Aldonza siempre tuvo la corazonada de que ese viejo hidalgo -medio
perturbado, dicen, por la lectura de maravillas, cosa que ella no llegaría a
hacer nunca, y que la mirara a escondidas, con ojos de león hambriento, no más
de cuatro veces, según recuerda- la haría famosa, le daría un nombre músico y
peregrino y significativo y la convertiría en Señora y Soberana no ya de El
Toboso, sino de las naciones, y tal vez del cosmos mismo. Pero -y aunque le
doliera el sólo pensarlo-, sabía con igual certeza que no amaría al hombre por
eso. El único consuelo del que, de tanto en tanto, echaba mano era creer que
por la misma razón su loco enamorado sería tristemente famoso en los siglos
venideros, más que todos los caballeros andantes juntos.
Luis Correa-Díaz
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