No hay mejor
guía para conocer el alma de una tierra, de un paisaje y de sus gentes que la
mirada de un poeta.
Allá, en las tierras altas,
por donde traza el Duero
su curva de ballesta
en torno a Soria, entre plomizos cerros
y manchas de raídos encinares,
mi corazón está vagando, en sueños...
¿No ves, Leonor, los álamos del río
con sus ramajes yertos?
Mira el Moncayo azul y blanco; dame
tu mano y paseemos.
Por estos campos de la tierra mía,
bordados de olivares polvorientos,
voy caminando solo,
triste, cansado, pensativo y viejo.
Y
eso es lo que nos ofrece Renfe, un peculiar viaje a Soria, a través de la obra
de Antonio Machado: las colinas plateadas, los álamos de la ribera, los montes
de violeta, la Laguna Negra…
Salimos de la estación de
Chamatín. En Sigüenza un grupo de actores nos ofrecen un espacio poético y
cultural para preparar nuestra visita a Soria. Una vez en la ciudad castellana:
He vuelto a ver los
álamos dorados,
álamos del camino en
la ribera
del Duero, entre San
Polo y San Saturio,
tras las murallas
viejas
de Soria —barbacana
hacia Aragón, en
castellana tierra—.
Estos chopos del río,
que acompañan
con el sonido de sus
hojas secas
el son del agua,
cuando el viento sopla,
tienen en sus
cortezas
grabadas iniciales
que son nombres
de enamorados, cifras
que son fechas.
¡Álamos del amor que
ayer tuvisteis
de ruiseñores
vuestras ramas llenas;
álamos que seréis
mañana liras
del viento perfumado
en primavera;
álamos del amor cerca
del agua
que corre y pasa y sueña,
álamos de las
márgenes del Duero,
conmigo vais, mi
corazón os lleva!
Así
el sábado conocemos el monasterio de Saturio y los rincones que recorrieron
Antonio y Leonor: las casas donde vivieron, el instituto donde dio clases, la
iglesia de Santa María la Mayor, el casino…
Este hombre del
casino provinciano
que vio a Carancha
recibir un día,
tiene mustia la tez,
el pelo cano,
ojos velados por
melancolía;
bajo el bigote gris,
labios de hastío,
y una triste
expresión, que no es tristeza,
sino algo más y
menos: el vacío
del mundo en la
oquedad de su cabeza.
Aún luce de corinto terciopelo
chaqueta y pantalón abotinado,
y un cordobés color de caramelo,
pulido y torneado.
Tres veces heredó; tres ha perdido
al monte su caudal; dos ha enviudado.
Sólo se anima ante el azar prohibido,
sobre el verde tapete reclinado,
o al evocar la tarde de un torero,
la suerte de un tahúr, o si alguien cuenta
la hazaña de un gallardo bandolero,
o la proeza de un matón, sangrienta.
El domingo nos
esperan las Fuentes del Duero y la Laguna Negra para conocer los paisajes que
inspiraron al poeta para escribir La leyenda de Alvargonzález.
Siendo mozo Alvargonzález,
dueño de mediana hacienda,
que en otras tierras se dice
bienestar y aquí, opulencia,
en la feria de Berlanga
prendóse de una doncella,
y la tomó por mujer
al año de conocerla.
Feliz vivió Alvargonzález
en el amor de su tierra.
Naciéronle tres varones,
que en el campo son riqueza,
y, ya crecidos, los puso,
uno a cultivar la huerta,
otro a cuidar los merinos,
y dio el menor a la Iglesia.
Mucha sangre de Caín
tiene la gente labriega,
y en el hogar campesino
armó la envidia pelea.
Casáronse los mayores;
tuvo Alvargonzález nueras,
que le trajeron cizaña,
antes que nietos le dieran.
La codicia de los campos
ve tras la muerte la herencia;
no goza de lo que tiene
por ansia de lo que espera.
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