—En el cartel que hay en la entrada pone que Arthur Conan Doyle dará
una conferencia esta tarde en el salón de actos del ayuntamiento.
—No me extraña —comentó Lady Elisabeth—. Doyle vivió mucho tiempo aquí,
en Portsmouth.
—¿De qué trata la conferencia? —preguntó Cairo.
—Se titula La nueva
revelación y creo que es sobre espiritismo.
Zarco soltó una sonora carcajada.
—Paparruchas —se limitó a decir en tono despectivo.
—Parece mentira —intervino García— que el creador de Sherlock
Holmes, el personaje más racional de la historia de la literatura, crea en
fantasmas y en hadas.
Lady Elisabeth le dio un sorbo a su taza de té y dijo:
—A Doyle siempre le interesó la «investigación psíquica», pero no
era un fanático; hasta que, hace tres años, su hijo Kingsley, que había sido movilizado,
murió a consecuencia de las heridas sufridas en la batalla de Somme. A partir
de entonces, Doyle se obsesionó con el espiritismo. Supongo que, ante una
desgracia semejante, es lógico aferrarse a cualquier esperanza, aunque sea
imaginaria.
—Sustentar esperanzas imaginarias —sentenció Zarco— es como
intentar sobrevivir a un naufragio agarrándote a un salvavidas de plomo.
Samuel, que había dejado de prestar atención y tenía la mirada
perdida en algún punto de la mesa, murmuró para sí:
—Yo estuve en Somme...
(…)
El domingo pasado, aprovechando que tenía el día libre, asistí a
la conferencia que pronunció Arthur Conan Doyle en el
ayuntamiento de Portsmouth. Había mucho público y el escritor habló durante más
de una hora acerca de la investigación psíquica y el mundo de los espíritus. La
verdad es que me sorprendió el aspecto de Doyle; supongo que esperaba a un
hombre menudo y con aire romántico, pero en realidad es alto y robusto, con un
bigote de guías puntiagudas y un carácter expansivo.
Cuando concluyó la conferencia, me aproximé a él para que me
firmara mi ejemplar de El Mundo Perdido y conversamos
durante unos minutos. Le hablé acerca del señor Charbonneau, y Doyle me dijo
que no debía estar triste, pues el espíritu de mi tutor seguía vivo en un plano
alternativo de la realidad. Añadió que su madre había muerto recientemente y ya
se había comunicado con ella varías veces a través de una médium. Según él,
tarde o temprano todos nos reuniremos con nuestros seres queridos en el más
allá.
Me gustaría creerle, pero no puedo. Si realmente el espíritu
sobrevive a la muerte física, ¿dónde están las almas de los millones de
personas que fallecieron durante la guerra? ¿Por qué no hacen oír sus voces
mediante golpes en los muros, manifestaciones ectoplásmicas, apariciones o del
modo que sea? ¿Por qué ese silencio? Sólo se me ocurre una respuesta: después
no hay nada.
César
Mallorquí, La Isla de Bowen
PREMIO EDEBÉ DE LITERATURA JUVENIL 2012
PREMIO NACIONAL DE LITERATURA JUVENIL 2013
PREMIO CERVANTES CHICO 2015
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