Se inspira en temas históricos y legendarios, que recogió primero Bécquer.
·              El amor, pero con misterio y pasión, como el que le ofrece Beatriz.

PREMIO LA GALERA JÓVENES LECTORES 2009

jueves, 23 de agosto de 2018

EL GUGGENHEIM


Ahora se encontraba a las puertas del museo, impaciente por descubrir qué diantre pensaba anunciar su antiguo alumno. Una ligera brisa agitó los faldones de su chaqueta mientras avanzaba por la explanada de cemento que había entre el edificio y la ribera de la sinuosa ría del Nervión, antaño el alma de una pujante ciudad industrial. El aire olía vagamente a cobre.
Al final, levantó la mirada y se permitió a sí mismo admirar el enorme y resplandeciente museo. La estructura era imposible de abarcar de un simple vistazo. Sus ojos, pues, deambularon de un lado a otro de la estructura de extrañas líneas deformadas.
«Este edificio no se limita a romper las reglas —pensó—. Las ignora por completo. Es un lugar ideal para Edmond.»
El museo Guggenheim de Bilbao daba la impresión de haber salido de una alucinación alienígena: se trataba de un remolineante collage de combadas formas metálicas que parecían haber sido colocadas unas sobre otras de un modo casi aleatorio. Ese caótico amontonamiento de bloques de formas curvas estaba recubierto por más de treinta mil placas de titanio que resplandecían como las escamas de un pez y proporcionaban a la estructura una apariencia a la vez orgánica y extraterrestre, como si un Leviatán futurista hubiera salido del agua para tomar el sol a la orilla del río (...)
A medida que uno se acercaba al edificio, la fachada parecía metamorfosearse a cada paso ofreciendo al visitante una nueva personalidad según el ángulo en el que se encontrara. Finalmente, la ilusión más dramática del museo quedó a la vista de Langdon: por increíble que pudiera parecer, desde esa perspectiva la colosal estructura parecía estar literalmente flotando a la deriva en las aguas de un enorme estanque «infinito» cuyas olas lamían las paredes exteriores del museo.
El profesor se detuvo un momento para maravillarse ante el efecto y luego se dispuso a cruzar el estanque a través del puente minimalista que se arqueaba por encima de la cristalina extensión de agua. A medio camino, un ruido fuerte y siseante lo sobresaltó. Parecía proceder del suelo del puente. Langdon se detuvo de golpe al tiempo que una neblina se arremolinaba y comenzaba a elevarse alrededor de sus pies. El espeso velo de niebla ascendió y se extendió en dirección al museo, engullendo la base de toda la estructura.
«La escultura de niebla», pensó.
Había leído sobre esa obra de la artista japonesa Fujiko Nakaya. La «escultura» era revolucionaria porque estaba hecha de aire: consistía en un muro de niebla que se materializaba cada tanto y luego se disipaba lentamente. Como las brisas y las condiciones atmosféricas nunca eran idénticas de un día para otro, cada vez que aparecía era distinta.
El puente dejó de sisear, y Langdon contempló cómo el muro de niebla se asentaba sobre el estanque, remolineando y cubriéndolo todo como si tuviera mente propia. El efecto era al mismo tiempo etéreo y desorientador. Todo el museo parecía estar flotando sobre el agua, descansando ingrávidamente sobre una nube cual barco fantasma perdido en el mar.
Justo cuando se disponía a seguir adelante, la tranquila superficie del agua se vio sacudida por una serie de pequeñas erupciones. De repente, cinco pilares de fuego salieron disparados del estanque hacia el cielo, retumbando cual cohetes a través del aire neblinoso y proyectando sus relucientes estallidos de luz sobre las placas de titanio del museo.
El gusto arquitectónico del propio Langdon tendía más al clasicismo de museos como el Louvre o el Prado y, sin embargo, mientras contemplaba la niebla y las llamaradas que había sobre el estanque, fue incapaz de pensar en un lugar más adecuado que ese museo ultramoderno para que un hombre que amaba el arte y la innovación y que tenía una visión tan clara del futuro celebrara un evento.
Abriéndose camino entre la niebla, se dirigió finalmente hacia la entrada del edificio, una ominosa abertura negra en la estructura reptiloide. Al acercarse al umbral, no pudo evitar la desasosegante sensación de estar entrando en la boca de un dragón.

Dan Brown, Origen

miércoles, 22 de agosto de 2018

ROUND POND


Charles Pope se enfrentaba a un dilema cerca del estanque Round Pond en Kensington Gardens. Tenía en la mano una carta que había sido entregada en su oficina. Le dio la vuelta una y otra vez mirando la escritura ligera y precisa. ¿Tenía sentido estar allí? ¿Qué conseguiría, aparte de más problemas? Maria Grey le había escrito pidiéndole que la visitara en casa de su madre en Chesham Place, pero Charles había rehusado. Un hombre de su posición no podía visitar a una joven del rango social de Maria, en especial cuando estaba ya comprometida. Así que había enviado una nota sugiriendo un encuentro en el Round Pond a las tres de la tarde. Era un lugar lo suficientemente público y encontrarse por azar mientras daban un paseo no tendría nada de inapropiado. ¿O sí?

