jueves, 17 de mayo de 2018

VISITA A ALMAGRO Y A LAS TABLAS DE DAIMIEL



                Este miércoles pasado, hicimos el petate, cogimos el bocata y nos fuimos de excursión, con alumnos de 3º ESO y 1º de Bachillerato, que hacía buen tiempo (¡alguno casi se quemó!): Almagro y las Tablas, teatro y naturaleza para alimentar el espíritu.

           Primera parada (eso sí, tras el consabido almuerzo): el Museo Nacional del Teatro, un recorrido desde los orígenes hasta el siglo XX, a través de trajes, maquetas, algún libro, máscaras (¡je, se curró Dalí las máscaras de Don Juan Tenorio! ¡si hasta yo las hago mucho mejor y no me pagan por ello!).


                Lo que más nos gustó los aparatos para hacer los efectos especiales de sonido (la lluvia, el viento, el mar, el trueno…) y ese teatrillo, que había abajo y que medio podéis ver aquí abajo, donde algunos hicimos nuestros pinitos como actores:


              Luego, al Corral de Comedias, a ver La Venganza de Don Mendo, de Pedro Muñoz Seca, una parodia  de los dramas del siglo XIX llenos de tragedias amorosas, celos, muertes..
.
  La acción transcurre en la época de Alfonso VII y está dividida en cuatro actos. Narra las peripecias del Marqués Don Mendo en su intento de vengarse de Magdalena, su amante, al casarse con el Duque Don Pero. La obra es en verso e intenta imitar la forma de hablar de la Edad Media (matalle, miralle…). Recordemos algunos de los versos que nos hicieron reír:




Los cuatro hermanos Quiñones
a la lucha se aprestaron,
y al correr de sus bridones,
como a cuatro exhalaciones,
hasta el castillo llegaron.
¡Ah del castillo! —Dijeron—
¡Bajad presto ese rastrillo!
Callaron y nada oyeron,
sordos sin duda se hicieron
los infantes del castillo.
¡Tended el puente!… ¡Tendedlo!
Pues de no hacello, ¡pardiez!,
antes del primer destello
domaremos la altivez
de esa torre, habéis de vello…
Entonces los infanzones
contestaron: ¡Pobres locos!…
Para asaltar torreones,
cuatro Quiñones son pocos.
¡Hacen falta más Quiñones!




¡Serena
escúchame, Magdalena,
porque no fui yo… no fui!
Fue el maldito cariñena
que se apoderó de mí.
Entre un vaso y otro vaso
el Barón las cartas dio;
yo vi un cinco, y dije «paso»,
el Marqués creyó otro el caso,
pidió carta… y se pasó.
El Barón dijo «plantado»;
el corazón me dio un brinco;
descubrió el naipe tapado
y era un seis, el mío era un cinco;
el Barón había ganado.
Otra y otra vez jugué,
pero nada conseguí,
quince veces me pasé,
y una vez que me planté
volví mi naipe… y perdí.




¡Mora de la morería!…
¡Mora que a mi lado moras!….
¡Mora que ligó sus horas
a la triste suerte mía!…
¡Mora que a mis plantas lloras
porque a tu pecho desgarro!…
¡Alma de temple bizarro!
¡Corazón de cimitarra!
¡Flor la más bella del Darro
y orgullo de la Alpujarra!…
¡Mora en otro tiempo atlética
y hoy enfermiza y escuálida,
a quien la pasión frenética
trocó de hermosa crisálida
en mariposa sintética!…


                Después de comer, nos fuimos a las Tablas de Daimiel (¿se llama así por las tablas de los puentes?). Algún traidor aprovechó el viaje para echar una cabezada.


                Ya en el parque, bajo un sol que picaba lo suyo, algunos, los más avispados, pudieron ver patos, grullas, tortugas, peces; a otros, pobres desgraciados de nosotros, se nos comían los mosquitos y pedíamos agua, ese líquido y preciado elemento.


                Eso sí, buscábamos la sombra con ahinco, hasta el infinito y más allá.


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