—¿Qué pasa,
cariño?
El pequeño
Julián nos observaba desde la puerta con una sombra de pudor e inquietud.
—Hay alguien
en mi habitación —musitó.
Bea exhaló un
suspiro y le tendió los brazos. Julián se apresuró a refugiarse en el abrazo de
su madre y yo renuncié a toda esperanza en pecado concebida.
—¿El Príncipe
Escarlata? —preguntó Bea.
Julián
asintió, compungido.
—Ahora mismo
papá va a ir a tu habitación y le va a echar a patadas para que no vuelva nunca
más.
Nuestro hijo
me lanzó una mirada desesperada. ¿Para qué sirve un padre si no es para
misiones heroicas de esta envergadura? Le sonreí y le guiñé el ojo.
—A patadas
—repetí con el gesto más furioso que pude conjurar.
Julián se
permitió un amago de sonrisa. Salté de la cama y recorrí el pasillo hasta su
habitación. La estancia me recordaba tanto a la que yo había tenido a su edad
algún piso más abajo que por un instante me pregunté si no estaría todavía
atrapado en el sueño. Me senté a un lado de la cama y encendí la lamparilla de
noche. Julián vivía rodeado de juguetes, algunos heredados de mí, pero sobre
todo de libros. No tardé en encontrar al sospechoso escondido debajo del
colchón. Tomé aquel pequeño libro encuadernado en negro y lo abrí por la
primera página.
El Laberinto de los Espíritus VII
Ariadna y el Príncipe Escarlata
Texto e ilustraciones de Víctor Mataix
Ya no sabía
dónde ocultar aquellos libros. Por mucho que afinara el ingenio para encontrar nuevos
escondites, el olfato de mi hijo los detectaba sin remedio. Pasé las hojas del
volumen al vuelo y me asaltaron de nuevo los recuerdos.
Cuando regresé
a la habitación tras confinar una vez más el libro en lo alto del armario de la
cocina —donde sabía que, más temprano que tarde, mi hijo daría con él—, hallé a
Julián en brazos de su madre. Ambos habían sucumbido al sueño. Me detuve a
observarlos desde el umbral, amparado en la penumbra. Escuché su respiración profunda
y me pregunté qué habría hecho el hombre más afortunado del mundo para merecer su
suerte. Los contemplé dormir enlazados, ajenos al mundo, y no pude evitar
recordar el miedo que había sentido la primera vez que los vi así abrazados.
Carlos
Ruiz Zafón, El Laberinto de los Espíritus
No hay comentarios:
Publicar un comentario