jueves, 2 de marzo de 2017

DETECTIVES


En 1841 Edgar Allan Poe le encomendó a Auguste Dupin, el primer detective moderno de ficción, la resolución del brutal asesinato de una madre y su hija. Esto ocurría en un relato titulado Los crímenes de la calle Morgue. Desde entonces hemos conocido a infinidad de detectives, desde el inmortal Sherlock Holmes (del que siguen apareciendo aventuras apócrifas que no suelen ser ni muy inspiradas ni muy necesarias), hasta Robert Langdom, ese profesor de Harvard que se embarca en la búsqueda del grial en la novela de Dan Brown. Precisamente de esta última variedad detectivesca podemos constatar una auténtica avalancha en las mesas de novedades de las librerías. Y me refiero al prototipo del intelectual que es también hombre de acción (al estilo de Indiana Jones), inmerso en la búsqueda de reliquias del cristianismo, entre templarios, sectas herméticas y demás parafernalia pseudo-mística. Son novelas que suelen pecar de fantasiosas y poco imaginativas, y que sufren sus carencias literarias a base de acumular datos históricos traídos por los pelos, de inventar otros y de tergiversar aquellos que no cuadran con la trama. Sus autores, sin embargo, olvidan que todo género tiene sus códigos, y que los de la novela detectivesca ya los expuso con gran acierto el autor norteamericano S. S. Van Dine a finales de la década de los veinte del pasado siglo. Veamos:
  1. El lector debe tener las mismas oportunidades que el detective para resolver el misterio, y por tanto están prohibidos los trucos y los engaños deliberados. No vale que la muerte resulte ser por accidente o por suicidio.
  2. Quedan asimismo prohibidas las tramas amorosas. Se trata de llevar a un criminal ante la justicia, y no a una novia al altar.
  3. El detective no puede ser el culpable. Tampoco un criado o mayordomo o cualquiera que no haya desempeñado un papel relevante en la trama.
  4. Al culpable se ha de llegar a través de la deducción lógica, y no por accidente, por coincidencia o por una confesión inmotivada.
  5. En una novela detectivesca debe haber un detective, y un detective no es tal a menos que «detecte». Su labor es reunir las pistas que finalmente conducirán a la persona que cometió el crimen en el primer capítulo. Si el detective no alcanza sus conclusiones a través del análisis de las pruebas, no habrá resulto el problema mejor que el escolar que aprueba un examen copiando o contestando al azar.
  6. En toda ficción detectivesca debe haber al menos un cadáver, y cuanto más muerto esté, mejor. No bastará con ningún crimen de menor gravedad que el asesinato. Trescientas páginas son demasiadas para un delito que no sea el máximo. A fin de cuentas, las molestias que se toma el lector y su gasto de energía deben ser recompensados.
  7. No se admiten sociedades secretas ni camorras ni mafias ni conspiraciones de ningún tipo.
  8. Una historia detectivesca debe prescindir de pasajes descriptivos o «atmosféricos». Quedan prohibidas asimismo las tramas secundarias y los análisis psicológicos de los personajes, por sutiles que sean.
Y así hasta completar una veintena de reglas que todos esos clones de Dan Brown (y también el propio Dan Brown) no harían mal en observar. Y dicho esto, confesaré que dentro de poco voy a publicar mi propia novela de género detectivesco, y que en ella no he respetado ni uno solo de estos mandamientos. Pero ¿para qué están las reglas sino es para saltárselas? Pues eso, que les deseo muchas y felices lecturas.

Eloy Cebrián, La Tribuna de Albacete, 12/11/2012

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