Durante siglos, inmóvil y silenciosa, ha habitado en las aguas
enlodadas y calmas del lago. Le acompaña una fama inquietante, de culebra
movediza y traidora que una vez devoró a un caballero que trató de darle
muerte. Ella misma no recuerda el suceso con claridad: el caballero, un señor
lejano, se había acercado hasta la orilla del lago, y allí se había dirigido a
ella. Intercambiaron palabras de amor, miradas tiernas, y un par de anillos de
cobre que les dejaron los dedos verdosos. Entonces, resuelta, decidió renunciar
a todo por el hombre suave y cortés que acudía a visitarla. A cambio de su voz
perdió la cola irisada y se convirtió en humana. Esa noche el caballero no la
halló. En su lugar, encontró junto a los juncos, una enorme cola de pez ensangrentada.
Cuando se abrió la garganta con su espada, ella se encontraba muy cerca de su
castillo. Se ocultó entre unos matojos ante el paso de la guardia, que se
llevaba el cadáver del príncipe envuelto en una capa, un bulto anónimo. Ella
esperó a la puerta del castillo muchas horas, en vano, convencida de haber sido
traicionada. Regresó al lago, abatida y llorosa, y desde entonces aguarda,
cubierta de barro y liquen, la llegada de otro caballero en quien vengar su
abandono.
Espido Freire
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