Excepto que cuando se acercaba la hora convenida, sintió que le abandonaba el valor. ¿Cómo podía declararle su amor y a la vez estar dispuesto a poner en peligro su buen nombre de aquella manera? Claro que mientras se hacía la pregunta sabía que necesitaba volver a verla.

Cuando llegó al estanque soplaba un viento recio. El agua estaba picada, con olas pequeñas que lamían los bordes y rompían a los pies de Charles. A pesar de la brisa había numerosas damas paseando, algunas en grupos de dos o tres, y niños pequeños correteando en zigzag entre ellas. Otros de mayor edad se esforzaban por hacer volar una cometa color escarlata, seguidos por sus afanosas niñeras que caminaban juntas, unas pocas empujando los nuevos cochecitos para bebé hechos de mimbre, otras llevando a los críos en brazos.

Se sentó en un banco y observó los patos cabecear en la superficie del agua sin dejar de mirar nervioso a su alrededor ni de escrutar los rostros de quienes pasaban. ¿Dónde estaba? Tal vez había decidido no ir. Pasaban ya veinte minutos de la hora. Pues claro que había cambiado de opinión. Habría hablado de ello con alguien, su madre o su doncella, que le habrían hecho percatarse de lo descabellado del plan. Se puso de pie. Estaba haciendo el ridículo. Aquella joven elegante y hermosa estaba por completo fuera de su alcance. ¡Perdía el tiempo!

Julian Fellowes, Belgravia

martes, 21 de agosto de 2018

TAMBIÉN ESTO PASARÁ


Enviado por Milena (B1H):

Cuando era niña, para ayudarla a superar la muerte de su padre, a Blanca su madre le contó un cuento chino. Un cuento sobre un poderoso emperador que convocó a los sabios y les pidió una frase que sirviese para todas las situaciones posibles. Tras meses de deliberaciones, los sabios se presentaron ante el emperador con una propuesta: «También esto pasará.» Y la madre añadió: «El dolor y la pena pasarán, como pasan la euforia y la felicidad.» Ahora es la madre de Blanca quien ha muerto y esta novela, que arranca y se cierra en un cementerio, habla del dolor de la pérdida, del desgarro de la ausencia. Pero frente a este dolor queda el recuerdo de lo vivido y lo mucho aprendido, y cobra fuerza la reafirmación de la vida a través del sexo, las amigas, los hijos y los hombres que han sido y son importantes para Blanca, quien afirma: «La ligereza es una forma de elegancia. Vivir con ligereza y alegría es dificilísimo.» Esta y otras frases y el tono de la novela, tan ajena a cualquier concesión a lo convencional, evocan aquella Bonjour tristesse de Françoise Sagan, que encandiló a tantos (y escandalizó a no pocos) cuando se publicó en 1954. Todo ello en el transcurso de un verano en Cadaqués, con sus paisajes indómitos y su intensa luz mediterránea que lo baña todo.

Milena Busquets transforma en literatura vivencias personales y partiendo de lo íntimo logra una novela que rompe fronteras y se está traduciendo con inusitada rapidez a las principales lenguas, como el inglés, el francés, el alemán, el italiano y el portugués. Y lo logra porque a través de la historia de Blanca y la enfermedad y muerte de su madre, a través de las relaciones con sus amantes y sus amigas, combinando prodigiosamente hondura y ligereza, nos habla de temas universales: el dolor y el amor, el miedo y el deseo, la tristeza y la risa, la desolación y la belleza de un paisaje en el que fugazmente se entrevé a la madre muerta paseando junto al mar, porque aquellos a quienes hemos amado no pueden desaparecer sin más.

El tema principal es claramente cómo saber gestionar ese dolor que nos embarga tras la pérdida de un ser querido, pero junto a esta emoción también aparecerán otras como la esperanza, y por qué no también la alegría y el humor, que para Blanca en más de una ocasión vendrá de la mano del sexo como ella misma nos dirá. en esta novela, Milena Busquets se ha basado en su propia vida y en lo que ella misma sintió tras el fallecimiento de su madre, ocurrida en el 2012, ya que la autora de este libro es hija de la conocida y famosa editora, Esther Tusquets.

