Mitsuko tiene
una librería de lance especializada en obras filosóficas. Allí pasa los días
serenamente con su madre (divorciada, expresidiaria y católica), y su hijo Tarô
(siete años, sensible, inteligente y mudo). Cada viernes por la noche, sin
embargo, se convierte en camarera en un bar de alterne de alta gama. Este
trabajo le permite asegurarse su independencia económica, y aprecia sus charlas
con los intelectuales que frecuentan el establecimiento.
Un día, una
mujer distinguida entra a la tienda acompañada por su hija pequeña. Los niños
se sienten inmediatamente atraídos entre ellos. Ante la insistencia de la
señora y por complacer a Tarô, a pesar de que normalmente evita hacer
amistades, Mitsuko aceptará volver a verlos. Este encuentro podría poner en
peligro el equilibrio de su familia.
La historia es
sencilla, al menos lo aparenta, pero la trama no se desvela hasta el final,
pues Aki
Shimazaki sondea aquí la naturaleza del amor maternal. Con gran
sutileza, cuestiona la fibra y la fuerza de los lazos. Lo que importan son las
relaciones entre los personajes, las relaciones entre Mitsuko con su hijo, con
su madre o con la señora Sato, las relaciones entre Tarô y Hanako, los secretos que nunca saldrán
a la luz de Mitsuko, o los de… Además nos resulta extraña esa independencia o
esa libertad de la que hacen gala tanto Mitsuko como su madre, frente al
comportamiento o la dependencia de la señora Sato, que es lo que esperamos de
una sociedad tradicional japonesa. Todo ello, sin juicios de valor, sin
moralinas, sin arrepentimientos
Su forma de
escribir es sencilla, pero engañosa: frases cortas, pero que nos enganchan con
lo que sugieren, como los kanji que la autora nos presenta, que tienen varias
lecturas.
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