In Memoriam de Jack London
(12 de enero de 1876 – 22 de noviembre de 1916)
Durante toda
mi vida he tenido conciencia de otros tiempos y de otros lugares. He sido
consciente de la existencia de otras personas en mi interior. Y créanme,
lectores, lo mismo les ha sucedido a ustedes. Regresen mentalmente a su niñez,
y recordarán esta conciencia de la que hablo como una experiencia propia de la
infancia. En aquel momento no habían cobrado una forma fija, no habían
cristalizado; eran aún plásticos, un alma fluctuante, una conciencia y una
identidad en proceso de formación, de formación —¡ay!— y de olvido.
Han olvidado
muchas cosas, queridos lectores, y, aun así, al leer estas líneas, recuerdan
vagamente las brumosas visiones de otros tiempos y de otros lugares que
presenciaron con ojos infantiles; hoy les parecen sueños. Sin embargo, aun
siendo sueños, por tanto, ya soñados, ¿de dónde surge su materia? Nuestros
sueños se componen de una grotesca mezcla de cosas ya conocidas. La esencia de
nuestros sueños más puros es la esencia de nuestra experiencia. Cuando ustedes
eran tan solo niños soñaron que caían desde grandes alturas; soñaron que
volaban por el aire como vuelan los seres alados; les acosaron arañas de
innumerables patas y demás criaturas salidas del fango; oyeron otras voces,
vieron otras caras inquietantemente familiares, y contemplaron amaneceres y
ocasos distintos a los que hoy, al mirar atrás, saben que alguna vez
contemplaron.
En fin, de
acuerdo, esas visiones de la infancia son visiones de otros mundos, de otras
vidas, de cosas que nunca habían visto en la vida misma que ahora están
viviendo. ¿De dónde surgen, entonces? ¿De otras vidas? ¿De otros mundos?
Quizás, cuando hayan leído todo lo que voy a escribir, encontrarán respuesta a
las incógnitas que les he planteado y que ustedes mismos, antes de llegar a
leerme, seguro que también se habían planteado.
Wordsworth
lo sabía. No era profeta ni vidente, sino un hombre normal y corriente como
ustedes o como cualquier otro. Lo que él sabía, lo saben ustedes y lo sabe
cualquiera, pero él lo expuso más acertadamente en aquel poema que comienza
así: «Ni en la completa desnudez ni en el olvido total…».
Y sí, es
cierto, los recuerdos de esta prisión de carne se ciernen sobre nosotros apenas
nacemos, y todo lo olvidamos demasiado rápido. Y sin embargo, aun recién
nacidos, sí que recordábamos otros tiempos y lugares. Nosotros, niños
indefensos, sujetos en brazos o arrastrándonos a cuatro patas por el suelo,
soñábamos que volábamos por el aire. Sí, y soportábamos el tormento de
aterradoras pesadillas, con seres oscuros y monstruosos. Nosotros, niños recién
nacidos, sin ninguna experiencia, nacimos con miedo, con el recuerdo del miedo:
y la memoria es experiencia.
En cuanto a
mí, cuando apenas empezaba a hablar, a una edad tan tierna que todavía emitía
sonidos para expresar si tenía hambre o sueño, ya sabía que había sido un
vagabundo de las estrellas. Sí, yo, que nunca había balbuceado la palabra
«rey», recordaba que una vez había sido el hijo de un rey. E incluso recordaba
que alguna vez también había sido esclavo, e hijo de esclavos, y que había
llevado una argolla alrededor del cuello.
Y más todavía.
Cuando tenía tres años, y cuatro, y cinco años, aún no era yo mismo. Era
solamente una transformación en curso, un flujo del espíritu todavía caliente
en el molde de mi carne en un tiempo y en un espacio concretos. En aquel
tiempo, todo lo que había sido en las miles de vidas anteriores se agolpaba en
mí, confundiendo el flujo de mi espíritu, en un esfuerzo por convertirse e
incorporarse a mi persona.
Qué estupidez,
¿no? Pero recuerden, lectores —espero viajar lejos con ustedes, a través del
tiempo y del espacio—, recuerden que he pensado mucho sobre todas estas
cuestiones; que a lo largo de noches de sangre, de oscuros esfuerzos que
duraron años y años, he estado a solas con mis muchas otras identidades y he
podido contemplarlas y examinarlas. He pasado toda clase de infiernos en
diferentes existencias para traerles noticias que compartiremos en esta hora,
mientras leen cómodamente estas páginas.
Jack London, El Vagabundo de las Estrellas
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