martes, 29 de mayo de 2018

UN PINGÜINO EN GULPIYURI


 Javier García Rodríguez nos trae una corta y peculiar novela, que nos trae aventuras, humor, mil y una referencias literarias y audiovisuales, una tipografía que va cambiando según quien vaya hablando (emoticonos incluidos), y nos explica qué es el narrador, qué es la descripción, cómo se construye un diálogo, cómo se lee y se escribe…

TSO, el narrador deshilachado, empieza a contar la misteriosa aparición de un pingüino en la playa asturiana de Gulpiyuri, pero la sabihonda o sabionda lectora, alias la Pepito Grillo de esta historia, lo interrumpe una y otra vez. Entre los dos, junto con una voz en off (un wikipédico Vladimir Mijaíl VOZENOFF de origen ruso) y el propio protagonista de la historia, el pingüino Gundemaro, se establece un diálogo a cuatro voces que es, al mismo tiempo, un viaje literario a los distintos aspectos de la construcción de un relato como hemos señalado antes. Toda una alegoría acerca de la magia de la literatura.

      Según la editorial y el autor, Un Pingüino en Gulpiyuri es una novela juvenil posmoderna. El objetivo de este proyecto es promover formas de ficción innovadoras entre los jóvenes que les permitan explorar y experimentar la narración de una manera individual y creativa, y desarrollar nuevas sensibilidades y otras capacidades de análisis en un mundo de permanente cambio

                La historia en si es solamente uno de los capítulos: un día aparece, tras una larga tormenta, un pingüino en la playa de Gulpiyuri, que nos va a contar su historia. Culpable de ello es Aureliano, un niño que sueña con ver el hielo, (el futuro coronel Aureliano Buendía, de Cien Años de Soledad de Gabriel García Márquez). Los primeros capítulos nos pueden parecer raros con esas cuatro voces que se entremezclan: el narrador que cuenta la historia y contestar al lector que interrumpe su relato; el lector, que intenta sabotear al narrador; la voz en off, que intenta dar explicaciones y que no se  interrumpa la historia; y el pingüino, que será el quien nos cuente su historia.

El libro, indica el autor en una entrevista, “comienza cuatro veces de la misma manera pero desde perspectivas distintas. Juega con diferentes tipografías. Al final del primer capítulo aparece una lectora, que además es una sabihonda, poniendo en tela de juicio esa idea que se tiene acerca del lector. Interviene y dice: oye, que no soy lector, soy lectora. Y obliga así a parar a quien lee y preguntarse qué está leyendo. O te hace dejar de creer en lo que cuenta el narrador cuando surge otra voz que sugiere que miremos desde otro punto de vista. Y que reflexiones sobre el propio discurso. Todos esos detalles son posibilidades. Pero el caso es disfrutar de ella.”

No hay comentarios:

Publicar un comentario