Es un libro
distinto a cualquier otro que puedas leer; no tiene comparación ni competidor.
Combina el brutal entusiasmo de la joven Minnie Goetze, con su ojo penetrante y
observador, su extenso vocabulario y una abrumadora necesidad de ser amada, con
la mano segura de una autora que domina por completo su oficio.
No es fácil
explicar la importancia de las dos obras principales, Vida de una niña y otras
historias (1998) y Diario de una adolescente: Un relato en palabras
e imágenes (publicada por primera vez en 2002). En los relativamente
cortos trece años que más o menos han transcurrido desde que el Diario de una
adolescente se publicó por primera vez, se ha convertido en un clásico en el
ámbito de los cómics, y para todos y cada uno de los interesados en las
experiencias de las mujeres jóvenes. Estoy encantada de que ahora no solo
aparezca una nueva edición de la novela de Phoebe, sino también una adaptación
para el teatro fuera de los tradicionales circuitos comerciales neoyorkinos y
un largometraje. La creatividad del Diario ha inspirado a mucha gente de
distintos campos.
Diario
de una Adolescente es un objeto totalmente desinhibido. La protagonista,
Minnie, que vive en San Francisco y empieza a enrollarse con el novio de su
madre cuando solo tiene quince años, escribe un expresivo diario que constituye
la mayor parte del libro. La compleja sensación que Minnie tiene de su propia
sensualidad (que tan pronto celebra como ridiculiza; desde luego sus opiniones
no son planas) y sus experiencias sexuales se describen con detalle. Aunque se
ha convertido en un lugar común alabar a alguien por su crudeza, por su
naturalidad, puedo declarar sin miedo a equivocarme que el Diario es
probablemente el libro más «crudo» que he leído en mi vida; en realidad lo pasé
fatal leyendo ciertos pasajes por su ausencia de filtros, de manera que
constituye una línea directa hacia la psique adolescente a veces herida y a
veces extasiada. Pero la incomodidad que se siente al leer el Diario —es decir,
sobre lo mucho que a una chica de quince años le gusta que la follen— es
mayúscula. El Diario se ha quedado grabado en mi mente porque capta con
valentía y descaro la complejidad de la vida a esa edad. Y eso es solo en
cuanto a su prosa.
El Diario
está también lleno de imágenes dibujadas por la mano increíblemente fluida,
sensual y detallista de Phoebe. Además de su trabajo como profesora titular de
la Escuela Stamps de Arte y Diseño de la Universidad de Michigan, Phoebe es
también una experta ilustradora médica, y está ampliamente reconocida como una
de las mejores dibujantes de cómics. El Diario presenta un estilo denso y
realista con un toque particular, ofrece imágenes que retratan con dulzura el
detalle y la cotidianidad (mapas del barrio y el apartamento familiar,
ilustraciones de la chuche preferida de Minnie, inventarios visuales de la
habitación de Minnie), junto con otras provocativas y gráficas de sexo y
drogas.
La genialidad
del Diario
reside en su rica forma narrativa: «un relato en palabras e imágenes». Su
elaboración compensa la voz desigual, apasionada, brutalmente oscilante y
completamente desbocada de la cronista. Inspirado en parte en las novelas
ilustradas del siglo XIX, como las de Zola, el Diario supera la forma de
novela ilustrada: crea un género enteramente propio en el que las imágenes
promueven la polivalencia narrativa. El libro alterna constantemente prosa e
imágenes. Hay imágenes pequeñas interrumpidas por un torrente de palabras,
imágenes que ocupan toda la plana y también frases ilustradas (ejemplos: «Ricky
Ricky Ricky Wasserman, ese chico taaan guapo» y «Me gustaría morir ahogada en
el río Ganges»); además, y quizá más importante, la prosa se rompe periódicamente
en forma de cómic durante varias páginas, apropiándose de la narrativa. Estos
cómics intercalados, al dibujar y enmarcar la experiencia de Minnie, dejan
constancia de la voz visual del autor adulto que está interpretando las
experiencias de Minnie para los lectores. El Diario es un texto híbrido y
dialógico, tanto en palabras como en imágenes, y en el profundo y conmovedor
diálogo tácito pone en escena diferentes versiones de sí misma.
La dedicatoria
de Diario de una adolescente dice así: «Para todas las niñas que han crecido».
Me gustaría pensar que, en cierto sentido, Phoebe se dedica también a ella el
libro, tanto como a sus innumerables lectoras.
Hillary Chute
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