domingo, 5 de agosto de 2018

EN CASA DEL RATÓN PÉREZ



Antojósele al rey Buby acompañarle en aquella expedición, y así se lo pidió a Ratón Pérez con el mayor ahínco. Quedóse éste pensativo, atusándose el bigote: la responsabilidad era muy grande, y érale forzoso además detenerse en su propia casa para recoger el regalo que había de llevar a Gilito en cambio de su diente.
Á esto respondió el rey Buby que él se tendría por muy honrado con descansar un momento en casa tan respetable.
La vanidad venció a Ratón Pérez, y apresuróse a ofrecer al rey Buby una taza de té, a trueque de conquistar el derecho de poner cadenas en la puerta de su casa, como se hacía en aquellos tiempos en todas las que conseguían el honor de hospedar a un monarca.
Vivía Ratón Pérez en la calle del Arenal, núm. 8, en los sótanos de Carlos Prats, frente por frente de una gran pila de quesos de Gruyère, que ofrecían a la familia de Pérez, próxima y abastada despensa (...)
Al poco entraron en una suave explanada, que venía a desembocar en un sótano ancho y muy bien embaldosado, donde se respiraba una atmósfera tibia, perfumada de queso. Doblaron una enorme pila de éstos, y encontráronse frente a frente de una gran caja de galletas de Huntley.
Allí era donde vivía la familia de Ratón Pérez, bajo el pabellón de Carlos Prats, tan a sus anchas y con tanta holgura, como pudo vivir la rata legendaria de la fábula, en el queso de Holanda.
Ratón Pérez presentó el rey Buby a su familia como un turista extranjero que visitaba la corte, y las ratonas le acogieron con esa elegancia de las damas acostumbradas a mucho trato. Las señoritas hacían labor con su aya Miss Old Cheese, ratona inglesa muy ilustrada, y la señora de Pérez bordaba para su marido un precioso gorro griego al calor de una chimenea en que ardía alegre fuego de rabitos de pasas.
Agradó mucho al rey Buby aquel plácido interior de familia burguesa, que revelaba en todos sus detalles esa dorada medianía de la que habla el poeta como del estado más apto para hallar paz y felicidad en esta vida.
Sirvieron el té Adelaida y Elvira en primorosas tazas de cáscaras de alubias, y luego se hizo un poco de música. Adelaida cantó al arpa el aria de Desdémona, assisa al pie d'un salice, con un gusto y afinación que encantaron al rey Buby.
No era Adelaida bonita, pero tenía modales muy distinguidos, y hacía oscilar su rabo con cierta melancólica coquetería, que revelaba, sin duda, alguna pena secreta. Elvira, por el contrario, era vivaracha y hasta un poco ordinaria; pero la energía de su alma le rebosaba por los ojos, y el rey Buby creyó ver delante de sí una espartana repitiendo el himno de las Termópilas, cuando cantó al piano con trágica entonación y enérgicos rencores de raza:

En el Hospital del Rey
Hay un ratón con tercianas,
Y una gatita morisca
Le está encomendando el alma.

Entró en esto Adolfo, que venía del Jockey Club, donde con harto sentimiento de sus padres
perdía tiempo y dinero jugando al Pocker con los ratones agregados a la Embajada alemana. El roce continuo con estos diplomáticos le había engreído y extranjerizado, y no tenía otros tópicos de conversación que el Polo y el Lawn Tennis.
Con gusto hubiera prolongado el rey Buby la velada, pero Ratón Pérez, que se había ausentado un momento, volvió con su cartera terciada a la espalda, y al parecer bien repleta, y le manifestó respetuosamente que ya era hora de partir.
Hizo, pues, el rey Buby, con mucha gracia, sus corteses ofrecimientos de despedida, y la Ratona Pérez, en un arranque de cordialidad un poco burguesa, plantóle en cada mejilla un sonoro beso. Adelaida le tendió una pata con cierto aire sentimental, que parecía decir: ¡Hasta el cielo!
Elvira le dió un apretón de manos á la inglesa, y Miss Old Cheese le hizo una ceremoniosa cortesía á lo reina Ana Stuard, y le enfiló su lorgnon de concha hasta que le perdió de vista.

Luis Coloma, Ratón Pérez

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