Este libro lo descubrí por una red social. La portada me pareció bonita y sofisticada, lo que me llevó a tener interés por él. Tras buscar un par de críticas me convenció y más cuando tenía que leerlo para un trabajo. Creo que es un libro que con el paso del tiempo entenderé mejor y me quedaré con mejor sabor de boca. Lo elegí porque trata sobre la pérdida, y que mejor momento que este para leerlo pero aún así no le he sacado el provecho que seguramente pueda sacarle en un futuro.

Eso sí, la manera tan limpia de tocar diversos temas me enganchó, los diálogos con su difunta madre que te hace ver cómo la ha dejado de tocada, las descripciones sobre su madre son espléndidas ver cuánto apego le tenía, y sobre los demás, y cómo la soledad de su madre la enloquece. La introducción de los demás personajes que hacen que veamos cómo es la personalidad de Blanca.

El final no me lo esperaba, y me gustó, ver cómo ella no podía huir más de la muerte de su madre. Su madre ha muerto y ella tiene que asumirlo. Es tan duro como en la última parte se ve tanto dolor.

lunes, 20 de agosto de 2018

TARDE DE TEATRO



El toque de las trompetas anunciando el inicio de la función sobresaltó al viejo Walter Roche, el maestro de pueblo, llegado a Londres para la ocasión después de un viaje largo y agotador. El viejo maestro nunca había visto tanta gente junta, ni tan revoltosa. El ruido resultaba ensordecedor, el gentío se arremolinaba junto a las entradas del nuevo edificio, había empujones, algunos perdían los nervios. Conseguir un pequeño espacio en el patio o en alguna de las gradas superiores parecía cuestión de vida o muerte.
El viejo Walter Roche precisó consultar de nuevo el papel con las instrucciones. Allí estaba cuanto debía hacer, explicado con toda claridad. Lo sacó trabajosamente de su faltriquera y achinó un poco los ojos para leer: Preguntad en la puerta tercera por un hombre llamado Peele. Mostradle esta carta de mi puño y letra y él os guiará hasta vuestro asiento. También os proporcionará una almohada para vuestra mayor comodidad. Sin ella el drama acaso os resultaría demasiado dramático.
Quien en otro tiempo fue su alumno conservaba su sentido del humor y su alegría habituales. «Es un mérito envejecer de buen humor», se dijo Roche, que no lo había conseguido. Mientras buscaba la tercera puerta y al tal Peele, el maestro constató que él no sería capaz de vivir ni un cuarto de hora en un lugar como aquel. No lo habría conocido nunca de no ser por la carta. La carta tenía la culpa de todo.
A lo largo de su prolongada vida como maestro, Walter Roche conoció a centenares de discípulos. Sería exagerado, además de pretencioso, afirmar que siempre supo que el hijo del guantero llegaría tan lejos. Cuando le preguntaban por él -cada vez con más frecuencia-, siempre recordaba su alegría, su arrojo, aquel afán por entender el mundo, de aquel niño tímido, diferente, que apenas tenía amigos. En realidad, lo que le hacía único era difícil de explicar. Una vez distinguió un ademán de sus manos, un rictus de sus labios... Era un chiquillo tocado por el destino, no encontraba otra explicación. Los dioses, a saber cuáles, le habían elegido. Hay cosas que no pueden explicarse de otro modo.
Por fin dio con la puerta, frente a la cual aguardaba un hombre cuyo único cometido parecía ser controlar a una multitud incontrolable. Se acercó a él como pudo y le mostró el papel. Por respuesta obtuvo una sonrisa sincera, la primera del día, que agradeció como un regalo. El hombre gritó junto a su oído, tratando de imponerse a los bramidos del gentío:
-Venid conmigo, señor. -Y entró en el teatro por la puerta que antes custodiaba.
Las viejas piernas del maestro aún eran fuertes. No se fatigó demasiado durante la subida a la primera galería. Una vez allí, el guía recorrió el pasillo que rodeaba las gradas de los espectadores hasta el balcón de los músicos, que quedaba sobre el escenario y a la vez dentro de él. Es el mismo lugar que ocupaban la reina y su séquito cuando acudían a las representaciones. Walter Roche, poco acostumbrado a tratos tan preferentes, se incomodó de verse en tal lugar.
-Su almohada, señor. -Ofreció el acompañante, tendiéndole un pequeño rectángulo rojo que había de colocar entre sus posaderas y la madera del asiento.
Antes de que Walter Roche pudiera agradecérselo, el guía había desaparecido. En el balcón se preparaban los músicos, y le dedicaron una sonrisa amistosa. Él correspondió con timidez de personaje fuera de lugar.
