No
hace muchos años, durante estas fechas, en muchos lugares de España se
representaba el drama romántico Don Juan de José Zorrilla. Hoy se
hace en pocos lugares, y entre ellos destacan el Don Juan en Alcala, declarada
Fiesta de Interés Turístico Regional desde el año 2002, o el Tenorio Mendocino
en Guadalajara, declarada Fiesta de Interés Turístico Regional desde el año
2010.
Pero
este año, en el Teatro de la Luz Philips Gran Vía, podemos ver el montaje musical
de Antonio Calvo, que le ha llevado más de 20 años de trabajo intenso. Todo el
texto es cantado. Calvo fue componiendo la música según lo que le pedía cada
escena: clásica, rock, rap, blues… Se
respeta todo el texto del libro original, excepto el comienzo que era
complicado de adaptar a un musical. La coreografía y los números musicales nos
recuerdan a las obras de Broadway o Londres. El vestuario está, en cierta
forma, adaptado a nuestra época con trajes de cuero.
Zorrilla dio
nueva forma a un mito que venía de antes, de las leyendas medievales, del
burlador que dibujó Tirso de Molina en 1627, de Molière, Mozart, Lord Byron o
Mérimée, a la historia de un hombre audaz que desafía a los cielos sin miedo al
castigo ni a la reprobación social.
Don Juan busca
transgredir la sociedad simplemente por puro juego. Es el seductor perfecto que sabe dar a cada
mujer aquello que busca. Es un señorito ocioso, refinado y dilapidador. Manipula
a la mujer, para tirarla después como un kleenex, escudándose en el tópico del
carpe diem y la invitación al goce.
La
originalidad del drama de Zorrilla puede centrarse en los siguientes aspectos:
La lectura de
la lista de mujeres burladas y de muertos en desafío, como resultado de una
apuesta entre don Juan y don Luis.
Aquí está don Juan
Tenorio,
y no hay hombre para
él .
Desde la princesa
altiva
a la que pesca en
ruin barca,
no hay hembra a quien
no suscriba;
y a cualquier empresa
abarca,
si en oro o valor
estriba.
Búsquenle los
reñidores;
cérquenle los
jugadores;
quien se precie que
le ataje,
a ver si hay quien le
aventaje
en juego, en lid o en
amores.
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Por donde quiera que
fui,
la razón atropellé,
la virtud escarnecí,
a la justicia burlé,
y a las mujeres
vendí.
Yo a las cabañas
bajé,
yo a los palacios
subí,
yo los claustros
escalé,
y en todas partes
dejé
memoria amarga de mí.
Ni reconocí sagrado,
ni hubo ocasión ni
lugar
por mi audacia
respetado;
ni en distinguir me
he parado
al clérigo del
seglar.
A quien quise
provoqué,
con quien quiso me
batí,
y nunca consideré
que pudo matarme a mí
aquel a quien yo
maté.
A esto don Juan se
arrojó,
y escrito en este
papel
está cuanto
consiguió:
y lo que él aquí
escribió,
mantenido está por
él.
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Partid los días del
año
entre las que ahí
encontráis.
Uno para enamorarlas,
otro para
conseguirlas,
otro para
abandonarlas,
dos para sustituirlas
y una hora para
olvidarlas.
El personaje
de doña Inés, doncella de dieciséis años, novicia, que simboliza la inocencia y
la virtud, pero que es capaz de sentir con fuerza el amor por don Juan, por la
cual éste quiere abandonar su esencia de burlador y caerá en su propia trampa.
¡Alma mía! Esa
palabra
cambia de modo mi
ser,
que alcanzo que puede
hacer
hasta que el Edén se
me abra.
No es, doña Inés,
Satanás
quien pone este amor
en mí:
es Dios, que quiere
por ti
ganarme para él
quizás
No; el amor que hoy
se atesora
en mi corazón mortal,
no es un amor
terrenal
como el que sentí
hasta ahora;
no es esa chispa
fugaz
que cualquier ráfaga
apaga;
es incendio que se
traga
cuanto ve, inmenso
voraz.
Desecha, pues, tu
inquietud,
bellísima doña Inés,
porque me siento a
tus pies
capaz aún de la
virtud.
Sí; iré mi orgullo a
postrar
ante el buen
comendador,
y o habrá de darme tu
amor,
o me tendrá que
matar.
Tras la muerte
de Inés, la desesperación en la que cae le lleva al reto blasfemo ante la
justicia divina y los muertos. Hay una grandeza metafísica en este Don Juan
impío para el que se abren las puertas del infierno, del que escapa llevado de
la mano por el alma amorosa de Inés.
Para terminar,
os dejo con la escena del sofá del musical:
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