Londres,
siglo XVIII
Cuando el
capitán Lemuel Gulliver vuelve de sus largos viajes, le habla a su hijo de
tierras remotas gobernadas por caballos parlanchines, de unas tierras habitadas
por gigantes o de otras habitadas por enanos, de hombres que nunca envejecen ni
mueren, de vacas gigantescas que pueden alimentar ejércitos, de sedas de araña
más fuertes que las sogas de los barcos.
Fascinado por
estas historias, John le arranca a su padre la promesa de que le acompañará en
su próximo viaje. Al irse sin él, John, que apenas tiene diez años, decide
escaparse de casa y enrolarse con engaños en el Antílope, un mercante que va
rumbo a la India.
Llevando en su
equipaje un libro de Shakespeare, John parte en busca de su padre. En su viaje
se encontrará con piratas, tormentas, extrañas costumbres y gentes (pero menos
extrañas que las que le ha contado su padre de sus viajes). En su travesía por
medio mundo, naufraga en una isla donde los libros andan y se comportan como
seres vivos.
Vicente
Muñoz Puelles con esta novela hace un homenaje a las aventuras clásicas
en el mar. Partiendo de Los Viajes de Gulliver de Jonathan
Swift, traza una trama que nos recuerda en muchos momentos otras
historias contadas por R. L. Stevenson, Defoe, Sabatini, Verne,
etc.. Pero este homenaje a la lectura no termina ahí: tenemos esa extraña isla
a la que va a llegar nuestro protagonista, o, cuando al comienzo de la obra,
nos cuenta cómo aprendió a leer.
Es una
historia corta, que te atrapa desde las primeras páginas, con letra grande, lo
que facilita la lectura a los pequeños lectores. El lenguaje es sencillo, con
frases cortas. Resulta llamativa la fe que tiene el niño en las aventuras que
le cuenta su padre frente a las burlas de los marineros cuando John les
pregunta por tierras como Liliput, Brobdingnag, Laputa, Luggnagg…
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