El viejo maestro de escuela tenía desde allí, en esos minutos previos, una magnífica panorámica de las gradas superpobladas. Pensó que le habría gustado más, y le habría parecido más justo, sentarse entre los demás, ocupar un diminuto espacio entre la multitud, aun a costa de aguantar gritos y codazos. Al fin y al cabo, ¿qué había hecho él para merecer un trato de preferencia? O como siempre trató de enseñar a sus alumnos, ¿en qué se diferencian unos hombres de otros? ¿Por qué algunos creen merecer privilegios?Corno le gustaba observar, entretuvo la espera fijándose en los detalles. Los colores alegres de los vestidos de las damas. Las cáscaras de cacahuete que caían al patio, arrojadas por los más hambrientos. Los saludos a voces de vecinos contentos de verse de extremo a extremo del teatro. Ciertos retazos de conversación versaban sobre el argumento de otra comedia. O sobre un pedazo de la vida de alguien que bien parecía una obra de teatro.
Walter Roche, el viejo maestro, recordó las representaciones escolares, siempre tan caóticas. Los muchachos sentían vergüenza de ponerse ante el público. Casi nunca se les escuchaba bien. Tenían voces de pajarillo asustado. Y allí estaba él, para repetir siempre lo mismo, porque en eso consistía, en parte, su trabajo: decir siempre lo mismo, con la misma sempiterna paciencia. «Habla más alto, imagina que tus padres se sientan al fondo, vocaliza bien, recita de modo que se entienda lo que quieres decir. Porque, veamos, ¿tú entiendes lo que estás diciendo?». El pequeño actor meneaba la cabeza con energía y fruncía los labios. «¿Lo ves? ¡Pues ese es el problema! ¿Cómo vas a convencer a alguien si ignoras de qué?».
No quiso recordar mucho por si le confundía con algún otro. En la memoria de un maestro están todos sus alumnos, pero los detalles se desdibujan con el tiempo. Juraría, sin embargo, que era él quien se ponía siempre tan nervioso antes de salir al escenario, como si en cada representación se estuviera jugando la vida. Lo entendió de pronto: se la estaba jugando. Su pequeño pupilo asustado escribía el prólogo de su futuro. Hay cosas que un maestro sabe antes que el resto del mundo pueda descubrirlas. Qué suerte.
Aquellas representaciones sin orden ni concierto, donde todos sufrían lo suyo, fueron una revelación. Incluso el profesor de Griego y Latín, un londinense que presumía de haber estudiado en Oxford, y se quejaba del lamentable oído de sus pupilos para el griego, aplaudió con ganas. De aquella velada lejana recordó Roche también la presencia de la madre entre el público. Mary Arden se sentó en la segunda fila, justo después del claustro de profesores, con las manos cruzadas sobre el regazo, la expresión más severa que orgullosa, expectante, como preguntándose: «A ver qué es lo que vais a hacer para sorprenderme». No podía disimular su preocupación. ¿Y si el hijo tartamudeaba? ¿O tropezaba? ¿O se mofaban de él? El hijo sensible, con gustos raros, sin amigos. El caracol sin concha que ella debía proteger del mundo.
Fue el viejo maestro Walter Roche quien un día la llamó, qué atrevimiento, para darle un consejo que nadie le había pedido. Creía conocer a su discípulo y creía saber el modo de ayudarle.
-El librero Jenkins es amigo mío -le dijo a Mary Arden-. Está de acuerdo en que vuestro hijo sacaría mucho provecho de leer todos los días.
-Pero nosotros -se apresuró a responder la mujer- no somos lo bastante ricos para comprar libros.
-De eso, precisamente, quería hablaros. Si vuestro esposo lo encontrara oportuno, el muchacho podría acudir a casa del librero dos o tres horas por las tardes. Allí hay mucho que leer, y de buena calidad.
Mary Arden vaciló. Aquella era una propuesta demasiado extraña.
-Mi marido se encuentra en uno de sus viajes de negocios -susurró, para ganar tiempo, antes de añadir-: Pero si vos pensáis que eso le hará bien al muchacho...
-Estoy seguro -dijo el maestro-. Seguir los anhelos más profundos del corazón es un modo de no extraviarse.
El segundo toque de las trompetas devolvió a Walter Roche a su lugar en el balcón de honor del teatro. La almohada, que seguía bien colocada allá donde debía estar, resultaba insuficiente: sus huesos prominentes se clavaban en la silla y comenzaban a dolerle. Temió que la función se le hiciera demasiado larga.
Pero en cuanto el presentador o corifeo salió a escena, renació su interés. Se pedía al público benevolencia y se anunciaba el tema del drama, que le interesó. El vestuario, según pudo ver, era rico; la dicción le parecía dulce; el ritmo, musical, y el argumento prometía emociones auténticas. Walter Roche se acomodó en el asiento y dejó que su corazón le guiase.
