Es uno de los
mejores poemas de Lord Tennyson, a partir del cual John William Waterhouse realizó
tres pinturas sobre este tema.
Se
cuenta la historia de Elena, encerrada en una torre donde tejía noche y día. Un
susurro le anunció una horrible maldición si miraba en dirección a Camelot.
Como le oían cantar, algunos campesinos se
referían a ella como a un hada. Su contacto con el mundo era a través de un
espejo, que reflejaba la ventana, que le mostraba Camelot. En las telas bordaba
lo que veía a través del espejo, como las aventuras de los Caballeros de la
Mesa Redonda. Un día, vio a Lancelot y se enamoró de él. Dejó de coser y, sin
poder evitarlo, miró hacia Camelot. En ese momento, el espejo se quebró, las
telas salieron volando por la ventana y la maldición cayó sobre ella.
Al final
tenéis la versión musical de Loreena McKennitt sobre este poema donde se
incluye la letra en inglés .
En la ribera, durmiendo,
grandes campos de cebada y
centeno
visten colinas y encuentran al
cielo;
por el campo nace el sendero
hacia las mil torres de Camelot;
y arriba, y abajo, la gente anda,
mirando los lirios que florecen,
en la isla que río abajo emerge:
la isla de Shalott.
Tiembla el álamo, palidece el
sauce,
grises ráfagas estremecen los
aires
y la ola, que por siempre llena
el cauce,
por el río y desde la isla
distante
fluye incesante hasta Camelot.
Cuatro muros grises: sus grises
torres
reinan el espacio entre las
flores,
y en el silencio de la isla se
esconde
la dama de Shalott.
Tras un velo de sauces, por la
ribera,
las pesadas barcas arrastradas
por lentos caballos; y furtiva,
una vela de seda traza
surcos de espuma, hacia Camelot.
Pero ¿quién la vio saludando?
¿o en la ventana de su cuarto
mirando?
¿o acaso es conocida en el reino
la dama de Shalott?
Sólo los segadores, muy temprano,
cuando arrancan los maduros
granos,
oyen ecos de un alegre canto
que brota desde el río, alto y
claro
hasta las mil torres de Camelot:
Bajo la luna el segador trabaja,
apilando haces en las eras altas.
Escucha y susurra: “es ella, el
hada,
la dama de Shalott”.
Ella teje día y noche,
seda mágica de hermosos colores.
Ha oído un rumor sobre
una maldición: como se asome
y mire lejos, hacia Camelot.
No conoce la condena que pueda
ser,
ella surce y no deja de tejer,
otra cosa no existe que pueda
temer,
la dama de Shalott.
Moviéndose sobre un espejo claro
que cuelga frente a ella todo el
año,
sombras del mundo aparecen.
Cercano
ve ella el camino que
serpenteando
conduce a las torres de Camelot;
Allí el remolino del río gira,
y descortés el aldeano grita,
y de las mozas las capas rojizas
se alejan de Shalott.
A veces un tropel de alegres
damas,
un abad, al que portan con calma,
o es un pastor de cabeza rizada,
o de largo pelo y carmesí capa,
un paje se dirige a Camelot;
y a veces cruzan el azul espejo
caballeros de dos en dos
viniendo:
no tiene un buen y leal caballero
la dama de Shalott.
Pero en su tela disfruta y recoge
del espejo las mágicas visiones,
y a menudo en las silenciosas
noches
un funeral con plumas y faroles
y música, iba hacia Camelot:
O venían, la luna en su camino,
amantes casados de ahora mismo;
“Estoy enferma de tanta sombra”,
dijo
la dama de Shalott.
A tiro de arco del alero de ella,
él cabalgaba entre la mies de la
era;
deslumbraba el sol entre hojas
nuevas,
y ardía sobre las broncíneas
grebas
del valiente y audaz Sir
Lancelot.
Un cruzado al que arrodillado
puso
con la dama por siempre en el
escudo,
brillaba en el campo amarillo,
junto
la lejana Shalott.
Brillaba libre enjoyada la brida:
una rama de estrellas imprevistas
colgadas de una Galaxia amarilla.
Sonaban alegres las campanillas
mientras cabalgaba hacia Camelot:
y en bandolera, plata entre
blasones,
colgaba un potente clarín. Al
trote,
su armadura tintineaba, sobre
la lejana Shalott.
Bajo el azul despejado del cielo
refulgía la silla de oro y cuero,
ardía el yelmo y la pluma del
yelmo,
juntas como una sola llama al
viento,
mientras cabalgaba hacia Camelot:
Así en la noche púrpura se viera,
bajo cúmulos sembrados de
estrellas,
un cometa, cola de luz, que
llega,
a la quieta Shalott.
Su frente alta y clara, al sol
brillaba;
sobre los pulidos cascos trotaba;
por debajo de su yelmo flotaban
los bucles negros, mientras
cabalgaba,
cabalgaba directo a Camelot.
Desde la orilla, y desde el río,
brilló en el espejo de cristal,
“tralarí lará” cantando en el río
iba Sir Lancelot.
Dejó la tela, y dejó el telar,
tres pasos en su cuarto ella fue
a dar,
ella vio el lirio de agua
reventar,
el yelmo y la pluma ella fue a
mirar,
y posó su mirada en Camelot.
Voló la tela, y se quedó aparte;
se rompió el espejo de parte a
parte;
“la maldición vino a mi”, gritó
suave
la dama de Shalott.
En la tormenta que de este
soplaba,
los bosques de oro pálido
menguaban,
y el río ancho en su orilla los
lloraba.
Un cielo negro y bajo diluviaba
encima las torres de Camelot.
Ella bajó hasta el río, y
encontróse
bajo un sauce, una barca aún a
flote,
y escribió, justo en la proa del
bote,
“La Dama de Shalott”.
Del río a través del pequeño
espacio
como un audaz adivino extasiado
y en trance, viendo ante sí su
trágico
destino, y con el semblante
impávido,
ella miró lejos, a Camelot.
Y cuando el día por fin se
acababa,
ella se tendió, y soltando
amarras,
dejó que la corriente la
arrastrara,
la dama de Shalott.
Tendida, vestida de un blanco
nieve
desbordando por los lados del
bote
las hojas cayendo sobre ella,
leves,
a través del sonido de la noche,
ella flotaba hacia Camelot.
Y mientras la afilada proa hería
los campos y las esbeltas
colinas,
se oyó un cantar, su última
melodía,
la dama de Shalott.
Se oyó un cantar, un cantar
triste y santo
cantado con fuerza y luego muy
bajo,
hasta helarse su sangre muy
despacio,
por completo sus ojos se cerraron
fijos en las torres de Camelot.
Porque hasta allí llegó con la
marea,
de las primeras casas a la
puerta,
y cantando su canción quedó
muerta,
la dama de Shalott.
Debajo la torre y la balconada
entre las galerías y las tapias
hermosa y resplandeciente
flotaba,
pálida de muerte, entre las
casas,
entrando silenciosa en Camelot.
Al embarcadero juntos salieron:
dama y señor, burgués y
caballero,
su nombre junto a la proa
leyeron,
la dama de Shalott.
¿Qué tenemos aquí ? ¿ Y qué es
todo esto ?
Y en el palacio de luces y juegos
el jolgorio real tornó silencio;
Se santiguaron todos con miedo,
los caballeros, allí en Camelot:
Pero Lancelot, meditando un poco,
fue y dijo, “Ella tiene el rostro
hermoso,
por gracia de Dios
misericordioso,
la dama de Shalott.”
Lord Alfred Tennyson
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