La obra se llamaba El Rey Lear. Sonó la música y los actores irrumpieron en tropel sobre el escenario. El viejo rey y sus tres hijas. Su majestad estaba consternado. Quería saber cómo era la naturaleza del amor que inspiraba a sus herederas. Un examen con finalidades sucesorias: el reino debía repartirse. El rey era un imbécil que no entendía nada y la obra a ratos parecía un cuento. Walter Roche estaba disfrutando de verdad. Los cuentos le recordaban a su madre, a la vieja nodriza, al bosque junto al pueblo, a los inviernos de su infancia. Los gustos son los hijos de las emociones verdaderas.
-Londres está muy lejos -le dijo al alumno, cuando ya era lo bastante mayor para equivocarse sin ayuda.
-Lo sé, pero es allí donde encontraré lo que busco.
-Entonces, te deseo mucha suerte.
Se hizo un silencio cargado de palabras no pronunciadas.
-Sin vos, yo nunca...
-¡Tonterías! Hice contigo lo mismo que con todos los demás. ¡Márchate!
Pero el muchacho, ya un hombre, no se iba. Le miraba fijamente.
-Prometedme una cosa -prosiguió-. Que si lo logro vendréis a verme.
-¿A Londres? -lo dijo como si Londres estuviera más allá de los abismos donde, se suponía, se acababa el mundo-. ¡Londres está demasiado lejos!
El alumno, decepcionado, calló. El maestro, avergonzado, también.
-Os escribiré. -Fueron las palabras que acompañaron a aquella despedida sin adioses.
Muchos años después, el viejo maestro Walter Roche se preguntaba por qué no vino antes. Por qué no contestó a las invitaciones anteriores. Por qué se hizo de rogar. Forzar a otro a que insista es un modo de arrogancia. Se regañó por dentro: nunca se creyó un hombre importante. Ejerció su trabajo lo mejor que supo, nada más. Ignoraba qué pudo aportar él al hombre que se movía por el escenario como pez en el agua. No podía creer que las palabras que estaba escuchando tuvieran algo que ver con su historia, con su cometido. Solo reconoció los ecos de un clásico, frases llamadas a perdurar. Lo que oía era en todo superior a si mismo.
La primera carta llegó a las pocas semanas de la despedida. Ya tengo mi primer trabajo en el teatro, uno pequeño. Soy apuntador. Escribo un drama en el tiempo que me sobra. La segunda llegó tres meses después: Soy actor, debuto el domingo. Solo tengo tres líneas, pero por algo hay que empezar. Y, alegraos por mí, parece que mi primera obra va a estrenarse.
El corresponsal, agotado por el mucho trabajo o desanimado por la falta de respuestas del maestro, espació más las misivas, pero nunca dejó de enviarlas. Me han escogido en la compañía de actores de Lord Chamberlayne. Representamos con mucho éxito una obra de Ben Jonson y yo actúo en el segundo papel. ¡Voy progresando! Confiad en mí.
El espectáculo tocaba a su fin y Walter Roche comenzaba a lamentarlo. Estaba disfrutando como nunca. Los actores no languidecían, a pesar del esfuerzo, y el público parecía ahora más animado que al principio. La última intervención de la banda de músicos mereció un aplauso ensordecedor. Walter Roche se preguntó qué debían de sentir los actores durante los aplausos. Tal vez era eso lo que su alumno buscaba cuando se marchó. De pronto comenzaron a repicar las campanas de la iglesia vecina, sumándose al jolgorio. Regresaron las trompetas. La noche caía como un telón.
Los actores salieron a saludar. Fueron recibidos con una ovación conmovedora. Uno por uno correteaban por el escenario. Cuando salió el rey, la gente pareció enloquecer. El viejo maestro sintió cómo los latidos de su corazón se aceleraban. Buscó la carta que había recibido hacía tan solo un mes. Por alguna extraña razón, necesitaba verla de nuevo, tocarla. Desde un rato antes se sentía lejos de la realidad, como si también él formara parte de un cuento. Leyó:
Querido maestro: Os saluda con el respeto de siempre uno de los nuevos propietarios de un hermoso teatro del barrio de Southwark, junto al río Támesis. Lo hemos bautizado The Globe porque queremos que se parezca al mundo en variedad y complejidad. Es aquí donde a partir de ahora van a estrenarse todas mis obras. La siguiente llevará por título El rey Lear, y nada me haría más feliz que veros allí el día del estreno. Ya sé que tenéis mucho que hacer y muy importante, pero este alumno que os quiere se sentiría muy honrado si le regaláis vuestro tiempo y vuestra presencia. Creo que disfrutaréis. Con amor, vuestro William Shakespeare.
Cuando el viejo maestro de pueblo Walter Roche levantó la mirada de nuevo hacia el escenario, descubrió los ojos de William clavados en él. Reconoció el brillo del destino en el gesto y en la mirada de su alumno William. Sonrió, feliz de haber acudido. William le devolvió el gesto, con lágrimas en los ojos. Sobre la escena y la ciudad, la noche parecía la techumbre del inmenso escenario que es el mundo.

Care Santos

domingo, 19 de agosto de 2018

CÓRDOBA


Córdoba.
Lejana y sola.

Jaca negra, luna grande,
y aceitunas en mi alforja.
Aunque sepa los caminos
yo nunca llegaré a Córdoba.

Por el llano, por el viento,
jaca negra, luna roja.
La muerte me está mirando
desde las torres de Córdoba.

¡Ay qué camino tan largo!
¡Ay mi jaca valerosa!
¡Ay, que la muerte me espera,
antes de llegar a Córdoba!

Córdoba.
Lejana y sola.

Federico García Lorca

sábado, 18 de agosto de 2018

SE QUEDÓ EL AGUA DESNUDA



Creo que pocos poetas de mi generación y de generaciones inmediatas podrían negar la presencia de Lorca como el paisaje preponderante que acompañó sus orígenes. Algunos lo han confesado, otros no, pero lo cierto es que para los que nos lanzamos a partir de los 60 del siglo pasado, sus poemas fueron una de las primeras cartillas. Inolvidables para mí son las reuniones en cafés con mis compañeros de la Universidad de Barcelona, donde se trataba ante todo de leer a Lorca en voz alta. Yo llegué a más: escribí en mis zapatos blancos de verano unos versos de Federico, en uno "¡Ay que trabajo me cuesta quererte como te quiero!"; en el otro, “¡Por tu amor me duele el aire, el corazón y el sombrero!".

También fui protagonista de un proyecto del entonces estudiante, hoy reconocido pintor, Julián Grau Santos, que consistía en una exposición entera sobre el Romancero Gitano. Hizo el boceto completo, con guache, página a página, en mi libro -un tesoro por su belleza-, y en él yo soy Soledad Montoya y la Virgen que acompaña al Romance de San Gabriel...

Años más tarde, esta presencia viva de Lorca se produjo a través de dos de sus amigos, que fueron grandes amigos míos: Rafael Martínez Nadal y Marcelle Auclair. Conocí a la segunda cuando buscaba datos para su Enfances et mort de Federico Garcia Lorca, que empieza con una Introduction a la mort donde habla del Llanto por Ignacio Sánchez Mejías y da muchas claves: detalles de aquella corrida última, sucesos posteriores, recuerdos de Ignacio de sus primeras tentativas, cuando, contando 16 años, se iba a torear vaquillas sin testigos, pero con el aplauso de los olivos agitados por el viento que le hacía levantar la mano y saludar, lo que explica el último verso del poema: "y recuerdo una brisa triste por los olivos".

A cada pregunta concreta que hacía yo a Marcelle sobre Lorca, me contestaba: "Llama a Rafael". Así fue como un día, sin más, marqué el número de Rafael Martínez Nadal de Londres. Desde aquel momento, cuando venía a Madrid, cenar en el Olivar de Castillejo con él y su mujer, Jacinta, y muchas veces los hermanos de ésta, David y Leonardo, Rosa Chacel, Jeannine Mestre, José Luis Gómez o el escultor Juan Haro se hizo habitual. Rafael recitaba a Federico, y sus imágenes volaban por encima de las jaras y las retamas... Todo tenía un sentido secreto. Era un poeta tan universal y fuerte que en cualquier lengua caía de pie... Bien comprobé yo esto cuando me lo recitó en farsi el gran Ahmad Shamlu, que, a través de Lorca, llevó a cabo la modernidad de la lírica en su país.

Aún los veo a todos, atentos a la palabra. Y la sonrisa destella en cada hoja tocada por la noche luminosa mientras la llama de una vela oscila sobre la mesa junto a la fruta y una ráfaga de viento mece las sombras del ramaje. Y es la felicidad esa armonía, siempre bajo el ala del poema, mientras Rafael recita:

Eran tres
(vino el día con sus hachas.)
Eran dos
(alas rastreras de plata.)
Era uno.
Era ninguno
(se quedó desnuda el agua).

Clara Janés

viernes, 17 de agosto de 2018

LA CANCIÓN DE SHAO LI


Londres, año 2013.

Natalia y su hermano Airon están en Londres con su madre. Natalia ha sido seleccionada para participar en el especial navideño de "Un minuto de gloria", el programa de más audiencia de la televisión. Aunque parezca increíble, los dos niños se separan de su madre en el metro nada más llegar al aeropurto. Cansados de esperar, empezarán ellos la búsqueda de su madre. En ese vagabundeo, Natalia recurre constantemente a Shao Li, su amiga ausente, que estuvo con ella en un centro de acogida para menores.

En su deambular por Londres, se encuentran con los Brothers, una pandilla de chicos abandonados que sobreviven bajo el amparo de la noche en la ciudad, liderados por Capi, un muchacho de origen hispano que robará por los dos hermanos y les acompañara.
Marisol Ortiz de Zárate nos ofrece un ameno relato con toques propios de Charles Dickens y J M Barrie: el frio y la noche de ese Londres navideño, el desamparo de los menores protagonistas, los pilluelos callejeros… 

Natalia parece mayor para su edad, capaz de todo por proteger a su hermano pequeño, pero que desconfía sobre todo de los mayores por los tres años que pasó en el internado separada de su familia. Cree que va a Londres, a participar en un concurso de televisión donde cantará una canción china, en honor de su amiga Shao Lo, pero los intereses de la Balloon’s Internacional T.V. son muy distintos.

El libro se lee rápidamente, gracias a sus capítulos cortos y el deseo de seguir las peripecias y desventuras de los dos hermanos. La mayoría de los personajes son niños, quedando los adultos muy relegados (tal vez aquí podríamos destacar a Vlado, ese novio amigo de su madre). Y a lo largo de la novela está presente la ausente Shao Li, que le infunde a Natalia confianza, afán de lucha, seguridad…

INTERNATIONAL LATINO BOOK AWARDS 2010
FINALISTA PREMIO HACHE 2012

jueves, 16 de agosto de 2018

EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS


Dentro de unos días, habré llegado a El corazón de las tinieblas.
Esa novela siempre me ha obsesionado. Al encontrarme, un siglo largo después de Conrad, en los mismos lugares que él visitó, donde padeció la aventura que después se convirtió en libro, no pude evitar la opresión de su sombra, como un peso aplastante.
Sin embargo, las circunstancias eran muy diferentes: ya no estamos en el siglo XIX, sino en el XXI. El centro del río Congo, a plena luz del día, dista mucho de recordar las tinieblas. El río es ancho, más de un kilómetro, y sus aguas reflejan los rayos del sol como mil espejos. El cielo, a esa hora y en ese mes, es tan luminoso que más que azul parece blanco. La selva impenetrable, que corta la vista a lo largo de ambas orillas, combina los verdes más brillantes con los más opacos para formar una imagen caleidoscópica, realzada por las variadas notas de color de las últimas casas de Brazzaville, que se iban perdiendo a nuestra espalda. Todo muy alejado de El corazón de las tinieblas. En apariencia.
El primer día de viaje lo pasé acodado en la amura de estribor, contemplando con prevención la orilla derecha del río, donde la selva contrastaba oscura contra la cegadora luz del sol, que apenas se alzaba sobre las copas de los árboles más altos. La tripulación del vapor parecía compartir mis temores. Además de ceñirse lo más posible a la orilla izquierda, lanzaban miradas de soslayo hacia el lado opuesto, como si temiesen ser atacados en cualquier momento. Pero ningún grupo de hombres armados rompió la quietud y el silencio del bosque, y hasta que pasamos frente a Kunzulu apenas vimos señales de habitación humana. Río abajo, Kinshasa era invisible, oculta por la gran isla boscosa situada en el centro de la balsa de Malebo.
Tras esa masa negruzca de árboles entrelazados, trepadoras y epifitas, uno podía imaginarse lo peor. Detrás de ese telón, invisible como una obra de teatro representada a espaldas del público, a lo largo de miles de kilómetros, ardían a escondidas varios campos de batalla: los de la lucha contra enfermedades misteriosas, terribles, como el SIDA y el virus Ébola; los del conflicto olvidado, la guerra continental africana, la pugna de nueve países por el control de los diamantes. La tragedia de Ruanda, que conmovió al mundo, había contaminado el país vecino, esa triste víctima de colonialismos, guerras civiles y dictaduras, que ni siquiera parece capaz de mantener su nombre, pasando en rápida sucesión, en menos de medio siglo, por Congo Belga, Congo-Kinshasa, Zaire, República Democrática del Congo...
Afortunadamente, mi viaje no haría otra cosa que rozar la frontera fluvial del país mártir. Yo me dirigía a Ouésso, al norte del otro Congo, la República del Congo, el Congo-Brazzaville. Para llegar allí debíamos remontar el gran río hasta su confluencia con uno de sus afluentes, el Sangha, un poco más arriba de Mossaka. Una distancia de casi cuatrocientos kilómetros. A partir de ahí, otros trescientos sesenta Sangha arriba. Allí, al revés que a Marlow, el héroe de la novela de Conrad, no había ningún Kurtz esperándome. Al menos, eso creía yo.
Me las prometía muy felices. Por cuenta de mi periódico, iba a entrevistar a una mujer famosa en todo el mundo, la doctora Joan Wickedwhole, la zoóloga. No era mi primer viaje a los lugares exóticos del planeta. Hace años me interné en las profundidades de las selvas de Camboya para hacer un reportaje gráfico sobre el estado de las ruinas de Angkor Vat después de la caída de los Jemeres Rojos. También he estado en las canteras de Liao-Ning, en el corazón de China, donde tuve la suerte de ser testigo del descubrimiento de una nueva especie de dinosaurios con plumas, el Microraptor gui. Todo esto me ha dado cierta notoriedad, que me resbala, pues me interesa mucho más lo que yo hago que lo que digan de mí.
La mañana del segundo día cambió el aspecto del paisaje. El río se ensanchó considerablemente y comenzó a salpicarse de cadenas de islas que dividían su corriente y nos protegían convenientemente de la temida orilla derecha. La pantalla de árboles que se alzaba a nuestra izquierda se hizo menos tupida y permitió columbrar a lo lejos sabanas abiertas pobladas por pequeños grupos de jirafas, los únicos animales visibles a esa distancia.
A la caída de la noche llegamos a Mossaka, poco más que un amontonamiento de casas nativas alrededor del muelle. Descendí a tierra y busqué alojamiento en una fonda a dos calles del río, pues la tripulación tenía que dejar allí parte de la carga y no proseguiríamos viaje hasta la mañana siguiente. Apenas puse pie en el muelle, me asaltó una nube de mosquitos, de los que nos habíamos librado, desde que salimos de Brazzaville, gracias a la velocidad del barco. La cena fue un simple guiso de arroz con pan de mandioca, sazonado por precaución con una píldora antipalúdica. Dormí de un tirón sobre una triste colchoneta, debajo del mosquitero, aunque estaba magullado después de treinta y seis horas de viaje por el río.
Apenas alboreó el día, emprendimos la segunda parte del viaje y abandonamos el río Congo y la frontera, introduciéndonos en el Sangha y en el territorio de la República del Congo. El terreno es pantanoso, cubierto de manglares, juncos y hierbas altas. Allí la selva se retira del río, pero su masa oscura sigue siendo visible a la distancia como una amenaza insondable.
Durante la noche siguiente, mientras trataba en vano de conciliar el sueño sobre un duro catre, poco más que un estrecho banco cubierto con una manta, penetramos en el territorio de Sangha, una de las dos regiones situadas al norte de la República, la parte más salvaje y menos poblada del país. Según los datos que había podido recabar, poco dignos de confianza por la falta de censos fiables, la población de Sangha no llega a un habitante por kilómetro cuadrado. No era, pues, de extrañar que al día siguiente, último del viaje, apenas distinguiésemos casas o seres humanos en las orillas, aparte de un par de aldeas ribereñas, Pikounda e Ikelemba, donde ni siquiera nos detuvimos. Poco más allá de esta localidad, la selva vuelve a acercarse por ambos lados hasta las márgenes, y el río, mucho más estrecho que en su desembocadura, se convierte en un túnel umbrío, que avanza entre dos murallas verdes que se aproximan por la parte superior, dejando apenas entrever el cielo como una estrecha banda sobre nuestras cabezas.
Caía la tarde cuando llegábamos a Ouésso. La capital de la región de Sangha, situada junto a la frontera del Camerún, es tan pequeña que ni siquiera figura en muchos mapas. Las chozas nativas, cuadradas con techo de bálago, se agrupan de forma irregular alrededor de los edificios administrativos, que forman el centro de la localidad. Avisado por radio de mi llegada, el señor Kukuya, representante del gobierno en Ouésso, me estaba esperando en el muelle. Se lo agradecí, especialmente cuando me informó de que la doctora Wickedwhole no vivía en la ciudad.
—Es un poco tarde —dijo, señalando hacia el cielo, que el breve crepúsculo ecuatorial había oscurecido en un abrir y cerrar de ojos—. No encontrará a nadie que quiera guiarle en plena noche. Entre tanto, le ofrezco la humilde hospitalidad de mi casa y de mi mesa.
—Acepto agradecido —repuse—. ¿Está muy lejos de Ouésso la residencia de la doctora?
—A unos diez kilómetros hacia el este, al otro lado del río, en el corazón de la selva. El camino no es difícil. Mañana, a primera hora, le llevarán hasta allí.
Kukuya chascó dos dedos para ordenar a un par de mozos que cargasen con mi equipaje, y emprendió la marcha hacia el centro de la capital. Le seguí, arrastrando un poco los pies, pero contento ante la perspectiva de una buena cena y de dormir en una cama de verdad, después de cuatro días de viaje agotador. Las palabras que había pronunciado mi huésped me habían recordado mi obsesión, la novela de Conrad. Por fin estaba en El corazón de las tinieblas.

Manuel Alfonseca, Los Moradores de la Noche